FIGURITAS
Bombardeen Buenos Aires
Con la reedición de ¡¡Platos voladores al ataque!!, el editor Javier Doeyo exhuma una obra casi secreta del binomio Breccia/Oesterheld: un relato en cien figuritas a todo color donde una avanzada de plutonianos feroces invade Buenos Aires en busca de los corazones que los harán inmortales. Como ¡Marte ataca! pero con obelisco.
por Mariano Kairuz
En 1971, dos años después de acometer la remake “militante” y trunca de El Eternauta en la revista Gente, Alberto Breccia y Héctor G. Oesterheld pusieron manos a la obra en lo que terminaría siendo algo así como las ¡Marte Ataca! argentinas. No es que ¡¡Platos voladores al ataque!! –la colección de cien figuritas a color de la dupla responsable de historietas como Mort Cinder y Sherlock Time– estuviera directamente inspirada en aquéllas, que ya hicieron lo suyo por la clase B cuando Tim Burton las llevó al cine en ¡Marcianos al ataque! Pero la reedición actual –iniciativa del editor independiente Javier Doeyo– vuelve a poner en el tapete una cuestión recurrente: ¿hay géneros narrativos –la ciencia ficción, por ejemplo– que son territorio exclusivamente extranjero? “Se ha insistido con el traslado de la aventura a escenarios argentinos, pero eso es un poco un equívoco”, decía Juan Sasturain en una entrevista de hace unos años. “Una aventura no es argentina porque transcurra acá: lo característico es la mirada cultural desde la periferia.” La norma, sin embargo, es que en el cine los alienígenas siempre se diviertan más invadiendo el Primer Mundo y sobrevolando la Casa Blanca o el Capitolio con impecable sentido del espectáculo. Y cuando se dignan atacar en simultáneo a las ciudades más importantes del mundo, la noticia de que también han caído –digamos– Buenos Aires y Río siempre se da al pasar, en un alarde de condescendencia diplomática? Breccia, Oesterheld y sus platos voladores saben algo que el mundo ignora.
En 1964, las 54 tarjetas sin álbum de ¡Marte Ataca! repitieron entre los chicos argentinos el éxito efímero pero brutal que habían cosechado en Estados Unidos un par de años antes. Nacida como acompañamiento de un chicle de 5 centavos, diseñada como sucesora de una muy popular colección de motivos sangrientos y nada pedagógicos sobre la Guerra Civil, la saga de la invasión marciana guionada por Len Brown y dibujada por Norman Saunders (sobre bocetos del célebre ilustrador “pulp” Wally Wood) fue sacada de circulación antes de tiempo, en respuesta a presuntos reclamos de padres norteamericanos angustiados por el nivel de violencia gráfica al que se exponían sus hijos. Las coincidencias argumentales entre ¡¡Platos voladores al ataque!! (encargadas como complemento de una colección de “tarjetones” de fútbol) y sus antecesoras se limitan a la crudeza, a cierta truculencia común y a la proliferación de bichos agigantados y armas de rayos. Pero lo cierto es que, mientras Brown y Saunders nunca ofrecieron a su público el más mínimo esbozo de las motivaciones del impulso conquistador de los marcianos, Oesterheld, que venía de sus propios encuentros cercanos con historietas como Uma Uma, Rolo el marciano y La guerra de los antartes, presentaba en apenas cuatro viñetas la premisa que justificaba el ataque de los invasores de Plutón: un trasplante de corazón humano vuelve inmortal al plutoniano.
Publicado al dorso de cada figurita, el relato no tiene el tinte claramente político de la versión de El Eternauta publicada (y luego levantada por decisión editorial) en la revista Gente en 1969, donde las grandes potencias pactaban con el invasor entregándole el Tercer Mundo. Por el contrario, aunque no deja de lado la épica de la resistencia colectiva que solía proponer su autor, la colección abandona todo realismo y se lanza de lleno al terreno del absurdo fantástico, saturando sus viñetas de niños agigantados, superpulpos, naves-cigarro, nubes alucinógenas idénticas a las de El Eternauta, armas sofisticadas (el gas de la locura, el anillo-topadora de Saturno, los rayos “de antimateria reforzada”), y ubicando al Bocha, joven valor criollo, al comando de la astronave de fabricación nacional La Esperanza.
El trazo duro del dibujo tiene poco que ver con los collages deformes, casi lisérgicos, de otras obras de Breccia como Buscavidas, Perramus, Hansel y Gretel. Claro que el dibujante sostenía que “el estilo esrelativo” o lisa y llanamente “amaneramiento”. Se trata de un trabajo a pedido, como lo consigna el pequeño libro que acompaña la reedición de ¡¡Platos...!!, junto con una breve apología de la obra “de encargo” y un trabajo muy serio en la reproducción de cada tarjeta y la búsqueda de los formatos y las texturas originales. En un ejercicio de recuperación pop a lo Lichtenstein, la reedición de las figuritas de Oesterheld/Breccia recupera hasta los errores y corrimientos de registro de color que a principios de los años ‘70 pintaban una Buenos Aires clase B, en cuadritos, dispuesta a resistir hasta el final.