Dom 08.02.2009
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CINE Y DVD > DOS PELíCULAS CON PERROS DE VERDAD

La vida con ellos

Acaba de editarse El año del perro, una película indie en la que Molly Shannon, comediante surgida de Saturday Night Live, se lanza a la militancia por la protección de los animales después de la muerte de su mascota adorada. Al mismo tiempo, todavía puede verse en cine Marley y yo, con Owen Wilson y Jennifer Aniston, que aunque es muy diferente en espíritu y mucho mayor en presupuesto, comparte una perspectiva adulta y sincera en relación con el amor que los protagonistas sienten por sus perros, compañeros de vida y mejores amigos.

› Por Mariano Kairuz

Las películas El año del perro –una producción de bajo presupuesto que pasó el año pasado por Sundance y acaba de salir acá en DVD– y Marley y yo –un estreno comercial de la Fox que todavía puede verse en los cines– tienen en común un tema: el amor por los perros. Pero lo que une a la agridulce comedia con la actriz surgida del programa Saturday Night Live en los ‘90, Molly Shannon, con esa otra comedia que protagonizan Jennifer Aniston y Owen Wilson –dos films capaces de sumergirnos en una tristeza profundísima–, aparece retratado de maneras casi opuestas.

Y es que lo normal es que en las películas de perros todo quede reducido a pequeñas y poco originales aventuras destinadas al público infantil. Como si el amor por una mascota fuera algo de lo que sólo somos capaces de chicos, una sensibilidad que perdemos de adultos. En esas películas –las sagas de Buddy, los Bingo, los Beethoven–, los animales nunca pueden ser sencillas mascotas a las que se quiere como tales –más o menos lindas, desobedientes o pulgosas– sino que casi siempre deben ser convertidas en estrellas deportivas o héroes intrépidos e ingeniosos. Existe alguna noble excepción –Rescate en la Antártida, el caso real de un grupo de hermosos siberianos en peligro–, pero en general todo se limita a este esquema del perro como protagonista de bobadas infantiles. O, en ocasiones, a la variante “cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”: el perro como recurso para hablar pestes de su amo.

Algo de esto último había hace unos años en la divertida Very Important Perros, de Christopher Guest, sobre el absurdo mundo de los ejemplares de exhibición y el comportamiento neurótico de sus propietarios. Y algo de eso hay también en El año del perro, la primera película como director del guionista y actor Mike White (el tipo que escribió, entre otros guiones, los de Escuela de rock y Nacho libre). No es exactamente misantropía, pero es por lo menos sugestivo que en El año del perro el único personaje querible sea su protagonista, Peggy (Shannon), una cuarentona con un trabajo de oficina nada estimulante y una vida social casi nula, que parece volcar todas sus necesidades afectivas en su pequeño beagle Pencil. La rodean un puñado de personajes irritantes y presuntamente más “normales”: un jefe siempre tenso y demasiado obsesionado con su trabajo; su cuñada (Laura Dern), obsesiva sobreprotectora de sus hijos; y un vecino (John C. Reilly) aficionado a la caza y coleccionista de armas blancas. La inesperada muerte de Pencil lleva a Peggy en un viaje personal extraño, que empieza suavemente por pasarse al “veganismo” y desemboca en una furiosa militancia por la protección de los animales.

Por otro lado, Marley y yo cuenta la historia de una pareja de periodistas (Aniston y Wilson); cómo inician su vida matrimonial, la llegada de los hijos, los sacrificios profesionales y no mucho más que la vida diaria, a lo largo de unos cuantos años. Lo que tiene de particular, dentro del mundo de las comedias románticas familiares tradicionales, es que el lapso a lo largo del cual se extiende el relato corresponde a los años de convivencia con un lindísimo labrador (Marley). Su adopción, su crecimiento, su fama de ingobernable, su envejecimiento y, sí, su muerte. Es notable el papel de sustitutos afectivos que juegan los perros en una y otra película, porque Marley es adoptado en un principio como un intento del marido por calmar las ansiedades maternales de su esposa, y eventualmente pasa a ser casi como uno más entre los hijos. Si en El año del perro cada cuadrúpedo, desde Pencil en adelante, que Peggy lleva a su casa parece suplir una carencia emocional mayor –desde que vemos a Pencil dormir en su cama a su lado–, en Marley y yo es el moño sobre el cuadro de la familia tipo perfecta.

Con sus diferencias, el gran logro de ambas películas es hablar del amor por los perros desde una perspectiva adulta y sentida, con una dignidad que el cine no suele prodigarle. “Un perro siempre te va a ser fiel, a diferencia de lo que puede decirse de tu novio”, le dice Peggy a una amiga del trabajo, en un rapto de indignación, poco antes de entregarse por completo a su militancia por “esas muchas clases distintas de amor que existen en la vida”. “A tu perro no le importa si sos atractivo o no, si tenés mucho dinero o nada”, coincide el personaje de Owen Wilson en su expresión del amor incondicional que ofrece su mejor amigo (y el único verdadero, en cuatro patas o erguido, que aparece en la película). Una es una película sobre gente rara y la otra sobre gente normal, aunque ambas categorías queden relativizadas por las nociones que el cine indie y el mainstream hollywoodense (¡son Aniston y Wilson!) suelen tener de una y otra, respectivamente.

Y la gente, normal, excéntrica, amarga o feliz, es lo que el cine hace de ella, pero esos perros parecen perros de verdad. Perros capaces de emocionarnos, como lo hizo Sam, la increíble ovejero alemán que hace un año combatió zombis junto a Will Smith en Soy leyenda y de cuya muerte –en una vuelta de guión traicionera y extorsiva como pocas– es difícil reponerse. Como lo hace Marley; perros capaces de hacernos llorar como nenes, como rara vez lo consiguen en el cine los protagonistas que andan en dos patas.

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