Dom 01.06.2008
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FAN > UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA

En su melodía se escucha tu voz

› Por Tomás Lipán

Hay una canción que yo llevo bien en mi corazón; es una zamba de mi hermano Domingo, que escribió ya no sé hace cuánto. Nosotros somos de Purmamarca, Jujuy; nacimos y nos hemos criado ahí. Y cuando él ya estaba maduro, después de hacer el servicio militar, se fue a vivir a Salta. Se casó y se fue, por razones de trabajo. Al principio hizo de todo, vendía diarios, lo que fuera. Y tocaba la quena, porque decía que ahí había tantos cantores buenos que no se animaba a cantar él también. Después de un tiempo, de algunos años sin vernos, volvió para una fiesta del pueblo. Y yo lo estaba esperando, ansioso, con los brazos abiertos. Pero él llega y, en lugar de saludarme, me dice: “Chato, dame una lapicera”. Yo no tenía una lapicera a mano, apenas un lápiz con la punta medio rota. Y se lo doy, y se pone a escribir, y recién cuando termina de escribir lo que tenía pensado me saluda, bien, efusivamente: “¡Chato, ¿qué hacés?, ¿cómo estás?! Lo que pasa –me dice– es que cuando estaba entrando al pueblo vi los cardones, ahí en el cerro, y me puse a pensar: mirá lo lindo que es”. Así escribió estos versos tan lindos a los que después les puso música, y así es como nació la “Zamba del cardón”. Que dice: “Hombre verde que estás en los cerros vestido de espinas, sangre de algodón, levantando los brazos al cielo, ofreciendo sus flores al gran creador. Capitán de un ejército heroico, que por las montañas parece avanzar, con mujeres que levan sus guaguas sobre las espaldas, bello cardonal. Milenario guardián de los incas paladín y poeta del sol, quién tuviera un ranchito de adobe con un techo i’tabla de un viejo cardón”. Y después, en la segunda parte: “Pasacana la fruta del colla, manjar de los runas, la miel del pastor, silba el viento una melancolía y en su melodía se escucha su voz. Hoy me siento un cardón solitario, y me espina una pena de tanto pensar, es por eso que con mi guitarra le brindo esta zamba en este cantar”. Y después se repite el estribillo: “Milenario guardián de los incas...”. Es muy bonita pero la canto muy pocas veces, porque la tengo muy en el corazón, como algunas de las otras zambas que escribió Domingo. Como la que compuso para nuestro tata Florencio, y para nuestra mamita Eduvijis. Sólo la toco en algún recital muy íntimo, con poca gente, en un teatro en el que la gente vaya a escucharlo solamente a uno, en silencio. No la toco en festivales.

Yo soy el menor de nueve hermanos, y con el que mayor afinidad tenía era con Domingo, que tenía tres años más que yo. Con él fue la crianza, la pelota, jugar a las bolitas, en los rastrojos, y también empezar en la música, tocar la guitarra y cantar las coplas juntos. La “Zamba del cardón” evoca esa niñez; pastando las cabras entre los cardones; la época en la que bajábamos la fruta del cardón, o sea la pasacana, cuando estábamos con hambre, haciéndola caer con una caña larga, o con una honda. La fruta del cardón es casi como una tuna y su pulpa es como la de la sandía, pero en lugar de ser roja es blanca, por eso lo de “sangre de algodón”. Toda la letra de la zamba trae recuerdo del pueblo, de la gente, de nuestros ancestros. Cuando por ahí me toca cantarla me despierta ese cúmulo de recuerdos que me abrazan el corazón.

Mis dos primeras grabaciones tienen casi todos temas compuestos por mi hermano Domingo, que compuso temas dedicados a personajes del pueblo, como el curandero Tata Pedro, la cantora Serafina Paredes, el Curcuncho mercao, y a los pagos donde vivíamos. Cuando Domingo se fue a Salta fue duro para mí. Ya primero lo había sido la partida de nuestros padres, que murieron en el ’63 y en el ’65. Porque la vida giraba alrededor de él y de mi mamá: la crianza, la cultura del trabajo, la hombría de bien. Ellos eran los que nos orientaban, la cabeza de todo, así que empezamos a irnos, a buscar otros horizontes, cada uno por su lado, y cada tanto volver al pago, después de años, por alguna fiesta. La alegría de volver al pueblo, visitar a familiares y amigos, era inmensa. Mi papá había sido labriego y mi mamá pastora de cabras, y nosotros los ayudamos, trabajamos con ellos desde chiquitos. Y mientras se estaba trabajando, labrando la tierra, uno iba cantando, componiendo, haciendo un contrapunto, haciendo una copla, una copla por la alfalfa, o por la manzana o el durazno; o por el sol, por el cansancio, el hambre o la sed que uno tenía. Hacíamos contrapuntos con nuestros hermanos mayores. Domingo tenía ese don natural, innato. Por eso cuando llega me pide el lápiz y compone ahí. Pasó mucho tiempo desde que la compuso hasta que la toqué por primera vez, pero él la terminó en un momento. El suyo era el don de los poetas, el don de los creadores.

Las próximas presentaciones de Tomás Lipán tendrán lugar el sábado 14 de junio a las 22 en la Casa de Cultura y Peña La Salamanca (Av. 60 Esq. 10, La Plata; 0221-4276736) y –junto a sus hijos Fita y Guigui– en un especial por el día del padre el domingo 15 a las 22 en la peña Punta Tacuara (Pte. Perón 2543, 4952-0300).

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