RESCATES
El otro Bond
El primer Bond made in USA no es –como alardean por ahí– Xander Cage, el protagonista de Triple X, sino el olvidado Barry Nelson. Un oportuno ciclo de la señal MGM exhuma al actorzuelo sin carisma que en 1954 se puso en la piel del 007 en una versión televisiva de Casino Royale, cuando Bond era rústico, poco sensible al glamour, se vestía como un heladero y a duras penas brillaba en las mesas de baccarat.
POR MARIANO KAIRUZ
¿Cómo es el cóctel 007 perfecto? ¿Cuál es la proporción exacta de vodka martini que exige, cuántas las dosis de chica Bond buena y chica Bond mala, qué porcentajes de cinismo y de hedonismo playboy? ¿Y a qué velocidad va un Aston Martin? En otras palabras, ¿qué tan british debe ser todo el asunto? Se dice por ahí que Xander Cage, el protagonista de Triple X, es el James Bond del siglo XXI: “Una nueva clase de agente secreto”. Pero ni su severa adicción a los deportes extremos (Bond también los practica, aunque de smoking) ni su aspecto anabólico ni sus tatuajes parecen ser lo que más lo diferencia del agente con licencia para matar, sino ese discursillo “inconformista” de videojuego, que hace de Cage un irremediable teenager yanqui. Aunque cada tanto intenta apropiarse de una frase-Bond. “Las cosas que tengo que hacer por mi país”, dice haciéndose el vivo, como si se le hubiera ocurrido a él, justo antes de lanzarse sobre las curvas de la chica fácil. Pero incluso así, incluso si Cage, después de todo, fuera el James Bond norteamericano, ni siquiera sería el primero.
En 1953, poco después de publicarla, Ian Fleming vendía la novela Casino Royale (primera de la serie Bond) a los productores del Climax! Mystery Theater, una serie de unitarios de la cadena norteamericana CBS, por sólo mil dólares, seguro de que más tarde le comprarían sus secuelas. El libro pasó a convertirse en un episodio del programa emitido en octubre de 1954, en el que un tal Barry Nelson, actor de infinidad de series televisivas de los cincuenta y los sesenta, vestía su escaso carisma con algo más parecido a un trajecito de heladero que a un smoking, y se hacía pasar por el tipo al que en el casino francés del título todos conocían como “Jimmy Bond, el que siente las cartas”. Poca escenografía –toda de interiores–, mucha conversación y escasa acción: las escenas “de tiros” ocurren fuera de cuadro y todas las fichas están puestas en la partida de baccarat que enfrenta a este Bond al servicio de la CIA con el agente comunista Le Chiffre, un Peter Lorre perfectamente repugnante que alguien describe con pertinencia como “ese sapo”.
Nelson, único Bond made in USA (Moore y Dalton son ingleses; Connery, escocés; Lazenby, australiano; y Brosnan, irlandés), probablemente sea el de perfil más “recio”, pero aun así no logra ocultar del todo sus sentimientos hacia la doble agente Valerie Mathis, interpretada por la actriz mexicana Linda Christian. No es lo que se dice simpático, pero Fleming nunca pretendió que lo fuera: “No creo que Bond sea necesariamente un buen tipo o un mal tipo. Pero, ¿quién lo es? Tiene sus vicios y unas pocas virtudes perceptibles, salvo el patriotismo y el coraje, que de todas maneras tal vez no sean no sean virtudes”, dijo en una célebre entrevista de 1964 con la revista Playboy, poco antes de sucumbir a una afección cardíaca a los 56 años. Fleming aspiraba a construir personajes que fueran “héroes creíbles” a lo “Chandler o Hammett”. Definía a Bond como un tipo de “muy poca cultura; un hombre de acción que lee libros sobre golf (cuando lee algo). Nunca pretendí que fuera alguien particularmente agradable. Es una cifra, un rústico instrumento en manos del gobierno”. Sin la música de John Barry y sin el famoso diseño de los títulos (el “ojo” del revólver) de Maurice Binder, el personaje del que habla Fleming tal vez encuentre un vago eco en el Casino Royale televisivo (1954). Inhallable hasta hace poco aun para los fanáticos exhaustivos del 007, la señal de cable MGM lo pondrá en pantalla a partir de mañana dentro del ciclo Entre espías. Es la manera en que el sello del león va calentando motores para el lanzamiento de Otro día para morir, último opus Bond-Brosnan que esta semana se estrena en el mundo y en enero llegará a la Argentina.
HAGAN JUEGO
El momento central de Casino Royale está inspirado en una experiencia real. Fleming, que contó la anécdota en más de una entrevista,la puso por escrito en un artículo titulado “Cómo escribir un best seller”. Después de tres años y medio en la agencia de noticias Reuters y en una corresponsalía en Moscú para The Times –dos experiencias de escritura veloz y precisa que, asegura, le aportarían más a sus talentos literarios que todos esos años transcurridos en las escuelas de Eton y en Ginebra–, casi sin darse cuenta, Fleming terminó como asistente personal del director de la Inteligencia Naval británica, el almirante Godfrey. En 1941, poco antes de que los norteamericanos entraran en guerra, Fleming, que iba en vuelo a Washington, hizo escala en Estoril, cerca de Lisboa, y tomó conocimiento del “extraordinario número de agentes alemanes que habían invadido la capital portuguesa y las playas vecinas”, en cuyo casino, se decía, el jefe y dos asistentes germanos se jugaban todas las noches enormes sumas de dinero.
Fleming pergeñó entonces lo que debía ser “un golpe brillante”: enfrentar al enemigo en el terreno del azar, quebrarlo y reducir así los fondos del Servicio Secreto alemán. Convenció a Godfrey y salió dispuesto a jugarse las cinco libras esterlinas asignadas para los viáticos de la misión. Tras perder diez jugadas consecutivas, el resultado de aquella “operación” –escribe Fleming, que se define como un apostador aficionado pero no compulsivo, “ya que al jugador compulsivo no le importa si gana o pierde sino que está interesado principalmente en la acción”– fue “una experiencia humillante que debe apuntarse, sin lugar a dudas, entre los grandes éxitos del SS alemán. Experiencia que, por otra parte, redujo notablemente mi prestigio a los ojos de mi jefe”. Ese desenlace se invierte en Casino Royale, cuando Bond debe quebrar a Le Chiffre, que necesita recuperar en el juego el dinero del “terrorismo soviético” que perdió apostando. La escena fue filmada dos veces: en aquella experiencia piloto que fue el duelo entre Nelson y Peter Lorre, y en el despropósito homónimo dirigido y escrito a más de veinte manos (entre ellas las de John Huston y Woody Allen) en 1967. Protagonizada por David Niven como un Bond retirado, esta segunda Casino Royale aportaba uno de sus escasos momentos de interés justamente en la partida de baccarat, esta vez entre Peter Sellers (007) y el ya para entonces enorme Orson Welles.
Casino Royale nunca sufrió una adaptación seria, “oficial”, a cargo de EoN –Everything or Nothing–, la compañía creada por Bróccoli y Saltzman para filmar Bond. Tampoco se sabe qué opinaba Fleming, que amaba “las cosas superficiales” (“los detalles exactos de los gustos privados de los individuos”, esas pequeñas “idiosincrasias que los lectores disfrutan y aceptan porque no se detienen a pensar en ellas”) de aquella experiencia televisiva en la que todo eso brillaba bastante por su ausencia. Pero la incógnita también vale para la inminente Otro día para morir. Porque todo indica que ahora Pierce Brosnan, como en su momento Nelson, alegando razones publicitarias –¿o será porque Bond en inglés significa “lazo” o “vínculo”, pero también “bono”?– va a tomar mucha más agua mineral y unos cuantos martinis menos.
Casino Royale (1954), el lunes 18 de noviembre a las 20 por MGM. Los documentales The Bond Cocktail y Clave: Bond, el lunes 25 de noviembre a las 20, seguidos por Nunca digas nunca jamás (el Bond del regreso de Sean Connery, de 1983) a las 22, también por MGM.