MúSICA > JARVIS COCKER EN BUENOS AIRES
Durante los ‘90, Jarvis Cocker fue el gran poeta musical de la juventud de la clase trabajadora inglesa, y el encargado de recordarle a la Cool Britannia de Tony Blair la realidad que intentaba obviar con sus simulacros de igualdad. En el 2000, cuando separó a Pulp, se fabricó un retiro del que volvió hace dos años, reconvertido en una figura única y vital para la cultura contemporánea: la de un gran curador de escenas, eventos, tendencias e intervenciones rabiosas por devolverle al arte el poder revolucionario al que nunca debería haber renunciado.
› Por Mariana Enriquez
En 2002, cuando Pulp se separó oficialmente después de un disco fantástico que no fue del todo valorado ni consiguió un éxito de ventas, Jarvis Cocker se retiró. Se mudó a Francia con su mujer, y decidió tomarse largos meses, años incluso, para criar a su hijo recién nacido. Había un motivo personal muy potente que yacía debajo de esta decisión: su propio padre lo había abandonado cuando Jarvis tenía 7 años; el hombre partió a Australia a vivir en una comuna, y el hijo no supo de él durante veinte años.
Pero una vez que organizó su vida familiar, exorcismo de fantasmas de la infancia mediante, Jarvis Cocker empezó a sentir miedo. “Por un tiempo creí que la vida burguesa, la vida de casado, me iba a quitar el filo, el enojo, la atención. Me decía, ‘por Dios, tuve un hijo y ahora voy a empezar a escribir canciones en guitarra acústica’. Muchos músicos se ablandan cuando se hacen viejos. Y no sucede solamente con los artistas, la gente en general se ablanda. Creo que eso es malo. Quise evitarlo a toda costa.”
El temor de Jarvis era justo y entendible. Después de todo, él fue quien le puso a la música pop británica de los años ‘90 un porcentaje altísimo de inteligencia, rabia e ironía feroz. El poeta del desencanto urbano y la soledad; el cronista de la clase obrera y de los lúmpenes de Inglaterra, el hombre que supo escribir canciones hermosas, verdaderos himnos, alimentados de resentimiento y romanticismo, la banda de sonido que le arruinaba la fiesta a la Cool Britannia de Tony Blair —y lo hacía con glam, pop, rock—-, música hermosa y sensata. Los ejemplos abundan, y merecen ser citados. El glorioso “Common People” de Different Class (1995), vitriólica respuesta a una chica de clase alta que quiere acostarse por deporte con un chico pobre para saber “qué se siente”: “Nunca vas a vivir como la gente común, ni hacer lo que gente común hace/ Nunca vas a fracasar como la gente común, nunca vas a ver cómo la vida se te desvanece/ Y después bailar y beber y cojer porque no hay nada más que hacer.../ Podés reírte con la gente común, eso sí, porque ellos se están riendo de vos y de las estupideces que hacés porque creés que ser pobre es cool/ Como un perro acostado en una esquina te van a morder y no te van a avisar/ Cuidado, te van a arrancar las entrañas/ Porque todo el mundo odia a los turistas/ Especialmente a los que creen que todo es tan simpático.../ Nunca vas a entender qué se siente vivir una vida sin significado ni control ni un lugar adónde ir. Estás asombrada de que existamos y de que brillemos tanto, mientras sólo podés preguntarte por qué”. El estremecedor “The Fear” del mejor disco de Pulp, This is Hardcore, grabado después de la fama, con canciones que suenan a páramo existencial de proporciones épicas: “Este es el sonido de alguien que pierde el libreto, alguien que finge estar bien pero miente/ Te va a gustar, pero no demasiado/ Y el coro dice así/ Baby, aquí viene el miedo, el fin está cerca/ Un mono construyó una casa en tu espalda y no podés lograr que nadie entre a sacarlo y aquí viene otro ataque de pánico/ Y ahora que conocés las palabras de nuestra canción, pronto vas a estar cantando con nosotros/ Cuando estés triste, solo y todo salga mal,/ cuando ya no estés buscando belleza o amor, sólo un tipo de vida que no tenga puntas,/ cuando no sepas definir a qué le tenés miedo, esta canción estará allí”. O el extraordinario tema “Mile End”, que formó parte de la banda de sonido de Trainspotting de Danny Boyle y demuestra el poder de observación agudísimo de Jarvis: “No teníamos dónde vivir, ni dónde ir,/ hasta que alguien dijo ‘conozco un lugar en Burditt Road’./ Era un piso quince, la puerta estaba trancada y nos tomó una hora arrancar la madera para entrar/ Olía como si alguien hubiera muerto, el living estaba lleno de moscas, la pileta de la cocina tapada y la del baño no estaba en ninguna parte.../ El ascensor siempre está lleno de pis/ El quinto piso apesta a pescado/ Y abajo los chicos, a la noche, patean la pelota y se pelean/ Y a veces le disparan a alguien si perdieron al pool”.
Así estaba Jarvis Cocker entonces, preocupado. Aunque, al mismo tiempo, sabía que necesitaba el retiro para seguir adelante: “Quería vivir un poco de vida normal, porque el material de mis canciones tiene que ser producto de experiencias. Yo trabajo así. Para mí hacer canciones es tratar de darle sentido a la vida. Y uno tiene que tener una vida sobre la que escribir”. Lo primero que le salió es Jarvis, su disco solista de 2006 que presentará en Buenos Aires, y una de las canciones afirma que no ha perdido las garras en absoluto. Se llama “I’ll Kill Again”: “Constrúyete un castillo. Mantén a tu familia lejos de todo daño. Interésate por la música clásica. Cría conejos en una granja. Viaja por Internet de noche. Bebe media botella de vino. Cómprate un par de discos. Mira mujeres desnudas de tanto en tanto. Y la gente me dice que eres un tipo tan simpático. Así que vamos, dame una serenata con tu guitarra acústica. Y no me creas si aseguro ser tu amigo. Porque si tuviera la menor oportunidad sé que volvería a matar. Volveré a matar”.
Hace rato que Jarvis Cocker no es solamente un músico. Es un hombre que interviene en la cultura, un operador, un creador de espacios. Todavía con Pulp condujo un programa de TV de la BBC llamado Journeys into The Outside, documentales sobre artistas/arquitectos outsiders, como Ferdinand Cheval, el creador del Palais Ideal en Francia, o Simon Rodia, el que erigió las torres Watts en Los Angeles. Ya entonces se notaba la otra gran preocupación de Cocker: volver a dotar a lo cultural de intensidad, de importancia. “Hoy hay más música y más canales para conseguirla, y tiene más presencia”, le decía hace poco a la revista Pitchfork, “pero al mismo tiempo no parece tan vital como alguna vez fue. Resulta otra opción de entretenimiento o estilo de vida. Esto sucede en muchos órdenes. La cultura no debería ser un ente pacificador. No debería ser algo que uno acepte de forma pasiva. Debería ser algo disruptivo que te hace pensar y cuestionar cosas, que abre debates. Mucha gente hoy usa la cultura y la música y las películas como si fueran chicos. Por ejemplo: si un chico te está volviendo loco y rompiendo la casa, le ponés un cd o un dvd y se calla y lo mira, y tenés un poco de paz. Yo lo he hecho. Me hace sentir culpable, pero hice eso con mi hijo para que se dejara de joder. Y creo que ese mecanismo se trasladó a la cultura adulta. Cuando estás viendo una película en DVD el tiempo pasa y la sensación es que las cosas pasan por el costado. En vez de comprometerse con lo que uno está viendo o escuchando, es un tranquilizador”.
Jarvis, el disco, viene con una advertencia: “No debe ser usado como sedante o música de fondo para hacer ejercicios”. Y hace poco trasladó este debate sobre la forma de “uso” de la música y la cultura al artículo principal del número del Observer Music Monthly que editó como invitado especial. En una charla con algunos de sus amigos (Nick Cave, Beth Orton) quedaron establecidos algunos problemas, que Jarvis sintetizó: “Quiero sentir que la gente está participando activamente en algo antes que sentir que lo está consumiendo. Aunque probablemente eso termina pasando en una sociedad tan capitalista: todo es un producto de consumo. Aunque puede ser que nuestra idea de que antes la música ‘importaba’ más, cambiaba vidas, tenga que ver con que romantizamos un tiempo donde todo costaba más, esta tonta idea de que algo tiene más valor porque es raro. Algo es cierto y claro: el post punk revivió sin ideología, es sólo un estilo. No hay música conectada con movimientos sociales, como el punk, que quería dialogar con el mundo. Ahora todo es muy interno e individual. Ya no hay conexión”.
La forma que Cocker encontró de expresar esa necesidad de devolverle a la música —la parte de la cultura que le compete— su potencia es ejercer una especie de curaduría masiva. La chispa se le encendió cuando lo llamaron para curar Meltdown, el súper-prestigioso festival que se hace todos los años en el Royal Festival Hall del South Bank Centre de Londres desde 1993 (ya lo curaron artistas como Nick Cave, Scott Walker, Elvis Costello, Robert Wyatt, Patti Smith y Laurie Anderson). El turno de Jarvis fue en 2007. Y a partir de entonces —antes también, pero sobre todo después—, actividad frenética. Entonces, un breve resumen de proyectos con la marca Jarvis, una especie de garantía de calidad que deja pistas para que el público se haga con ellos: en Rogue’s Gallery Pirate Ballads, Sea Songs & Chanteys de Hal Willner con la canción “A Drop of Nelson’s Blood”; en I’m Your Man, el tributo a Leonard Cohen con “I Can’t Forget”; en el tributo a Monsieur Gainsbourg en “I Just Come To Tell You That I’m Going”. Mix tapes glorificados como el que hizo con Steven Mackey, otro ex Pulp, llamado The Trip, con rescates que no se consiguen en cd de Gene Pitney, Psychic TV, Alan Vega; letras para Charlotte Gainsbourg (en 5:55) y Marianne Faithfull (en Kissin’ Time). También el súper-grupo The Weird Sisters con Steve Mackey de Pulp y Jonny Greenwood y Phil Selway de Radiohead para la película Harry Potter y el cáliz de fuego: ahí se lo ve cantando en un baile de Hogwarts como si fuera el mismo adolescente que formó Pulp en Sheffield a los 15 años. “Hay un montón de cosas buenas pasando: la cuestión es desenterrarlas y crear espacios donde puedan ser presentadas. Eso es lo que me interesa, eso es lo que quiero hacer”.
Jarvis Cocker se presenta el martes que viene a las 20.30 en La Trastienda, Balcarce 460. Entrada: $ 20.
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