Dom 02.08.2009
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FAN > UN ESCRITOR ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA

Historia de una cobardía

› Por Guillermo Piro

Hace poco veía la televisión con mi hija. Hay momentos en que nos entregamos sin ofrecer ninguna resistencia a lo que nos pongan delante de los ojos. Es el momento más zen de nuestras vidas. No importa si es una película que ya vimos quince veces; no importa si es un documental sobre la vida sexual de las almejas. Se elige un canal de cine y se queda clavado ahí, a que nos den lo que quieran. Había tocado Duro de Matar 4. Pero no es de esa película que quiero hablar. Aunque sí tengo algo que decir. En un momento, sobre el final, cuando John McClane se entera de que el malvado acaba de secuestrar a su hija. (A propósito, adoro a John McClane: no es un veterano de guerra, no sabe artes marciales y le tiene miedo a volar; se le acaban las balas y su propia hija no lo soporta. Tiene mala suerte, en realidad. Como yo.) De modo que John McClane irrumpe en el sitio donde tienen secuestrada a su hija y mi hija hace un comentario, algo del estilo: “Vos no serías capaz de hacer algo así”. A lo que respondo que está equivocada, que sería capaz de hacer muchas cosas, que de hecho hice muchas cosas, pero que enfrentarme a cinco terroristas informáticos armados no me parece una gran proeza, y que justamente no hay nada que haya hecho John McClane que no sea capaz de hacer cualquier mortal movido por el amor, que en definitiva es ese su combustible. Cualquiera es capaz de hacer cosas como ésas, digo. Su plan de acción es tan sencillo y efectivo que uno no puede menos que apoyarlo desde el vamos: “Voy por mi hija y los mato, o los mato y luego voy por mi hija”.

Pero no era de Duro de Matar 4 que iba a hablar. La película terminó y comenzó La Mexicana, de Gore Verbinski, con Brad Pitt y Julia Roberts (pero sobre todo con James Gandolfini, haciendo el papel de un gángster gay y sensible que quedará en la historia del cine por toda la eternidad). Debo aceptar mi debilidad por las comedias policiales que aparecieron después de Pulp Fiction. De acuerdo, La Mexicana es pariente de ella, como son parientes de ella casi todas las películas de Guy Ritchie. Un jefe criminal encarga una tarea aparentemente simple a Jerry. Jerry espera que sea su último trabajo para la mafia, pero al explicárselo a su novia, Samantha, terminan peleados. Sin más remedio que obedecer, el tipo comienza su misión: recoger una pistola de invaluable valor en un pueblito de México. Por supuesto, esta sencilla labor tiene muchos obstáculos ocultos, y las intenciones de todos los involucrados distan mucho de ser las que aparentan, de modo que Jerry y su novia se ven cada vez más envueltos en la trama, trabajando para quienes menos esperan y avanzando u obstaculizando los planes de quienes conspiran a sus espaldas, todo ello con el pintoresco marco de un pueblo mexicano donde todos los estereotipos posibles (todos ellos ciertos, desafortunadamente) se presentan con la puntualidad esperada.

Apenas comienza su periplo mexicano, luego de que el bueno de Jerry acaba de conseguir la pistola (ella es “la mexicana” a la que alude el título), una bala perdida acaba con la vida del sobrino de su capo mafia (el mismo que acaba de entregarle la pistola), él la oculta en la guantera del auto mexicano de alquiler que lo llevó hasta allí y cruza la calle para hablar por teléfono con su gente y contarle la mala noticia, cuando un grupo que baja de un auto rojo le roba su auto. Con la pistola adentro. Y el sobrino muerto en el asiento del acompañante. Empieza entonces el peregrinaje mexicano de Jerry, quien en determinado momento consigue permutar su reloj por una camioneta (no creo que haga falta describir la camioneta). En una parada en la ruta para hacer otra llamada lo sorprende una visión del más allá de la vida: el auto rojo pasa a toda velocidad. Jerry vuelve a subirle a su camioneta y sigue a su auto. La escena siguiente nos muestra a Jerry dentro de la camioneta desvencijada, mirando fijamente hacia la acera de enfrente, donde su auto está estacionado delante del auto rojo. Jerry controla que la pistola esté en su sitio (no lo está), hace bajar de la camioneta, a punta de pistola, al perro que vino con ella (no porque él lo quisiera, sino porque el perro no quiso bajarse cuando él la adquirió), vuelve a sentarse al volante y arremete contra el auto rojo estacionado. El ruido hace salir a la banda de mexicanos ladrones (y son como 20) y en cuanto uno echa mano a la puerta de la camioneta, para sacar a Jerry (que simula estar desmayado), Jerry lo apunta con la pistola, recupera el auto, los anteojos, la campera y la pistola (y el muerto, no nos olvidemos del muerto), y sale de allí llevándose a un mexicano de rehén.

“¿Ves –le dije entonces a mi hija–, de lo que hizo antes Bruce Willis sí que sería capaz. De lo que no sería capaz es de hacer lo que acaba de hacer Brad Pitt.”

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