Dom 01.12.2002
radar

¿Son o se hacen?

La cámara oculta que expuso la intimidad de Marcelo Corazza, el ganador del primer “Gran Hermano”, terminó de sacar a luz un tema que atravesó la pantalla argentina durante todo el año: ¿qué idea maneja la TV cuando trata la homosexualidad? De Guido Süller y Jacobo Winograd a las lesbianas de “099 Central” y los chistes de Pergolini, Gianola y Tinelli, Radar recorre las zonas más polémicas de la programación y abre un debate sobre el tema: ¿es homofóbica la televisión?

› Por Claudio Zeiger

Una definición bastante amplia, pero a la vez rigurosa de la homofobia indica que se trata de una actitud de preconcepto que discrimina y puede violentar a personas gays, lesbianas, travestis, transexuales o bisexuales. En el origen de la homofobia está el insulto, o lo que Didier Eribon –en su lúcido ensayo Reflexiones sobre la cuestión gay– denomina la injuria. “En el principio hay la injuria. Lo que cualquier gay puede oír en un momento u otro de su vida, y que es el signo de su vulnerabilidad psicológica y social”, escribe el ensayista francés. “Son agresiones verbales que dejan huella en la conciencia. Son traumatismos más o menos violentos que se experimentan en el instante, pero que se inscriben en la memoria y en el cuerpo porque la timidez, el malestar, la vergüenza son actitudes corporales producidas por la hostilidad del mundo exterior”. De lo que aquí se va a tratar, entonces, es de la homofobia que puede estar expresada en palabras, en discursos, en chistes y chascarrillos que salen al aire todos los santos días por ese gran medio que este año parece haber entrado en una turbia espiral de autodestrucción: la televisión argentina. Y de lo que aquí se trata, por añadidura, es de la injuria, de la vergüenza, de las reacciones ante los insultos disfrazados de joditas, de los estereotipos y los prejuicios.
En la televisión argentina, las posibles consecuencias de actitudes homofóbicas o discriminadoras nunca se llegan a debatir o a admitir abiertamente. Todo transcurre en un clima de broma (¿por qué no hacer un chiste, si ellos son los primeros que se burlan de sí mismos?, parece ser la justificación), donde conductores repantigados en sus mesas de conducción hacen, entre risotadas, chistes obvios sobre la sexualidad de tal o cual personaje. Basta que se los nombre, como a Guido Süller, para que automáticamente venga el chiste atrás, adherido al personaje como una doble identidad.
Hay algo más: en este enrarecido año de la TV, donde el sensacionalismo y la violación de la privacidad parecen haber traspasado ya varios límites, la homofobia era un fantasma disfrazado de payasito que anduvo por casi todos los programas; un payasito que acuñó frases memorables del humor picaresco como que tal o cual se sienta en el Pinocho (Jacobo Winograd dixit) y que hasta consiguió que algunos personajes que se presentan como defensores de la causa gay terminen denigrando su propia imagen hasta el grotesco pensando que con sólo declararse gays se les abrían las puertas de la fama, hasta que en “Intrusos”, Jorge Rial pasó otro límite, y entonces se echó la culpa a la mala praxis de la cámara oculta. Ya se sabe: la cámara buena persigue a los corruptos; la mala, a cualquiera.
Recordemos brevemente los hechos: “Intrusos” puso al aire una conversación telefónica grabada y una cámara oculta a Marcelo Corazza, el primer ganador de “Gran Hermano”, hablando con un muchacho con el que habría tenido algo, una relación íntima según se desprende de ese material, y donde se habla de cuestiones personales, sobre “el ambiente” y los sitios para chatear. Rial aclaraba a cada momento que no estaban discriminando a nadie, que no era ninguna acusación de delito (“esto no tiene nada que ver con el caso Grassi”) y que no tenían nada contra Corazza ni contra los gays, recontra aclaraba... mientras detrás suyo, dos de su bufones hacían gestos de comer con la mano. ¿Sutileza? ¿Cinismo? ¿Esquizofrenia?
Mientras Rial sigue en la cuerda floja en que lo ha puesto este episodio, que tuvo una fuerte repercusión negativa para su programa: no sólo disparó la renuncia del notero Camilo García, en desacuerdo con lo emitido, sino que incluso fue impugnado desde programas de su propio canal. Otros medios analizaron el episodio como el resultado de una interna de la televisión donde la puja por el rating o el enfrentamiento por el cargo de gerente de programación vendría a ser la explicación de tamaño gesto buchón. O como llegó a decir un tanto insólitamente Diego Gvirtz, productor de “TVR” y supuesto aspirante al cargo de Rial, en declaraciones a Noticias: “Acá hay una campaña que no sé quién la está provocando y andan diciendo que a míme interesa el cargo”, para terminar afirmando que “con Jorge podemos tener diferencias de criterio y hasta llegamos a putearnos, pero al final terminamos coincidiendo”. El mal, se sabe, siempre viene de afuera, debe ser cosa de otro canal.
Hay otro camino: abrir el debate sobre la homofobia, y el sexismo y el machismo en general, a partir y más allá de este episodio de “Intrusos” que, quizás, en el fondo sea más la consecuencia que la causa de la homofobia en la televisión. No se trata entonces de convertir a Jorge Rial en el representante del Mal Absoluto sino de analizar el estado de las cosas que lo llevaron a creer (aparentemente hasta el autoconvencimiento) que lo suyo nada tiene que ver con la homofobia o la discriminación.

LA TELEVISION COMO TERRITORIO ENEMIGO
“Hay una frase que decía Carlos Jáuregui: los gays siempre nacemos en territorio enemigo. Se refería a la familia, pero actualmente podría trasladarse a la televisión: ¿qué pasa cuando un gay aparece en televisión?”, plantea Flavio Rapisardi, coordinador del Area de Estudios Queer de la Universidad de Buenos Aires, y autor del libro Fiestas, baños y exilios, gays bajo la dictadura. “Primero hay que hacer una distinción teórica, ya que es diferente la homofobia de la lesbofobia, la travestifobia o la bifobia. El caso de Marcelo Corazza diría que es un caso de bifobia más que de homofobia. Él ganó “Gran Hermano” contra dos competidores, un chico abiertamente gay y Tamara, la mujer que hacía de su sexualidad algo libre. En contrapartida, Corazza era el joven morocho solidario de barrio, machista y heterosexista. Entonces, toda esta impugnación contra él resulta llamativa, aunque desde luego nada de esto la justifica, porque en “Gran Hermano” él tuvo actitudes homofóbicas”.
Más allá del caso de “Intrusos”/Corazza, Rapisardi cuestiona más ampliamente la forma en que son mostrados gays, lesbianas, travestis y bisexuales en los programas de humor (y en otros también). “La regla parecería ser que al mostrar los estereotipos se niega la existencia de las personas con sus conflictos reales. En la tevé de ahora, “Kaos” es prácticamente la contracara de esto, y se demostró, por ejemplo, cuando acompañaron a un travesti hasta la puerta de la fiscalía y mostraron cómo increpaba a un policía que quería detenerla. Están mostrando las condiciones materiales de la vida. En cambio, en “099 Central” aparecen dos lesbianas abrazándose como si fueran hermanas; y eso está muy lejos de mostrar siquiera una mínima parte de lo que significa ser lesbiana en la sociedad argentina”.
En el terreno del tratamiento de las minorías en la ficción hay además otras problemáticas. Esther Feldman tiene una larga trayectoria como guionista de TV (“Okupas” y “Cuatro amigas” entre otros ciclos), fue coordinadora creativa de la productora Ideas del Sur y acaba de publicar Acaloradas junto a Cristina Wargon. Ella se plantea cómo manejarse con las reglas de juego desde adentro de una televisión esencialmente comercial.
“Creo que tratar temas de minorías sexuales en la ficción básicamente está bien, porque permite eliminar ciertos tabúes. Entiendo el riesgo que existe al segmentar el público, y esto lo digo en relación con cualquiera de los segmentos posibles que se le pueden plantear a un guionista: homosexuales, médicos, drogadictos, etcétera. Si como guionista entro en el mundo profundo y la jerga de cualquier grupo específico, voy a segmentar el público. Una de las premisas que tenés al escribir ciclos de ficción es que lo vean y lo entiendan la mayor cantidad de personas posible. Yo acepto esta premisa. Me trato de manejar con respeto y con verosimilitud. Imaginate, por ejemplo, lo difícil que es retratar una minoría religiosa sin caer en inexactitudes o en trazos gruesos. Busco juntar información, hacer entrevistas, tener un contacto directo. El autor debe tener conciencia de cuándo se está tomando una licencia poética”.
Sobre el caso de la cámara oculta de “Intrusos”, Feldman cree que “se invadieron los derechos de la intimidad. A partir de ahí, todo lo que pasódespués está mal. La primera conclusión es que todos podemos ser discriminados. Creo que, además, es una demostración de homofobia, así como la TV tiene momentos antisemitas o de discriminación de la mujer. En realidad me preocupa más la sociedad que la televisión. Se me ocurre que en un país como Suiza esa cámara oculta hubiera quedado fuera de contexto. Lo que es o no es una noticia lo termina generando la misma sociedad. Y la nuestra es machista: cualquier cosa que se salga de los parámetros considerados normales se constituye potencialmente en una noticia. En este caso, la sociedad también sancionó la cámara oculta, y da la impresión de que lo que juzgó es la invasión a la privacidad, no la noticia o el supuesto descubrimiento de una relación homosexual. El problema central es no tener una variedad de canales que permita mayor segmentación. Si hubiera más segmentación, sería una televisión más abierta a lo diferente y lo minoritario. Y ni hablar de los publicitarios. La mayor censura, para decirlo con las palabras que corresponden, es lo que les gusta o no les gusta a los anunciantes. Me parece que, aceptando los límites, está bien que se toquen estos temas, que en un programa multitarget como “099 Central” se toque una relación lesbiana. Hablaría de reglas de juego y de cómo uno, como autor, las asume y se maneja con ellas”.

HUMOR: LOS ESTEREOTIPOS Y LAS ESTEREOMINAS
Volviendo al planteo de Flavio Rapisardi, se podría “barrer” la televisión durante días y encontrar una variedad de estereotipos (y estereominas, al decir de otro Flavio, Pedemonti, en una propaganda de cerveza) sobre minorías sexuales, estampas grotescas, actos verbales que son, de por sí, estereotipos: en “TVR” (uno de los programas cuestionados por la CHA, como señala más adelante su titular, César Cigliutti), en “Videomatch” (los humoristas del reciente Comic 2002 oscilaban, curiosamente, entre un típico humor de café concert travesti muy propio del ambiente gay, y el chiste demagógico sobre la sexualidad de tal o cual famoso); en el hoy cuestionado “Intrusos” cubrieron infinidad de chismes menores de la farándula bizarra que orbitaba alrededor de los Süller bajo el elocuente título “La jaula de las locas”; si Pergolini se pregunta ¿qué estará haciendo Polino ahora que levantaron “Zap”?, de todas las posibles facetas del conductor, elige para el chiste la sexual: un actor que hace de Polino pide trabajo en Independiente como diablita. Y así, créanlo, sucesivamente hasta el infinito. Ahora bien: mostrar estereotipos, imágenes distorsionadas y grotescas ¿tiene algo de homofobia o es sólo una variedad de humor grueso?
“Hay homofobia cuando lleva a las ideas y a las frases congeladas: el puto de mierda que está todo el día caliente, la lesbiana usada para calentar braguetas, el travesti siempre con una imagen totalmente negativa”, afirma Flavio Rapisardi. “Yo, frente a un caso concreto, no personalizaría ni moralizaría. No culparía de todo a Jorge Rial ni haría una discusión ética. Hay que discutir más a fondo las políticas de representación, porque al hacer visibles o al enunciar a las personas de las minorías, la televisión lo hace casi siempre a partir de un mecanismo homofóbico. Muchos gays suelen tener la creencia de que salir del closet y hacerse visible implica una transformación, y lamento decir que esto es falso. Hay, desde luego, una autotransformación en muchos aspectos de tu vida, pero seguís sometido al dispositivo homofóbico. Cuando decís Soy gay entrás en un universo de expectativas de conductas esperadas, de si te van a abrazar y besar como antes los amigos hétero y las mujeres, y que muchas veces esas conductas no van a coincidir con tus intenciones. En las apariciones públicas y en las de TV, corrés este riesgo potenciado por la exposición. La persona, una vez que salió del closet, puede quedar reducida a eso. Se presenta como algo positivo en la medida que se hace transparente, pero no lo es, se reduce al estereotipo. Finalmente se pasa de la opacidad a la banalidad”. A propósito de estereotipos y salidas del closet: Ronnie Arias ha logrado un espacio original, casi podría decirse el primer micro gay de la TV argentina, en el programa “Kaos”, donde son frecuentes las notas sobre los más diversos temas de sexualidad. Es obvio que no descartan el humor: la diferencia es que no se trata de un humor ofensivo sino de un tono que puede acompañar una nota sobre los gays corpulentos y peludos autodenominados Osos, travestis, swingers o diversos temas de sexología. Ronnie Arias construyó para su sección un personaje abiertamente homosexual para quien el chiste es ir a meterse en lugares donde presumiblemente un gay no será bienvenido, como un desfile militar, el autódromo o una reunión de gendarmes. Los resultados son dispares pero siempre desopilantes. Después de visitar tantos lugares “enemigos” (o no tanto), un día llegó el momento de cubrir el lugar “amigable” por excelencia: la Marcha del Orgullo Gay, el pasado 2 de noviembre. Entonces se decidió que fuera a cubrirlo él y no otro del equipo. Lo hizo preguntando a varios participantes dos cosas: ¿Cuándo fue la primera vez que te gritaron puto? y ¿Cómo se lo dijiste a tus padres?
La cobertura resultó variopinta y desnudó unas cuantas contradicciones: en lo que se suponía que era una marcha política, aunque festiva, sólo se vio un descontrolado carnaval. Ronnie Arias cuenta que recibió diversas críticas por mostrar lo más bizarro de la marcha y discriminar verbalmente por más que estuviera inter pares. Él no lo cree así: “¿Le puedo apoyar el culo a un gendarme, pero no mostrar a un travesti decadente? Yo lo hice siguiendo el esquema de mi personaje, que es una ficción”.
Y luego opina sobre la homofobia en la TV. “En principio creo que el caso Corazza tiene que ver con el rating. Marcelo podría haber estado dándose un saque o afanando un cajero automático, cualquier cosa que horrorizara a las señoras. Pero si además hacían unos gestos mientras Rial decía que no discriminaban a nadie, el episodio se carga de obscenidad. Lo cierto es que la TV está llena de gays. El 50 por ciento de la televisión la hacen los putos, pero la verdad es que cada diez años pasa uno adelante de las cámaras. Ahora hubo una explosión del tema, se puso de moda. Yo creo que si la pregunta es si en la tele hay homofobia o no, la respuesta es que hay de todo: hay antisemitismo, homofobia, discriminación a la mujer. La televisión en general es refascista. El humor mataputo en la televisión me irritó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que me tenía que cagar en todo eso. Que lo hagan Pergolini, Gianola o Tinelli, todos los que quieran. El puto que dice que lo discriminan porque le dicen puto no dice la verdad del todo, porque entre ellos lo hacen. Este humor que estamos cuestionando tiene que ver con la actitud del chongo argentino más que con la discriminación. Es un humor perverso, que consiste en reírnos de la desgracia ajena. ¿Cómo no nos vamos a reír de alguien a quien le rompen el culo? En el fondo, lo terrible es reírse de quien creés que es menos que vos”.
Para Esther Feldman, la relación entre el humor y los estereotipos tiene algo de insalvable. “El humor trabaja siempre con estereotipos porque funciona como todo esquema comunicacional: la decodificación se da de acuerdo con cómo funciona el emisor. Nadie creería que Woody Allen está siendo antisemita cuando hace humor judío. Para formularlo como una pregunta: cuando se hace un humor machista, misógino u homofóbico, ¿de quién es la culpa? ¿Del emisor o del receptor? Es uno de los grandes dilemas que plantean estos debates sobre los contenidos de la tele. Hay que agregar al panorama que el último año sacó a la luz lo peor de la televisión: la falta de medios, los programas de bajo presupuesto y cero contenido. O se habla de lo que pareciera ser la realidad más candente, la inseguridad, la crisis, la violencia, los secuestros, etcétera, o se habla de pavadas que distraigan de los otros problemas, los verdaderos. Y en esa pavada entran todos los prejuicios de la sociedad”.

SALIENDO DEL CLOSET A LAS PATADAS
El diagnóstico de César Cigliutti, titular de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), acerca de lo que pasó con la cámara oculta, es tajante: homofobia. “Creo que hubo un aumento de la homofobia en la TV por el enfrentamiento entre los medios que llevó a exacerbar actitudes que ya se daban. En el caso de Marcelo, hay algo más que el tema de la intimidad. Si no hubiera sido por el ingrediente homosexual, no había noticia. Es evidente que hubo homofobia. Nosotros somos activistas y mal podríamos sostener un discurso sin poner el nombre o la cara. El coming out es una decisión personal que promovemos, pero entendemos que en un país donde un artista o una figura pública pueden tener problemas por confesar su orientación sexual, no es un acto ingenuo o tonto. Y por supuesto estamos en contra de la caza de brujas consistente en sacar a la gente del closet a las patadas, contra su voluntad. En algunos programas se hace que personas homosexuales se denigren a sí mismas. Lo cierto es que no basta llevar una persona gay como para demostrar que no se es homofóbico. Nosotros denunciamos en un mural contra la discriminación a personas como Marcelo Tinelli o al programa “TVR”, y a veces nos han cuestionado que lo hagamos público, pero mi argumento es que lo hacemos así porque ellos hacen pública su homofobia”.
Si uno extrema estos planteos, pronto aparecen dos cuestiones en el extremo: una, válida para quienes van a hablar sobre temas de las minorías sexuales a los medios, es si hay que ir o no a la TV (o a ciertos programas); la otra es si se debería plantear alguna forma de regulación cuando se cree que hay discriminación.
Según Flavio Rapisardi, “uno de los debates de los años 90 en el movimiento gay fue si concurrir o no a los sucesivos programas de Mauro Viale. Y, en general, la conclusión fue que no, porque no había manera de controlar las condiciones de enunciación. Todo lo que digas va a ser grito, vocinglería. A mí me llamaron cuando publiqué el libro sobre gays bajo la dictadura, pero no fui. Sobre el tema de si regular o no, hay un modelo canadiense de videowatch formado por organizaciones no gubernamentales que controlan los contenidos de la publicidad y los programas. Hay grandes debates y muchas veces son debates conservadores. Hay sectores feministas muy conservadores, pero es un organismo necesario de control de los medios. Yo no quiero caer en posturas moralizantes ni conservadoras y, desde luego, hay que decir que el humor entre los propios gays es muy frecuente, pero también hay que considerar el lugar desde donde se enuncia un chiste y el grado de agresividad. Porque el humor sexista no es ingenuo: es machista o es homófobo. Recuerdo una muy buena frase de Pasolini: En cada chiste hay un templo”.
Ronnie Arias estuvo mucho tiempo sin poner la cara en la pantalla, y el suyo es un testimonio personal interesante para responder algunos de estos interrogantes: “Cuando empecé les resultaba desagradable a muchos, pero si les hacés ganar guita pasás a ser un puto redivertido y sos bienvenido en sus casas. La TV se ha nutrido de todo este clima bizarro, de gays y travestis, y todo lo permiten mientras dé rating. La tele permite todo mientras la torta publicitaria acompañe. La tele se sirve del puto, pero las grandes empresas no quieren que sus productos estén en manos de mariquitas. Para que yo pudiera aparecer en cámara debieron pasar muchos años porque me decían ¡sic!: Das muy puto”.
Quizás, como decía una canción sobre la censura, las actitudes homofóbicas no existen, mi amor. Pero si existen, seguro que no son el resultado de una interna de televisión. Sin caer en la falta de humor de la corrección política, se puede señalar que lo más complicado de este tema es que esta forma de discriminación de goteo continuo, esta agresión verbal acumulativa, se ha naturalizado en una televisión que curiosamente busca arrogarse la representatividad social, dándole al público lo que supuestamente pide. Y si bien esto también es materia de discusión, una opinión de Cigliutti arrima algunos datos a tener en cuenta: “‘Intrusos’ bajó su rating en esos días de la cámara oculta, como si se hubieraproducido un rechazo social. Hubo una encuesta del Instituto Social de la Mujer que demostró que gran parte de la sociedad está a favor de los derechos de gays y lesbianas. Hay muchas maneras de ser gay y no vamos a hacer a esta altura el mito del gay inmaculado. El humor tiene formas y formas y no sólo se expresan problemas en los programas de espectáculos. En los medios en general, casi no se cubren las marchas del Orgullo Gay. El machismo es muy fuerte en muchos programas. Pero lo que me resulta más impresionante es el rechazo que causó en la sociedad un caso de abierta homofobia”.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux