Dom 09.03.2008
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FOTOGRAFíA > UN ENSAYO SOBRE EL ASENTAMIENTO CARTONERO EN BELGRANO

La vida a la intemperie

Desde mediados de enero, el fotógrafo Leandro Teysseire acompañó a los cartoneros que formaron un asentamiento en el barrio de Belgrano tras el cierre del Tren Blanco. Y estuvo también presente cuando los desalojaron violentamente. Aquí, estas fotos dan el testimonio de lo que sucedió y aún sucede en la intemperie de la Ciudad.

› Por Mariana Enriquez

Todo empezó por dos carteles. El primero que Leandro Teysseire vio estaba en el ascensor del edificio donde vive su novia, en Belgrano. Pedía una reunión de vecinos para hablar y actuar sobre la cuestión del asentamiento de un grupo de trabajadores cartoneros en Pampa y Virrey Vértiz. Cartoneros que estaban ahí como consecuencia de la suspensión del Tren Blanco, y porque se negaron a usar los camiones que ofrecen como opción las autoridades. Es que cargar los carros al vehículo implica literalmente deslomarse y en muchos casos no pueden subir con su mercadería, que se puede perder (hay muchos otros razonables inconvenientes). Ellos quieren de vuelta el tren que fue discontinuado el pasado 28 de diciembre. Y por eso también se quedaron ahí, desde enero, tan expuestos, en uno de los barrios más ricos de la Ciudad.

El otro cartel estaba, justamente, en el asentamiento. Decía “Señor vecino, no tenga miedo”, y después explicaba por qué ahora los cartoneros vivían ahí. Los carteles, entonces, dispararon las ganas de Teysseire de documentar el asentamiento, y de alguna manera solidarizarse, porque era capaz de palpar la hostilidad en el aire, no sólo por los policías que siempre estaban presentes amenazando con el desalojo sino entre los prejuiciosos vecinos del barrio. “Los cartoneros sabían que iba a terminar mal, que los iban a sacar, por eso también se quedaban como protesta, como una forma de reclamar.”

En efecto, los cartoneros fueron desalojados hace unos quince días, en un operativo policial violento y brutal decidido por el gobierno de la Ciudad, que dejó heridos y detenidos (incluso algunos vecinos, que venían acompañando a la gente del asentamiento o que se acercaron ante la represión).

Pero entre la llegada y el brutal desalojo hubo una vida en Pampa y la vía que Teysseire decidió registrar. “Además de cartón y papel, la gente junta objetos, muebles, por ejemplo. Un día consiguieron un sillón con dos individuales: parecía un living a la intemperie. Una nena se sentó ahí con su muñeca, como si estuviera en su casa. Y saqué la foto. Hubo otro nene al que fotografié de noche: estaba jugando con juguetes rotos y me pidió que le sacara una foto ‘para su papá’. No le pregunté dónde estaba su papá, y él no me lo contó.”

Hubo muchas otras historias, algunas no quedaron registradas en foto. “Me relacioné con la mayoría de las familias asentadas, pero en especial con Lucía, su compañero Roberto y el hijo de ambos, Tito, de 8 años. Una noche en la que estaba tomando fotos se largó una tormenta de verano, de esos aguaceros con vientos fuertísimos, y pude ver cómo en segundos se le arruinaban todas las pertenencias, desde los alimentos, ropa y colchones, hasta los papeles y cartones recolectados en su trabajo diario. Le ofrecí a Lucía llevarlo a Tito para que pasara la noche conmigo en casa de mi novia Carolina, que vive a metros del asentamiento. Aceptó y nos llevamos al nene. Al otro día, cuando lo llevé de nuevo con su mamá, me dijo que le iba a pedir a Dios que lloviese más seguido. Lucía y Roberto fueron detenidos violentamente por resistirse al desalojo del asentamiento. Tito quedó solo. Se decidió que yo me llevara a Tito hasta que largaran a sus padres. En casa vimos el noticiero y Tito me preguntó si sus papás estaban lastimados. Comimos unas empanadas y antes de dormir la siesta me dijo: ‘Me gustaría conocer a Dios, pero sin morirme’.”

Esa cercanía hizo que Teysseire conociera las historias de las más de treinta familias. Supo que muchos de los trabajadores tienen antecedentes penales, y por eso les resulta imposible conseguir un trabajo; otros tuvieron trabajos en negro que los dejaron casi incapacitados, como un cartonero que le contó al fotógrafo sobre sus vértebras rotas después de cargar durante demasiadas horas demasiados baldes llenos y pesadísimos en una obra en construcción.

Ahora, cuenta Teysseire, los cartoneros se están reintegrando como pueden: “Es difícil porque les secuestraron los carros: en algunos casos nunca fueron devueltos, en otros sí, en muchos casos se los devolvieron rotos. Están subiéndose a un camión, y están hablando de trabajar en conjunto, porque ellos no formaban parte de ninguna cooperativa de cartoneros. Yo creo que van a seguir pidiendo por el tren de alguna manera. Es la solución que ellos quieren”.

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