CINE 2 > PARANOID PARK, DE GUS VAN SANT
Después de la trilogía experimental sobre jóvenes y la muerte (Gerry, Elephant y Last Days), Gus van Sant sigue con los jóvenes, pero esta vez con una película cuyo casting se hizo a través de MySpace y que gira sin estallar alrededor de la angustia adolescente y de las experiencias traumáticas que nos empujan a la adultez.
› Por Mariana Enriquez
A pesar de sus recovecos, y a pesar de que la historia se desenreda poco a poco, de que a veces vuelve atrás y se vuelve a contar, a pesar de sus omisiones y de todo lo que oculta, Paranoid Park, la nueva película de Gus van Sant, es la más directa que ha hecho el director desde el comienzo de su trilogía experimental integrada por Gerry (2002), Elephant (2003) y Last Days (2005). Una vez más, eso sí, es una película sobre la juventud y la muerte, comprimida en apenas 78 contundentes minutos. Pero quizá porque está basada en una novela –de Blake Nelson, un escritor joven que la crítica ha celebrado como heredero de Susan E. Hinton, autora de La ley de la calle–, Paranoid Park cuenta de una forma más convencional, guiada por el humor, la negación y la apatía adolescente de su protagonista, un skater principiante que empieza a visitar el Paranoid Park del título, una zona liberada para practicar su deporte favorito. Para llegar a Paranoid Park debe cruzar el río sobre un impresionante puente de acero, que parece la puerta hacia otro mundo, quizás el mundo adulto. Y debe también aprender a mezclarse con los habitúes del lugar: chicos punks, callejeros, acostumbrados a la vida difícil y las drogas. Alex, el protagonista (Gabe Nevins, uno de esos jovencitos de caras angelicales que tanto le gustan a Van Sant) no es un adolescente bravo; sí, sus padres se están por separar y en la casa familiar hay cierta zozobra, pero su vida parece funcionar bastante bien, con profesores amables que lo tratan con deferencia y una novia linda, aunque medio cabeza hueca, que sólo quiere acostarse con él.
Pero algo le impide a Alex disfrutar de cualquier cosa, y no es sólo su angustia de crecer, su malhumor de adolescente. Algo pasó en Paranoid Park una noche, algo violento y horrible, que Alex no puede olvidar, pero tampoco nombrar, y que lo persigue durante toda la película. Algo que, bien al estilo virtuoso de Van Sant, determina la forma de la película: su narración fragmentada y espiralada que parece querer arrancarle la verdad a Alex; su mezcla de registros, porque está filmada en 35 mm, Súper 8 y videotape; su eclecticismo musical, con música de Nino Rota, Elliot Smith y Beethoven; a veces la película parece transcurrir dentro de la cabeza de Alex, flanqueada por los auriculares de su iPod.
Eso que pasó es tan fuerte que parte en dos la vida de Alex. Y muchos críticos, entre ellos Amy Taubin, creen que lo que representa ese hecho traumático es una iniciación sexual gay. Van Sant no lo negó aunque, como de costumbre, prefiere no condicionar al público: “Que cada uno encuentre el subtexto que le parezca”, dijo. “Es un accidente lo que él guarda como secreto, pero en lo que uno piensa cuando lo ve es en los propios secretos. En las cosas que no le decís a nadie cuando tenés esa edad.”
Van Sant fetichiza a sus adolescentes incapaces de articular, a esos chicos atontados, y ésa es su manera de hacerlos bellos y deseables. Aquí, además, fetichiza a una subcultura: la de los skaters. En Estados Unidos, el 85 por ciento de los skaters tienen menos de 18 años, y el 74 por ciento son varones, según estima la revista American Sports: un terreno más que fértil para un realizador obsesionado con adolescentes callejeros como Van Sant. Nunca antes un joven y su skate se vieron tan fotogénicos: las ondulaciones por la pista, los susurros en francés, la remera que se levanta y deja ver el cuerpo delgado suspendido en el aire. Tanta plasticidad se le agradece a Christopher Doyle, el director de fotografía, un hombre que se hizo famoso por su trabajo con Wong Kar-wai, responsable del impactante estilo de Happy Together, Chunking Express y Con ánimo de amar. A la experiencia eximia en la imagen, Van Sant le suma el amateurismo actoral, en sintonía con la subcultura que homenajea: encontró a Gabe Nevins y los otros chicos protagonistas en el espacio adolescente virtual: MySpace. “Con la expansión de YouTube y los realities, es mucho más fácil conseguir los resultados deseados con actores no profesionales. Todo el mundo está acostumbrado a las cámaras.”
Paranoid Park fue filmada en Portland, Oregon, la patria chica (por adopción) de Van Sant, y donde situó sus primeros y clásicos trabajos, como Mala noche –también basada en una novela, el relato semiautobiográfico del escritor Walt Curtis–, Drugstore Cowboy y Mi mundo privado. Esta vuelta a casa de Van Sant parece una parada obligada antes de dar otro gran salto hacia el mainstream, como el que dio en 1997 con Good Will Hunting. Pero se trata de un regreso a Hollywood diferente: Van Sant acaba de terminar el rodaje de Milk, una biografía de Harvey Milk (Sean Penn), el activista gay asesinado en 1978, miembro prominente de Castro Street en San Francisco, y el primer norteamericano homosexual electo para un cargo público. Es un gesto militante, con el que lleva la condición gay al cine masivo. Algo que no había hecho durante su ya lejana primera visita a Hollywood, durante los años ’90.
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