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Domingo, 15 de diciembre de 2002

MúSICA

Solo en la cima

Robbie Williams ya es la máxima estrella del pop inglés. La prueba más evidente es el suculento contrato de 120 millones que firmó con EMI. Pero Escapology, el primero de los cuatro discos a los que lo obliga el contrato, es la obra de un genio, un cínico o un demente. Por debajo de la superficie agradable de las canciones, Williams supura desprecio por la mano que le da de comer, alimenta su autodestrucción y expone con un cinismo revelador su condición: la de monstruo de la industria del espectáculo.

Por Mariana Enriquez
Este no es el disco que edita una superestrella pop que acaba de firmar el contrato más jugoso de la historia de la industria discográfica británica. Robbie Williams acaba de recibir ciento veinte millones de dólares de EMI por cuatro discos. Escapology, el primero post semejante obscenidad debería ser por lo menos complaciente: ¿de qué puede quejarse Robbie Williams? Fue miembro de Take That, los Mambrú ingleses de la primera mitad de los ‘90 (pero con más glamour y morbo), y milagrosamente logró una carrera solista no sólo exitosa sino respetable. Es rico, atractivo, deseado, inteligente, insolente, compone sus propias canciones, vive en un castillo, colecciona autos antiguos, entre sus amigos se cuentan George Michael y Elton John. Es cierto que todavía no conquistó totalmente Estados Unidos, pero no le fue nada mal con Swing When You’re Winning, un indulgente disco de covers de Frank Sinatra y el Rat Pack. En sus videos participan mujeres como Kylie Minogue, Nicole Kidman y Darryl Hannah. Gana premios en cuanta entrega esté ternado. Apenas tiene 25 años.
Y sin embargo, Escapology es un álbum amargo, irónico, depresivo. Musicalmente, no sigue la línea de hits bailables en compañía de productores brillantes, a la manera de pares como Justin Timberlake o Nick Carter (ex ‘N Sync y Backstreet Boys, respectivamente). No hay canciones como “Rock DJ” o “Kids” (de Sing When You’re Winning) o “Millenium” y “No Regrets” (de Millenium) sino una vuelta conservadora al rock/pop británico más clásico, con guiños que van desde Oasis a Queen, de The Kinks a Manic Street Preachers, hasta baladas pensadas para estadios iluminados con encendedores y algún tema acústico. Robbie Williams es inglés: no tiene por qué competir con clones de Michael Jackson o Stevie Wonder, porque los norteamericanos siempre lo van a hacer mejor. ¿Pero por qué se decidió a lanzar un disco que está en los antípodas de lo que una estrella pop debe hacer?
¿Por qué no? Inglaterra no tiene otra estrella más que Robbie, ningún otro personaje criado y formado por la industria tan indiscutible como él. Virtualmente, no tiene competencia. Y no parece tener ganas de cantar las loas de su situación privilegiada, sino más bien exponer brutalmente lo que ser Robbie Williams implica. Escapology es un gran disco pop, porque logra lo que pretende: las baladas serán cantadas en algún festival; el simple “Feel” es uno de los mejores temas pop del año; “Revolution”, con su groove negro, se escuchará en madrugadas frías; Robbie canta mejor que nunca; y “Nan’s Song”, una balada folkie, es auténticamente conmovedora. Es un disco inteligente y bien hecho. El pop no necesita más. Pero las letras causan sorpresa y aversión. Si es otra faceta de la construcción del personaje Robbie, es inesperada. Es cierto que muchas estrellitas pop están eligiendo el camino “confesional”, pero esto no es “confesión”, es vómito, es exabrupto. La industria ha creado un monstruo, parece decir Robbie, y voy a contarles cómo es. Y procede.
“Feel” es el primer simple: en sus teclados que van progresando hasta un clímax final recuerda a Manic Street Preachers de la última época. Es una canción romántica, pero... “Tomame de la mano/ quiero contactar a los vivos.../ Sólo quiero sentir amor/ Sentir que tengo un hogar/ Porque tengo demasiada vida/ Corriendo por mis venas/ Que se va a desperdiciar/ No quiero morir/ Pero vivir tampoco me entusiasma demasiado/ Estoy demasiado asustado/ Por eso sigo corriendo/ Antes de llegar/ Ya me veo venir”. Muy bien, claro, el dinero no hace la felicidad. Pero más tarde, en la preciosa “Moonson” (que tiene tanto de Queen como de glam más clásico) Robbie canta: “Estoy aquí para hacer dinero y coger/ Sí, soy una estrella, pero voy a dejar de brillar/ Si todavía no me clavaron cuchillos/ Ya lo harán/ Todas ustedes, Sharons y Michelles/ Con las mentiras que vendieron/ Ahorren su dinero carnicero/ Me alegra que haber pasado una noche conmigo les concediera celebridad”. Está bien, la invasión a la privacidad esespantosa, los quince minutos de fama son vertiginosos, cuando uno está allá arriba está solo, en palabras de Diego Maradona.
Pero el veneno sigue, y es cada vez más corrosivo. “Handsome Man” lleva al personaje Robbie al pináculo de la megalomanía y la insolencia que tan bien ha cultivado, pero va demasiado lejos, y deja de ser simpático o provocador para pasar al terreno de la autocompasión y la sátira. Asusta: “Hola, ¿me extrañaron?/ Sé que soy irresistible.../ Es difícil ser humilde cuando sos tan grande/ ¿Alguna vez conocieron a un cerdo chauvinista macho más sexy que yo?/ Voy a ordeñarme hasta obtener queso/ Díganle a todos que pueden venir a llevarse una parte de mí/ Si me rechazan/ Voy a caerme en pedazos sobre ustedes/ Si no me ven/ No existo/ Encantado de conocerlos/ Ahora voy a lavarme la mano que les di/ Porque acaban de conocer al hombre más buen mozo del mundo/ Ya saben quién soy, el chico que vive al lado/ Pero sólo si ustedes son Lord Lichfield o Roger Moore.../ Soy el que puso a los británicos en la celebridad/ Ríndanse y ámenme, qué sentido tiene odiarme/ No se puede discutir con la popularidad/ O se puede, pero sería un error/ Pueden hacerme reír y firmar este autógrafo/ aguantar y sonreír/ sacudirme y fingir/ nombrar y avergonzar/ después me voy/ No es tan complicado/ Sólo soy joven y sobrevalorado/ Por favor no me rechacen”. Un poco de introspección y autocrítica es aceptable para un artista pop, pero tanto resentimiento, tanto morder la mano que da de comer, es genialidad, cinismo o demencia. Escapology es un disco casi autodestructivo. Es también el disco pop mainstream más complejo del año. La superficie de canciones agradables y en ocasiones bellísimas en combinación con una letanía de desprecio hacia sí mismo y sus circunstancias es irresistible. Puede ser insoportable si volvemos a la primera pregunta: ¿de qué se queja Robbie Williams? Pero pensar que él ignora el rechazo que puede provocar es subestimarlo. Lo sabe, lo usa y va a vender muchos discos de todas maneras.
Porque no termina aquí. En “Come Undone”, una balada de estadio que será un single con toda seguridad, canta: “Están vendiendo gillettes y espejos en la calle/ Rezá para que cuando venga el bajón esté durmiendo/ Si te lastimo, tu venganza va a ser dulce/ Porque soy una basura/ Y me desarmo/ A escribir otra balada/ Mezclarla el miércoles/ Venderla el jueves/ Comprar un yate el sábado/ Una canción de amor/ Hacer una entrevista y mentir/ Nombrar a las celebridades que desprecio/ Y cantar canciones de amor/ Tan sinceras”. ¿Cuánto hace que una estrella pop se confiesa hipócrita?
El resto de las canciones, “Me and My Monkey”, un tema larguísimo con guitarras españolas sobre una escapada a Las Vegas que recuerda a Fear and Loathing in Las Vegas de Hunter Thompson, “Song 3” y “Hot Fudge”, son himnos de amor-odio a Estados Unidos y Los Angeles en particular, como la matriz de la industria y la producción en serie de estrellas ricas y alienadas, el lugar al que Robbie quiere pertenecer porque lo considera su ambiente natural, su ecosistema, pero del que todavía sólo tiene las puertas entreabiertas. ¿Qué pasará si el ex chico de boy band ambicioso y ácido, que conoce todos los recovecos de la industria como la palma de su mano, llega al megaestrellato? Quizá descanse por fin y pueda disfrutar de su pileta de natación y su mansión en Bel Air. Y quizá también deje de editar discos tan vitriólicos y al mismo tiempo accesibles como Escapology. Se merece llegar allí, para coronar el experimento y exponerlo al mundo como viene haciéndolo desde que es adolescente: Robbie Williams es el producto perfecto de la maquinaria de la que depende, a la que ama, a la que desprecia, la maquinaria que ya es parte de él, y que representa en toda su brutalidad. Nunca cae en la ingenuidad de intentar “salir” de allí y proclamar su “autenticidad”. No sabría vivir fuera de ella, parece decir, no se puede vivir dentro de ella. La última canción, la única escrita sin la colaboración de su talentoso co-compositor de siempre (elsiempre en las sombras Guy Chambers) es para su abuela, que acaba de morir. Es triste e ingenua: “Ahora ella vive en el cielo/ pero sé que la dejan salir/ para cuidarme”. Y así termina el disco, con Robbie Williams solo, acompañado por un fantasma.

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