ENTREVISTA > ALAN SILLITOE, VIDA, FUGAS Y LIBROS
Dentro de dos días, Alan Sillitoe, uno de los escritores que revolucionaron la literatura inglesa a mediados del siglo XX, cumplirá 80 años. Y sigue tan activo como durante toda su intensa vida: acaba de publicar un libro de crónicas de viajes llamado Gadfly in Russia! y prepara el lanzamiento de su nueva novela, Como pez en el agua, para este año. Durante estos trajines lo entrevistó en Londres Andrew Graham-Yooll, y en esta charla Sillitoe habla de su obra más famosa, “La soledad del corredor de medio fondo”, de los extraños rebotes que tuvo ese cuento que alcanzan incluso la última dictadura argentina y de cómo supo retratar, en más de sesenta novelas, a la clase trabajadora gris y desprotegida, casi abandonada, de los Midlands ingleses.
› Por Andrew Graham-Yooll
Aparecido recientemente en Londres Gadfly in Russia! (Tábano en Rusia) es el último libro de viajes y memorias del novelista Alan Sillitoe, que el 4 de marzo cumplirá ochenta años. Su obra contribuyó a revolucionar la literatura de su país hace medio siglo. Autor de unos sesenta libros (que incluyen dos piezas de teatro, ocho colecciones de poesía, y cinco libros para chicos), dice tener casi lista una novela cuya figura principal es un carpintero en la ciudad de Nottingham, donde él nació. La novela, Como pez en el agua, aparecerá este año. Las carillas de ese próximo volumen, cada renglón severamente corregido con entrelíneas, tachaduras y transposiciones, aparecen esparcidas sobre un gran escritorio donde descansa una también enorme máquina de escribir eléctrica. No ha llegado la computadora al despacho del escritor en este caserón en Ladbroke Terrace, en el oeste residencial de Londres. La casa fue comprada con los derechos de sus primeros libros.
Tábano en Rusia es un retorno a la Guerra Fría, cuando Sillitoe emprendió una serie de viajes a la Unión Soviética a comienzos de la década de los sesenta. Viajaba como curioso y simpatizante, si bien no fue miembro del partido comunista.
“Los viajes comenzaron en 1963, en total una media docena de visitas, hasta 2005. Viajaba en mi propio coche. Salía de Inglaterra por el puerto de Harwich, llegaba por ferry a Dinamarca al día siguiente. Ahí manejaba a la derecha, luego cruzaba a Suecia y volvía a correr por la izquierda, como en Inglaterra, y en Finlandia nuevamente manejaba por la derecha. Luego conducía por el medio de la ruta a Leningrado (San Petersburgo), Moscú, y otras ciudades. A partir de mi primer viaje, la Unión de Escritores puso a mi servicio un joven de la Universidad de Moscú que hablaba buen inglés, George Andjaparidze. Viajaba conmigo desde Leningrado hasta Rumania y volvíamos. Su función era despejar problemas de tránsito que podían surgir de la ignorancia de las reglas o si atropellaba a alguien estando borracho.”
En una mesa en el despacho en Londres, Sillitoe tiene una pila de viejos mapas de Europa oriental: “Los he coleccionado siempre. Desde chico. Me fascinaban los nombres de los pueblos por donde avanzaba el Ejército Rojo. Todavía me encanta la región. Nos hicimos muy amigos con George, viajábamos por la campiña rusa, muy hermosa, conociendo gente, haciendo reuniones con escritores. Yo hacía un papel molesto (de ahí el gadfly o tábano del título) preguntando a los funcionarios cuándo publicarían a Pasternak y a otros autores censurados. Fumábamos habanos, Montecristo. Se vendían muy baratos, a rublo por caja o algo así. El gobierno los había comprado de Cuba como parte de uno de esos intercambios fraternales, pero a los rusos pareció no gustarles fumar cigarros. Por eso las autoridades llenaban los hoteles de cajas, que las compraban tipos como yo. Llené el coche de cigarros. Cada Montecristo duraba casi exactamente cuarenta kilómetros. George era muy buena compañía, y como hablaba bien inglés decía que quería visitar Inglaterra. Le prometí que si viajaba le ofrecería uno de esos almuerzos extendidos que hicieron famosos los editores en Londres. Finalmente vino a Londres unos años después, en el verano de 1969, y seguiría visitándome hasta su último viaje, en 2005, poco antes de morir. Eso me ayudó a redondear mi historia. Bueno, en su primera visita a Londres acompañaba al escritor ruso Anatoly Kuznetsov (1929-1979). Era el autor de Babi Yar, un documento novelado sobre una matanza de cien mil judíos en 1941, cerca de Kiev, por las tropas alemanas y sus aliados ucranianos. El libro era conocido en Europa. Se publicó una primera edición censurada en la Unión Soviética en 1960. Mientras George y yo comíamos el prometido opíparo almuerzo, Kuznetsov ingresó en la redacción del diario conservador Daily Telegraph, en Fleet Street, y pidió asilo. George tuvo problemas, y la KGB estaba convencida de que yo había arreglado la fuga, quizá porque no nos movimos hasta después del oporto final. George comentó simplemente: ‘En tiempos de Stalin me hubieran fusilado.’ Pero para fines de los sesenta era otro enredo más de la Guerra Fría. Y ahí está el libro, basado en la figura de George. El misterio en torno de Kuznetsov sigue. Cuando murió, en 1979, se dijo que la KGB lo había asesinado con una bala de hielo envenenada”.
Sillitoe interrumpió la conversación para hacer un café, bien fuerte. Parece que sus cafés son notorios entre sus visitantes. En su conversación y en sus recuerdos con frecuencia pasa revista a su niñez y adolescencia, la pobreza, su padre sin trabajo y con cinco hijos, el abandono de los estudios a los 14 años y salir a trabajar, su servicio en la Fuerza Aérea en la entonces colonia de Malaya (Malasia). Sus primeros años están consignados en una autobiografía y sus cuatro años en la Fuerza Aérea se describen en dos novelas, La llave de la puerta (1961), seguida de Ultimos amores.
Alan Sillitoe fue uno de los pioneros de la ficción británica que rompieron el molde creativo en un país que entonces permanecía enfrascado en los problemas de la clase media de posguerra y el conservadurismo de sus costumbres. Sillitoe es de esa camada heroica de la literatura inglesa que sorprendió con su retrato del lúgubre aislamiento de la clase trabajadora de los Midlands (centro del país) en su primera novela, que se convirtió en best-seller.
Esa primera novela, Sábado a la noche y domingo a la mañana (1958), una historia de la vida gris de una Nottingham industrial, de trabajo mecánico y de aburrimiento agobiante que se paliaba con aventuras sexuales dramáticas, se instaló en la línea revolucionaria de John Osborne (1929-1994), y su Recordando con Ira (1956), del derechista John Braine (1922-1986), con Room at the Top (La pieza del altillo, 1957), una movida en la que participarían también el dramaturgo Arnold Wesker (1932), y el crítico y novelista Colin Wilson (1931). Gobernaba desde 1951 el mítico conservador ya casi senil Winston Churchill (1874-1965), a quien sucedió en el conservador Harold Macmillan (1894-1986), pero la etapa había sido radicalmente marcada por las reformas sociales del gobierno laborista de Clement Attlee (1883-1967) que, entre 1945 y 1951, había creado el Welfare State (el Estado de Bienestar).
Con el éxito de Sábado a la noche..., Sillitoe y su esposa, la poeta Ruth Fainlight (que acaba de escribir el Prólogo a una antología bilingüe del poeta argentino Daniel Samoilovich publicada en Inglaterra) abandonaron España y regresaron a Londres. “Vivimos en España durante seis años, desde 1952, más un año en Francia. A pesar de Franco elegimos España porque era barato y se podía escribir. Tenía una pensión de la Fuerza Aérea, unas pocas libras por semana. Había cumplido dos años en Malaya, como telegrafista, a lo que siguió un año con tuberculosis. Me pareció que con ese año de hospital no sufriría más enfermedad en mi vida, pero ahora, con casi ochenta años, me detectaron un cáncer en el cuello. Los ángeles del servicio médico público británico consideraron que podía aguantar 25 sesiones de radioterapia y me repararon lo suficiente para participar de la presentación del libro de Rusia. Ahora espero tener suerte.”
Esa primera novela de 1958 fue seguida, en 1959, por una colección de cuentos. El más largo de ellos, “La soledad del corredor de medio fondo” (“The Loneliness of the Long Distance Runner”), concentró la mirada en esa clase trabajadora gris y desprotegida, abandonada casi, de los Midlands ingleses, a través de un interno de reformatorio que halla la posibilidad de libertad a través del entrenamiento para una carrera contra los estudiantes de una escuela de clase alta.
En enero de cada año ese cuento de Sillitoe vuelve a la memoria, quizá debido en parte a un excelente artículo de Mónica Maristain, en el suplemento Líbero de Página/12 (31 de enero de 2000). La nota recuerda la desaparición del fondista Miguel “el Tucu” Venancio Sánchez, el único atleta federado desaparecido en una madrugada de enero en la Argentina en 1979, cerca de su casa en Villa España, cerca de Ranelagh, en Berazategui. Cada comienzo de enero se corre “La Corsa di Miguel”, en Roma, homenaje propuesto por un periodista de La Gazzetta dello Sport, el italiano Valerio Piccioni, también corredor, adaptador del cuento de Sillitoe para el teatro. En inglés el cuento alcanzó la pantalla con la adaptación en 1962 para la película dirigida por Tony Richardson, con Tom Courtenay como la figura principal del corredor del reformatorio.
Para Sillitoe el cuento, la película, no tienen explicación en su vida. “Escribí el cuento, nada más. Indicaba un camino por el que seguiría mi vida, por la escritura. No le vi más que eso. Esa historia despierta algo en mucha gente. Qué interesante que se cierre el círculo en torno de este joven, Miguel. ¡Qué tragedia! ¿Lo secuestraron supongo porque estaba en el lugar equivocado? Muchos me han preguntado si soy corredor. Soy telegrafista. (Ríe, y de al lado de la máquina de escribir saca un viejo transmisor de telégrafo. Con el dedo índice, el mayor y el pulgar toma el botón y practica varias palabras en Morse que se escuchan por un pequeño parlante.) Es mi hobby, y es terapéutico. No soy corredor, excepto en el recuerdo de fugar de la policía, en mi juventud. Conocí gente, amigos, que estuvieron en el reformatorio. Todos mis primos entraban y salían de la cárcel, del reformatorio. Yo fui más vivo, o tuve más suerte. No sé. Escribí una autobiografía, publicada hace diez años: La vida sin armadura. Se dictó sola. Me fui de casa a los catorce, trabajé, fui voluntario en la RAF, no fui a la universidad. No me considero parte de los ‘jóvenes iracundos’, si bien hay parecidos. Creo que no fui a la cárcel por la dualidad que vivía. Pasaba más tiempo leyendo cuando mis primos andaban en la calle. Cuando me alisté, terminó la guerra, que fue una suerte.”
—No. Sigo trabajando, pero sin presión. Me gusta escribir, es como una obsesión. Es un oficio. Robert Graves decía que uno nunca sabe cómo llamar el oficio de escribir, hasta que finalmente decidió utilizar la palabra, “ocupación”. Me ocupo. Me gustaría escribir más cuentos.
—No sé, no me importa, escribo y espero que se publique. Granta acaba de publicar una antología del nuevo cuento norteamericano. No lo he leído, pero lo voy a comprar. Veremos qué hago, estoy activo, siempre.
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