TARAS > EL HOMBRE QUE FUSIONó EL TANGO Y EL ZEN
Chan Pack es un coreano que emigró a Estados Unidos, pero cuando su trabajo como ingeniero parecía haberle dado un lugar en el mundo, descubrió el tango. Ahora, tras una decena de viajes a Buenos Aires, se decidió a instalarse definitivamente acá para dar a conocer el método que une el mismo furor que late a ambos extremos del mundo: el Tango Zen, la iluminación bailada.
› Por Juan Pablo Bertazza
Cómo bailar tango sin piernas. Véalo usted mismo.” No es la promoción de otro sensible y conmovedor programa de Bailando por un sueño. Es la frase que da la bienvenida a www.tangozen.com, la web de una curiosísima fusión entre dicho baile y la milenaria técnica de meditación budista, prácticas donde el chan-chan y el ooommmmmmmmmm se abrazan y dan firuletes en el aire, ejercicios que combinan técnicas de relajación –respiración, unión de nuestras palmas con las del compañero y pararnos en punta de pie– con las milongas a todo volumen y los ocho pasos básicos. Su creador es Chan Park, un coreano de 48 años que a los 22 viajó a Estados Unidos en busca del destino, un destino que finalmente abandonó, renunciando incluso a su puesto como ingeniero de la NASA (“un lugar donde sólo es posible entrar si sabés estar en el momento justo en el lugar indicado”) para dedicarse de lleno al tango, hipnotizado por esa música “que desafía a la mente, como si la psicología de la gente estuviera grabada en su melodía, ritmos y percusión”. A Buenos Aires llegó por primera vez en 1999, totalmente impactado con esas milongas donde “la seducción, los tragos y las charlas pueden ser más importantes que el baile, donde podés entrar solo y después irte acompañado por alguien que conociste recién”. Y más sorprendido todavía al enterarse de que sólo el 1% de los porteños sabe bailar tango. El dato no lo disuadió, sin embargo, de arriesgarlo todo y establecerse aquí con su familia, pese a no hablar un español fluido. Y si bien cuando no está dando sus seminarios sobre TangoZen se la pasa escuchando la 2X4 y tocando el bandoneón, Chan no perdió ciertos rasgos idiosincrásicos del viejo Oriente: Chan es bajito y bien plantado, cuando finalmente entiende algo que no lograba comprender larga un satisfecho oh, oh, oh, sí, y además comparte el agradecimiento esencial de los orientales por sus maestros: “Mi gran maestro era un milonguero porteño al que conocí en Nueva York. Se llamaba Ricardo Vidort y murió hace dos años. Pienso en él casi todos los días: en su baile, en su filosofía, él fue quien me enseñó que el tango es –y debe ser– un sentimiento”.
Cuando Chan Park mira cada milimétrico gesto que uno puede hacer mientras lo escucha –cruzarse de piernas, rascarse el brazo, acomodarse el pelo– es percibido y casi denunciado por este sabio oriental a quien ir a verlo un tanto nervioso equivale a ir al dentista recién almorzado a la provenzal sin habernos lavado previamente los dientes.
Como toda gran creación, el TangoZen tiene en su partida de nacimiento una fecha precisa, el día en que tuvo lugar la joyceana epifanía de Chan Park: “Estaba en una de las milongas de Estados Unidos, vi a una pareja bailando con los ojos cerrados, y me pregunté qué sentido tenía bailar así. Me dio tanta curiosidad que traté de cerrar los ojos bailando con mi mujer. Cuando la pieza terminó tuve que preguntarle ‘¿dónde estuve?’ ‘Estabas acá.’ ‘No, no estaba acá’, contesté. Finalmente lo había experimentado. Sí, estaba ahí pero también había viajado hacia otro lugar, estaba tan concentrado que, gracias al movimiento de mi cuerpo, mi mente se liberó de toda lógica, se fue a otro lugar. Pero no se puede explicar con palabras, hay que vivirlo”.
–Hay que saber usar la intuición. Desde entonces empecé a dar seminarios para darle a la gente la posibilidad de experimentar el escape de la lógica, y para eso no hay nada como la meditación. Una forma es ayudarlos que confíen en su cuerpo y en su mente, ése es el punto: cuando sos libre podés conseguir lo que quieras, pasás de una mente que no para de pensar y analizar, a otro tipo de mente que sabe mirar más allá. Históricamente hubo siempre dos tipos de mente: una es la mente lógica...
–¿No te digo que no se la puede nombrar? Se puede llegar allá pero no volver y contarlo con palabras. Bueno, aunque es verdad que para los budistas tiene cierta relación con lo que llaman la mente universal o gran mente.
–Yo no enseño. No me considero un maestro sino más bien un facilitador. Mi trabajo es darles a las personas la oportunidad de descubrirse a sí mismas. Rubén Terbalca, otro maestro mío argentino que viajaba mucho, siempre me decía que el sentimiento del tango tiene muchísimo más que ver con Oriente que con Occidente. El tango es un proceso interno, gracias al cual podés aprender a ser honesto con vos mismo, y así conectarte mejor con tu pareja. Pero todo empieza con vos, justamente como el zen.
–Lo sensual también es interno. Hablás como un observador y justamente el tango es hacer y no observar. Por eso la gente que no lo baila se queda nada más con el espectáculo. El observador no sabe tener los ojos cerrados y sin ojos cerrados no hay apertura de la mente. Con los ojos cerrados podés sentir mejor la música, sentís mejor a tu mujer y a tu cuerpo mucho más flexible. Perder la lógica, en cierta medida, ya es bailar tango.
–Es una buena pregunta. A veces siento que hacen una gran coreografía, tratan de parecer conmovidos por el baile pero solamente están actuando, en cambio el TangoZen significa hacer lo que se siente y sentir lo que se hace. Cuando me viene a ver gente que ya practicó en otro lugar al principio la pasa mal conmigo porque les cuesta más liberarse, tratan de agarrarse desesperados a lo que aprendieron antes, analizan hasta el más mínimo movimiento de los brazos y no se dejan llevar por la música.
En su libro TangoZen, que próximamente será traducido al español, Chan define su invento como “una meditación caminada”. Una actividad aeróbica que busca la recuperación de la inocencia y la simpleza, poder poner en pausa los preconceptos y aprendizajes que carga nuestra experiencia; en definitiva, busca la iluminación: “A veces la gente habla de iluminación como si estuvieran hablando de superpoderes, de convertirse en Dios o algo así. Y la iluminación es, contrariamente, algo muy simple: sentir las cosas tal como son, no medirlas de acuerdo al frío o calor que percibimos nosotros”, aclara Chan. Y algo parecido podría decirse de la pareja de baile: no habría que distraerse con un escote, su mal aliento o el brillo de sus zapatos, sino quedarnos con su forma de caminar. La metáfora del camino y las paradojas, como sucede con toda enseñanza oriental, son una constante en las explicaciones de Chan: “Los que no saben nada tienen la mitad del camino hecho. Simplemente les muestro cómo caminar y aprenden mucho más rápido, porque no están programados lógicamente. Cuando las personas se ponen muy insistentes con la técnica, yo les digo: ‘¿Para qué necesitás aprender los pasos? Mejor que aprendas a caminar porque el tango es sólo una forma de caminar’. Apenas piensan en los pasos, la gente pierde control de sí misma, enciende todos los motores de la lógica y empieza a conceptualizar algo que debe sentir. Es paradójico: pretenden controlar tanto su cuerpo que terminan atrofiados”.
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