Domingo, 22 de febrero de 2009 | Hoy
FAN > UN ARTISTA ELIGE SU OBRA DE ARTE FAVORITA
Por Lux Lindner
Cuando me pidieron que hablara de alguna obra de la que fuera fan, tardé mucho en decidirme. Ya no me es tan fácil como antes ser fan, porque ya no es tan fácil encontrar obras que me absorban más que las mías. Con esto no quiero decir que mis obras sean la gran cosa, sino que habiendo encontrado estas obras su razón de ser en la ocupación con una determinada galaxia de problemas, tengo un trabajo agotador tratando de hacerlas funcionar dentro de esa galaxia y eso me impide muchas veces observar otros jardines del vecindario.
Por supuesto, veo un montón de obras interesantes aquí y allá (especialmente allá), pero al mismo tiempo veo la manchita, la sutura, el guiñito al cajero de turno. Y puedo hablar “bien” de lo que me parece bien y callar sobre lo que me parece mal, no me interesa repartir veneno. Pero no es ésta la situación de un fan, la estúpida, feliz, envidiable conditio de catatónica veneración que representa ser un fan.
A los fines de este texto y tras consultar mi corazón estuve a punto de declararme fan de la Piedad de Aviñón de Engerrand Quarton, una maravilla del gótico provenzal que fue una de las pocas cosas buenas que dejó mi estadía en la Ciudad-Pus à Coté du Seine. A esta obra de hondo contenido religioso, sublime precipitado del Kulturkreis hurópide y Alta Paja de Arte High dediqué por completo mi última visita al Louvre.
Ya tenía por la mitad un texto encomiástico sobre esta pieza sobreviviente al vandalismo iconoclasta propiciado por el aluvión sodomita de 1789. Este fin de semana, sin embargo, pasó algo.
Revolviendo papeles a desechar vi una hoja suelta delicadamente coloreada, ilustración representando una lancha torpedera italiana, pobre mariposa separada de algún fascículo del Onkel Fritz. Y vi una firma. Y me di cuenta de algo. Yo todavía era fan de alguien. Yo todavía podía decirle a alguien: “Eres inalcanzable pero tus líneas abarcan el Universo”.
Esa persona es argentina, vive y se llama Ricardo Villagrán. Era, entre muchas otras cosas, el ilustrador de las tapas de las publicaciones de aventuras de Editorial Columba en los años ‘70. El Tony, Fantasía y D’Artagnan. Su pluma animó personajes como Mark y Nippur de Lagash. Actualmente vive en Filadelfia, a menos metros que nosotros del Gran Vidrio. Pero se dio a conocer dibujando máquinas y uniformes para fascículos y enciclopedias que estaban en todos los kioscos del país y que, eternas como el agua y el aire, nunca faltan en algún oscuro rincón de las librerías de usado.
La obra de Villagrán me afectó durante mucho tiempo; me sigue afectando, de hecho. Y dado que no tengo tanto espacio iré directo al meollo del problema: soy fan de Villagrán porque Villagrán dibuja muy bien cualquier cosa.
Sus ilustraciones de maquinaria militar para enciclopedias (ya mencioné el ejemplo de la lanchita) son las mejores que conozco. Y puedo decir que he comparado con unos cuantos paparulos de ambos lados del océano. El tiempo que otros han usado para ver partidos de fútbol lo empleé para averiguar si alguna mano humana era capaz de hacerle sombra a la de Villagrán. No la hay. Absoluta precisión de la perspectiva y asombrosa verosimilitud de la textura. Lo que hoy llamaríamos un rendering del carajo. Bolilla Uno aprobada suma cum laude.
Pasamos a la bolilla 2. Es un número frecuente que el que dibuja buenas máquinas tal vez no es tan bueno con la figura humana. En Columba misma dibujaba Horvath, que hacía unas máquinas buenísimas finamente sombreadas, pero a todos los personajes les ponía la misma cara.
Hete aquí que las figuras de Villagrán, muy clásicas ellas, la rompen. Sus héroes son enormes y musculosos. Participan de la ideología del square-jawed-guy (el chongo de mandíbula cuadrada) pero nunca pierden un misterioso equilibrio interior y exterior. Pueden bajar la cabeza en señal de preocupación. Todavía son humanos. Son diestros con la espada y la usan, pero preferirían no usarla. Son titanes humanos, puestos ahí por el Dios Desconocido de la Tinta China para recordarnos que el Superhombre pueda ser tal vez un Superpelotudo.
En editorial Columba tenían una idea rarísima que era la de adaptar en historieta alguna película de acción que se estrenara en el momento. Pesadilla máxima de cualquier dibujante, tener que dibujar a Roger Moore cuadrito tras cuadrito y ¡que te quede bien! Pues Villagrán lo hizo más de una vez.
Ultima y colosal observación; dibujar mujeres lindas es una ciencia en sí misma. Era la pata floja del Maestro Breccia (no así de su hijo Enrique, que dibujaba unas yeguas tremendas). Y aquí Villagrán termina de aplastar. Sus mujeres hermosas son hermosas. Uno puede enamorarse de ellas. Claro que las mujeres dibujadas por Zanotto o Altuna mueven estanterías. ¡Uno las ve y quiere llevarlas al telo! Pero, ¿dan ganas de cuidarlas? ¿Dan ganas de preguntarles si tienen algún problema, si están tristes, si la vida vale la pena? Llegué a recortar algunas mujeres dibujadas por Villagrán en cuadernos que todavía conservo y puedo decir que cuando todavía odiaba a las mujeres de carne y hueso, ya amaba las dibujadas por Villagrán.
En Villagrán está todo; la belleza, la atmósfera el idealismo, el pasado, el presente, el futuro, la individualidad.
Por eso te digo, Engerrand, no te enojes. No es que no te quiera. Pero llegué a ti sobre los hombros de Ricardo.
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