MUSICA > LOS SHAKERS, REEDITADOS EN TODO SU ESPLENDOR
Con tres discos en cuatro años, una abierta admiración por Los Beatles y una brillante capacidad para zanjar las diferencias con originalidad musical, exploraciones sonoras y asombrosas traducciones culturales, los cuatro integrantes uruguayos de Los Shakers se convirtieron, en la segunda mitad de los ’60, en uno de los grupos más importantes en la historia del rock & pop rioplatense. Ahora, una cuidada reedición permite recuperar aquellos discos repletos de sorpresas.
› Por Diego Fischerman
En una foto promocional aparecían sentados en los sillones de una peluquería femenina. Los cuatro debajo de esos gigantescos cascos intergalácticos con que las mujeres secaban sus pelos en los ’60. Las vestimentas y los flequillos eran como los de Los Beatles, pero en esa foto había una señal. En el caso de Los Shakers se trataba de un artificio. El flequillo con el que John, Paul, George y Ringo parecían haber nacido se lograba, en el Río de la Plata, con trabajosas sesiones de coiffeur. Y la impostura, lejos de ocultarse, se mostraba. Lo que sucedía con la música, por otra parte, no era distinto. Estaba todo aquello en que los montevideanos lograban imitar al cuarteto de Liverpool. Pero lo más interesante era aquello en lo que no se parecerían jamás. Por acción o por equívoco –ese misreading del que habla Harold Bloom–, Los Shakers (aunque cantaran en inglés su artículo nunca fue “The”) se convertirían en uno de los grupos más originales del naciente pop sudamericano.
Hugo Fattoruso, Roberto “Pelín” Capobianco y Carlos “Caio” Vila tenían 21 años. Osvaldo Fattoruso, 18. Sus primeras grabaciones fueron en 1965. Hubo un primer single, exitosísimo para los parámetros locales –las ventas fueron, desde ya, mayores en Buenos Aires que en Montevideo– y ese mismo año, un LP. Allí, un comentario sin firma decía: “Cuatro músicos de alma, con estudios de conservatorio y capaces de intercambiar instrumentos y géneros”. Y se ocupaba de destacar que Hugo (primera guitarra y cantante) también tocaba piano y acordeón, que Osvaldo (segunda guitarra y cantante) era asimismo baterista, que “Pelín (bajo) fue bandoneonista de orquesta típica a los 12 años, después contrabajista, y últimamente perteneció a la Banda Sinfónica Municipal de Montevideo” y que “Caio (batería) ingresó al conjunto tras meritorio desempeño en el Hot Club de su ciudad”. Currículum que no parecía agregar demasiada legitimidad a temas como “Rompan todo”, “Más”, “Sólo en tus ojos”, “Sigue buscando” o “Nos fuimos”. Un comienzo que, como todos, se vuelve importante por lo que llegó después. El relato que configuran los tres discos editados a lo largo de cuatro años, más una buena cantidad de temas inéditos hasta el momento, puede seguirse en la ejemplar reedición que el sello EMI acaba de publicar con la colaboración de Fernando Pau –dueño y artífice de la disquería Abraxas– y Alfredo Rosso.
Después de Los Shakers llegó, en 1966, Shakers for you, con algunos temas notables: “Never Never”, donde la influencia brasileña aparecía sin disimulo, y la señal de largada de una improbable psicodelia uruguaya con las disonancias y las grabaciones pasadas al revés de “Espero que les guste 042”. La precaria historiografía del pop/rock argentino otorga una atención tal vez desmedida al idioma en que se cantaba. De este lado del río se entronizaron como fundantes canciones bastante primarias sólo porque sus letras estaban escritas en castellano. En la orilla de enfrente –más allá de que Buenos Aires fue su centro real de operaciones–, Los Shakers cantaban en inglés, pero no sólo hacían buenas canciones en la senda de los Beatles o los Hollies –y las tocaban y cantaban bien, por añadidura– sino que se daban el lujo de crear lenguajes y probar caminos novedosos, incluso para lo que se estaba haciendo en el mundo en ese momento. Pero el cenit fue el disco final, editado recién tres años después y cuando el grupo ya había dejado de existir.
El título, La conferencia secreta del Toto’s Bar remitía, obviamente, a la Banda del Sgt. Pepper. Pero se trataba de algo mucho más atractivo que de un mero epígono y, sobre todo, por dos canciones extraordinarias. “Candombe” era exactamente eso: un bellísimo candombe estilizado –aunque con introducción de vals en acordeón– en una época en la que a nadie se le había ocurrido aún que el rock pudiera tener señas de identidad que no fueran anglosajonas. Y la sorprendente “Más largo que el Ciruela” traducía la trompeta de “Penny Lane” a un bandoneón y una percusión de indudable acento piazzollano. La nueva edición trae, además, un conjunto de temas que no pertenecían al disco original, entre ellos “Adorable Lola”, una de las mejores canciones del grupo, editada en single en 1967. Como el dulce de leche Conaprole y ese tan sencillo como ineludible adminículo con el que los uruguayos hacen el fuego para el asado y “cuelan” las brasas, Los Shakers son, simplemente, una prueba de sabiduría oriental.
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