ENTREVISTA > RITA CORTESE HABLA Y CANTA COMO NINGUNA
Es una de esas actrices que con su sola presencia salvan cualquier espectáculo y cualquier programa, gracias a su enorme personalidad, su talento, su fuerza interpretativa. Ella misma reconoce que es una mujer intensa y que la intensidad es su virtud y su defecto. Con su primer disco como cantante de tangos en la calle, y shows por la noche porteña, Rita Cortese repasa su vida y su carrera, su amistad con Sandro, Roberto Villanueva, Batato Barea, Noy, Urdapilleta y Tortonese, y patenta la marca de su estilo, entre clásico y marginal, siempre potente, siempre sentido.
› Por Mercedes Halfon
En la época en que todavía no se había largado a cantar, cuenta Rita Cortese, iba a ver un espectáculo musical y sentía envidia. Se encontraba a la salida del show criticando cosas de cantantes que le gustaban mucho y entonces se dio cuenta: esa vocecita que le hablaba con voz aguda y amarilla era ella misma. Había que empezar a cantar urgente para no escucharla más, para no resentirse, para liberar algo que tenía maniatado y que de otra manera nunca iba a salir a la superficie. Eso sucedió hace diez años, cuando armó Recuerdos son recuerdos junto a Soledad Villamil, pero bastante agua pasó bajo el puente desde ese momento, otros espectáculos musicales, decenas de personajes televisivos, cinematográficos y teatrales, y ahora, un disco.
Rita Cortese es esa actriz que salva programas y obras con su sola presencia y que parece traer consigo en cada aparición las décadas de tablas y noches locas con sus amigos, los actores más salvajes, talentosos y raros. Por muchos lugares pasó Cortese, cuando aún no cantaba pero ya tenía esa voz grave, precisa y filtrada por el aire, que usaba para actuar con el mismo grado de intensidad con que ahora canta. O al revés, pero es lo mismo.
El relato familiar de Rita narra su iniciación en la tradición tanguera, en una casa donde se escuchaba tango sí, pero no es que iban a poner un Julio Sosa o algo por el estilo: “En mi casa eran muy artistas, gente de clase media comerciante, pero muy teatreros, muy lectores y de escuchar mucha música. Y la música que se escuchaba en relación con el tango no era toda, era Gardel y Julio De Caro. Después escuchaban jazz y ópera. Y cuando yo era más grande, también Pichuco. Pero no eran de los que escuchaban todo el tango, tenían ese perfil. Claro que los tangos más preciosos los cantó Gardel. Y muchos eran de su autoría; en el disco hay dos que son de Gardel y Le Pera, que son gloriosos, ‘Cuando tu no estás’ y ‘Golondrinas’”. Si bien este recorte de buen gusto y clasicismo –Gardel y Julio De Caro, que marcan tendencia a mediados del ’20, mezclan el tono malevo con una melancolía melódica hacia donde el tango derivará después– está muy presente en el disco de Rita, esa vinculación se corta ahí.
Con la juventud ella abandona la veta tanguera hacia otras músicas de su época: “Siempre escuché mucha música, empecé con el jazz y el rock, los clásicos de mi generación. Me gustaban más Los Rolling Stones que Los Beatles y Joe Cocker, Blondie, Patti Smith, Sex Pistols. De acá por supuesto García, Spinetta, Miguel Abuelo, Virus y ¡Sandro! obviamente, también mucha música latinoamericana”. Viéndola cantar ahora, con su sobrio vestido negro y sus ademanes con el pucho, tan arrabalera, cuesta imaginársela coreando un tema de los Sex Pistols. Pero así fue, y mucho de lo que haría después en el teatro lo deja más que claro.
Mientras estos discos sonaban en su Winco, Rita Cortese empezó a estudiar actuación. Corrían los años ’70, politizados, estéticamente radicales, deslumbrantes y peligrosos a la vez, para alguien que quería empezar en el arte. “Yo tengo 58 años, empecé a estudiar en el ’73, a los 24. En ese momento no era moda estudiar teatro, ni música, como es hoy. No aparecían en el diario los maestros, digamos, había que investigar, buscarlos, tenías que tener realmente una vocación, porque no era como ahora en que todo el mundo quiere ser actor o músico, que obviamente está bárbaro que sea así.”
En esa época, los cuatro grandes profesores de actuación, con líneas muy diferenciadas, eran Augusto Fernandes, Carlos Gandolfo, Agustín Alezzo y Néstor Raimondi. Este último era el diferente, porque venía de dirigir el teatro Berliner en Alemania y estaba en cierto modo en oposición a la tendencia más Stanislavksy-Strasberg, de nuestros maestros. Con ese último estudió Cortese: “Los otros tenían como mucho estudio, mucha memoria emotiva, la tacita de café, los sentidos, lo sensorial. Raimondi venía de una escuela europea, muy distinta de la americana que toma más el Actor’s Studio”. Después ella va a estudiar con Gandolfo, pero ya sabiendo a qué palo pertenecía. “En los años ’70, cuando yo me inicio, lo más importante era el teatro independiente que, como todo, tiene su parte buena y su parte negativa. Como bien dice Alberto Ure, este teatro fue muy crítico de nuestra esencia actoral más nacional, de actrices maravillosas como Olinda Bozan o Niní Marshall, ese tipo de actuación más fue muy denostado por el teatro independiente. Ellos decían que no había que hacer la maqueta, como hacían los actores más viejos, que eran más histriónicos, más exagerados... Hay que actuar chiquito, decían. Hay una maestra que tiene un sistema que se llama el No Acting, Please. Fijate qué disparate, porque es lo mismo que vos le digas a un músico ‘no toque por favor, sienta’. Eso ya se sabe, ¿no? Lo que siempre tiene que tener la actuación es verdad. Eso sí. Pero no importa cómo consigas la verdad. Si yo creo que tengo la espada en la mano, vos vas a creer que yo la tengo, eso es la actuación: es un acto religioso”.
En este recorrido de profesores y directores, el que se lleva el crédito de ser su maestro preferido y hasta fuente de influencias musicales fue uno que venía nada menos que de dirigir el Instituto Di Tella y que había sido el introductor de Beckett en la Argentina: Roberto Villanueva. “El marcó mi estilo –Cortese se emociona un poquito–. Ya no está, pero lo sigo considerando uno de los más grandes directores argentinos. Mirá, por ejemplo, en el año ochenta y pico hicimos un espectáculo donde la música era Brian Eno y Laurie Anderson.”
En la seguidilla de obras que hicieron en los ’80, las que más recuerda fueron: “Marathon, de Ricardo Monti, porque fue la primera obra profesional que hice, un texto maravilloso y de gran actualidad. Obras que recuerdo mucho son las que dirigieron Jaime Kogan y Alberto Ure. Antes del retiro, que hizo Laura Yusem sobre un texto de Thomas Bernhard; Almuerzo en la casa de Ludwig W. que dirigió Villanueva con Tina Serrano y Alejandro Urdapilleta, fue otra obra memorable. Todo lo que hice con Roberto fue memorable para mí. Yo fui muy feliz haciendo teatro, siempre hice el teatro que quise”.
Un detalle poco conocido de su carrera fue la obra que ella misma dirigió, llamada El Publicornio, sobre poemas de Fernando Noy, y sobre –literalmente– las mesas de billar de un bar que se llamaba Cotorras. Rita detalla: “Actuaba Beby Pereyra Gez y la escenografía era de Gumier Maier, un lujo. El espectáculo empezaba diciendo ‘Todo lo que te sobra es mío, tu cuerpo por ejemplo’, que es una frase de Noy que puse en el disco también. El es un ser al cual el arte le tiene que estar muy agradecido”.
La obra se insertaba en un contexto ochentoso y bohemio, que Rita frecuentó y donde se hizo entrañables amigos: Batato Barea, Alejandro Urdapilleta, Humberto Tortonese, tres con quienes tiene historias para contar hasta pasado mañana. Hay dos bastante significativas, una más alegre y la otra más triste, aunque las dos son un poco y un poco, agridulces y melancólicas: “El primer vestido que usó Batato se lo regalé yo. Era de una obra de teatro que había hecho, Ivanoff, de Chéjov, un vestido divino diseñado por Graciela Galán. Cuando Batato empieza a vestirse de mujer le dije: ‘mirá ,tengo esto para vos’”. Y la otra: “Cuando Batato vuelve de Cuba, donde se había ido a trabajar, empieza a vestirse de mujer. Acá justo había una de las tantas manifestaciones políticas de los ‘80, ésta era en repudio a los carapintadas, y había una que salía de la Asociación Argentina de Actores. Así que yo estaba ahí, obviamente rodeada de actores, todos en la calle. Me acuerdo de que estaba apoyada en un auto, hablando con mucha gente y en eso llega Batato, que ya estaba un poco travestido. Vos sabés que cuando me di cuenta estaba sola hablando con Batato. Los demás se habían corrido, se habían ido”.
Y hay algo del círculo que empieza con ella escuchando a Carlos Gardel, sigue con sus aprendizajes no naturalistas con Raimondi, continúa con sus experimentos con Villanueva, que se cierra con Batato. El estilo contundente de Rita para cantar, actuar, moverse, tiene la impronta de estas voces, estas épocas, estas estéticas. Entre el clasicismo y lo marginal, lo redondito y lo disonante, lo experimental y lo chabacano. Siempre potente, siempre intenso, el estilo de Cortese.
Aun en la plenitud de sus amadas obras teatrales y de sus intervenciones tan variadas como elogiadas en televisión y cine, sabemos, estaba aquella torturante cuenta pendiente: Rita quería cantar. Así es que un día se armó de coraje, preparó su primer espectáculo con Soledad Villamil, donde la canción, que era del repertorio tanguero de los ’30, estaba cruzada con el teatro. Ambas cantaban, pintarrajeadas y vestidas como un personaje de época, mechadas con monólogos de Urdapilleta y Pompeyo Audivert. Años después –cantar siempre es y va a ser para Cortese una suerte de amante del marido celoso que es la actuación–, llegó el Ojalá te enamores, en donde las melodías eran más coloridas, había canciones, boleros y demás. “Se me ocurrió hacerlo después de leer en la revista Caras la frase ‘Ojalá te enamores’, que es una maldición árabe. Cuando leí eso dije, ‘pero qué buen título para algo”.
El tercer espectáculo, El amor, ese loco berretín, surgió de la necesidad de estar sola en el escenario. Y para estar sola, nada mejor que el tango: “Era el género en el que me iba a sentir más protegida. Y lo elegí además porque era un momento mío de gran desesperación y el tango es desesperado. Y es trágico. Pero desesperado sobre todo, cosa que el bolero no, el bolero tiene otra apertura. Ese bolero que dice ‘quisiera abrir lentamente mis venas’ (canta), siempre parece que igual está OK, que el amor vale la pena. En el fondo siempre hay algo que es expansivo. Por algo uno lleva percusión y el otro no. Tan simple como eso”.
Tan bien le fue con este espectáculo, que lo estrenó en el Faena Hotel, siguió haciéndolo en diferentes espacios como El Nacional, lo grabó en un disco que lleva el mismo nombre y que en abril va a presentar en el Teatro IFT. Allí se la escucha como una cantante decidida interpretando un tango maduro. No hay timidez ni medias tintas y lo demuestra con versatilidad en un repertorio que va de temas canyengues como “Che Bartolo” o “Enfundá la mandolina”, a valsesitos dulces como “Golondrinas” y tangos melódicos como “Yuyo verde”, donde se la escucha casi perfecta en la imperfección del show en vivo.
Rita nombra entre sus cantantes predilectos a nombres tan distantes como Susana Rinaldi, Claudia Puyó, Tita Merello y Sandro. ¿Su punto en común? La intensidad. A Sandro lo acompañó en su vuelta a la música en los shows que dio en el Gran Rex donde, cuenta, se cambiaba de ropa lo más rápido posible, para volver al costado del escenario y verlo en acción: “Es un dios”, dice sonriendo. “Aprendí mucho con dos Robertos: Roberto Villanueva y Roberto Sánchez, Sandro, que es talento puro y un señor que todavía sigue teniendo miedo cuando sale al escenario, de tanto que le pasa”.
Pero sí, es evidente que en su gusto no califica la cosa suave, delicada o light. Y agrega, casi como una confesión: “Yo soy un poquito intensa, es lo mejor y lo peor que tengo. Eso siempre va a estar en mis espectáculos y la música me lo permite más porque estoy más libre, sobre todo en la oscuridad y la desesperación del tango”.
Rita Cortese presenta su cd El amor, ese loco berretín el sábado 19 de abril a las 21.30 en el Teatro IFT, Boulogne Sur. Entradas desde $30.
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