Dom 07.06.2009
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PERSONAJES > AMY ADAMS ILUMINA PELICULAS

Alta en el cielo

› Por Mariano Kairuz

A media hora de empezada la anodina y repetitiva Una noche en el museo 2, hay una aparición, un fulgor. Una chica que no estaba en la primera parte de esta franquicia familiera, y que prueba ser capaz de salvar la película. O al menos cada una de las escenas en las que aparezca ella. A los 34, Amy Adams tiene algo de esa energía que parece reservada sólo a los de 12 años de edad, y avanza sacando chispas, con esa combinación de pura inocencia y determinación que ha caracterizado a sus personajes, con ese eléctrico balance entre su costado varonil y una feminidad de princesa de cuento de hadas. Su personaje es Amelia Earhart, la pionera de la aviación norteamericana que cruzó sola el Atlántico, pero a quien Adams parece estar interpretando en realidad –y que esto vaya como el mejor elogio posible– es a Katharine Hepburn haciendo de Amelia Earhart. El mismo torbellino imparable de ímpetu juvenil; la sonrisa y la mirada poderosas, acompañadas con todo el cuerpo.

Aunque lo más lejos que podría llegar en la memoria del público argentino son las escenas que compartió con Leonardo DiCaprio en Atrápame si puedes (donde era la cándida enfermera con aparatos dentales que seducía al gran estafador), Amy Adams no es una “joven promesa” porque ya tiene encima diez años de cine y dos nominaciones al Oscar a mejor actriz secundaria. La primera, tres años atrás, por la sureña pelirroja que habla hasta por los codos en una película independiente llamada Junebug, y otra hace apenas tres meses por la monja alegre y de pronto conflictuada de La duda (que desde esta semana estará en dvd). Entre una y otra protagonizó su película más exitosa, la que la convirtió en una estrella internacional: Encantada. Film de la Disney donde hace de un dibujo animado –tan clásico y naïf como Cenicienta o Blancanieves– que se vuelve de carne y hueso y conoce a su verdadero príncipe en Nueva York. El detalle bizarro de este currículum es que todos estos personajes, insertos como están en argumentos, ambientaciones y géneros radicalmente diversos, parecen compartir una característica común, que es lo que ha convertido a Adams en la candidata a nueva novia de América. Las suyas son las chicas más soleadas, alegres, vivaces; las más optimistas y esperanzadas aun cuando todas las evidencias la jueguen en contra. En La duda, su rígida superiora (Meryl Streep), con quien debe hacer frente al pastor de un colegio parroquial al que sospechan de estar abusando de un menor, la acusa de vivir en un mundo de cobarde ingenuidad. En la película con DiCaprio le rompen el corazón más que previsiblemente, y es doloroso verla en Junebug seguir adelante, de cara contra una pared. Pero para Adams, ese empeño en esperar lo mejor de la humanidad que une a sus personajes es menos ingenuidad que la fe y sus crisis. Algo de eso sabe: cuarta de siete hijos, fue criada mormona pero sólo hasta la separación de sus padres, cuando ella tenía 12. En todo caso, para la periodista del Los Angeles Times, Carina Chocano, “Adams es sorprendentemente hábil a la hora de interpretar chicas inteligentes que se hacen las tontas”.

En noviembre del año pasado la revista Vanity Fair le dedicó la tapa y una producción fotográfica que la cargaba de una sexualidad ausente de sus personajes, vistiéndola a lo Rita Hayworth en Gilda, sugiriendo algo que de tan latente y contenido ya debe estar por estallar, y señalando que su inspiración no puede ser otra que el Hollywood clásico. Adams dice amar los films hechos por los estudios entre los ’30 y los ’50, y haber preparado algún personaje (como la aspirante a actriz que interpreta en la por acá inédita Miss Pettigrew Lives for a Day) viendo y reviendo películas con Vivien Leigh y con Audrey Hepburn. Y si alguien se ofrece a compararla con Marilyn Monroe –la reina de las vivas que hacen de bobas–, promete no oponer resistencia. Pero, vale insistir, para encontrarse de frente con toda esa energía radiactiva, lo mejor es ver Una noche en el museo 2, y verla revivir a Katharine Hepburn. Tan pizpireta –palabra tonta pero apropiada–, decidida; piloteando un biplano y corriendo de acá para allá con esos pantalones caqui que en épocas de Amelia Earhart serían cosa más de muchachitos pero que qué bien le quedan. Lo dijo ella misma: “Sí, son unos pantalones de montar muy apretados: esto es El show del trasero de Amy Adams, y yo no me caracterizo por mostrar el culo en cámara, pero bueno, ahí está”.

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