NOTA DE TAPA
Pocos lo saben, y muchos menos lo imaginan, pero antes de Juan Salvo estuvieron el Conejo Amapola, el Hada Otoño, Parmesano y Gorgonzola, el ogro Rompococo y hasta la Bruja Cachavacha. Es que el autor de El Eternauta se inició en el mercado editorial argentino –cuando era enorme y popular, por los años ’50– escribiendo cuentos para chicos. Primero fue un hobby, luego un trabajo que redondeaba su sueldo como geólogo en el laboratorio de minería del Banco de Crédito Industrial de la Argentina. Cuentos sencillos y tiernos, desbordantes de imaginación. Desde trabajos para editoriales como Abril o Codex hasta la revista Gatito del mítico Boris Spivacow, pasando por los ubicuos cuentos Mis animalitos de Sigmar, Oesterheld estuvo presente, de forma casi inadvertida, en la niñez de varias generaciones. Ahora llegó el momento de hacerle justicia: con la aprobación de sus herederos, la flamante editorial Planta acaba de publicar. Eran tres amigos, un libro originalmente firmado como Héctor Sánchez Puyol, el seudónimo que usaba Héctor Germán Oesterheld cuando escribía para chicos. Y hay quien sueña con rescatar una veintena de títulos de aquellos tiempos que no dejaban adivinar la tragedia final.
› Por Martín Pérez
Cada vez que salía el sol detrás de la colina blanca, la alondra volaba muy alto y anunciaba la gloria del nuevo día. Y cuando ya estaba entrada la mañana, el buen sol se quedaba contemplando una escena que se repetía todos los días a la orilla del arroyo: la reunión de Arbolito Verde con sus dos amigos, una niña que se llamaba Cristina y el conejo Amapola. Lo que sucedió fue que, curioso con la llegada del invierno, Arbolito Verde no les hizo caso a los consejos de sus amigos y engañó al Hada Otoño, que con su beso pone a dormir a todos los árboles para que no sufran el frío. Así fue que se quedó despierto durante lo peor de la temporada invernal, y llegó tan débil a la primavera que le fue imposible hacer que en sus ramas brotase una flor. Como Cristina y el conejo Amapola sabían que el Genio de los Arboles Muertos se lleva el corazón de los árboles sin flores, decidieron conseguir lo que necesitaba su amigo. Y entonces empezaron sus aventuras.
Así comienza la historia de Eran tres amigos, un libro infantil publicado por la editorial Codex más de sesenta años atrás, hacia 1947, y que acaba de ser reeditado por una flamante editorial independiente llamada Planta, dedicada a recuperar obras para chicos escritas por autores que no son precisamente conocidos por tales menesteres. Por ejemplo, junto a Eran tres amigos distribuyeron un volumen con cuentos de terror de Saki. Y su próximo lanzamiento, según anuncia su responsable Luciana Delfabro, será un libro infantil de Sara Gallardo.
Publicado originalmente bajo la firma de Héctor Sánchez Puyol, el primer libro de Planta Editora es en realidad nada menos que obra de Héctor Germán Oesterheld. Autor de personajes de historieta memorables como Ernie Pike, Mort Cinder y El Eternauta, Oesterheld también fue el autor de las –hasta ahora– olvidadas aventuras de Arbolito, Cristina y Amapola, así como de las desventuras de miles de otros personajes infantiles, como el conejito Copito, la patita Tapita, el chanchito Nubecita o el profesor Quesete, entre tantos otros. Porque, lejos de ser un autor para chicos ocasional, Oesterheld comenzó su larga carrera dentro de los estratos más populares de la industria editorial local escribiendo justamente esa clase de historias.
Y no sólo eso: si en su venerada carrera como guionista de historietas alcanzó descollantes éxitos artísticos, pero también terribles fracasos económicos, y la historia de una vida idealista que deviene en militante termina con una tragedia final que incluye no sólo su desaparición a manos de la salvaje represión de la última dictadura militar sino también la de sus cuatro hijas, tal vez sea su iniciática pero largamente olvidada etapa como autor infantil donde la biografía de Oesterheld sólo tiene su mejor rostro para mostrar. Porque es también una saga que cuenta cómo un joven ilustrado que estudia para geólogo descubre que su hobby literario puede pasar a ser su trabajo. Y es a partir de esos primeros pasos que terminará descubriendo que poniéndose al servicio de las necesidades de la industria y escribiendo obras que, al menos en aquel entonces, carecían de todo prestigio intelectual, se podía llegar a obtener obras mayores. Como el propio Oesterheld llegó a decir alguna vez, después del éxito de El Eternauta: “Para mí, objetivamente, género mayor es cuando uno tiene una mayor cantidad de lectores. Y yo tengo más lectores que Borges, por lejos”.
“Mi madre estaba en la cocina. Fui allá y le mostré el periódico sin decir nada. Ni siquiera lo miró, tan ocupada estaba en preparar los tallarines. Insistí, diciéndole que si miraba con atención el diario, tendría una sorpresa. Vio mi nombre impreso debajo del cuento y no pudo leer nada más. Las lágrimas se lo impidieron. Tuve que leerlo yo”, recordó Oesterheld para el periodista Mario de Moraes, del diario brasileño O Cruzeiro, en una entrevista publicada en enero de 1959, cuando el éxito de su editorial Frontera estaba en su apogeo y, evidentemente, su fama atravesaba fronteras. “Fue una de las mayores emociones de mi vida”, remataba Oesterheld de manera contundente el recuerdo de aquella mañana del domingo 3 de enero de 1943, cuando el diario La Prensa publicó su primer cuento, titulado “Truila y Miltar”, que contaba la historia de dos gnomos, uno dedicado a coleccionar reflejos, y otro a coleccionar penumbras.
Por entonces, Héctor tenía 23 años, y estaba dando libre los dos últimos años de la carrera de Ciencias Naturales para recibirse de geólogo. Ya había conocido a la que sería su futura mujer, Elsa Sánchez –de hecho, para poder casarse con ella es que estaba apurando la finalización de sus estudios terciarios–, pero no abandonaba el hobby de escribir aquí y allá. “Aquel cuento que se publicó en La Prensa fue una cosa rara. Hoy lo leo y me parece escrito por un profesional”, explicó Oesterheld en la legendaria entrevista que le hicieron Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno en 1975, y que se publicó primero en su Historia de la Historieta Argentina (Record), y después en Oesterheld en primera persona (La Bañadera del Comic). “Además, con ese cuento sucedió algo insólito: un amigo de la facultad era hijo de uno de los altos empleados del diario. Me tenía por confidente literario y yo nunca retribuía esas confidencias. Pero me hinchó tanto que le mostré un cuento. Y se lo llevó. Al poco tiempo me llamaron para que fuera a corregir unas galeras porque había un cuento mío. Y al mes salió publicado.” Aquel alto empleado del diario, José Santos Gollán, era el director de la sección literaria de La Prensa y le ofreció a Oesterheld un trabajo de corrector que le permitiría terminar su carrera universitaria sin privaciones. Y, más tarde, sería en base a este cuento ya publicado que empezaría a publicar otros, primero para la editorial Codex y luego para Abril. “Una vez me equivoqué de trabajo, y dejé en Codex un trabajo de divulgación científica que me había encargado Abril, y en Abril un cuento que llevaba para Codex. En los dos lados gustaron las cosas. Y ahí fue cuando empecé a escribir como loco.”
Según recuerda Elsa Sánchez de Oesterheld, sentada ante la mesa del comedor de un departamento lleno de recuerdos de su marido, de sus hijas, sus nietos y su flamante bisnieto, a Héctor le divertía escribir cuentos para chicos. “Para mí que le lavaba el cerebro, lo descansaba”, calcula Elsa, que cuenta que era un hobby que su marido tenía mientras estudiaba, y luego empezó a ser un trabajo que completaba el sueldo laboral. “Pero era una pavada lo que ganaba con esos libritos para chicos”, apunta. “Por eso eran sólo cosas cortas, nada comprometidas.” Mientras que por esa época quienes trabajaban para algunos oficios literarios populares –como las historietas, por ejemplo– solían poner a resguardo su buen nombre y honor detrás de un seudónimo, Elsa recuerda que Héctor se enojó cuando debió recurrir también a uno para firmar los cuentos que escribía, al mismo tiempo que trabajaba como geólogo en el laboratorio de minería del Banco de Crédito Industrial de la República Argentina. Sánchez Puyol fue el primero de los muchos seudónimos que Oesterheld utilizaría para firmar sus obras durante más de tres décadas de trabajo en la industria gráfica: Sánchez por el apellido de su mujer, y Puyol por el de su madre.
Ahora Elsa se ríe, y su risa suena joven y fresca. Se divierte recordando aquellos momentos mágicos en que Héctor tenía que bautizar a los personajes de sus cuentos infantiles. “No sé de dónde sacaba esos nombres”, se asombra. “Porque, como eran cosas para chicos muy chiquitos, tenían que tener una gracia muy particular”, explica. “Me acuerdo de cuando se pasó un largo rato pidiéndome que lo ayudase a encontrar los nombres para dos ratones incluidos en las historias de la revista Gatito. ¿Cómo se podían llamar? Nada menos que Parmesano y Gorgonzola.” Cuando se recorren nombres como el del elefante Paquete o la jirafa Corbatita, queda claro que Oesterheld tenía un don muy particular para el género, que supo explotar durante su inserción en la incipiente industria gráfica de la época. “Oesterheld apareció en un momento en que yo estaba preparando una colección de divulgación científica para chicos y adolescentes”, cuenta el venerado editor Boris Spivacow, entrevistado por Delia Maunás para Memorias de un sueño argentino (Colihue). “Vino y me dijo: ‘Mire, yo soy geólogo, pero me gusta escribir’. Le di para hacer La vida en el fondo del mar, e hizo un texto precioso. Fue el primer libro de la colección.”
Según explican Judith Gociol y Diego Rosemberg en el muy completo Rey de Reyes (Ediciones Sins Entido), un pequeño libro recientemente publicado en España sobre la obra de Oesterheld, entre los años finales de la década de los ’40 e inicios de los ’50, la industria del libro argentino experimentó su momento de mayor efervescencia. Si entre 1936 y 1939 la producción fue de 22 millones de libros, en toda la década del ’40 se multiplicó hasta llegar a los 250 millones. “En ese contexto, Abril estableció las nuevas pautas del mundo editorial. Profundizó el desarrollo de una cultura popular en auge, a través de series y libros baratos que se vendían masivamente en los quioscos”, escriben Gociol y Rosemberg. “Ese desarrollo impulsó la creación de nuevos puestos editoriales –correctores, traductores, directores de colecciones– y eso colocó al recién estrenado autor en una posición absolutamente integrada al funcionamiento de la industria cultural, espacio que aceptó sin prejuicios, ni veleidades intelectuales: produjo material rápido y seriado para comunicarse de forma directa y genuina con el público.”
En un particular guión de historieta sobre su vida que escribió en 1958 para el libro La historieta mundial, de Enrique Lipszyc, Oesterheld celebra el momento en que –luego de su casamiento y según sus propias palabras– “el héroe se decide a dar un paso fundamental: deja el laboratorio de minería, y se dedica de lleno a escribir: vale decir, que deja la profesión y la reemplaza por el hobby”. Aunque Elsa Oesterheld recuerda que su marido finalmente tuvo que decidir entre Codex o Abril, Héctor nunca fue un empleado de la editorial de los Civita. Sin embargo, cuando se trataba de cuentos infantiles o historietas, era prácticamente la autoridad competente. Beatriz Ferro explica que, cuando empezó a escribir guiones para Gatito, fue Oesterheld el encargado de decirle cómo debía hacerlos. “‘Era un señor de bajísimo perfil, que tenía una facilidad sorprendente para escribir. Cada vez que desayuna escribe un cuento’, exageraban”, recuerda la escritora.
Para la especialista María de los Angeles Serrano, los libros para niños de Oesterheld ocupan un lugar destacado en su época. “No se encuentran a la altura de las obras de escritores de primera línea, como Conrado Nalé Roxlo, Javier Villafañe, María Granata o María Elena Walsh, pero tampoco lo ubican entre los escritores del montón”, explica. Y destaca que, si bien no toda su abundante producción tiene el mismo valor, el futuro autor de El Eternauta mostraba una especial aptitud para la narrativa infantil. “Escribía con naturalidad y gracia, de manera ágil y amena, no sólo los textos de carácter recreativo sino también los de intención pedagógica. Porque tenía una gran capacidad de comunicación con el público infantil”, asegura Serrano. Y sin lugar a dudas, el punto cumbre de esa comunicación fue su trabajo en la revista Gatito. Imaginado por Spivacow con el Gato con Botas como modelo, Gatito era una revista con un personaje que funcionaba como eje. Con sus páginas recortadas siguiendo las líneas del dibujo de tapa, la publicación consistía de un cuento principal, varias historietas secundarias y algunos artículos que completaban su contenido.
“Me inspiré en el cuento de Perrault como modelo”, confirma Spivacow en el libro de Maunás. “Pero las aventuras de Gatito las escribía fundamentalmente Oesterheld, que creó historias y personajes, y escribía extraordinariamente bien, pero era muy vanidoso.” Tal vez este último reparo del legendario editor con respecto a su cada vez más experimentado escritor tenga que ver con los reclamos vertidos por Oesterheld en un informe interno sobre Gatito, realizado cuando la revista cumplió dos años de vida, e incluido en un ejemplar dedicado a Oesterheld de la Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta, editada en Cuba. Allí, Oesterheld defiende sus cuentos, y se queja del maltrato que siente por haber creado la mayoría de los personajes de Gatito sin recibir ningún reconocimiento o estímulo por eso. Y no sólo eso: la queja también comprende un supuesto caprichoso criterio que se usaba para aceptar o rechazar las colaboraciones, contrastándolo con la claridad que imperaba en el área dedicada a las historietas en la empresa. Lo que explica tal vez dos cosas: por un lado, su dedicación cada vez más exclusiva al nuevo género. Y, por otro, el paso que decidiría dar un par de años después, a la hora de crear su propia editorial. “A Héctor siempre lo frenó la mentalidad de los editores de los libros para chicos”, confirma Elsa. “Porque, en su cabeza, él era un chico.”
Para Elsa no hay dudas: aunque el tiempo la haya olvidado, y haya pocos que conserven aún sus ejemplares, Gatito es mucho mejor que El Eternauta. “Era una belleza”, se entusiasma. Personajes como los mencionados Parmesano y Gorgonzola, así como el ogro Rompococo, la princesa Tilina o el rey Panza I, aún hoy le iluminan el rostro y logran arrancarle una carcajada con sólo pensar en ellos. Y ni hablar de la Bruja Cachavacha, que una década y media más tarde utilizaría García Ferré, pero que apareció por primera vez en las páginas de Gatito, gracias a la pluma de Oesterheld. Quizá la idealización de Gatito frente a El Eternauta tenga que ver, en el caso de Elsa, con el hecho de que su historia no tiene ningún punto de contacto con el trágico destino final de su autor y de su familia. Aunque su existencia sea pivote en el hecho de la profesionalización de Oesterheld y su posterior dedicación a las historietas –en las páginas de Gatito, de hecho, por primera vez se publicó una historieta con guión suyo–, Gatito se queda en su mundo: no hay viaje en el tiempo y no hay lugar para la tragedia. Es más: Elsa prefiere ponerse a pensar en lo que hubiera sucedido si su marido hubiese llegado a colaborar con la única que, en su opinión, podía igualarse a un Oesterheld en su mejor momento de la escritura para chicos: María Elena Walsh. “No sé si María Elena lo recordará, pero no sé quién propuso que hicieran algo juntos, y Héctor fue a verla al San Martín, donde hacía ese extraordinario éxito que fue Canciones para mirar”, recuerda Elsa. Y se queda callada, imaginando lo que hubiese sucedido si se cruzaban la capacidad literaria de su Héctor (¡esos nombres!) con la poesía de María Elena. Por entonces, Oesterheld aún no hacía historietas. De hecho, nadie lo conocía con ese nombre: para todos los lectores de Gatito, el autor era un tal Sánchez Puyol, creador de historias para chicos en un país en donde la tragedia –a juzgar por lo que vendría después– todavía usaba pantalones cortos.
Director de ese milagro que es la biblioteca La Nube (Jorge Newbery 3537), dedicada a la literatura infantil, el coleccionista Pablo Medina celebra la reedición de Eran tres amigos, uno de los libros fundamentales de la producción infantil de Héctor Germán Oesterheld. “La necesidad de recrear una historiografía es un peldaño fundamental”, explica Medina, imaginando una reedición que podría reunir una veintena de títulos. Por ahora, Planta ha reeditado, con la aprobación de sus herederos, un cuento que es uno de los pocos que su autor llega a mencionar especialmente en aquel guión autobiográfico ne el que recorre su obra. “Héctor quería mucho a ese cuento, porque es de una época en que casi se ve obligado a dejar de escribir”, recuerda Elsa. Luego de confesarse fanática de la obra de Oesterheld, la responsable de Planta, Luciana Delfabro, cuenta que fue casi por casualidad que se topó con Eran tres amigos. Fue el primer libro que Martín Oesterheld, nieto del guionista, le acercó cuando la editora se puso en contacto con sus herederos. “Después conseguí varios más, pero ese primer cuento fue el que más me recordó lo mejor de su obra historietística”, apunta Delfabro. “Es uno de los más largos que escribió para chicos”, destaca María de los Angeles Serrano. Por su parte, Martín celebra la idea de que la obra de su abuelo no se pierda, y más ahora que acaba de ser padre y tiene un cuento de su abuelo para leerle a su hijo cuando llegue el momento. Una de las cosas que destaca Delfabro es que los libreros han puesto en lugar privilegiado de sus negocios el libro de Oesterheld, reeditado con hermosos dibujos de Mariano Grassi. No sucede lo mismo con los únicos otros libros de Oesterheld que aún se pueden conseguir en el mercado, de la editorial Sigmar. Una docena de títulos de la pequeña y económica colección Mis animalitos, originalmente publicados en 1955 y dedicados a los más pequeños, lleva escondida la firma de Oesterheld en su interior y su última edición se realizó en el año 2006. Además de estar perdidos en una vasta colección en la que aparecen libros dedicados a los personajes de Disney, Scooby Doo o Las Chicas Superpoderosas, los encantadores dibujos originales de Nelly Oesterheld, la hermana del guionista, hace tiempo que parecen haber sido reemplazados por otros mucho más impersonales. Además, si se comparan los textos originales con los actuales, los cambios de palabras, o directamente la reescritura, parecen ser una costumbre. Por suerte, dentro de la colección de Sigmar aún hay casi un incunable que se puede conseguir: una reedición con fecha de 1994 de El señor Quesete y su escuelita, que data de la misma época que Mis animalitos. Pero que, en este caso, todavía mantiene los dibujos originales de Nelly.
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