CINE > EL DIARIO DE LA NIñERA, LO NUEVO DE SCARLETT JOHANSSON
Basada en un best-seller que puso en guardia a la clase alta neoyorquina, El diario de la niñera es una película que se esfuerza tanto por demostrar lo crueles, banales, materialistas y fríos que son los ricos que termina resultando una caricatura que habla sólo desde el resentimiento. Y eso a pesar de los esfuerzos de sus directores, Robert Pulcini y Sheri Springer Berman (que antes habían rodado con gran empatía Esplendor americano, sobre el historietista Harvey Pekar), y del protagónico impecable de Scarlett Johansson.
› Por Mariano Kairuz
El primer problema de Los diarios de Nanny, el best seller de Emma McLaughlin y Nicola Kraus, aparece en las primeras páginas. En su “nota a los lectores”, las autoras, tras declarar que “han trabajado en un momento u otro de sus vidas (como niñeras) para más de treinta familias de Nueva York” y que “esta historia está inspirada en lo que han aprendido y experimentado”, proceden a la aclaración de rigor: “Esta es una obra de ficción (y) cualquier parecido con situaciones y personas reales es pura coincidencia”. Por un lado, eso no impidió que en su momento (2002), mientras el libro no se bajaba de la lista de más vendidos del New York Times, el mismo diario le dedicara un artículo acerca de cómo su crudo retrato de un matrimonio adinerado del Upper East Side había puesto en alerta paranoica a muchas de las damas de la alta sociedad neoyorquina, preguntándose en qué modelos reales se habrían basado McLaughlin y Kraus para crear a los nada queribles Sr. y Sra. X del libro. Pero el salvoconducto de la “ficcionalización” no molesta tanto por todas aquellas escenas en las que el libro nos invita a sospechar que fueron tomadas de manera directa de la vida real, sino porque parece haberles dado vía libre a sus autoras para disponer de sus personajes, caricaturizándolos con un trazo bien grueso y todos los clichés acerca de lo frío, vacío y aséptico que es el mundo de los adinerados, según prefieren creer todos los no adinerados. Los diarios de Nanny describe desde el punto de vista de la niñera a un matrimonio para el cual su hijo de cuatro años es un “accesorio” más, al que se le provee de todo tipo de actividades (para mantenerlo ocupado, callado y cansado al final de día, y que no sea una molestia), una grilla estricta que regula horarios de juego y de alimentación (también ajustadísima, y libre de calorías) y la clase de cuidados a los que debe ser sometido, pero nunca de suficiente tiempo ni atención ni muestras de afecto maternos ni paternos. Para supervisar que la agenda del nene sea cumplida a rajatabla, está la niñera. El padre es un hombre de negocios ocupadísimo y la madre es lo que los norteamericanos categorizan como una trophy-wife: una mujer-trofeo, bonita, correcta y mantenida, que llena sus días con infinidad de encuentros sociales de dudosa utilidad. La niñera, contratada para trabajar en esta casa cara de Park Avenue, descubre enseguida la trampa en la que se ha metido: un trabajo tan desregulado que pronto se encuentra haciendo mandados que exceden su ocupación y se parecen más a los de la mucama. Pero el libro no parece haberse hecho popular por lo riguroso ni por el afán de objetividad de su relato, sino más bien por el enorme resentimiento con que parece haber sido escrito. Hay una suerte de sobreentendido inicial según el cual los ricos tapan sus agujeros de sentido comprando cosas caras, disfrazan su banalidad con un consumo automático de productos y servicios de la “alta cultura” y mantienen una fachada pulida y brillante sobre sus tremendas disfunciones. Si los X son tan solo un compendio de las monstruosidades de los matrimonios reales para los que alguna vez trabajaron las autoras del libro, la amalgama resulta en una exageración igualmente monstruosa. Su mayor acto de honestidad quizá sea reconocer que el punto de vista de la niñera –que sí se identifica en este sentido con el de sus autoras– no es de una niñera promedio, sino el de una chica blanca, educada, norteamericana de clase media. Mientras que buena parte de las niñeras y de las empleadas domésticas en Nueva York son inmigrantes, con menos oportunidades de hacer frente a los abusos de sus empleadores que los de Nanny.
El diario de la niñera, la película de Robert Pulcini y Sheri Springer Berman (el matrimonio que también dirigió a dúo Esplendor americano, inspirado retrato del historietista under Harvey Pekar), sigue de cerca el libro de McLaughlin y Kraus, pero empieza con una modificación que en cierto modo ayuda a sincerar su procedimiento. La película convierte a la universitaria Nanny ahora en una antropóloga recién recibida que, a diferencia del personaje del libro, no tiene ninguna experiencia como niñera, pero acepta el trabajo porque ve en él una oportunidad para curtirse en el mundo laboral real, y en especial para injertarse en un universo que no es el suyo –ella proviene de la más proletaria Nueva Jersey– y observarlo desde adentro. La Nanny cinematográfica es un personaje mucho más simpático que en el libro porque lo interpreta Scarlett Johansson, a quien uno más o menos ya puede creerle un personaje de extracción de clase media-baja, como ya compuso para Match Point, también como observadora de los ricos. Sin embargo, algunas de las adaptaciones que hace el guión llevan al relato a incurrir en las mismas torpezas del libro: si ahora Nanny es niñera con cama adentro, es un poco difícil sentir algún tipo de compasión por ella cuando su primer padecimiento proviene de descubrir que la habitación que le destinan en el lujoso departamento no está tan buena como el cuarto de invitados. Y se mantiene una traba fundamental de la novela, que el crítico Andrew Pulver planteó con precisión al escribir en The Guardian que “por qué deberíamos sentir empatía por alguien que podría renunciar a su trabajo cuando quisiera es uno de los grandes misterios de esta historia”.
El relato de Nanny solo escapa al enorme desprecio que siente por sus empleadores cuando expresa su pena por el niño que le ha tocado cuidar, desprovisto de afecto y al que cree condenado a reproducir el modelo de sus padres. Pero incluso este sentimiento da pie a la modificación más desastrosa que hace el guión sobre el final del libro (y que no lea más el que no quiera saber cómo termina), en el que la película se permite un giro esperanzador: Nanny consigue darle una lección de amor filial y provocar un vuelco de conciencia en la Sra. X, a quien en definitiva, por muy reptiloide que le ha resultado como madre y como jefa, también considera otra víctima de un modelo social perverso. La niñera-antropóloga ya no se limita a observar, tomar apuntes y sentirse mejor persona, ahora es también una heroína capaz de rescatar al menos un par de vidas de ese mundo tan, parece, materialista e inhumano.
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