FAN > UNA ARTISTA PLáSTICA ELIGE SU OBRA FAVORITA
› Por Valeria Maculan
En 1999 vi la muestra individual de Gordín en la galería Ruth Benzacar. No era la primera vez que veía su obra. Conocía algunos trabajos, pero fue en esa ocasión cuando verdaderamente encontré su mundo.
No recuerdo cómo llegué a esa inauguración. En ese momento yo estaba empezando a encontrar algunos elementos que construían mi propio lenguaje artístico. Inicialmente trabajaba con mucha timidez: modelaba pequeños relieves que representaban escenas de mi vida amorosa o autorretratos en miniatura. Eran universos frágiles que necesitaban la contención de cajas de madera armadas por mí, o en los que usaba moldes de repostería transparentes que jugaban de tapa protectora. Todavía no los consideraba obra. La necesidad de hablar era urgente y tomaba lo que encontraba a mi alrededor.
Por esos años también, los cuentos medievales eran un viaje de inspiración. Los paisajes, los bosques, la magia, lo insólito me generaban nuevas imágenes y despertaban mi fantasía. Y aún hoy lo hacen.
En la obra de Gordín que elegí encontraba todo eso que buscaba, pero además, los materiales que él utilizaba eran de una precisión y delicadeza que inmediatamente modificaron la forma en que yo seleccionaría los míos.
La Muerta era una caja de cristal que contenía el cuerpo de una mujer frágil de vidrio ahogada al borde de un arroyo; me quedé paralizada mirándola, me hablaba. Ese cuerpo blanco, frío y solo me llenaba de una melancolía deseable.
Me preguntaba qué le hacía crear esos pequeños personajes en situaciones tan desesperantes. ¿Por qué ese inmenso dolor necesitaba aparecer en miniatura? ¿Qué sentido había en ese cambio de escala? ¿Serían recuerdos de una visión poética?
Gordín nos señala la magia en lo cotidiano. Crea climas fantásticos, lugares agradables pero terroríficos semejantes a los sueños de la infancia. Parece paralizar el tiempo al igual que un niño que cree que con su varita mágica puede detener la escena que lo rodea.
¿De dónde vienen esos habitantes? Italo Calvino ubica “lo fantástico” entre la realidad del mundo que habitamos y conocemos a través de la percepción y la realidad del mundo del pensamiento que habita en nosotros y nos dirige. Coincido con él.
La posibilidad de manipular el mundo conocido y confinarlo hasta revelarlo aún más real, es el juego al que nos invita toda manifestación artística.
Luego de la huella que este encuentro me dejó, comprendí que la realidad que se ve esconde bajo su apariencia inocente una segunda naturaleza inquietante y misteriosa y que en ese intersticio estaba la llave de un universo diferente que comenzaría a recorrer a través de mi obra.
Una clave nueva e hipotética se me revelaba. Una mirada singular a la que yo adhería en mis inicios intuitivamente. Un descubrimiento.
Nunca más volví a ver ese trabajo, todo lo que describo son recuerdos de esa primera impresión. La imagen que ilustra este texto llegó después de haberlo escrito.
Sebastián Gordín (nacido en Buenos Aires en 1969; Premio Konex 2002) es uno de los artistas más renombrados de los ‘90, prácticamente desde su primera muestra individual (Gordín Pinturas, Centro Cultural Rojas, 1989), cuando todavía formaba parte de una precoz agrupación artística llamada Mariscos en tu Calipso. El imaginario de muchas de sus creaciones remite al de las revistas pulp de relatos de ciencia ficción y fantasía norteamericanas de las décadas del ‘30, ‘40 y ‘50, publicaciones tales como la recordada Weird Tales, a modo de reformulaciones de aquellas tapas inolvidables. Algo de eso había en su muestra Nocturnia, que estaba armada con pequeñas, fantasmagóricas maquetas que invitaban a espiar sus interiores iluminados a través de mirillas, consiguiendo un efecto a menudo desolador, entre lo lúdico y lo mortuorio. El crítico Fabián Lebenglik escribió unos años atrás sobre las miniaturas de Gordín que “en sus obras se condensa en miniatura aquello que en escala uno a uno se sostiene por el registro de lo espectacular, apasionante, histórico, enigmático o, incluso, épico. No hay artefacto cultural o edilicio que no quepa, pasado por su filtro, en una cajita. Lo infraordinario del arte de Gordín se detiene con precisión en la construcción a escala mínima del modelo real o mental, al punto de convertirse en monumentos de fin siglo: portátiles. Las pasiones contemporáneas son manuables y de bolsillo”.
Alguna vez Gordín ha dicho sobre su propia producción que “lo que pongo de manifiesto cuando hago una obra es una expresión parasitaria compleja que necesita del arte para sobrevivir, un sistema imitativo del arte. Trato de relacionar acontecimientos y objetos que parecen no estar conectados, pero responden a una lógica que involucra decisiones estilísticas y narrativas aunque no formales. Todas mis obras representan un momento, un lugar y un determinado conjunto de influencias que surgen de mis investigaciones personales, luego, el espectador debe deducir sus significados”.
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