Dom 10.05.2009
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NOTA DE TAPA 2 > LOS NIñOS APROPIADOS POR EL FRANQUISMO SEGúN BENJAMíN PRADO

Los Santos Inocentes

En 2002, mientras trabajaba en una nueva novela, una noche Benjamín Prado vio en televisión el documental Los niños perdidos del franquismo y entonces debió abandonar lo escrito para comenzar la investigación de lo que cuatro años después sería Mala gente que camina (Alfaguara). La investigación de un profesor de escuela secundaria lo lleva a recrear la vida de Dolores Serma, una escritora de ficción, pero sumamente vívida, que escribió sobre la guerra civil. Pero lo que aquí se cuenta es real y estuvo rodeado de un manto de silencio: los hijos sustraídos por el franquismo para entregarlos a “buenas familias” y reeducarlos de la mala educación de los rojos. Esta novela, cuenta Benjamín Prado, le hizo descubrir que a veces el escritor sí tiene obligaciones para con la historia.

› Por Angel Berlanga

Una noche, allá por 2002, Benjamín Prado llegó a su casa en Madrid y vio el documental Los niños perdidos del franquismo, de la catalana Montserrat Armengou. “Pero, bueno –se dijo–, ¿cómo es que yo no sé nada de esto? Y es más: ¿cómo es que en este país nadie sabe nada de esto?” Esto es la apropiación sistemática de bebés y pibitos, hijos de republicanos que la dictadura de Franco institucionalizó con un fervor tan religioso como enfermizo: se estiman en 30 mil las apropiaciones de chicos dados en adopción a familias pro-régimen. Bastaba con ser desafecto al caudillo para caer en desgracia. “Hasta ese momento yo no tenía el menor indicio de que esto hubiera pasado –recuerda Prado ahora, en un hotel de Recoleta–. Y de hecho mucha gente, cuando leyó la novela, me dijo: ‘¿Te lo has inventado, o es verdad?’. Y yo saco ahí algunos documentos de Auxilio Social en los que dicen que ‘nos estamos pasando con esto, ya llevamos más de 20 mil reeducados’. Y en otro, apuntan: ‘La gente se lleva a los niños, pero no para criarlos como niños sino como esclavos, casi, para ponerlos a trabajar en sus tierras, o como servicio doméstico gratuito’. Y, claro, es increíble.”

Mala gente que camina: así se llama la novela que vino a presentar Prado en la Feria del Libro. La historia está narrada por un profesor de bachiller enredado en la burocracia de su trabajo que, a unos días de viajar a Estados Unidos para dar una conferencia sobre Carmen Laforet, descubre la existencia de una secreta y antigua compañera de la novelista, Dolores Serma, que publicó una única y desconocida novela, Oxido. Y como el narrador imagina su salvación de la grisura del colegio a partir de un proyecto que parece lejano, la escritura de un libro llamado Historia de un libro que nunca existió. La novela de la primera posguerra española, se pone a tirar de los hilos y a seguir el rastro de esta mujer, que aparece mencionada tangencialmente en las memorias de Delibes y Barral.

Oxido, lee cuando da con el libro, tiene una atmósfera pesadillesca y kafkiana, y cuenta de una mujer que busca a un hijo desaparecido; Serma, descubre, trabajó en Auxilio Social a poco de iniciado el franquismo. Esa extraña contradicción le potencia la curiosidad, así que allá va, hacia ese pasado, a revisar papeles y roles y conductas. Y como Prado, a la vez, pone a su narrador a contar sobre su presente, sus percepciones y relaciones con su madre –amable defensora del régimen, que prefiere olvidar–, con su ex mujer –una chica de la movida madrileña que anda a los tumbos–, con la nuera de Serma –madre de un alumno del colegio– y con sus compañeros de trabajo, contornea en Mala gente que camina una figura que contempla y relaciona a la sociedad española a través de aquellos tiempos y de éstos.

A VECES HAY OBLIGACIONES

Aquella noche de 2002, cuenta, colgó la novela que venía escribiendo y se encaminó hacia ésta. Dijo, Prado, que escribirla fue una obligación.

“Como le pasa, un poco, al narrador de la novela, hubo un largo camino que va del cinismo al civismo –explica–. Esto hay que contarlo: si no lo cuenta otro, lo voy a contar yo”, me dije cuando conocí la historia. Yo no había tenido esta sensación con otras novelas: las escribía porque me apetecía. Sentí cierta obligación política, por decirlo así: si puedo impedir que siga sin saberse, lo escribo y se sabe. A eso me refería. No es verdad que uno no tiene obligaciones.”

¿Te pusiste a investigar mucho?

–Sí, porque estos temas no están en los libros de historia. Así que anduve por pequeñas colecciones de ayuntamientos, diputaciones, porque allí está contada la represión apellido a apellido, puerta a puerta. Ahí sí aparecen casos. Estuve en los archivos de la Sección Femenina en Alcalá de Henares, hablé con mucha gente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y empezaron a aparecer algunas víctimas, también. Tuve que ir a buscar muy al fondo del cajón. Estuve cuatro años investigando, demasiado tiempo para mí: yo nunca había tardado en escribir una novela más de dos. No sé si a alguna otra cosa en mi vida le he dedicado ese tiempo: las chicas nunca me duran más de tres.

Se ríe. Prado tiene pinta de rocker atorrante. Es alto, flaco, descontracturado. Da la impresión de no soportarse mucho por cuerda seria, así que bromea a cada rato: se sospecha que le horrorizaría que alguien lo confunda por un minuto con uno de esos cráneos rancios y solemnes y moralizantes mal.

“Narrativamente vengo de sitios que no tienen nada que ver: la primera novela que escribí se llamaba Raro y tenía mucho rocanrol, chicos jóvenes que hacían cosas extrañas, y en su mayor parte ilegales, pero muy divertidas –dice–. He ido cambiando, todo el tiempo. Me gusta eso, seguir en lo mismo me aburriría. Y lo paso bien metiéndome por distintos lugares.”

Publicó su primer libro, Un caso sencillo (poemas), en 1986. Algunos títulos de entre la veintena que lleva publicados: Nunca le des la mano a un pistolero zurdo, No sólo el fuego, Jamás saldré vivo de este mundo (novelas); Siete maneras de decir manzana, Los nombres de Antígona (ensayos); Asuntos personales, Iceberg (poemas).

“Escribí seis novelas seguidas, una por año, pero claro, por entonces me drogaba y escribía –se ríe–. Era la química la que escribía. ‘Pero, ¿cómo?’, me decían. Bueno, podría haber escrito doce, porque no dormía más de tres horas por día, y eso mejora bastante el rendimiento. Cuando dejé, empecé a escribir más despacito.”

Mala gente que camina fue publicada en 2006 en España (lleva ya siete ediciones) y acaba de aparecer en la Argentina. El título, el verso de Machado, cuenta, se lo sugirió Joaquín Sabina. Después viene lo del disco que están componiendo juntos.

IDENTIDADES ROBADAS

Entre los materiales que encontró hay cosas tan increíbles, cuenta Prado, que se le hizo necesario que el narrador fuera un profesor que pudiera citar. Las instrucciones para madres y esposas durante el franquismo, publicadas en revistas y folletos patrocinados por instituciones como Auxilio Social o la Sección Femenina son tan orientadoras en cuanto al formateo de mentalidades –terror de por medio instalado– como delirantes. Tramo uno: “La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular –o disimular–, no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse. La dependencia voluntaria, la ofrenda de todos los minutos, de todos los deseos y las ilusiones, es el estado más hermoso”. Tramo dos: “En lo que respecta a la posibilidad de relaciones íntimas, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales; si él siente la necesidad de dormir, que así sea, no le presiones o estimules. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido tuyo será suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes”.

“Son cosas tan oscuras y cursis, tan hipócritas, que no te las puedes creer –dice Prado–. El personaje de Serma es inventado, naturalmente, pero los datos y las citas son reales.” Una decena de muertos a diario entre 1939 y 1947; campos de concentración mantenidos en funcionamiento hasta 1962; 60 mil maestros entre cesanteados y asesinados; intelectuales al servicio del régimen como el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, un genio que estableció “la íntima relación entre marxismo e inferioridad mental”.

“El narrador es un tipo que lleva una vida profesional y sentimental bastante desencantada, se deja llevar –dice Prado–. Y entonces encuentra algo que le apasiona, y se siente responsable por contarlo. Yo comparto eso con él: yo creía que lo de los niños robados era cosa de la Argentina, de Uruguay, en los años ’70. Y el hecho de que en España haya habido nada menos que 30 mil, que haya intervenido tanta gente, es tremendo. Allá suele decirse que hay que pasar página a la historia, pero esto fue arrancarlas. Hay allí demasiadas cosas sobre las que no se quiere hablar. Y es ridículo: no sé por qué se tiene tanto miedo en revisar, o por qué se dice que la Transición fue perfecta, y que todo aquel que investigue eso es un guerracivilista que abre heridas. La realidad dice que en España hay decenas de miles de personas enterradas en fosas comunes, y es el único país de Europa donde tal cosa existe. Leí la última novela de Tomás Eloy Martínez, Purgatorio –que me gustó mucho–, donde había un par de cartógrafos a los que les mandan dibujar mapas de la Argentina en los que no debían aparecer ciertas zonas; bueno, los historiadores y los políticos también hacen eso: dejan tramos sin dibujar y ya no se pueden visitar.”

Prado atribuye el panorama a la vida larga de Franco y a los efectos terroríficos del genocidio. “Suelen preguntarme por qué no hubo un movimiento como el de las Madres de Plaza de Mayo: es que la de aquí duró siete y aquélla duró 38 –dice–. Imagínate 38 años de manipulación, de lavado de cerebro, de descrédito del enemigo, al que convirtieron en un monstruo. Ponían la disculpa del comunismo, algo que ha venido muy bien para todos los asesinos de la historia, incluso para los propios comunistas. No fue una rebelión militar, fue un exterminio: la guerra podía haber durado cinco meses, pero duró tres años porque Franco quiso ir pueblo a pueblo, asesinando.”

¿Cómo van las causas judiciales de los últimos años?

–No han querido dar oficialmente la categoría de genocidio para que prescriban. Eso es lo que le ha dicho la Audiencia Nacional al juez Garzón cuando se encontró con estas historias. Ha intentado la realización de pruebas de ADN, para la búsqueda de supervivientes, pero también se opusieron. Es tremenda la falta de ganas de revisar. Le permiten investigar a Videla, a Pinochet, pero no a los militares franquistas. Los horrores de la Argentina y Chile son muy conocidos, pero los de España no. Tenía ganas de venir aquí con este libro para dejaros tranquilos: nosotros inventamos el laboratorio de horrores.

¿Cómo ves a Zapatero con el tema? Porque amagó con impulsar e involucrarse, pero ahí quedó, parece...

–Creo que nunca tuvieron verdadera voluntad. Es tan cobardona la memoria histórica que ha hecho el gobierno... Sí se movilizaron mucho las asociaciones particulares, las ONG. Hay mucho susto en España por lo que puedan decir los mismos que crearon la guerra civil, el gran capital, la Iglesia, los oligarcas de todo tipo. El país es a-confesional, según su Constitución, pero la Iglesia pasa todo el día opinando y dando directrices. Y luego llega el Día de las Fuerzas Armadas y ponen a desfilar a un brigadista internacional al lado de un voluntario de la División Azul. Y tú dices: “Oiga, que unos venían de defender un gobierno democrático y los otros se fueron a Rusia, a defender a Hitler”. Y es raro eso, porque hoy andarán por las calles montones de personas con identidades robadas, que han sido educados por los enemigos de sus auténticas familias.

BOTELLA Y SUERTE

Está trabajando, ahora, en una novela sobre “los perdedores y los ganadores de la Transición”. “Para incrementar la impopularidad entre una parte de la población, que ya me quiere mucho”, se ríe.

Hace unos días, en la presentación de otra novela suya, en Talavera de la Reina, alguien del público le preguntó por Mala gente que camina; cuando empezó a responder, una dama del público le dijo: “Oiga, que aquí no hemos venido a hablar de política”, y unos minutos después medio auditorio se retiraba indignado. Prado signa como natural y lógico, dentro y fuera de la literatura, el resurgimiento del tema: “Los nietos reivindican la memoria de los abuelos mucho más que los hijos”, dice. Menciona a Manuel Rivas, Almudena Grandes, Dulce Chacón y Javier Cercas entre los autores que, sin ponerse de acuerdo, narraron sobre la guerra y la posguerra. “No me imagino ni de coña escribiendo esta novela cuando era joven –dice–. Ha sido un proceso absolutamente natural meterme ahora en estos temas.”

Prado afirma que es un tipo con suerte. “Conocí a Rafael Alberti cuando tenía 17 años y durante 14 fuimos amigos –dice en A la sombra del Angel, otro libro suyo, donde cuenta esa amistad–. Y compartí intimidad grande con poetas que también admiro mucho, como Octavio Paz, Jaime Gil de Viedma, Angel González. Estar con Rafael era una maravilla, pero además significaba, claro, comer un día con García Márquez, otro con Cortázar. Lo pasaba alucinante. Cortázar me preguntó una vez si escribía: ‘Claro, al lado del gran cronopio será difícil’, me dijo. Y agregó una cosa fantástica: ‘Vos no te preocupés: apilá, apilá nomás’. Me pareció un consejo maravilloso. Apilé todo lo que pude y luego salí adelante: no me ha ido mal del todo, me pagan por hacer aquellas cosas que pagaría yo por hacer.”

Nació en 1961, en Madrid. Entre los 12 y los 16 jugó, dice, en las inferiores del Real; era centrodelantero y goleador, detalla, y su carrera terminó cuando su madre vio que los entrenamientos ya le absorbían demasiado tiempo a la semana. Tiene una hija a la que llamó Dylan, y no hará falta explicar por qué. En unos días actuará en Tenerife con Joaquín Sabina, a quien conoce desde hace treinta años: se leen todo lo que publican y lo que no, escriben juntos. “Estuvimos diez días en Praga, componiendo canciones para el próximo disco –cuenta–. Pasó algo muy misterioso, hubo como una combustión, y eso que nos conocemos mucho: mis libros de poemas están llenos de versos suyos, y en sus canciones hay muchos versos míos. Pero trabajamos tan bien que hicimos cinco canciones y hemos decidido hacer ya el disco entero. Ahora nos iremos otros diez días a Lisboa: como las estrellas del rocanrol son ricas, pues te llevan por allí y por allá. Lo pasamos muy bien escribiendo; nos juntamos los tres, él, yo y una botellita, y lo que no nos sale a nosotros le sale a ella. O al menos eso creemos, hasta que lo leemos al día siguiente.”

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