Ana es una de las tantas descendientes de japoneses y, como fiel representante de primera generación argentina, cumple la misión de difundir la cultura de Okinawa —una isla con sus propios modos y cultura—, tierra de sus ancestros.
Su especialidad son los dulces, ya que ella es chef pastelera, y la pone en práctica a la hora del té con distintas gacetillas, té en hebras, tortas, helados, wagashi (o masitas tradicionales) y manjares de elaboración minuciosa. Para las noches y los mediodías une al staff a expertos del sushi y la comida japonesa caliente y fría, como la sopa de miso, fideos, gyozas y distintos platos a base de soja, semillas de sésamo, verduras, arroz, camarones, pollo y carne. Además hay variedad de tragos con sake (bebida alcohólica japonesa por excelencia, a base de arroz) y una boutique/almacén de productos nipones desde condimentos, arroz yamani, soja, algas, wasabi y tofu, entre otros. Eso sí, a la hora de las comidas las gaseosas están prohibidas.
En Japón, en el mes de abril florece la flor del cerezo, momento en el cual todos salen a las calles y a las plazas a festejar y hacer picnics esperando la primavera. A ese evento se lo denomina Hanami: ver los cerezos en flor. Este restaurante festeja todo el año con su casa de té, con las distintas comidas y también con el dictado de distintos cursos, desde origami, hasta ikebana (arreglos florales), clases de sushi, cocina japonesa caliente y pastelería. Y cada sábado a la noche, quienes quieran batirse a duelo con el karaoke están más que invitados. Un listado lleno de hits japoneses, en inglés y en castellano, forma parte de la musicalización de cada sábado. Para los que se atreven a cantar en japonés, el servicio incluye las letras en fonética.
Como no podía faltar, el gatito blanco de la fortuna y la suerte mueve su mano desde un estante rodeado de tacitas de colección y las mozas, todas orientales, lucen quimonos coloridos sujetados con su faja ancha llamada obi y en los pies las geta (chinelas de madera) o los zori (sandalias bajas hechas de algodón y cuero.
Hanami queda en Medrano 1232, planta alta. Teléfono: 4867-3834. Abierto de lunes a sábado.
Daniel y Mariano, dos amigos desde chicos, concretaron su sueño de grandes: a fines del año pasado abrieron el restaurante Al Este de Lila, primera experiencia gastronómica para ambos. Uno de ellos, recién aterrizó de México después de treinta años de vivir cerca de Puerto Vallarta. Y las influencias están a la vista: un típico acento mex ya muy lejos del porteño que supo ser, un bigote como los de las telenovelas y un tostado tropical en la piel.
En esta casona de 1880, de techos altos, piano a la vista, vitraux, baldosas y puertas originales se destacan tres salones. El principal, de paredes turquesa chillón, arañas en tulipa y una muestra itinerante de cuadros estilo Dalí; el fumador de rojo furioso y para ocasiones más privadas y un discreto salón blanco, decontracté, con barra y silloncitos incluidos.
Con veinticuatro años, Felipe es el responsable de las tapas, los tacos, las carnes, las pastas rellenas, las ensaladas, los postres clásicos, el menú ejecutivo de mediodía que va mutando cada semana (pero nunca supera los treinta pesos) y la carta de la noche con variedades especialmente carnívoras y gourmet. Entre los vinos sugeridos, se encuentran novedades y etiquetas poco vistas en los supermercados y muy recomendables para quienes quieren innovar.
Para el próximo fin de semana habrá un menú especial por el Día de la Mujer donde cada dama se lleva de obsequio una botellita de vino o champagne, a elección. Aprovechen, chicas, que se van contentas a casa con regalito sin pasar por el shopping.
Al Este de Lila queda en México 355. Abierto de domingo a viernes al mediodía y jueves, viernes y sábado a la noche. Teléfono: 4331-1086.
Porota cocina de herencia es, desde su nombre, un homenaje a una abuela rosarina cuyo legado más importante fue la pasión por la cocina que inculcó en su descendencia. Luego de pasar su infancia entre aromas de recetas caseras, Miren Algañarás, la nieta heredera de ese capital simbólico, viajó por el país trabajando en diferentes restaurantes hasta que se cruzó en Buenos Aires con Nancy Bala, una diseñadora gráfica con nulo conocimiento en gastronomía, y decidió abrir su propio emprendimiento. Así, de esa mixtura entre experiencia y espontaneidad, nació este agradable restó especializado en sandwiches, tartas y, sobre todo, pastelería artesanal. La ambientación del local podría ser la de cualquier cocina familiar. En las paredes, y sobre la mesada y las estanterías, se asoman, como al descuido, una vieja máquina de escribir, fotos en blanco y negro y libros antiguos de recetas. Afuera, bajo banderines de colores que cruzan a lo ancho la vereda, la galería está conformada por reposeras y mesitas blancas. El negocio es atendido por sus dueñas, y las alternativas del menú (salmón ahumado en pan bagel, vegetariano en pan brioche, por ejemplo) deben leerse en una pizarra. Viernes por medio se lleva a cabo “el copetín de Porota”, una velada culinaria temática en la que tocan bandas de jazz hasta la madrugada. Porota es frecuentado por figuras del prime time televisivo durante los huecos de las filmaciones en las productoras del barrio. Y en sus pocos meses de vida ha logrado cautivar a un público capaz de cruzar la ciudad al final de la tarde, apurado por llegar antes de que sus dueñas bajen la persiana, en busca de, por ejemplo, unos elefantitos de miel y jengibre.
Porota, cocina de herencia, queda en Gorriti 5881. Abre de lunes a viernes de 12 a 20. Reservas al 4770-9234. www.lawebdeporota.com.ar
Existen varias leyendas sobre el origen del chimichurri y la etimología de su nombre. La más creíble refiere a la historia de Jimmy Curry, un viajero inglés que de paso por Argentina, a mediados del siglo XIX, mezcló especias, ingredientes y condimentos en un asado al que estaba invitado y así preparó, de forma casual, lo que sería el clásico adobo criollo para saborizar carnes. Hoy, otra deformación del nombre de aquel inglés real o ficticio es la que designa a una flamante propuesta culinaria de Buenos Aires. Abierto en noviembre del año pasado, en lo que fuera una antigua casona del sector de Palermo Viejo rebautizado como Soho, Chimm & Churry es un atractivo restaurante especializado en vinos finos y en la típica parrilla argentina. Decorado con sobriedad y estilo, y visitado por un público que rara vez baja de los treinta años, es una excelente propuesta para comer carne a un precio que se corresponde con la calidad y el nivel de atención. Lo primero que el mozo pondrá sobre la mesa son platitos con diferentes clases de chimichurri. Después conviene probar las provoletas grilladas con morrón, la colita de cuadril con papas, la clásica tira de asado o el vacío del fino, un corte especial difícil de conseguir en otros lugares. Más allá de la comida, el principal encanto de Chimm & Churry se encuentra subiendo las escaleras: la terraza al aire libre es amplia y está ambientada con plantas, luces cálidas y paredes revestidas con cañas secas. Allí, sobre todo en las noches de calor, es casi imposible no ver a grupos de turistas europeos ávidos por probar —como aquel Jimmy inglés del siglo XIX— los mejores cortes de la carne argentina.
Chimm & Churry queda en Gurruchaga 1824. Abre de lunes a domingos, mediodía y noche. Reservas al teléfono 4831-3119.
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