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Domingo, 28 de diciembre de 2008

VALE DECIR > SPIEGELMAN POR SPIEGELMAN

El arte de Art

“Hice los cómics más viles que pudiera imaginarse, porque creía que de eso se trataba la historieta under.” Palabras de Art Spiegelman, el creador de Maus, la gran historieta sobre el Holocausto protagonizada por gatos (de la SS) y ratones. La frase fue sólo una de las varias declaraciones contundentes que ofreció a lo largo de una charla que tuvo semanas atrás en el Instituto de Artes de Londres, en ocasión de la presentación de un viejo libro suyo que acaba de reeditarse. Allí contó, por ejemplo, la vez que Robert Crumb lo echó de su casa en San Francisco en los ‘60 por ponerlo a prueba con “sus dibujos de mal gusto”. Habría que ver cómo habrán sido aquellas viñetas como para haber ofendido al rey del realismo sucio en la historieta, al padre del under-a-cuadritos, pero la anécdota es por lo menos sugestiva: al parecer, la esposa de Crumb se sintió particularmente perturbada por una imagen en concreto.

Además del creador de Maus, Spiegelman es el autor de un dibujo muy difundido de los ‘70, el de un hombre decapitado que es sexualmente penetrado por el cuello. La imagen forma parte de este nuevo-viejo libro suyo, editado originalmente en 1978: Breakdowns: A Portrait of the Artist as Young %@&*! Un tomo que permite seguir su evolución desde aquellos cómics “cretinos” de su juventud a su consagración como premio Pulitzer. Que recibió por Maus, por supuesto, en 1992, aunque en la época de su publicación original, 14 años antes, había sido recibido con un silencio abrumador. Spiegelman también hizo algunas tapas para la revista New Yorker, incluida la imagen de las Torres Gemelas tras el 11-S, un tema sobre el que editó su propio libro de historietas Sin la sombra de las torres. La presentación londinense incluyó la proyección de algunos dibujos de Spiegelman de los ‘70, que exhiben un estilo en formación, cargado de la electricidad propia de la viñeta de aquella época, pero a veces muy distinto de la sombría saga de los ratones judíos y del carácter introspectivo de su obra posterior. Y contó cómo empezó leyendo las historietas que su padre rescató de las quemas de revistas que se hicieron en Norteamérica en los ‘50 (cuando un comité del Senado decidió acusarlas de fomentar el crimen y la delincuencia juveniles), y habló de algunos de sus tics y sus fobias: así como odia colaborar con otros artistas, admitió no tener “ni la habilidad natural ni la paciencia para dibujar bien”: “No encuentro ningún placer en dibujar un árbol porque sí. Sólo dibujo un árbol cuando necesito un árbol”, dijo. “Lo que me gusta en las historietas”, agregó, “es la grasa de pollo: ese material que te hace volver y leer lo mismo una y otra vez, porque hay algo siniestro bajo la superficie. Un material con cierta urgencia”.

Finalmente, también dejó un comentario nada menor sobre un arte que para muchos sigue siendo menor: “Odio la expresión novela gráfica”, dice. “Tiende a provocar confusión. Suelen llamarme el padre de la novela gráfica moderna. Si eso es verdad, quiero que me hagan un análisis de sangre: novela gráfica suena más respetable, pero prefiero comics, porque le da crédito al medio. Comics es una palabra tonta, pero eso es lo que son.”

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