TELEVISIóN 1 > TODOS CONTRA JUAN
Inteligente pero sin veleidades, aguda pero sin ironía, Todos contra Juan es un dechado de virtudes: una crítica mordaz a la nostalgia por la infancia de los ’80, una mirada a lo pueril de la fama televisiva y una comedia sobre la autoindulgencia como pocas veces da la TV argentina. Todo orquestado por Gastón Pauls, un elenco que es un hallazgo y una serie de invitados insospechados que se suman a reírse de lo que son y de lo que hicieron.
› Por Mariano Kairuz
La nostalgia por los años ’80 ha hecho algunos estragos entre los que andan por los 30 y los 40: a veces es difícil distinguir entre aquellas pocas cosas que fueron verdaderamente gloriosas y el enorme cúmulo de porquerías pop –películas, canciones, programas de televisión, hasta golosinas inmundas– reivindicadas sin filtro como objetos de culto y guiños generacionales. Desde hace un tiempo, la publicidad viene explotando, bajo el camuflaje de la ironía, esa conexión emocional con la época que mantienen quienes transitaron su infancia en ella. Y justamente por eso, Todos contra Juan consigue un pequeño prodigio: mirar atrás con la suficiente distancia y a la vez sintiéndose parte, con empatía y simpatía suficientes para cobrar conciencia de lo que fue, y tratar de hacer algo de lo que quedó.
A diferencia de Los exitosos Pell$, que es televisión que mira a la televisión como a un monstruo, pero no exactamente desde adentro sino más bien desde un costado seguro, Todos contra Juan se arriesga a hacer blanco en sí misma, y sale adelante al extraer de las miopías, taras y tics de sus personajes un reflejo posible para sus espectadores.
Protagonista, productor y “director integral” de Todos contra Juan, Gastón Pauls vuelca en el programa referencias autobiográficas que mantienen la ambivalencia suficiente como para que nos preguntemos casi todo el tiempo cuántas cosas estarán tomadas directamente de su vida real. Porque si bien el primer chiste de cada emisión es una placa que indica que toda similitud con la realidad es mera coincidencia (mientras que los paralelos son más bien obvios), siempre queda claro que el personaje de Juan Perugia, un actor que gozó de un éxito precoz como galancito y hoy intenta resucitar su carrera, no es exactamente Pauls. A diferencia de su alter ego –y aunque con este mismo programa está ensayando, delante de nuestros propios ojos, su reinvención para la ficción televisiva–, Pauls ya se había reinventado exitosa y públicamente como cronista de programas sociales-testimoniales. Pero la experiencia personal habrá jugado su papel: Perugia añora aquella fama desproporcionada de la que supo gozar y se resiste a aceptar, a pesar de todas las grotescas evidencias, que lo abandonó hace ya mucho tiempo, se sobrepone a los clichés de su vida pública (“siempre me confunden con Lucho, pero Lucho era Pablo Rago en Clave de sol”) y lleva como puede el hecho de haber empezado a quedarse pelado. Con mucho sentido del humor, Pauls pone en escena el autoengaño y la exposición permanente al ridículo de Perugia, sus metidas de pata. Aunque Todos contra Juan no deja de ser en parte televisión-sobre-la-televisión, la clave de entrada es otra: la mirada sobre esa generación perdida que parece incapaz de soltar de una vez la adolescencia para asumirse como adultos responsables. La pregunta sobre esos 15 años (del fin del secundario a los 30 y pico) que se fueron demasiado rápido, casi sin que nos diéramos cuenta. Ahí está la referencia infalible a Volver al futuro, una película sobre las generaciones y el paso del tiempo, emblema de los ’80, que ya va para el cuarto de siglo, desde una cortina que reversiona la canción “El poder del amor” de Huey Lewis & The News y las frecuentes menciones a Michael J. Fox. Juan Perugia puede vestir camisas leñadoras como si estos veinte años no hubieran pasado y su habitación está repleta de merchandising bizarro, posters, fotos de sí mismo y ¡videocasetes! Lo contienen un poco su amigo freak que sólo lo aleja más de la realidad (el referente del cine bizarro local, y también ex Montaña rusa, Sebastián de Caro) y la amiga a la que todo ese mundo –los 15 minutos de fama, la nostalgia pop– no podría importarle menos y por lo tanto ayuda a poner un poco de equilibrio en su vida (Mercedes Oviedo, un hallazgo).
Lo otro que Todos contra Juan logra como probablemente no lo hizo ningún otro programa argentino es la complicidad de varios compañeros generacionales del protagonista –muchos son ex Clave de sol, Pelito, Montaña rusa o La banda del Golden Rocket, los programas de los que, no hay que olvidarlo, salieron algunas de las figuras más importantes de la televisión argentina actual–, que juegan a hacer de ellos mismos exhibiendo veleidades, ridículas competitividades e hipocresías. Todos contra Juan saca el mejor partido de sus personajes invitados, de Guillermo Guido y Luis Luque a Esteban Prol y Pablo Rago, pasando por Mariano Martínez y Fernán Mirás, y otros más bizarros como el Facha Martel y Emilio Disi. Muy divertidos todos, absolutamente dispuestos a dejarse ver como verdaderos cretinos ególatras. Quienes participan en Todos contra Juan asumen al ciento por ciento el desafío de mirarse un poco desde afuera y reírse bastante, para salud de todos, de lo que ven.
Todos contra Juan va los martes a las 22.15 por América.
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