ENTREVISTAS > LA DANZA SEGúN PALOMA HERRERA
Era una alumna prodigio en el Colón cuando, durante un viaje a Nueva York, se convirtió en la primera latina en sumarse al American Ballet. Algo que hizo a los 15 años, cuando no tenía edad, ni papeles, ni –según ella– chances para hacerlo. Desde entonces, Paloma Herrera se convirtió en uno de los modelos de perfección en el ballet, al punto de ser elegida hace poco una de las 10 mejores bailarinas del siglo. Para el estreno de un documental sobre ella, habló con Radar de su increíble viaje con la danza, de una entrega que no reconoce sacrificios y un agradecimiento que excede todo premio.
› Por Natali Schejtman
Estamos acostumbrados a oír relatos más o menos torturados, sacrificados o ambivalentes del mundo de la danza. Este no será uno de ellos, porque el cuento que construye Paloma Herrera alrededor de la línea recta ascendente que guió su carrera como bailarina tiene la textura algodonada del tutú y el color del raso crema de las puntas.
Aunque lo que vayamos a conocer a partir de ahora pueda resultarnos una hazaña completamente movilizante para una chica de 15 años (la edad que tenía ella cuando se fue a Nueva York), aunque la misma Olga Ferri –su primera profesora, flamante directora del Ballet Estable del Teatro Colón– recuerde, en un documental todavía no estrenado, los pies ensangrentados de una nenita que no paraba de girar sobre sí y que ni se daba cuenta de esas secuelas, Paloma, como si su nombre hubiera sido al mismo tiempo premonitorio y determinista, no puede encontrarle ningún gris a un recorrido que la llevó a alcanzar abrupta y firmemente su propio cielo: “Siempre fui muy decidida. Yo a veces veo a chiquitos de 7 años que no tienen ni idea de lo que quieren hacer. Y a mí me preguntaban a esa edad qué quería y yo decía: bailarina. Es muy loco”.
Alguna vez un dibujante reconocido dijo: “Todo el mundo dibuja de chiquito, pero en algún momento unos paran y otros siguen. Si seguís mucho, te convertís en dibujante”. Es curioso, pero en el caso de Paloma Herrera ese pasaje entre algo que es más o menos común (bailar en la niñez) y algo que es completamente extraordinario (ser la primera figura del American Ballet Theatre, por ejemplo) parece tener el barniz de una exigencia implacable, de una causalidad ingenua, pero también irreversible. Y si es cierto que ya de nena se engolosinaba con los videos de Baryshnikov en el ABT y tenía clarísimo que seguiría bailando, también lo es que esa meta estaba firme en su cabeza cuando a los 15 años se fue por seis meses a Nueva York. Paloma ya estaba en el Colón (sus pies arqueados y modélicos todavía son recordados por compañeras de entonces) y cuando llegó a semejante ciudad a perfeccionarse por tiempo limitado, se sentía plena por el solo hecho de poder ver en vivo al American Ballet. Esa compañía que tanto le fascinaba por TV. El siguiente relato, en la voz frágil, dócil y emocionada de su protagonista, narra, nada más y nada menos, el día que le cambió la vida: “Un día antes del día que tenía el pasaje de vuelta a Buenos Aires, había una audición del American Ballet. Yo era consciente de que no tenía chance alguna, porque no tenía los papeles, no era americana, tenía 15 años y era superchica para entrar en una compañía profesional. Por eso supongo que me presenté. Para mí la compañía del American Ballet siempre fue lo más, era como un sueño. Cuando supe que había una audición, yo dije: ‘Me presento, no tengo nada para perder’. Lo único que quería era tomar una clase con esta gente. Con tal de ir y ver dónde trabajaban, de vivir esa experiencia... Para mí eran monstruos de otro planeta. Y bueno, fui sin ningún tipo de presión, tomé una clase. Estaba fascinada y tenía los ojos así mirando para todos lados. Cuando terminó la clase, me dijeron: ‘Te damos contrato’”.
Paloma tuvo que reorganizar su vida. Pasó de ser estudiante a ser una profesional en una de las mejores compañías del mundo, que con ella estaba incorporando a la primera latina en su cuerpo de baile. En otra ciudad, con otro idioma y con 15 años, tuvo que gestionar dónde vivir –no podía vivir sola, pero tampoco seguir en una residencia para estudiantes– y tomó cursos de inglés. Por suerte contaba con un significativo colchón: “Jamás tuve la presión de mis papás, que son maravillosos y me han dado la libertad de elegir y toda la confianza. Yo me fui a los 15 años y pudo haber sido cualquier cosa. Sin embargo, sabían que yo era feliz y que estaba ahí porque quería. Ellos siempre me decían: ‘El día que dudás, que extrañás, que no estás segura, te venís’. Entonces yo sabía que estaba ahí realmente porque quería”. La solución habitacional fue vivir con unos amigos de su papá, una especie de familia postiza que la albergó durante tres años, mientras también daba algunas materias libres en una escuela argentina en Queens.
A los 19 ya era la principal más joven de la historia del American Ballet Theatre.
Volviendo a la frase del dibujante, podríamos decir que para trazar un paralelo en el mundo de la danza hay que ajustar unas tuercas, literalmente. La carrera de bailarina es un embudo, y todo indica que más que una deserción natural y pacífica de aficionados, la selección es cuanto menos dura. “Es muy difícil”, dice Paloma. “Por eso a veces me da cosa cuando me preguntan qué tiene que tener un bailarín, cuál es el secreto. No es una receta, ojalá. Se tienen que dar muchas cosas. Uno tiene que nacer con un físico: con un cuello, con unos brazos, con unos pies particulares. Después hay que trabajar un montón. Las extensiones y la técnica y los giros y el salto. Mucha gente que tiene todo el talento, que nació con pies y giro, y sin embargo no trabaja... no va a llegar. Lo mismo gente que trabaja un montón, pero no nació con lo que se necesita. Por más que trabaje, pobre... Es muy frustrante. Yo vi esos casos. Pero, además, gente que ha trabajado mucho y que tiene todo el talento, no tiene de repente ese ángel, ese algo especial que hace que todas las miradas vayan ahí. Como Baryshnikov, que llegaba al escenario y todas las miradas iban hacia él. Todo lo que él hacía parecía natural, fácil, y hacía unas cosas increíbles. Es una personalidad muy única en el escenario. Eso también: hay gente que se para en el escenario y es como magia.”
Paloma Herrera dice que no extraña demasiado Buenos Aires porque siente que es casi como si no se hubiera ido: habla a diario con sus afectos, está al tanto de los cambios más detallados (“sobre si tal cafecito cerró”), y viaja muy a menudo, a veces hasta por un día. Además disfruta particularmente de presentarse ante el público local, y por eso participa con coproducciones en las decisiones y le presta muchísima atención al precio de las entradas, entre muchísimos otros detalles. A esta altura, también tiene que ocuparse de distintos ribetes de su persona. Incluso, su popularidad como “celebridad” le trajo juicios con Paloma Picasso y con Carolina Herrera, litigios que ganó de la mano de su papá abogado.
La vida en Nueva York, entre ensayos diarios y funciones –las clases son de lunes a sábado y, dependiendo del momento, pueden ser de 10 a 19–, dispara a una ilusión casi de cuento o, mejor, de comedia musical. Pero lejos de los relatos épicos o la descripción de una vida de star system, una de las primeras imágenes que ella utiliza para dibujar su vida allí es la de ella en un subte vestida enteramente de Julieta (la de Romeo), con puntas y todo, mientras todo el resto de los pasajeros ni levantaban la cabeza del diario. Claro, ahí es común ver celebridades, filmaciones, eventos culturales y, sobre todo, que cada cual esté en la suya.
Su carrera, en tanto, no para de superarse: ahora viene de terminar la temporada del ABT en el Metropolitan Open House, que la tuvo como la única primera bailarina que protagonizó todos los espectáculos que presentó la compañía. Sin exagerar, para cualquiera que haya visto bailar alguna vez, es posible que pueda figurarse en la cabeza la conformación prismática que ella describía como fundamental para destacarse entre el montón: técnica, naturaleza, ángel. Paloma es, sin duda, una de las bailarinas más perfectas que pueden verse en este momento en el escenario. De eso habla el documental Paloma Herrera: aquí y ahora, de Jorge Fama, y también los rimbombantes premios de los que se hizo en todos estos años (votada entre los 10 bailarines del siglo o líder del milenio, entre muchos otros). Pero es notorio: no sólo no encuentra altibajos en su pasión por el ballet, ni repara en el sacrificio de sus decisiones, sino que tampoco parece conocer demasiado la prensa de serpentario que rodea el detrás de escena del mundo en el que se mueve. Aunque suene extraño, su postura convence con sinceridad, sobre todo cuando la chica que era 10 absoluto en el Colón (formación que se esfuerza en reivindicar, así como a su profesora Ferri) vuelve a detenerse en ese momento carnal y sin mediaciones que es salir al escenario y bailar, sin frenar el paso ante las correcciones, enfrente del público y perdida en la adrenalina de la música y el movimiento: “Es una experiencia única, es muy difícil de explicar con palabras. Es muy loco. Yo soy una convencida de que me encanta la rutina de tomar clases todos los días, ensayar, seguir puliendo los roles que uno hizo un montón de veces porque siempre le puedo encontrar una vuelta. Pero lo que además me gusta de eso es que cuando subo al escenario me puedo olvidar absolutamente de todo, porque la técnica ya tiene que estar ahí. En el escenario entonces no tengo que pensar, puedo disfrutar de la música, la relación con el partenaire. Es como que te abstraés de todo. Podés transmitir un montón de cosas en una conexión muy particular con el público, con toda la compañía. Es como que una realmente se entrega, está totalmente desnudo, no hay nada en el medio entre el público y una. Una da todo. Por eso, cuando termina la función, te sentís tan llena –porque viviste un montón de experiencias– y en un punto tan vacía, porque diste todo. Es la entrega total”.
Sentada en la casa donde nació –en la que hay unos cuantos portarretratos que la tienen como protagonista y revistas internacionales de las que fue tapa–, Paloma se emociona al intentar expresar esa especie de secreto en que se convierte ese momento, para el cual no encuentra palabras. Logra hacerlo, en parte, sobre todo cuando demuestra que esa sensación que la eriza tiene una potencia infinita: “Siempre fui muy decidida. Nunca dudé en nada. Cuando empecé a bailar, lo hice porque quería. Cuando quise ir al Colón, hice el ingreso, feliz. Cuando me dijeron de la posibilidad de irme a Nueva York, dije: ‘Por supuesto’. Agarré mis valijitas y me fui. Me dieron el contrato para el American Ballet y dije sí, lo firmé y allá fui. Estaba completamente segura de las decisiones que tomaba, jamás una duda, jamás ‘no sé si esto es lo mío’. Desde el vamos, desde que era muy chiquita. Ahora quizá me parece raro. La gente a la que le gusta el ballet y que lo hace, por más que no llegue a ser el más grande, lo disfruta cada uno en su nivel. Yo hubiese sido bailarina aunque hubiera bailado en el balcón de mi casa”.
El documental Paloma Herrera, aquí y ahora, de Jorge Fama, se puede ver el jueves 28 a las 18 en el Malba, Figueroa Alcorta 3415.
Paloma Herrera presenta Gran Gala de Ballet junto a Guillaume Côte con primeros bailarines, solistas y ballet estable del Teatro Colón y la Orquesta Estable del Teatro Colón: 29, 30 y 31 de agosto en el Luna Park.
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