MúSICA 2 > CHARLOTTE GAINSBOURG: PELíCULA EN CARTEL Y DISCO NUEVO
Charlotte Gainsbourg debutó con su padre: juntos, grabaron el provocador video de “Lemon Incest” y, desde entonces, ella ha sabido convertirse en la digna hija del monstruo de la música francesa y Jane Birkin. Como actriz, ofrece siempre actuaciones de intensa sutileza (como la de I’m Not There, actualmente en cartel). Como cantante, interpretaciones melancólicas y sugerentes, como las de 5:55, el disco que acaba de sacar con canciones
especialmente compuestas para ella.
› Por Mariana Enriquez
Charlotte Gainsbourg vive al lado de la casa que fuera de su padre, Serge, muerto en 1991 y enterrado en el cementerio de Montparnasse (su tumba tiene, hoy por hoy, muchos más peregrinos que la de Jim Morrison en Père Lachaise). Conserva todo tal como quedó, y no la abre al público porque tiene miedo de que la gente rompa algo sin querer. Varias veces se entrevistó con autoridades para pedir que la ayudaran a convertir la maison Gainsbourg en un museo, pero todavía no tuvo respuesta. “Es posible que tenga que vendérsela a alguien que quiera hacerse cargo, a un fan”, contó en una entrevista reciente. “Además, yo tengo que seguir adelante con mi vida.”
A los 36 años, Charlotte se convirtió por sí sola en un icono. No hay muchos músicos o personalidades que puedan compararse con su padre, el gran Serge: artista esencialmente francés, comenzó haciendo chanson pero pronto se metió en terrenos del jazz, el pop, el reggae, la electrónica, todo antes y mejor que la mayoría. Sus grandes éxitos, los que todo el mundo conoce, son la canción “Je t’aime... moi non plus”, grabada a dúo con su pareja Jane Birkin en 1969, y el álbum conceptual Historie de Melodie Nelson, que salió en 1971, el mismo año en que nació Charlotte. Con ella grabó en 1983 la célebre “Lemon Incest”, que horrorizó a toda Europa, incluso a muchos franceses, ya acostumbrados al afán de controversia de Serge. El dúo, un espejo perverso del realizado con Jane, la madre, encontraba a Charlotte con un hilo de voz, ultra frágil, casi susurrando un grito, mientras él la llamaba “bebé”. En el video, Charlotte estaba con su padre en una gran cama de sábanas negras de seda, ella con poca ropa, él descamisado y con esa cara lasciva. Por supuesto, Serge acusó a todo el mundo de tener la mente podrida, y afirmó que la canción era sólo una demostración de amor filial. Enseguida, Charlotte grabó su primer disco, integrados sólo por canciones de su padre. Se llamó Charlotte Forever, y es un objeto de culto, el testimonio de la hija de la bella y el bestia, de la etérea y el genio; la voz de la hija de una generación bohemia, revolucionaria, chic y creativa: la criatura creada por los años ’60 franceses.
Pero Charlotte no siguió una carrera como cantante. Tampoco se volvió loca (“mi vida es bastante fácil”, suele decir, “y sólo me doy cuenta de que es raro que me miren mucho cuando a mi hijo le llama la atención”). Se hizo actriz, y su primer papel importante también fue un escándalo, aunque pequeño: protagonizó la versión para cine de El jardín de cemento de Ian McEwan, dirigida por su tío Andrew Birkin. Allí se la veía en su incómodo esplendor adolescente: parecía un muchachito delgado, de inquietante sensualidad, desafiando con su cigarrillo entre los labios y sus ganas de tener sexo con su hermano, mientras la madre se pudre bajo el piso. Está espléndida, y en su cuerpo, una mezcla rara de Jane y Serge. Esa mezcla se mantiene. La belleza de Charlotte es esquiva pero allí está, en sus piernas flacas y su melancolía, su largo cabello y sus ojos dormilones, iguales a los de su padre, que se iluminan sólo cuando aparece la sonrisa espectacular, igual a la de su madre.
En los últimos años, Charlotte reapareció. Primero Madonna usó su voz, sampleada de una película, para la introducción de la canción “What It Feels Like For a Girl” del disco Music. En el cine –que nunca lo abandonó del todo, aunque hubo pequeñas ausencias mientras criaba a su familia– apareció en La ciencia del sueño de Michel Gondry, 21 gramos de Alejandro González Iñárritu y más recientemente en I’m Not There de Todd Haynes, donde está excelente además de cargar a la película de otra capa de sentido más –para muchos, Gainsbourg es el Dylan francés–. También en esta segunda venida decidió grabar su segundo disco. Tiene edición local en Argentina, se llama 5:55, y un elenco de estrellas acompaña a la princesa delgada y franca, que sólo pone la voz y la presencia: Jarvis Cocker y Neil Hannon de Divine Comedy contribuyen con las letras, Nicolas Godin y Jean Benoit Dunckel (de Air) con la música, y produce Nigel Godrich, habitual productor de Radiohead. Todos son fans de Serge, y eso hace de este disco, muy hermoso pero también extraño, un artefacto peculiar: hija se entrega como arcilla para que quienes veneran a su padre construyan el ídolo que deseen. Y el que fabrican es parecido a papá (especialmente en “The Songs That We Sing” que cita a “Melodie Nelson”), pero también súper-romántico (“The Operation”, donde Charlotte susurra “Quiero explorarte, meterme bajo tu piel para correr por tus venas” para después seguir disectando una relación con cierta frialdad), y mundano, como en “AF607105”, una canción rarísima que habla del repetitivo tedio de viajar en avión, un tema muy raro en el pop, pero que a Charlotte le queda perfecto.
5:55 no tiene sucesión anunciada. Ella ha dicho que le costó mucho hacerlo, porque cantar le provoca una gran timidez. Sólo sintió, cuenta, que debía sacarse ese disco del cuerpo, para ella y para su padre. Y después, seguir por otros caminos. Que serán bien distintos, parece: en 2009, estrenará su próxima película, nada menos que Terminator 4, donde interpretará a Kate Connor, la esposa de John, papel que estará en manos de Cristian Bale.
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