Como todos los años, el sitio Edge.org formula una pregunta a sus integrantes y amigos, lo más selecto de la vanguardia científica actual. La de este año fue: “¿Qué ideas disruptoras y desarrollos científicos capaces de cambiar todo espera ver antes de morir?”. Y, como cada año, Radar reproduce una selección de esas respuestas entusiastas, esperanzadoras, tenebrosas, escépticas, alentadoras y originales que envían más de 150 físicos, neurólogos, filósofos, biólogos, químicos y matemáticos, entre otros. Adelante: sepa lo que nos espera.
› Por Carlos Silber
Observar, cuantificar, predecir, contrastar. El edificio de las ciencias se levanta y mantiene gracias a estos cuatro pilares básicos que en equilibrio justo con la deducción conforman el método científico. Fue Galileo hace 400 años quien al fin, después de tanta fe ciega en Aristóteles y vigencia del argumento de autoridad, un día salió de su casa con estas cuatro llaves para ingresar de lleno en la naturaleza y comprenderla de cuajo.
Si Darwin abusó y desgastó el acto de observar (y anotar todo en sus diarios hiperdetallistas), Einstein ganó su fama en 1919 cuando sus predicciones (encapsuladas en la Teoría de la Relatividad General) coincidieron con los hechos: las observaciones realizadas durante un eclipse total de Sol habían demostrado que la luz se desvía al pasar cerca de un cuerpo masivo.
Con justa o exagerada razón, la predicción muchas veces es vista como la herramienta científica más valorada, aquella capaz de aplacar momentáneamente la incertidumbre y permitir actuar con previsión. Muchos la utilizan con mesura y otros abusan de ellas. Es el caso de los futurólogos, figuras grises y dudosas como Ray Hammond y Ray “Cybernostradamus” Kurzweil, acostumbrados a delinear pronósticos tan lejanos que pocos logran vivir para chequearlos.
Los científicos duros los aborrecen pero íntimamente admiran su visión extendida. Por eso, cuando John Brockman, editor estadounidense y cabeza visible del sitio-ágora de la vanguardia científica Edge.org, reveló la pregunta con la que cada año, desde 1998, le toma la temperatura al pensamiento contemporáneo, biólogos, físicos, químicos y toda clase de intelectuales de la “tercera cultura” le inundaron la casilla de mails con un rotundo “sí, ya te mando mi respuesta”.
“¿Qué va a cambiar todo? ¿Qué ideas disruptoras y desarrollos científicos espera ver antes de morir?”, interrogó esta vez Brockman, quien recibió 151 respuestas brillantes, optimistas, pesimistas, breves, largas, crípticas, teóricas pero también sorprendentes como las que Radar –en su costumbre, también anual– condensa a continuación:
Kevin Kelly es ingeniero, matemático y ensayista (kk.org). Fue el fundador de la revista Wired y es autor del clásico Out of Control: The New Biology of Machines, Social Systems, and the Economic World.
Tengo poca fe en la habilidad de cualquiera para predecir qué evento cambiará todo. Una mirada a la futurología del pasado revela un gran número de ejemplos de predicciones acerca de revoluciones tecnológicas que nunca ocurrieron, como ciudades abovedadas o autos propulsados por energía nuclear. Para 2001, de acuerdo a la película que lleva ese nombre, deberíamos haber tenido misiones a Júpiter, animación suspendida, computadoras con rasgos humanos. ¿Y recuerdan la televisión interactiva, la heladera con internet, la oficina sin papeles?
La tecnología puede llegar a cambiar todo, pero es imposible predecir cómo. Sus efectos dependen no sólo de lo que hacen los gadgets sino del juicio y análisis de millones de personas sobre sus costos-beneficios.
Pero si insisten... El año pasado fue el de la introducción de la genómica directa al consumidor. Y se lanzaron nuevas compañías. Se puede conseguir de todo, desde una secuenciación completa del genoma (por 350 mil dólares) a un listado de riesgos de enfermedades e información ancestral.
Algunos de los resultados posibles de esto podrían ser: la medicina personalizada (las drogas se prescribirán de acuerdo al background molecular del paciente), el fin de varias enfermedades genéticas, el fin de la “genofobia” de varios académicos cuyas doctrinas serán cada vez más
inverosímiles al ritmo en que las personas aprenden sobre los genes que afectan su temperamento y cognición.
Pero de nuevo: tal vez esto no suceda.
El estadounidense Steven Pinker es psicólogo experimental y científico cognitivo. Es autor de El instinto del lenguaje, Cómo funciona la mente, Palabras y reglas y La tabla rasa.
Asumo que algunos de mis nietos vivirán lo suficiente como para ver cómo la genética y la biología molecular se vuelven dominantes en los próximos 50 años y cómo la neurología alterará las reglas de juego de la vida humana de manera drástica, no bien desarrollemos herramientas para observar y dirigir las actividades del cerebro humano desde el exterior.
Un único transmisor de microondas implantado en el cerebro, por ejemplo, tiene el suficiente ancho de banda para transmitir al exterior las actividades de un millón de neuronas. Este tipo de herramientas hará posible la práctica de la “radiotelepatía”, la comunicación directa de sentimientos y pensamientos de cerebro a cerebro.
Para que esto sea posible deberemos inventar dos nuevas tecnologías: la conversión de señales neurales en señales de radio y viceversa y cómo insertar microtransmisores de radio y receptores dentro del tejido de un cerebro vivo.
La radiotelegrafía será un poderoso instrumento para el cambio social. Podría sentar las bases de la cooperación pacífica entre humanos en todo el planeta o podría desencadenar la opresión tiránica y reforzar el odio. Una sociedad enlazada por medio de la radiotelegrafía podría experimentar la vida humana de una manera totalmente nueva. Y también, si se extiende a animales, podríamos llegar a experimentar la alegría de un pájaro volando, el dolor de un ciervo cazado o de un elefante hambriento. Sentiremos en nuestra carne la comunidad de la vida a la que pertenecemos, lo cual nos hará mejores administradores de nuestro planeta.
El estadounidense Freeman Dyson es físico del Institute of Advanced Studies y autor de The Scientist as Rebel.
Según las cuentas de los expertos, alcanzaremos el tope de la extracción de petróleo en unos cinco años. Incluso si no nos preocupa mucho el cambio climático, necesitaremos buscar alternativas para hacer funcionar nuestra civilización. Espero vivir para ser testigo del florecimiento total de la tecnología solar, que se está desarrollando a un paso excitante con el ingreso de la nanotecnología y la fotosíntesis artificial. Tengo la esperanza de que los arquitectos desarrollen complejos magníficos y torres solares capaces de expresar nuestras aspiraciones, como alguna vez lo hicieron las catedrales medievales.
El inglés Ian McEwan es escritor. Su último libro es la novela On Chesil Beach.
La detección de vida, inteligencia o tecnología extraterrestres cambiará todo. Aunque todo puede cambiar completamente también con el descubrimiento de la presencia extraterrestre acá en la Tierra.
SETI@home, nuestro programa de búsqueda de comunicaciones extraterrestres, conecta a más de cinco millones de computadoras terrestres a un complejo de telescopios. Y hasta ahora no se ha escuchado ni siquiera una palabra proveniente de allá afuera.
Asumiendo que existe en otra parte del universo, la vida habrá tenido el tiempo para explorar una variada diversidad de formas. Aquellas capaces de sobrevivir el paso del tiempo, de adaptarse a ambientes cambiantes y capaces de migrar a través de distancias interestelares serán las que más se desparramen.
Las formas de vidas que hayan asumido la digitalidad no sólo serán capaces de mandar mensajes a la velocidad de la luz. Serán capaces de mandarse a sí mismas.
George Dyson es historiador de la ciencia.
Gran parte de la miseria del mundo se debe a la propensión humana a contemplar e incentivar la violencia hacia otros seres humanos. No se trata únicamente de asesinatos. Alguien que diseña un arma, castiga a un chico, declara la guerra o deja abandonada al lado de un camino a una víctima de una golpiza ha definido para sí “dañar a otro ser humano” como una acción justificable. Qué diferente sería el mundo si hubiese un inhibidor cognitivo de tales acciones y que la gente pudiera ser capaz de transportar consigo. Supongamos que con el desarrollo de la tomografía computada se pudiera determinar con exactitud los patrones de los impulsos violentos en cada persona. Quizá sea posible rastrear cada decisión de matar o dañar a otro individuo, de asesinar a un chico.
Si ese “patrón de la muerte” fuera detectable, ¿podrían desarrollarse métodos para prevenir que tal reacción se dispare? Todos podríamos cargar dispositivos capaces de detectar el patrón y suprimirlo. Las violaciones serían anticipadas antes de que ocurrieran. ¿Cómo sería un mundo en el que química o electrónicamente se pudiera remover la habilidad para matar o dañar al otro?
Un método para eliminar este patrón conducirá al cambio más significativo en la manera en que los seres humanos y las sociedades se comportan. En algún lado, en los campos de la neurobiología y la genética de las modificaciones el germen de este cambio tal vez esté presente.
Karl Sabbagh es escritor y productor televisivo.
Asumimos sin cuestionar ni discutir que la división entre humanos y animales es absoluta. En la mente de muchas personas confundidas, un embrión humano de una célula, sin nervios e incapaz de sufrir, es infinitamente sagrado simplemente porque es “humano”. Ninguna otra célula goza de este status exaltado. Sin embargo, es un esencialismo profundamente contrario a la evolución. Si existiera un cielo en el que todos los animales que alguna vez vivieron pudieran hacer una fiesta, encontraríamos una continuidad de cruzas. La cadena de la vida llega a conectar a un humano con un canguro, un jabalí y un pez gato. No es especulación; necesariamente se desprende de los hechos de la evolución. Teóricamente lo entendemos. Pero lo que cambiaría todo sería, por ejemplo, el descubrimiento de poblaciones de homínidos extintos como el Homo erectus y el Australopithecus.
También cambiaría mucho las cosas si tuviera éxito la hibridación entre un humano y un chimpancé. Aunque el híbrido sea infértil como una mula, modificaría todo, como también lo haría el desarrollo de una quimera experimental producida en un laboratorio de embriología con la misma cantidad de células humanas y chimpancés.
Ahora que se conocen los genomas humano y de los chimpancés, tal vez se pueda dar vida a una reconstrucción aproximativa del ancestro en común que, también, cambiará todo.
Richard Dawkins es biólogo, uno de los científicos más polémicos (e inteligentes del momento) y es autor de El gen egoísta y The God Delusion.
Algún día todos los semiconductores dejarán de funcionar y por lo tanto todas las computadoras. La gran avería será causada por un pulso electromágnetico gigante (EMP) creado por una explosión nuclear fuera de la atmósfera terrestre. Y llegará a cubrir continentes enteros. Cuándo ocurrirá es impredecible. Pero ocurrirá eventualmente, dado que es extremadamente poco probable que seamos capaces de librarnos de todas las armas nucleares.
Las implicaciones de tal evento serán enormes. Si le sucede a una de nuestras sociedades basadas en tecnología, literalmente todo se vendrá abajo. Te darás cuenta de que ninguno de tus teléfonos funciona. Tu auto no arrancará más, ya que está controlado por chips de computadora, al menos que tengas la suerte de tener un auto antiguo. Tu supermercado local será incapaz de conseguir nuevos alimentos. No funcionarán los camiones, los trenes, no habrá electricidad, ni agua. La sociedad se vendrá completamente abajo.
Anton Zeilinger es físico de la Universidad de Viena.
El único evento capaz de alterar absolutamente todo de una vez será nuestro primer encuentro con vida extraterrestre e inteligente. La única manera para que cambie todo no es hacer algo sino que nos pase algo, a nosotros. Sólo imaginar el encuentro de la humanidad con un “otro” implica un vuelco más allá del solipsismo que ha caracterizado a nuestra civilización desde su nacimiento.
El encuentro con un vecino ya sea exterior, interior, ciber o hiperespacial finalmente nos convertirá a nosotros en “nosotros”.
Encontrar un otro, sea dios, un fantasma, un pariente biológico, una forma de vida que evolucionó independientemente o a una inteligencia emergente de nuestra creación cambiará lo que significa ser humano.
Nuestras computadoras quizá nunca nos informen que están conscientes. Los extraterrestres quizá nunca envíen una señal a las parábolas del SETI. Y las criaturas interdimensionales quizá no se les aparezcan a aquellos que no toman psicodélicos. Aun así, si sólo uno de estos hechos ocurriese, cambiaría absolutamente todo.
Douglas Rushkoff es analista de medios y escritor de documentales.
Si bien la medicina avanzará en los próximos 50 años, no estamos en camino de conseguir la inmortalidad mediante la cura de enfermedades. Los cuerpos simplemente se gastan con su uso. Sin embargo, avanzamos mucho en cuanto a las tecnologías que nos permiten guardar una cantidad impensada de información. Mucho antes de que entendamos cómo funciona el cerebro, seremos capaces de copiar digitalmente la estructura de uno de estos órganos y de descargar la mente consciente a una computadora.
No sólo no tendremos que morir jamás. Viviremos en cambio en mundos virtuales como el de Matrix.
El poder de cómputo está floreciendo tan rápido que conseguiremos descargar la conciencia en una computadora de acá a medio siglo.
David Eagleman es neurocientífico.
¿Qué cambiará todo? Bueno, si uno considera al universo como un todo, algo que cambie al universo o que cambie nuestra concepción acerca de él cambiará... todo. Lo más drástico que puedo pensar es el descubrimiento de otro universo en nuestro universo.
Los cosmólogos conciben al universo como una burbuja —con pared y todo— en expansión, no muy distinta a una burbuja de jabón. Desde el interior parece infinitamente grande. Aun así hay espacio allá afuera para otras burbujas.
Estos universos-burbuja podrían estar conformados por materiales muy distintos al nuestro e incluso podrían obedecer a leyes físicas distintas. Podemos ver tan lejos como la luz nos permite. Por eso es justo pensar que allá afuera podría haber más burbujas sin que nosotros lo supiéramos. Al menos, tal vez, que hiciera una drástica entrada a nuestro mundo al estrellarse con nosotros.
Esto parece fantasía pero no lo estoy inventando. Porque una de nuestras teorías guía en cosmología llamada “inflación” predice que nuestro universo-burbuja eventualmente experimentará un número infinito de colisiones con otros universos.
Steve Nadis es escritor científico.
Aquello que va a cambiar todo no es siquiera un pensamiento. Es más una sensación. El desarrollo humano hasta ahora estuvo guiado por un sentimiento de que las cosas podrían y pueden ir mejor. Había nuevas tierras para conquistar, nuevos pensamientos de los que nutrirse. Las grandes migraciones en la historia humana nacieron del sentimiento de que había mejores lugares donde vivir.
¿Pero qué pasaría si este sentimiento de repente cambia? ¿Qué ocurriría si en vez de sentir que estamos parados en el borde de un continente salvaje lleno de promesas empezamos a sentir que estamos en un bote salvavidas atestado de gente, en aguas hostiles y preparados para matar por el último pedazo de comida?
Tal vez ocurra lo siguiente: los humanos quizá se fragmenten aún más en bandos más egoístas. Proyectos a largo plazo podrían llegar a ser abandonados. Fuentes que ya son escasas se agotarían rápidamente después de que todos intentasen conseguir una parte.
Este es un pensamiento oscuro, pero uno para tener en cuenta. Los sentimientos son más peligrosos que las ideas porque no son susceptibles de ser evaluados racionalmente. Crecen silenciosamente, se desparraman subterráneamente y de repente estallan.
Brian Eno es artista, compositor, productor de U2, Talking Heads, Paul Simon.
En ciencias, como en muchas otras áreas, lo aparentemente simple puede y ha cambiado todo. Así como Darwin observó la evolución en pequeñas diferencias entre pájaros, iguanas y tortugas, la comunidad genómica está actualmente estudiando los cambios en el código genético asociados a enfermedades humanas, pequeñas variaciones que explican nuestras diferencias.
La ciencia está cambiando drásticamente con nuestro uso de nuevas herramientas para comprender la vida y quizás incluso llegar a rediseñarla. El código genético es el resultado de más de 3500 millones de años de evolución. Recién lo hemos estado leyendo desde hace un puñado de décadas.
Junto a mis colegas, desarrollé nuevos métodos para sintetizar químicamente ADN en el laboratorio. En los últimos años fuimos capaces de diseñar químicamente un cromosoma entero de una bacteria, que con sus 582 mil nucleótidos es el químico más grande producido por el ser humano.
Podremos comenzar a escribir el nuevo software de la vida para dirigir organismos y conducirlos a realizar procesos como crear biocombustibles renovables y reciclar el dióxido de carbono. Mientras aprendamos de los 3500 millones de años de evolución seremos capaces de cambiar no sólo cómo vemos la vida conceptualmente, sino cambiar la vida misma.
Craig Venter es biólogo y fue el fundador de la compañía privada Celera Genomics, que decodificó el genoma humano.
Veré el desarrollo de robots con los que la gente quiera pasar su tiempo. Pero no poco tiempo como para divertirse sino lo suficiente como para que los robots terminen por ser vistos como compañías, más cercanos a “alguien” que a “algo”. Concibo esto como el “momento robótico”.
Las tecnologías sociables aparecieron en el mercado en 1997 con el Tamagotchi, una criatura en una pantallita que no ofrecía cuidarte sino que pedía que vos la cuidaras a ella, la alimentaras, la divirtieras. Los Tamagotchis demostraron que cuidamos lo que amamos pero también que amamos lo que cuidamos.
Los “artefactos relacionales” que siguieron a los Tamagotchis inspiraron nuevos sentimientos de conexión porque apretaron en las personas sus “botones darwinianos”: les pedían que les enseñaran cosas, hacían contacto visual, seguían nuestros pasos, recordaban nuestros nombres.
Las tecnologías sociables salieron al escenario como juguetes, pero en el futuro serán presentadas como potenciales niñeras, maestras, terapistas, ayudantes para los ancianos. Primero se presentarán bajo el latiguillo de “peor es nada”, pero con el tiempo los robots se promocionarán como “mejor que algo”, o sea, preferibles antes que seres humanos o mascotas debido a sus “poderes” tales como mejor memoria, atención y paciencia.
El “momento robótico” nos conducirá a una pregunta que le debemos hacer a cada tecnología: ¿sirve para nuestros propósitos humanos?, un interrogante que nos lleva a reconsiderar cuáles son estos objetivos y fines.
Sherry Turkle es psicóloga del MIT, autora de Evocative Objects.
Sólo modificando el cerebro mismo se podrá cambiar todo. Aunque esto no es completamente nuevo: drogas psicoactivas, electroshock, e incluso lo que comemos, tomamos y fumamos pueden modificar un cerebro en normal funcionamiento. El novedoso método de la “estimulación profunda del cerebro”, que consiste en la inserción de electrodos en este órgano para estimular zonas específicas eléctricamente, se usa ya para corregir desórdenes cerebrales como el mal de Parkinson. Sin embargo, este procedimiento no se está usando para hacer que las personas sean más agradables, consideradas o pensativas.
Consideraciones éticas prohíben usar la estimulación profunda del cerebro para mejorar un órgano considerado normal. La historia nos enseña dos lecciones: la tecnología tiende a hacerse más precisa, efectiva y segura con el tiempo y que todo lo que puede hacerse en algún momento terminará por hacerse.
Empujada por la estimulación cerebral, la neurocosmética seguirá los mismos pasos que la cirugía plástica: será reconstructiva en sus orígenes hasta ser continuamente requerida con propósitos cosméticos. En cierta manera, la estimulación cerebral será usada tanto para modificar la personalidad como para optimizar las oportunidades profesionales y sociales.
Los especialistas en ética deplorarán esto pero sucederá eventualmente y cambiará cómo los seres humanos experimentamos el mundo y cómo nos relacionamos unos con otros de maneras hasta ahora inimaginadas.
Marcel Kinsbourne es neurólogo y neurocientífico cognitivo.
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