Uno encarna la figura del músico conservador de jazz, siempre impecable, dispuesto a delinear los límites de cada género, niño mimado de las revistas especializadas y número puesto en los Grammy. El otro es una leyenda del country, de la América forajida, la militancia por la legalización y empecinado defensor de la palabra “tocar” en vez de “ensayar”. Juntos, registraron dos conciertos en vivo, con la banda de Wynton Marsalis, la armónica de Willie Nelson y un repertorio de diez clásicos norteamericanos. Two Men With The Blues es el feliz e inspiradísimo recuerdo de esas noches. Ojalá haya más.
› Por Martín Pérez
Uno de chaleco y corbata, y el otro con un sombrero de cowboy y una suerte de colorida bufanda que opaca el hecho de que también lleva traje. Wynton con su trompeta, claro. Y Willie con Trigger, su destartalada e histórica guitarra. En la foto de portada de Two Men With The Blues, el disco que reúne por primera vez al jazzmen Wynton Marsalis con el héroe del country Willie Nelson, cada uno de ellos encarna el personaje que se han ido creando durante el transcurso de toda su carrera: el primero como el gran conservador del jazz, el segundo como un outlaw, o sea: un fuera de la ley. Aunque, claro está, ni uno ni el otro lo sean tanto. Porque si bien Marsalis ha sido recurrentemente puntilloso respecto a los límites del jazz más clásico, siempre que no han estado en discusión se mostró dispuesto a cruzarlos, trompeta en mano. Y porque, a sus 75 años, aún los gestos más rebeldes de Nelson –incluso su legendaria reivindicación del uso de la marihuana– a esta altura también son clásicos.
Acompañados por el habitual cuarteto de Marsalis –Ali Jackson en batería, Carlos Henríquez en bajo, Dan Nimmer en piano y Walter Blandig en saxo– con el agregado del armoniquista de Nelson, Mickey Raphael, estos dos hombres con el blues han logrado uno de esos discos que más se celebran: los que pueden alegrar tanto la noche del sábado como acompañar la mañana del domingo. Con apenas diez temas que abarcan lo más clásico del repertorio de la canción norteamericana –desde la inmortal “Stardust” de Hoagy Carmichael hasta “Rainy Day Blues” del propio Nelson, pasando por la tan blusera “Caldonia” como el no menos clásico “Bright Lights Big City” de Jimmy Reed–, Nelson y Marsalis se entregan a una auténtica fiesta musical, en la que tanto estrellas como músicos acompañantes tocan con una envidiable soltura, al punto de que incluso parece sencillo hacer lo que hacen. Y lo que hacen es música sin ninguna etiqueta.
“Las etiquetas fueron inventadas para poder vender la música”, dice Nelson. “Tenés que saber cómo llamar algo antes de poder venderlo. Así fue como al blues lo bautizaron blues, y lo mismo pasó con el jazz, bluegrass, gospel y lo que sea. Pero hay cierta música que lo abarca todo, con la que no hay etiqueta que valga. Y esa es justamente la que a mí me gusta tocar.”
Cuando le preguntan qué significa tocar junto a Wynton Marsalis, Nelson sabe bromear al respecto, y al mismo tiempo ser preciso: “Me encanta tocar con él porque uno sabe que el pianista no va a llegar borracho, y sea lo que sea que resulte, va a valer la pena escucharlo”. Y agrega: “Estas canciones, hechas así, con este grupo... es algo que nunca se hizo antes. No importa lo que yo haga: si ponés a Wynton y estos tipos alrededor, eso lleva todo a otro nivel”.
Nacido en Nueva Orleans en 1961, hijo del pianista Ellis Marsalis y hermano menor del saxofonista Brandford, Wynton es –desde su temprana y contundente aparición en escena en los ’80– una de las grandes figuras del jazz moderno. Virtuoso y erudito, ha incursionado también en la música clásica, y no sólo es número puesto en cada ceremonia de los Grammy sino que también supo ser el primer músico de jazz en ganar un premio Pulitzer. Pero semejante currículum, por más contundente que sea, no puede menos que empalidecer ante la figura de alguien como Willie Nelson. Cuando la periodista Lorraine Ali de Newsweek les mencionó tanto a Nelson como a Wynton que su disco estaba siendo presentado como un encuentro entre dos iconos norteamericanos, Marsalis se apresuró a responder: “Yo no soy un icono, Nelson lo es”. Aunque Nelson no fue menos rápido al agregar: “Pensé que un icono era una de esas cositas en la pantalla de tu computadora. Yo no soy uno de ellos”.
Pero si alguien puede ser considerado un icono norteamericano, ese es Willie Nelson que, después de la muerte de Johnny Cash y Waylon Jennings, tal vez sea el último de las grandes leyendas vivas –junto a Merle Haggard– del country. Nacido en Texas en 1933, cuenta su leyenda que se consagró en los ’60 como compositor de hits para figuras como la inolvidable Patsy Cline antes de convertirse junto a Jennings en una figura de culto dentro del movimiento de los fuera de la ley del country de los ’70. De entonces y hasta ahora, Nelson –como Gieco– tocó con todos e hizo de todo, con sus altos y sus bajos. Pero últimamente parece estar en su mejor momento: no sólo apareció en la portada de la legendaria revista pro-marihuana High Times y lideró un reciente megaconcierto en beneficio de las víctimas del tsunami, sino que –aunque nunca fue mayormente conocido fuera de las fronteras de la música norteamericana– su versión de “Señor” (Tales of Yankee Power) en la banda de sonido de I’m Not There se destaca claramente dentro de ese virtual quién es quién de la última generación de la música anglosajona. Con 75 años recién cumplidos, lo más lógico es esperar que Nelson afloje un poco la marcha. “No creo que sea una buena idea”, responde. “¿Cómo es el viejo dicho? No mires hacia atrás, alguien puede estar alcanzándote.”
Cuando, en la misma entrevista, Lorraine Ali preguntó si era intimidante trabajar con semejante figura, Wynton tal vez haya revelado el gran secreto de la longevidad de su compinche Willie (y del disco que acaban de editar juntos, ¿por qué no?): “He estado alrededor de músicos toda mi vida, y participé de toda clase de shows. Cuando tenía 22 años toqué con una orquesta filarmónica... ¡Eso sí que fue intimidante! Pero este hombre es natural. Hace que te sientas como en casa”.
Con semejante repaso de la figura de Willie Nelson, ahora ya no suena tan extraño que los dos shows de enero del año pasado donde se grabó lo que terminó siendo Two Wen With The Blues hayan sido presentados originalmente como Willie Nelson Sings The Blues. Aquellas veladas formaron parte de una serie de conciertos bautizada como Singers Over Manhattan, algo así como Cantantes sobre Manhattan, un título que se refiere casi literalmente a la extraordinaria vista sobre la ciudad que se tiene desde el enorme ventanal que hace las veces de fondo del escenario del paquetísimo The Allen Room del legendario Lincoln Center neoyorquino, del que Wynton es el director artístico del área de jazz. “No me acuerdo cuándo fue la primera vez que tocamos juntos, pero fue en un concierto benéfico que celebraba al jazz y el blues, en el Lincoln Center. Además de Willie, los invitados eran Ray Charles, B. B. King y Eric Clapton. Y me acuerdo que, cuando ensayamos con Willie, entró y se puso a tocar directamente. No dijo casi nada de comienzo a fin del ensayo, y es algo con lo que bromeo desde entonces y se lo recuerdo todo el tiempo”. En realidad, lo más legendario de los ensayos de Nelson es que casi ni existen. “Willie no hace dos o tres tomas, sólo una. Con eso le alcanza. Y así es como grabamos: casi en vivo”, bromea el trompetista. Willie confirma la leyenda: “Si uno puede tocar, ¿para qué ensayar? Alcanza con tocar”.
Una de las consideraciones más recurrentes en las unánimemente elogiosas reseñas de Two Men With The Blues es la aparente reunión de agua y aceite que significa, a priori, un dúo entre ambos opuestos: entre el jazz y el country, entre tradición y rebeldía. Pero tanto Willie como Wynton desmontan rápidamente el posible enfrentamiento. “No necesitamos traducir nada de lo que hacemos, ya que venimos de la misma experiencia norteamericana”, dice Marsalis. “A las canciones que Willie escogió para tocar, como ‘Bright Lights, Big City’ o ‘Basin Street Blues’, no necesitamos hacerles ningún arreglo. Crecimos tocando eso. No hubo ni una sola vez que debimos detenernos para preguntarle: ¿Qué querés decir con eso? Estuvimos juntos todo el tiempo.” Nelson insiste en que los dos tocan la misma música, se llame como se llame. ¿Algún ejemplo de eso? “My Bucket’s Got A Hole In It”, responde Willie. “Siempre lo consideré como un tema country, hasta que me enteré que Wynton la toca a su manera... ¡y mejor que yo! Así que me di cuenta que esa canción lleva dando vueltas tanto tiempo, que hace mucho que cruzó la frontera de Texas.”
Conocedor de la historia de su género, Marsalis recuerda que el primer cruce entre el jazz y el country se remonta a los años ’30, cuando Louis Armstrong grabó junto a Jimmy Rodgers el tema “Blue Yodel No. 9”. Pero recuerda la extraordinaria vista de Manhattan desde el escenario del Allen Room para terminar resumiendo que, en realidad, Two Men With The Blues muestra el encuentro entre la ciudad y campo. “La armónica de Mickey Raphael es el sonido del tren, y nosotros somos el ruido de las bocinas de los autos”, dice en el video promocional del disco, señalando su trompeta. Y remata, refiriéndose a Willie: “La gente lo ama por su integridad”, explica. “Pero además por la cantidad de música que conoce. Es la verdadera definición de un músico de raíz norteamericana. Sabe de blues, de country, jazz, pop y música de Nueva Orleans. Y además es un músico natural.” Ahora bien: ya hicieron juntos un disco de blues, ¿para cuándo el de country? El que responde es Willie Nelson: “¡Es el que acabamos de hacer!”.
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