CINE 1 >SLUMDOG MILLIONAIRE, LO NUEVO DE DANNY BOYLE, CAMINO AL OSCAR
El director de Trainspotting y Exterminio, que nunca hace dos películas iguales, acaba de sorprender a todos con un giro brusco, incluso para él: Slumdog Millionaire, una película dickensiana filmada en la India, con actores nativos y desconocidos, una vitalidad extraordinaria y una ausencia de condescendencia que es todo un alivio. La historia de un empleado de call center nacido en una de las infinitas villas miseria de Bombay, que termina participando en un programa de concursos sirve para asomarse a cómo vive la mayoría de las personas en este mundo, pero también para disfrutar de una película que emociona y entusiasma.
› Por Martín Pérez
Cualquier occidental sólo puede ser Rambo o Mr. Bean para los chicos de la calle de la ciudad de Bombay. Así lo descubrió Simon Beaufroy un par de años atrás, cuando comenzó a caminar los barrios de aquella megalópolis, documentándose para adaptar al cine la novela Q & A, del diplomático y escritor indio Vikas Swarup. Por supuesto, apunta Beaufroy, los chicos que lo seguían por los callejones de Juhu rápidamente lo bautizaron como Mr. Bean, burlándose abiertamente por la blancura de su tez. “¿Piensa que hace calor, Mr Bean?”, le preguntó el más atrevido, un niño que debía tener unos diez años. Beaufroy concedió que sí, que tenía calor, pero apenas abrió la boca para contestar se dio cuenta que había caído en la trampa. “No, Mr Bean, hoy es un día fresco”, fue la respuesta de su joven interlocutor, que desató las carcajadas de la mayoría de la tropa infantil y zaparrastrosa que no cejaba en seguirle la pista. Y los que no se rieron es posible que sintieran algo de pena por ese occidental definitivamente perdido en las calles de su barrio. “¿No es que el rico turista blanco debe sentir pena por el andrajoso mendigo indio y no al revés?”, pensó Beaufroy, que se sorprendió al darse cuenta de que no sintió ni por un segundo pena por esos niños flacuchos que se burlaban de él abiertamente, con una ancha sonrisa en el rostro. “Qué interesante: debo tomar nota de esto”, se dijo el guionista, mientras buscaba la salida del laberinto en que se había perdido.
Vio luz al fondo de un callejón y hacia allí se dirigió, seguido por su pequeña corte, que se reía de él aún más fuerte. “No, no, Mr Bean”, le decían una y otra vez, y cuando Beaufroy finalmente alcanzó el final de esa maraña de callejones y estuvo otra vez al aire libre, se dio cuenta del porqué de las risas. “Había caminado directamente hacia los baños públicos de los mendigos de la zona”, escribió en la columna para el diario británico The Guardian donde recordó la génesis del guión de lo que luego sería Slumdog Millonaire (en Argentina, traducida como Quién quiere ser millonario). “Cada una de las pequeñas casillas sólo tenían tres paredes, y donde debía estar la cuarta no había nada salvo aire libre, y una vista magnífica del aeropuerto privado del barrio de Juhu. Cada mañana, la gente más pobre del mundo se sentaba a hacer sus necesidades viendo a la gente más rica del mundo volar a hacerse cargo de las suyas. Nada podía resumir mejor mi experiencia en Bombay. No sabía cómo ni por qué, pero estaba seguro de haber encontrado la primera escena de la película.”
Aunque la escena de los retretes frente al aeropuerto –que intentaremos no develar más de lo indispensable en estas líneas– no terminó siendo la primera de la película de Danny Boyle, sí es el primer gran momento de su historia acerca de cómo un insignificante asistente de un call center llega a estar a punto de ganar 20 millones de rupias en la versión india del programa televisivo Quién quiere ser millonario. Y, como no podía ser de otra manera, no falta quien la vincule en cada reseña con aquel inodoro más sucio de Escocia, tan prominentemente retratado en Trainspotting, el primer gran éxito internacional de Danny Boyle. Pero tanto en ese primer atisbo de la idea de no demostrar ninguna pena por la pobreza del entorno tan bien rememorada por Beaufroy, como en la decisión –que ejemplifica la escena del retrete– para lanzarse de cabeza en lo peor de esa pobreza y salir de la mano de la aventura, es donde hay que buscar las claves de una película sensible pero nunca condescendiente, que atraviesa esos infiernos no para lavar sus culpas –y las de los espectadores– sino para permitirse disfrutar con el artificio y el espectáculo más sincero del mundo, que es el cine cuando se decide a dejarse llevar por una historia. Como escribió Kenneth Turan, el crítico del diario Los Angeles Times, en una de las tantas reseñas admiradas de la película, que pavimentaron su sorprendente camino hacia las múltiples candidaturas al Oscar: “¿Quién hubiese pensado que la mejor película para un auditorio clásico, un melodrama romántico al estilo de Hollywood que entrega satisfacciones a un estudio de una manera ultra moderna, iba a ser realizado en las calles de la India con protagonistas desconocidos, por un director británico que nunca hace dos veces la misma película?”
Cada vez que le preguntan por qué quiso filmar una película basada en el popular programa de concursos Quién quiere ser millonario, Boyle asegura que jamás se le ocurrió esa idea. “¿Por qué querría hacer algo así?”, responde, casi repitiendo la pregunta que les hizo a sus productores cuando le presentaron el guión en primera instancia. “La única razón por la que accedí a leerlo es porque estaba firmado por Simon Beaufroy, al que conocía de The Full Monty”, explica, refiriéndose a la película bautizada como Todo o nada para su estreno en Argentina. “Pero para la página 20, mas o menos, ya estaba decidido a hacerla”, cuenta el director, sin precisar en ninguna de las tantas entrevistas en las que ha contado esta historia si para entonces ya había llegado a la escena del retrete. “Porque había dejado de pensar en lo que costaría hacerla o en cómo haría tal o cual toma. Me había perdido en la trama, y cuando me pasa algo así leyendo un guión siempre lo vinculo a ese olvido que las madres dicen que suelen tener sobre el dolor que atraviesan durante el parto, una vez que ven el bebé. Bueno, es lo que me pasa cuando leo un guión y no pienso en lo que cuesta hacer una película, sino que la voy viendo como si ya estuviese terminada.”
Con la aparición de su protagonista en el concurso televisivo como eje de la trama, y al mismo tiempo apenas como la excusa para recorrer su vida, lo que en realidad se narra en Slumdog millionaire es la historia más vieja de todas: la del chico que triunfa contra todas las adversidades. “Me di cuenta mucho después de que estábamos filmando Rocky, después de todo”, bromeó más de una vez Boyle al hablar de las referencias de su película. Si bien desde su debut con Tumba al ras de la tierra, Boyle –un hijo de la clase trabajadora que en su infancia quiso ser monaguillo, pero apenas dejó la adolescencia olvidó viciosamente esa vocación, y escapó de la pobreza a través de la cultura popular– pareciera haber hecho todo lo posible para evitar ser encasillado en algún género, ha mantenido invariable una característica que define a su cine: su estilización estética. Punk urbano confeso, que disfruta siendo lo más contemporáneo posible, Boyle señala que, luego del fracaso de La Playa –fracaso estético, se preocupa por señalar, porque financieramente funcionó: sus ingresos triplicaron los gastos–, se dio cuenta de que la única forma de seguir disfrutando de este trabajo era manteniendo bajos los costos. “Lo que pasó con La Playa es que a mí no me interesaban para nada esos hippies”, confiesa. “Pero si te dan 55 millones de dólares para hacer una película, no podés seguir tus instintos e intentar una crítica social de esos invasores. Tiene que haber romance y parecer un paraíso. Tenés que venderlo así, no queda otra.”
Clave para lo que bien puede ser el comienzo de un tercer acto en su carrera como cineasta –el segundo comenzó con Exterminio, tal vez su película más exitosa antes que ésta–, Slumdog millionaire respira como película gracias a la forma, que permite a la historia avanzar a su aire. Si Bombay es una ciudad en fast-forward, como cuenta Boyle que opina Beaufroy, Slumdog es una película que rebobina y avanza todo el tiempo, escondiendo en ese truco mucha de la vitalidad que permite que siga siendo una aventura y no un documental o una crítica social. “La esencia de todo lo que yo hago radica en el realismo”, explica. “Porque si logro eso como base, después puedo permitirme hacer lo que quiero sin que todo se venga abajo como un castillo de naipes.” Y, en Slumdog, ese realismo lo consigue saliendo a filmar por las calles de Bombay con las cámaras más pequeñas y el equipo más reducido posible, otra enseñanza del fracaso de La Playa. “Yo sabía que si lograba retratar apenas un poco de la vitalidad de Bombay, me tenía que dar por hecho. Y ésa era la única forma de hacerlo”, cuenta. “Además... ¡es la única forma de filmar ahí! No hay forma de intentar preparar algo, porque nada está igual al día siguiente. Así que mejor no resistirse, y dejarse llevar. Woody Allen dice que, si querés hacer reír a Dios, contale tus planes. Pero en la India hay tantos dioses, que todo el tiempo estás escuchando las carcajadas.”
Más allá de que, para ejemplificar la velocidad de la vida en la India, Boyle haya dicho que su película en realidad se parece a Titanic, si en el film de Cameron hay una anciana recordando su vida antes de morir, el suyo tiene un joven de apenas 18 años con toda la vida por delante pero con suficientes recuerdos como para más de una película; la clave narrativa de Slumdog... es Charles Dickens. Porque si en algún lado se reflejan las desventuras de los niños protagonistas de la película de Boyle es en los melodramas decimonónicos de uno de los grandes personajes de las letras británicas. “Simon Beaufroy me confesó que, mientras escribía el guión, sentía la sombra de Dickens todo el tiempo”, explica el director. “Es algo de lo que uno no se puede escapar, al lidiar con tales extremos sociales dentro del contexto de una ciudad extraordinaria.”
Película con un costo de 15 millones que ya lleva recaudados más de 100 en todo el mundo, Slumdog millonaire fue celebrada unánimemente desde que comenzó a exhibirse en festivales a partir de la segunda mitad del año pasado, iniciando una seguidilla de premios que parece llegar hasta el Oscar, donde compite como Cenicienta ante pesos pesado como El curioso caso de Benjamin Button o Batman, el caballero de la noche, cuyos presupuestos superaron los 150 millones cada una. Por eso es que la revista New York la llegó a presentar como si fuese un Obama ante el Batman Mc Cain. Todo esto, claro, antes de que comenzasen a escucharse las primeras quejas –que acusan a la película de explotar la pobreza– luego de su estreno en India. “La queja es un rostro saludable de la India, mientras no se llegue a la violencia”, declaró Boyle a la revista Newsweek, donde señala que su película es un entretenimiento, no un documental. Pero subraya que siempre quiso capturar la vitalidad de la ciudad tal cual era, y que eso incluía mostrar que la pobreza no está encerrada en un ghetto, sino que está presente en todos lados, sin ser negada, como en la Inglaterra victoriana.
Por su parte, ciertos periodistas de la India han señalado que les resulta extraño que lo más criticable de la película –el uso de torturas por parte de la policía– no haya sido siquiera mencionado en la polémica. Por eso es que hay quienes consideran la polémica simplemente como un arma negativa más en la cada vez más feroz pelea promocional previa al Oscar. “Una de las cosas que la India heredó de los británicos es una burocracia feroz”, señaló en su momento Boyle. “Hay que pedir permiso para todo, algo que resulta casi ridículo en un país donde las cosas cambian todo el tiempo. Pero eso hizo que tuviésemos que hacer aprobar el guión que íbamos a rodar, donde estaba incluida la escena de la tortura. ¡Y nos la aceptaron! Sólo señalaron que no debía incluir policías de alto rango. Es que hasta las autoridades tienen que reconocer que es algo común. Cuando visitamos ciertas comisarías, los elementos de tortura estaban a la vista, en un rincón.”
Hacia el final de su reciente entrevista en la revista Newsweek, el periodista Fareed Zakaria le pregunta a Boyle si ya tiene preparado un discurso para cuando llegue la noche de los Oscar. “Ya que una de las preguntas del concurso es cuál de los presidentes norteamericanos aparece en los billetes de 100 dólares, tengo la gran oportunidad de citar a Benjamin Franklin. El dijo que nada es seguro en la vida, salvo la muerte y los impuestos. Y yo agregaría: también los juicios y las protestas.”
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux