Una novela audaz y multifacética sobre el nazismo y sus derivas, donde el humor ocupa un paradójico lugar central.
› Por Juan Pablo Bertazza
El último chiste del Gran Jacobi
Eduardo Goldman
Del nuevo extremo
346 páginas
Al igual que sucede en la música, hay libros supuestamente alegres que terminan deprimiendo, y libros en apariencia tristes que destilan algo parecido a la felicidad.El último chiste del Gran Jacobi —del psicólogo, escritor y guionista Eduardo Goldman— es un ejemplo cabal del segundo grupo. Su trágica línea argumental atraviesa el Holocausto, en lo que ya constituye una tradición de narrar el nazismo desde una visión alternativa que se hizo visible con La vida es bella en 1997. En este caso, se trata de la conflictiva, insostenible pero también inmune amistad entre Paul “el Gran” Jacobi —vendedor ambulante y comediante judío berlinés que tras desplegar su arte en cabarets vive en carne propia la furia del Führer— y Erich von Thaler, un agregado cultural de la embajada de Alemania en España que trabajó en las SS y hasta tuvo de prisionero a su amigo en Auschwitz.
Sin embargo, El último chiste del Gran Jacobi no comete la falla que, aunque cuesta definir, tanto molesta, y que tiene que ver con la evasión que va demasiado lejos, con un darle la espalda demasiado peligroso a la verdad. Planteada como una novela histórica repleta de facetas, Goldman logró erigir una novela sumamente legible a la que, no obstante, va impregnando del mismo desconcierto, caos y locura que dio lugar al peor genocidio de la historia. A tal punto que promediando su lectura, cuesta determinar si el libro trata efectivamente de Paul Jacobi (que logra escapar de los campos de concentración para pasar otra temporada de terror en la Argentina de la dictadura militar), de su amigo Erich von Thaler, de Eva (la mujer que los une y a la vez los separa), de Damián Sefeld (el periodista al que el alemán le revela, de entrada, su impactante historia), o de todo a la vez.
Justamente, el mayor logro de este libro radica en su multifacética estructura, que combina —con mayor y menor pericia, con mayor y menor éxito— fragmentos de esa larga entrevista, artículos periodísticos, escenas representadas en forma de obras de teatro, primera y tercera persona, pedazos de los show humorísticos del gran Jacobi que, con el correr de las páginas, se terminan convirtiendo en monólogos que preservan los últimos rasgos de su subjetividad frente al horror, y hasta chats y los guiones de producción que la hija del periodista, finalmente, decide realizar para homenajear a su padre. Es que el caso del gran Jacobi, su vida y martirio, va obsesionando a cada personaje como si se tratara de una electrocución en cadena.
Pero, sobre todo, el humor. El último chiste del Gran Jacobi no brilla tanto por su osadía de emplear el humor negro para hablar del nazismo, sino más bien porque va recorriendo las distintas estaciones por las que el humor se constituye en una revolucionaria vía para ver el horror, sin por eso tener que darle la espalda a la verdad.
Y ahí está el humor ingenuo del primer Jacobi que ni siquiera vislumbra lo que significa el ascenso del nazismo, y el humor visceral, suicida y combativo que Jacobi aplica, por ejemplo, poco antes de que un oficial nazi lo haga comer mierda en Auschwitz: “¿Tengo cara de estúpido, eh?” le dice mientras lo juzga de no hacer bien su trabajo; “Claro que no, señor. Su cara es inteligente. El estúpido es su cerebro”.
Ese humor negro extremo es lo que tal vez haga de esta novela, que habla de la deshumanización total, un testimonio sobre las virtudes irreductibles del hombre.
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