Dom 08.12.2002
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CINE

El autor y sus fantasmas

Parisino emigrado a Hollywood, durante las décadas del ‘40, ‘50 y ‘60 Jacques Tourneur realizó para la Meca treinta y tres películas que lo convirtieron en uno de los grandes creadores de fantasmas de la historia del cine. Sin embargo, su nombre parece condenado a la reducida gloria de la cinefilia. Por eso, la retrospectiva que se lleva a cabo por estos días en la Lugones es una oportunidad perfecta para conocer al director de Cita con el demonio, probablemente la película de miedo más aterradora del cine.

POR HORACIO BERNADES
¿Quién es Jacques Tourneur? Creador de gemas como Cat People (La marca de la pantera), I Walked with a Zombie (Yo dormí con un fantasma) y Out of the Past (Retorno al pasado), el nombre de Tourneur raramente logró trascender los estrechos límites del corralito cinéfilo. Hasta ahora, al menos. Desde el viernes pasado y hasta el sábado 14 de diciembre, los responsables de programación de la sala Lugones tienen la gentileza de levantar por unos días el corralito, poniendo a disposición del público siete de los treinta y tres largometrajes que este parisino emigrado realizó en Hollywood, durante las décadas del ‘40, ‘50 y ‘60, y que lo convirtieron en uno de los grandes creadores de fantasmas de la historia del cine.
Nacido en 1904 y fallecido en 1977, Tourneur quiso ser su propio fantasma, y en buena medida lo logró. Se sabe que es autor de varias obras maestras probadas y certificadas, como las nombradas en el párrafo anterior, pero de allí en más, su personalidad cinematográfica se hunde en el misterio. Un poco por la dispersión de temas, géneros y estilos desplegados a lo largo de su carrera y otro poco por voluntad del propio autor, que prefería tender sobre sí mismo el velo de un engañoso anonimato. Más allá de los esfuerzos por disimularlo, nadie duda de que sus películas pertenecientes al fantástico se cuentan entre las grandes cimas del género. Todas ellas forman parte de la retrospectiva de la Lugones, adecuadamente titulada Los mundos de sombras de Jacques Tourneur. Esas películas son La marca de la pantera (1942; abrió el ciclo el viernes pasado), Yo dormí con un fantasma (1943; vista ayer) y Cita con el demonio (Curse of the Demon, 1957; se proyectará el viernes 13). En ellas, el único que pretendía no percibir una huella común, la marca de un estilo indeleble, la persistencia de un obstinado talento, era el propio Tourneur, quien en cada entrevista se apresuraba en remarcar su condición de mero amanuense de los estudios. Por suerte, nadie le creyó nunca nada de todo eso.

LA MALDITA
Tourneur realizó La marca de la pantera y Yo dormí con un fantasma bajo el ala del productor Val Lewton, iniciando así el breve pero sumamente influyente ciclo de películas de terror que éste encaró para la compañía RKO en los ‘40, extendido alrededor de un lustro. Siempre en un exquisito blanco y negro, el ciclo-Lewton se caracteriza por la preeminencia de lo atmosférico sobre lo gráfico, de lo sugerido antes que lo mostrado, de lo metafórico en lugar de lo literal. La marca de la pantera y Yo dormí con un fantasma constituyen el paradigma de ese canon, su consumación definitiva.
La protagonista de La marca... es una mujer de ascendencia centroeuropea, que cree ser heredera de una maldición antiquísima. Según la leyenda, Irena sería una de las últimas representantes de cierta raza demoníaca, cuyos miembros se convierten en panteras asesinas. Más próxima a la mitología del lobizón que a la de las mujeres-vampiro, en Irena lo maligno no apunta a saciar una sed inextinguible, sino que se vive como pura maldición y condena. El carácter solitario y torturado de la heroína, la certeza de que porta una fatalidad innombrable suscitan en el espectador piedad e identificación, antes que miedo. Aun así resulta imposible no experimentar esto último cuando Irena se desata, se transforma y cerca a sus víctimas. Pero a no confundirse: el estilo Tourneur rechaza drásticamente todo shock, prefiriendo sugerir la presencia de lo maligno mediante una excelsa utilización del fuera de campo, a través de sombras proyectadas o entre las propias sombras generadas por la iluminación.
Todo ello queda gloriosamente expuesto en una escena que constituye uno de los grandes momentos del cine fantástico, cuando la rival de Irena es acechada por ésta en una piscina cubierta. O cree serlo: en las películasde Tourneur nunca se sabe qué es lo real y qué lo imaginario. De hecho, todo el relato admite tanto una explicación racional (como un caso de represión sexual, celos e histeria) como sobrenatural. En lo que podría denominarse “inestabilidad estabilizada” (uno de los grandes aportes del autor al desarrollo del relato cinematográfico), ambas esferas, que en el mundo real son autoexcluyentes, en Tourneur coexisten como órdenes paralelos. En la película siguiente, el realizador redoblará la apuesta, refinando más aún la fuente de su inquietud cinematográfica.

EL DEMONIO DEL DOBLEZ
Yo dormí con un fantasma no es otra cosa que la versión en clave fantástica de Jane Eyre, una de las novelas favoritas de Tourneur y Lewton. Una enfermera canadiense es convocada a Haití, donde deberá ocuparse de atender a la esposa de un plantador de azúcar, que se halla en estado vegetativo. No bien desembarcada, la visitante se encuentra ante una duda semejante a la que plantea La marca de la pantera. Un espeso mar de fondo familiar —en el pasado, la mujer habría engañado a su marido con el hermano de éste— podría explicar en términos psicológicos el estado de estupor terminal en el que la paciente se halla. Pero la mitología del lugar ve en ella la víctima de un embrujo vudú. Tanto la protagonista como el espectador (que ve todo a través de sus ojos) se hallan ante una opción imposible de resolver. Igual que la mujer afectada, que está viva pero parece muerta, la película entera tiene lugar entre dos mundos, el del mito y el de lo material-verificable. La resolución no hace más que dejar esa duda en un definitivo estado de suspensión. Gobernado por el demonio del doblez, Tourneur (con una fuerte colaboración del guionista Curt Siodmak) proporciona un dato que parecería echar por tierra la entera mitología vudú y de inmediato se ocupa de ofrecer la más incontrastable refutación de lo anterior, al mostrar cómo el brujo maneja, a distancia, la voluntad de la mujer-zombie.
Los climas de La marca de la pantera, su denso carácter nocturnal y poético, la melancolía subyacente, el exquisito trabajo de iluminación que la entregaba a las sombras y a la amenaza permanente del fuera de campo, son llevados en Yo dormí... a un grado de decantación total, y el propio Tourneur acierta en considerarla su película favorita. Habría que esperar varios lustros para que el realizador escalara una nueva cima, ya en las postrimerías de su carrera y sin contar con el apoyo que siempre representó la compañía de su amigo Val Lewton. Esa nueva ascensión se llama Cita con el demonio, que a diferencia de las anteriores no se consigue en video, por lo cual constituirá una de las grandes revelaciones de la retrospectiva de la Lugones.

LUZ DEBIL SOBRE
NOCHE CERRADA
En Cita con el demonio (en la Lugones se verá la versión original inglesa, diez minutos más larga que la que se estrenó en Estados Unidos) reaparecen las tensiones entre lo científico y lo irracional, pero esta vez bajo una nueva luz.
Lo primero que se ve son los faros de un auto echando una luz débil sobre la noche cerrada, metáfora perfecta del cine de su autor. Enseguida, un hombre es atacado por un demonio. En la escena siguiente, el héroe de la película, John Holden (un psicólogo encarnado por Dana Andrews) afirma no creer en esas cosas. En otras palabras, de entrada nomás la película le demuestra al espectador que el héroe está equivocado. Y sin embargo, de allí en más el psicólogo será el único guía con que cuenta el espectador para horadar lo oculto. En Cita con el demonio reaparece el tema favorito del autor, la coexistencia de lo cotidiano-racional-luminoso con lo nocturno-maligno-oculto, esta vez bajo la forma de un culto satánico que sienta sus reales en las inmediaciones de Stonehenge, la aldea británica más rica en ruinas célticas y símbolos rúnicos. John Holden viaja de la luz a la oscuridad y de la razón a lo irracional, para terminar confesando su impotencia cognitiva. “Quizás sea mejor no saber”, retruca a su compañera cuando ésta le pregunta sobre la posible existencia del demonio. Con lo cual la película termina postulando la superioridad del mal, varias décadas antes de que esto se convirtiera en lugar común del género. Sin embargo, como de costumbre Tourneur se reserva una doble mirada sobre lo que muestra. Esa doble mirada se expresa en dos escenas claves. En la primera, el presunto representante del demonio sobre la Tierra aparece a pleno sol y disfrazado de inofensivo payasito, animando la fiestita campestre de un grupo de chicos y desmintiendo su supuesta condición. Sin embargo, de inmediato dará una demostración de sus poderes, desatando una terrible tormenta de viento en medio de ese día perfecto.
En la segunda escena de este par, Holden y su compañera son convocados a una sesión de espiritismo, para comunicarse con el fantasma de un muerto. Obviamente, el psicólogo se burla, da reiteradas muestras de escepticismo y termina abandonando la sesión, al grito de “trance, my eye” (algo así como “trance, las pindongas”). Yendo en contra de lo que la propia película había sugerido al comienzo, esta vez Holden parece estar en lo cierto, ya que el medium tiene un aspecto payasesco y toda la pinta de ser un farsante de décima. Sin embargo, la voz del muerto se hará oír a través de él. Los fantasmas no existen, pero que los hay, los hay, parecería postular el cine de Jacques Tourneur, proclamando así el triunfo de la ilusión (de las imágenes) por sobre la razón.

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