Dom 06.04.2008
radar

PáGINA 3

Lo que aprendí

› Por Werner Herzog

No hago documentales ni ficciones. Mis películas son otra cosa.No me interesan mucho los hechos. Son para contadores. La verdad ilumina.

Conozco el corazón de los hombres. Puede sonar pretencioso, pero es verdad.

Soy un profesional. Otros no harían lo que yo hago, pero intento ser un buen soldado del cine.

Estaba haciendo una película con un elenco sólo de ancianos y uno de ellos se incendió y fue atropellado por un auto. Salió ileso, pero yo quedé tan espantado que le anuncié al elenco que, si todos atravesaban intactos la filmación, me tiraría sobre un cactus, solo para divertirlos. Salieron intactos, así que me tiré sobre un cactus.

No existe una charla confiable en el Sahara.

No sé por qué las personas apasionadas hacen lo que hacen.

Nos preocupamos demasiado en defender a las ballenas o los pandas, pero hay culturas que están muriendo a una velocidad increíble. Hay más de 6 mil lenguas vivas, muchas de ellas habladas por poquísimas personas. Conocí un aborigen australiano que tenía 80 años y era el único que hablaba su lengua. Era considerado mudo porque no tenía con quién conversar. Ya debe haber muerto, seguramente.

¿Por qué vivo en los Estados Unidos? Porque me casé.

Los Angeles es la ciudad norteamericana con más sustancia cultural. Existe una competencia entre Nueva york y Los Angeles, pero Nueva York apenas consume cultura o la toma prestada de Europa. En Los Angeles se hacen cosas.

No me convertiré en ciudadano de un país que tenga pena capital. Es una cuestión de principios.

Hice una película en la que hipnoticé a todo el elenco. Las personas psicóticas no deben ser hipnotizadas.

Respetar a los indígenas.

El estudio quería que el barco de Fitzcarraldo fuese en miniatura, arrastrado por encima de una lomita de jardín, pero yo dije que íbamos a subir un barco de verdad por una montaña de verdad, y que sería un evento grandioso dentro de una obra majestuosa. Quería que los espectadores pudiesen creer lo que estaban viendo.

Más que en cualquier período histórico, nuestro sentido de la realidad está gravemente amenazado. Internet y el Photoshop son como los efectos digitales del cine o los videogames: herramientas que surgen con impacto inmediato. Es como las batallas militares. Durante siglos, todas fueron iguales: el caballero medieval en combate, con una espada. De pronto, alguien consiguió un arma de fuego, y de la noche a la mañana todo cambió. Estamos pasando por un momento de igual magnitud.

La escuela nada me dio. Siempre sospeché de los profesores. No sé por qué.

No me pierdo. El sentido de la dirección es una habilidad que le falta al hombre moderno.

El turismo es un pecado. Viajar a pie es una virtud. Apenas la gente entiende que uno llegó caminando, que está tratando de mezclarse con ella y comprenderla, cambia inmediatamente su comportamiento. A pie, uno no es perseguido, ni impedido de usar los recursos ajenos. Y escucha historias que no le fueron contadas a nadie.

Si yo abriese una escuela de cine, obligaría a todos los estudiantes a pagarse el estudio trabajando. No en un escritorio, sino ahí afuera, en la vida real. Pagar trabajando de seguridad en una discoteca, o de cuidador en un asilo. O si no viajando a pie durante tres meses. Y también practicando deportes físicos y combativos, como el boxeo. Eso contribuye más a convertirlo en director que tres años en una escuela de cine. Pura vida, como dicen los mexicanos.

Anteojos oscuros. Buenas botas. Binoculares. Y un mosquitero.

Es significativo que ni a los sherpas ni a ningún otro pueblo de montaña se les haya ocurrido escalar el Himalaya antes de la llegada de los aristócratas ingleses, en el siglo XIX. Uno no necesita estar en la cumbre del Everest para apreciarlo. Hablar de conquistar una montaña es una mentira.

No voy a responder a eso. Un diario no es lugar para el significado de la vida. Un diario debe conocer sus limitaciones.

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