CINE > NATURALEZA MUERTA, DEL CHINO JIA ZHANG-KE
En su modernización e ingreso al capitalismo, China impulsa cambios monumentales. Entre ellos, la represa de Tres Gargantas, el mayor embalse del mundo. Sin embargo, tal avance dejó bajo el agua 19 ciudades y 326 pueblos. En esa frontera entre el progreso y la pérdida, Jia Zhang-ke –el cineasta chino no oficial más importante de su país– filmó Naturaleza muerta, un retrato de lo maravilloso luchando por mantenerse a flote.
› Por Hugo Salas
En 1994, el gobierno de la República Popular China comenzó una de las faraónicas obras a las que nos tiene acostumbrados: la construcción de la represa de las Tres Gargantas, sobre el río Yangtsé. Con una capacidad proyectada de 39 billones de litros, será el mayor embalse de agua del mundo y estará terminado recién el año que viene. A prueba de sismos (como ya tuvo penosa ocasión de demostrar en mayo de este año), no sólo brindará energía hidroeléctrica al gigante asiático, sino que también servirá para controlar las frecuentes inundaciones que aquejan la zona. Ahora bien, no todo será tan “limpio”: al igual que otras represas, las Tres Gargantas dejarán literalmente bajo el agua a 19 ciudades y 326 pueblos, afectando a casi dos millones de personas, por no hablar de las enormes pérdidas arqueológicas e históricas.
Ese paisaje, capturado en la contradicción misma entre el progreso y la pérdida, la construcción y la ruina, el fin y el comienzo, fue elegido en 2005 por Jia Zhang-ke para filmar simultáneamente dos películas: Naturaleza muerta, que puede verse en las salas porteñas por estos días, y el documental Dong, sobre el trabajo del pintor Liu Xiaodong retratando a los obreros que actúan en la película anterior. La fecha y el tiempo eran críticos, ya que en 2006 se demolió el último muro de contención, sumergiendo más de 600 km2 de territorio. Así, incluso en el proyecto “de ficción”, Naturaleza muerta, todo el tiempo puede advertirse la tensión entre la construcción artística y las condiciones materiales, en los múltiples cartelitos que marcan en cada edificio la altura hasta la que habrá de llegar el agua, en las enormes paredes que se derrumban detrás de los actores, en el registro efectivo de eso que hoy, 2008, ya no existe.
La elección, desde luego, no es casual ni novedosa. Desde su segunda película, Platform (2000), Jia –a quien hoy cabe considerar el mayor cineasta chino no oficial, algo así como la contracara de Zhang Yimou– viene utilizando las obras de construcción como un escenario que le permite pensar la veloz e irreflexiva marcha roja hacia (o ya totalmente dentro de) el capitalismo, no sólo como un problema de política interna, sino como parte del fracaso de la utopía en el mundo. En sus películas, Unknown Pleassures (2002) por ejemplo, los jóvenes naufragan entre los restos de la retórica comunista, el acoso de los deseos de consumo infundados por una nueva concepción de la economía y la omnipresente tentación del delito como vía rápida al enriquecimiento.
Sin embargo, en Naturaleza muerta ha elegido protagonistas “adultos”, tal vez justamente porque se trata de una película fundamentalmente centrada no en la incertidumbre futura, sino en la falta de consistencia del propio presente. Ellos son Han Sanming, un obrero del carbón que llega en busca de la esposa que lo ha dejado hace más de una década, y Shen Hong, una mujer que viene a buscar a su marido, un hombre que ocupa un cargo importante y no se ha comunicado con ella en dos años. A diferencia de lo que suele ocurrir en otros proyectos de Jia, donde esos protagonistas a la deriva conforman a su vez un grupo, aquí ni siquiera se cruzan, están totalmente aislado uno de otro, en lo que claramente marca una profundización de la fractura del lazo social.
El resultado del encuentro entre estas historias de pérdida, desencanto y abandono y ese paisaje en continua demolición es, a un mismo tiempo, deslumbrante y desolador. De la mano de Yu Lik Wai, su director de fotografía de siempre, Jia Zhang Ke logra imprimir en cada imagen una contradicción consciente entre la belleza plástica y la terrible realidad que se registra (contradicción ideológica constitutiva del arte que, a su vez, intenta analizar en Dong), sobre todo en lo que hace al lugar del cuerpo, el cuerpo del que trabaja –frágil, siempre en peligro y, al mismo tiempo, lo único de que dispone ese individuo– contra esa escala monumental e inhumana que supone la construcción. En tal situación, hombres y mujeres se ven imposibilitados de advertir lo inusual, lo maravilloso, lo fantástico cuando ocurre. Quizás esa convicción absoluta de que en ese mismo mundo todavía haya lugar, alguno, para lo inesperado sea, en tanto concesión a un optimismo ingenuo, el punto más discutible del análisis político de Jia Zhang Ke, cinematográficamente irreprochable.
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