ENTREVISTA > PABLO REYERO, CON NUEVA PELíCULA Y RETROSPECTIVA
Realizador sutil y sobrio, Pablo Reyero estrenó su primer documental, Dársena Sur, en 1997, un trabajo que impactó por su cruda sencillez sobre la vida en lo más marginal del Dock Sud. Hoy, a punto de arrancar una retrospectiva de su carrera –que incluye la película de ficción La cruz del sur–, acaba de estrenar Angeles caídos, su nuevo documental basado en las historias de tres chicos que viven en barrios carenciados y se dedican a la música. Y otra vez logra una representación diferente de la pobreza, ni romántica ni estigmatizadora, con una mirada que encuentra verdades bajo la superficie social.
› Por Mercedes Halfon
Cuando se le pregunta a Pablo Reyero cómo conoce a los personajes que luego terminan siendo los protagonistas de sus documentales, él sonríe y dice modestamente: “Camino”. Así de simple y así de complejo. Hay que decir que eso lo trae Reyero de su formación en la escuela del periodismo de los años ’60 y ’70, en la crónica urbana, en eso de ir a buscar las historias a la calle y hacer un hallazgo debajo de cada baldosa. El ejercía este género con placer en unas dobles páginas que escribía para un suplemento del diario Página/12 –el Metrópolis– que, según cuenta, lo hacían quedarse sin dormir los fines de semana, pero que a su vez le dieron la experiencia necesaria y le soltaron la pluma. Así empezó Reyero, mientras estudiaba la flamante carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA. Luego trasladaría el formato crónica escrita al audiovisual, realizando la producción periodística del célebre programa El otro lado de Fabián Polosecki. Y desde allí ya trazaría sus primeros contactos con el mundo del cine, recorriendo el fatigoso camino del oficio, de meritorio a ayudante segundo, después primero, después asistente de dirección. Y de ahí a realizar su primer documental, Dársena Sur (1997), que produjo una pequeña revolución en el año que se estrenó, adelantándose o coincidiendo desde el documental con el llamado Nuevo Cine Argentino, sus temas y formas de producción.
Todos esos destinos Reyero los recorrió a pie. “Investigar no sólo es leer los diarios, los libros y ver las películas, sino salir a la calle e ir a buscar las historias”, dice. Algo que según su método consiste en ir una vez, dos veces, tres veces y adquirir confianza: “Tiene que ver con un pacto que establecés. Con cómo llegas y cómo te relacionás con los potenciales protagonistas de las historias. Eso ocurre en el documental, pero también ocurre en la ficción. Porque lo fundamental tanto con actores o no actores es el vínculo que establecés como persona y entrarle desde esas cuestiones más básicas emocionales y de experiencia de vida. A partir de esa relación que va creciendo es que, llegado el momento, ponés una cámara y nada se altera”.
Esto se puede ver en Angeles caídos, su último film estrenado en enero, y que va a formar parte de la retrospectiva de su obra que comienza en marzo en el Malba. El documental está basado en tres historias, las de Eli, María y Ezequiel, tres jóvenes cuyo punto en común es, por un lado, vivir en contextos sociales difíciles –de una villa a un monoblock– y, por otro, dedicarse a la música.
Eli es el cantante de Los Gardelitos desde la muerte de Corneta, que además de haber sido el carismático y extraño primer cantante de la banda, era su padre. Corneta era conocido de Reyero y la idea de filmar algo con Los Gardelitos existía desde antes de que empezara a pensar en esta historia. A los otros dos protagonistas los conoció ya en la preproducción del film, en un scouting que hicieron en diferentes talleres musicales en barrios carenciados. María tiene doce años, es cellista, toca en una orquesta infantil y vive en la Villa 20 de Lugano. Ezequiel es violinista, vive en Ingeniero Budge y toca en una orquesta juvenil y en una banda de new metal.
Cada uno de ellos, además de participar del tópico que Reyero creó para la película, posee un ángel propio. María tiene un bellísimo rostro de rasgos aindiados, que se ilumina cuando habla con inocencia de sus amiguitos del barrio de los que dice que “desearía que no se droguen tanto y que no robaran más”, pero que ella los quiere y se alegra cuando la van a visitar. Ezequiel explica con lujo de detalles por qué eligió el violín para tocar, cómo el instrumento le da a su banda unos sonidos “más de ultratumba”, y también cómo, cuando ensaya durante horas, se olvida de las cosas tristes de su vida y siente que se purifica. Eli cuenta, en el balcón del piso 16 del monoblock donde vive, con Bajo Flores bajo la niebla de fondo, que él está tratando de encontrar su “propia voz”, pero literalmente, porque necesita interpretar las canciones de Los Gardelitos sin imitar el timbre de su padre ni nadie, cantarlas a su manera.
Esos hallazgos de frases, de escenas, de temblores en las voces, de ojos que se humedecen o miran o dejan de mirar la cámara son la materia del film. Es tan sutil la materia como lo son esos momentos en la vida. El trabajo de Reyero consiste en haberlos logrado a través de las charlas y luego haberlos capturado con su lente pudorosa. Reyero logra una intimidad que no malgasta encuadrando un costado dramático, sino que va más allá de esa superficie social, y muestra una verdad difícilmente accesible para una primera mirada.
El habla con cariño de sus protagonistas y explica: “Es un ida y vuelta entre lo que uno se imagina y lo que vuelve de la realidad. En ese ida y vuelta se construye la historia. Que cuanto más singular más se convierte en algo multiplicador. Cuanto más localista más universal se vuelve”.
Diez años pasaron entre el estreno de Dársena Sur, su primer largometraje documental, y Angeles caídos. En el medio Reyero realizó varios trabajos para televisión, Punto doc, Hermosos perdedores, La grieta, unitarios documentales donde se ve claro su estilo sobrio y despojado. Y también realizó su gran apuesta, la película de ficción La cruz del sur, un trabajo que dividió aguas entre quienes lo criticaron por su contenido duro y áspero, y quienes se conmovieron profundamente. El film estuvo en Cannes y recibió premios hasta el día de hoy. Actualmente está proyectándose en el MOMA de Nueva York.
Dársena Sur y Angeles caídos son similares en su tono –alguien cuenta su historia a cámara en varias entrevistas, luego se lo acompaña en sus tareas cotidianas–, ambas están construidas por tres historias de jóvenes en contextos económicos deficitarios que conforman un miniabanico de posibilidades a una misma situación. Pero también hay diferencias. ¿Qué cambió en el país entre una y otra? ¿Qué cambió en la forma de representar eso real? Reyero dice: “Lamentablemente no se modificó demasiado. La pauperización se estandarizó. Creo que el sector de los jóvenes es el que está cada vez más desprotegido, más golpeado, en esta sociedad tan represiva. Por ser jóvenes y pobres, la respuesta es institucionalizarlos, encarcelarlos, por vagos, porque no se pueden insertar, porque no tienen un techo, un trabajo, una educación, en vez de procurárselos se los encarcela”.
Dársena..., mostrando tres historias del Dock Sud más desamparado, de personas que se estaban cayendo del mapa –hasta geográficamente–, introducía una temática no muy explorada en los años noventa. Era dura por comparación con el resto de la producción cinematográfica, por lo que venía a contar y por cómo venía a hacerlo. De Angeles caídos, en cambio, hay quien dice que es una película optimista. Reyero explica: “Elijo contar la posibilidad que tiene el arte de sublimar una carga negativa en positiva. Transformar los bajones de una vida difícil en música, que a la vez es una construcción de un oficio, de una salida laboral y la construcción de una identidad y un lugar de pertenencia”.
La vida de los personajes de Angeles caídos no deja de ser dura, pero si algo no es, es chata. Tal vez por eso, después de diez años de representación estigmatizada de la pobreza, de que se haya impuesto un modo de representación unívoco en el que estos sectores de la sociedad se muestran volviéndolos héroes románticos sin matices o delincuentes sin matices, la mirada de Reyero sólo se pueda entender así. Como optimista.
Cuando se le pregunta por algunos documentales contemporáneos donde el realizador pone su cuerpo y su subjetividad delante de la cámara, Pablo Reyero se ríe y dice modestamente que lo que él hace no tiene nada que ver. Lo suyo es caminar. Contar historias haciéndose invisible y así extrañamente presente. No se trata de ausentarse como autor sino de establecer una relación con el objeto intensa y bastante particular: “En el documental es mucho más vital la relación con los protagonistas y realmente se produce una transformación personal tanto en ellos como en mí. Pero es muy notable en ellos, porque son quienes ven su vida y las cosas que dicen, se encuentran con cosas que les gustan y otras que no, entonces a partir de eso muchas veces después cambian. En Angeles... pasó, los protagonistas están modificando cosas, a partir de verse o autoexaminarse. Eso lo que a mí más placer me provoca, más allá de lo que pase con la película, de que guste o no guste, la devolución en acto del que vivió esa experiencia con vos, del que atravesó ese viaje“.
La retrospectiva de Pablo Reyero tendrá lugar en el MALBA, Figueroa Alcorta 3415, entre el 8 de marzo y 6 de abril. Más info en www.malba.org
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