Dom 10.08.2008
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El hombre que nunca estuvo

En 1950, tras dirigir cuatro películas en la Argentina –incluida la firma junto con Lucas Demare del western gaucho Pampa bárbara–, el mendocino Hugo Fregonese partió a Hollywood, donde filmó con Gary Cooper, Anthony Quinn, Barbara Stanwyck, Robert Taylor, Jack Palance, Lee Marvin y Cyd Charisse, entre otros. Realizador de una obra consistente, en la que reapareció una y otra vez el tema de la fuga, él mismo fue una especie de fugitivo: incómodo entre los grandes estudios norteamericanos, se hizo indie, después se fue a Europa y eventualmente volvió a la Argentina, donde nunca gozó de mayor reconocimiento. Por el camino dejó grandes policiales y films de acción y suspenso, injustamente subvalorados en su época, pero que en los últimos años fueron reivindicados por los franceses y los norteamericanos. La retrospectiva con 18 de sus películas programada por la Filmoteca Buenos Aires en el Malba permitirá asomarse por fin en el país en que nació, y en el año del centenario de su nacimiento, a la gran obra del argentino que nunca quiso quedarse quieto.

› Por Alfredo García

En su biopic de Howard Hughes, El aviador, Martin Scorsese sintetizó la vida amorosa del magnate que se adueñó de la RKO. Encarnado por Leonardo DiCaprio, Hughes apenas tenía tres chicas: Katharine Hepburn, Ava Gardner y Faith Domergue. De las tres, esta quinceañera adoptada por Hughes es de algún modo la que mejor expresa la dura vida de la starlet del Hollywood de 1950.

Como siempre hubo un argentino en el medio, fue el mendocino Hugo Fregonese el que le birló a Hughes su mejor alumna.

Pero eso es sólo un chisme, sólo un dato para ubicar el lugar que Hugo Fregonese llegó a tener en la sociedad hollywoodense de la primera mitad de la década de 1950. Lo que interesa son sus películas, tanto las que filmó por aquí como las que dirigió en Hollywood y Europa.

Se supone que fue en Francia donde los policiales, westerns, melodramas y films de aventuras de Fregonese empezaron a ser apreciados. En realidad, la gente de la Metro, la Universal y productores indies como Stanley Kramer fueron los primeros en percibir el talento del alguna vez asistente de Lucas Demare.

Según los franceses, Hugo Fregonese es todo un auteur de films de acción inspirados por el tema de la fuga. Lo han comparado con Tourneur, Andre De Toth, Don Siegel y otros directores de culto de su era. Desde hace décadas, estos franceses afirman que policiales como Black Tuesday y One Way Street están entre lo mejor del género. En 2003, la Cinemateca Francesa preparó una retrospectiva con 21 títulos de los 25 que filmó aquí, allá y por todos lados este director que pudo trabajar con gente como Gary Cooper, James Mason, Anthony Quinn, Barbara Stanwyck, Robert Taylor, Jack Palance, Lee Marvin y Cyd Charisse. Según Jacques Lourcelles, curador de aquella muestra titulada “La découverte d’Hugo Fregonese”, nuestro compatriota es autor de al menos cuatro obras maestras: Donde mueren las palabras, Tambores apaches, Muerte en la calle y Saddle Tramp. Luego asegura que hay no menos de una docena de grandes películas en su filmografía, citando Pampa bárbara, Martes trágico, Apenas un delincuente, Viento salvaje, La redada, Mis seis convictos, Jack el Destripador y Siete truenos.

El pasado 8 de abril, Hugo Fregonese hubiera cumplido 100 años. Un cinéfilo de ley, Gustavo Heyaca, lo homenajeó en el microcine de la Asociación de Vendedores de Diarios y Revistas, exhibiendo una copia en colores de La redada, que no se veía así desde su olvidado estreno en los cines argentinos. La copia de La redada exhibida en Francia hace un lustro fue objeto de quejas por sus colores borrosos (la fotografía de Lucien Ballard es magnífica). Pero la versión que se viene proyectando entre nosotros directamente es blanco y negro (y doblada al castellano, lo que no impide recomendarla ya que es una gran película, se la vea como se la vea).

Los 100 años de Fregonese serían una buena excusa para que desde algún lugar oficial se trabaje para reproducir o incluso mejorar la muestra de Fregonese de la Cinemateca Francesa; pero como dijo Fregonese, “las excusas no se filman” y, obviamente, tampoco se proyectan. Sucede que para el establishment criollo, el codirector de Pampa bárbara directamente no es considerado un cineasta argentino. Teniendo en cuenta que luego de su debut, codirigiendo el violento western gaucho de Demare, Fregonese filmó tres películas en su tierra antes de marchar a Tinseltown (siendo dos de ellas films esenciales como Donde mueren las palabras y Apenas un delincuente), sin olvidar su regreso a la Argentina de los ’70 con La mala vida y Más allá del sol, la negación de años a reconocer la existencia de la obra de Fregonese sólo puede entenderse como otro signo de la hipocresía e intolerancia chauvinista de nuestra cultura oficial.

Por algún milagro, a lo largo de todo el mes de agosto, clásicos y rarezas de Fregonese se proyectarán en el Malba. La retrospectiva combina tanto producciones autóctonas como internacionales, recurriendo a todo material en celuloide encontrado y recuperado por la Filmoteca Buenos Aires –en algunos casos con la ayuda de la Aprocinain– desde hace más de un lustro.

En el ciclo del Malba hay figuritas difíciles que prácticamente nadie veía desde hace mucho. Por ejemplo, La marca del renegado –Mark of the Renegade (1951), con Ricardo Montalbán, Cyd Charisse y Gilbert Roland– es una de aventuras al estilo de El Zorro que ni siquiera pudo verse en la retrospectiva de la Cinemateca Francesa. Igual que La redada (The Raid, 1954), se proyectan otros films que eran imposibles de ver, lo que convierte a la resurrección de Marco Polo (La aventura de un italiano en cine, 1961) en una cita para cinéfilos que sabrán apreciar la pantalla ancha de esta nueva copia y entenderán la ausencia de la fotografía en colores propia de la odisea del explorador encarnada por Rory Calhoun (nada menos que Martín, el criollazo de Way of the Gaucho, de Jacques Tourneur). De hecho, el estreno en cines de este Marco Polo originalmente fue así, en blanco y negro.

Pero algunas de las mejores películas de este ciclo se proyectan en copias de buen nivel técnico. Entre los títulos imperdibles hay que mencionar Muerte en la calle (One Way Street, 1950), con la que debutó en Hollywood no sólo Fregonese sino también su protagonista, el inglés James Mason, que durante años aseguró que no conocía a nadie que hubiera vuelto a ver esta gran película. Desde la sorprendente Apenas un delincuente (primer film argentino realizado en locaciones reales, fuera del estudio) resulta obvio elaborar interpretaciones varias sobre la obsesión de Fregonese con el tema de la fuga. Sin embargo, de Muerte en la calle a Viento salvaje (Blowing Wild, 1953), La redada (The Raid, 1954) y en especial Martes trágico (Black Tuesday, 1954, con el malísimo Edgard G. Robinson haciendo todo lo posible por portarse peor que nunca, Little Caesar incluido), lo que se observa en las películas de Fregonese es la búsqueda de cualquier recurso astuto que permita situar al espectador en un género familiar, para luego romper todas sus convenciones argumentales sin que la narración deje de ser fluida, y sin intentar un tono pretencioso ajeno al western policial.

Incluso un film como Mis seis presidiarios (My Six Convicts, 1952), producción de Stanley Kramer sobre los intentos de un psicólogo por rehabilitar a reos de la peor calaña (como el joven Charles Bronson), recorre asuntos totalmente audaces para su tiempo, pero jamás se aleja del tono sencillo de una comedia dramática policial.

Si vemos menos Fregoneses que los franceses tal vez sea no sólo porque el mendocino fugitivo filmó en el exterior sino porque, además, nunca hizo ninguna película pretenciosa, ni pseudo intelectual. Exceptuando, posiblemente, a la extrañísima –y aún hoy avant garde– Donde mueren las palabras (1946), inclasificable melodrama musical con las secuencias de ballet más extensas que nadie haya filmado hasta ese momento. La noción que tenía el inglés Michael Powell, del cine como síntesis del arte absoluto, superior a la ópera, se apoyó en este hito de Fregonese a la hora de animarse a filmar su memorable Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948).

Es curioso, pero entre todos estos títulos parece que Fregonese prefería a la comedia Dolores, la gitana (I girovaghi), con Peter Ustinov interpretando a un titiritero que podría quedarse sin trabajo por culpa del flamante cinematógrafo. Pero los que quieran enfrentarse al Fregonese más contundente no deberían perderse la violenta Martes trágico, ni la fábula policial digna de Capra, Muerte en la calle. Son historias universales y, finalmente, ¿a quién le importa dónde se filmaron o de qué parte del planeta había huido el hombre que las filmó?

De todos modos, parece que el chanta de Fregonese jamás decía que era argentino: por su apellido lo confundían por italiano y, por las dudas, él nunca se ocupaba de corregir el error.

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