Domingo, 9 de agosto de 2009 | Hoy
A comienzos del siglo XX, hubo en la Argentina una extraordinaria y extravagante industria de cine mudo que igualaba e incluso superaba en vanguardismo, experimentación e intrepidez al que se hacía por entonces en otras partes del mundo. Sin embargo, perdida gran parte del material, la historia prácticamente no registra aquellos cientos de películas. Ahora, un trabajo notable de recuperación, una caja de dvd y un ciclo permiten acercarse nuevamente a esas escenas de alto voltaje erótico, sátiras políticas, melodramas incorrectos, tragedias de arrabal, historias de malones vistas desde el punto del vista del indio, animaciones, noticieros y hasta documentales de guerra.
Por Mariano Kairuz
El primer robo al tren y los tortazos en la cara fueron patrimonio del cine mudo norteamericano. El viaje a la Luna y el ilusionismo, del francés. La primera femme fatale robótica de la explotación capitalista y la prefiguración del Mal, estuvo en manos del alemán. Pero el cine mudo argentino también tuvo sus hitos, algunos de ellos únicos en la historia: tuvimos al primer presidente convertido en dibujo animado, vimos pasar un conjunto impar de pobladores originarios despojados de su tierra, oligarcas inescrupulosos, policías mano dura, atorrantes porteños, y nos tomamos cada tanto un respiro al ritmo frenético de un malambo. Lo que no es poco: en su diversidad, las películas argentinas del período mudo –que fueron muchas pero de las que quedan pocas– ofrecen un reflejo fragmentario pero único de aquella sociedad local. Son films que devuelven la imagen de un momento de modernización, de expectativas de democratización y expansión económica que no sólo no tenía precedentes sino que no se repetiría a lo largo del siglo destartalado en su sucesión de dictaduras militares.
Con el prometedor título Colección Mosaico Criollo: primera antología de cine mudo argentino acaba de editarse una caja con tres dvd que contienen films nacionales de ese período recuperados y reconstruidos, hasta ahora en su mayoría casi imposibles de ver. Con más de diez títulos rescatados entre largometrajes, medios y cortos, un total de ocho horas de material, esta edición producida en colaboración por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken es una iniciativa inédita, y el destino final del largo trabajo que vienen realizando desde hace años dos de los mayores especialistas argentinos en preservación cinematográfica: Paula Félix-Didier (actual directora del Museo del Cine) y Fernando Martín Peña (programador del cine del Malba y cofundador de la Filmoteca Buenos Aires). A la gestión de ambos se sumaron la participación activa de la Asociación de Apoyo al Patrimonio Audiovisual (Aprocinain), consagrada a esta tarea de rescate desde hace una década, y un equipo de producción armado para este trabajo desde el Museo, encabezado por Evangelina Loguercio y Graciela Mazza.
Mosaico Criollo toma su título de una de las “revistas musicales filmadas” producidas a fines de los ‘20 por el pionero Federico Valle, y por las que desfilan figuras del canto y el baile. Los dvd vienen acompañados de un libro que incluye un artículo destinado a contextualizar la aparición de cada una de las películas, y a facilitar su comprensión al espectador que las enfrenta por primera vez. No debería hacer falta insistir demasiado en la importancia de este rescate cultural: basta echarles un vistazo a los noticieros de actualidades de los pioneros de la Casa Lepage, o a las Actualidades Valle. En los primeros pueden verse actos institucionales de 1913 –inauguraciones de estaciones ferroviarias, de hogares para ancianos, servicios fúnebres– que sirven como registro histórico y social: allí se ven los sombreros, las boinas y los bombines de las gentes de alcurnia, los vestidos y los plumones de las señoronas. En suma, retratos sociales visuales de la Argentina, que no podrían ser suplidos con la misma eficacia e inmediatez por otro medio. Es el cine como registro de la historia y de imaginarios de otras épocas.
Y aunque a pocos historiadores parece haberles importado, el cine argentino es casi tan antiguo como lo es el cine en el mundo. De ese espíritu pionero habrían resultado más de 200 largos argumentales (además de innumerables documentales y noticieros y ficciones de distintas duraciones) a lo largo de tres décadas, de los cuales se conservan muy pocos. En la presentación del ciclo del Malba que dará a conocer al público los dvd durante las próximas semanas, Peña señala el papel jugado en la pérdida por “el desinterés manifiesto de críticos y especialistas. El especialista Domingo Di Núbila, cuya Historia del cine argentino data de 1959, otorgó al período mudo el carácter de “prehistoria” y lo liquidó en poco más de veinte páginas. Esa actitud tuvo varios continuadores y la solitaria excepción de Couselo. Jorge Miguel Couselo es autor del capítulo del cine mudo en el libro Historia del cine argentino, además de un par de tomos sobre Leopoldo Torres Ríos y José Agustín Ferreyra. Existe también un libro editado por la Cinemateca Argentina, titulado Historia de los primeros años de cine en Argentina, más algunos artículos dispersos en revistas, alguna producción académica, y muy poco más. El interesado en estudiar este período del cine nacional se encontrará entonces con un gran vacío.
“Una razón por la que nunca se difundió siquiera la noción de que existe un cine argentino mudo”, explica Peña en conversación con Radar, “es en parte que durante muchos años hubo una especie de complejo de inferioridad con nuestro cine. No lo digo desde un punto de vista pseudonacionalista, sino porque he comprobado que cuando uno empieza a ver las obras con desprejuicio, se encuentra con materiales muy singulares. Es el caso de El último malón, de Alcides Greca, que se anticipa en cuatro años a Robert Flaherty en términos de cine documental, entre muchas otras cosas: en los últimos diez años hubo una tendencia a borrar los límites entre ficción y documental, y esto lo hizo en 1918 Alcides Greca, un hombre que no volvió a filmar nunca nada en su vida ni había filmado nunca antes. Es raro: hay pioneros que desarrollaron filmografías con alguna continuidad y también hay gente que filmó muy poquito, pero eso lo que filmó merecería haberse conservado porque tiene rasgos absolutamente originales. Que uno no encuentra en ninguna otra película de esa época de ningún otro país”.
El caso testigo de este conjunto de pérdidas irreparables es El Apóstol, el primer largo de animación de la historia, que se produjo en Argentina en 1917. Testigo ausente: no queda ni un fotograma. Realizado por Quirino Cristiani cuando Yrigoyen recién asumía la presidencia, se sabe que lo tenía al radical de protagonista, que viajaba al cielo y le decía a Dios lo mismo que había dicho en su discurso de asunción: “He recibido una pesada herencia”, en relación al estado en que le habían dejado el país los conservadores. Entonces Dios le proveía el fuego divino para que destruyera todo y empezara de cero. “Tiene de interesante el hecho de que no estaba destinado a un público infantil –dice Peña–, sino que tomó la tradición de la caricatura política gráfica, que acá es muy antigua, y la transformó en un largo de animación. Tenía el plus de ser algo que sólo puede haber surgido de nuestra cultura. Al no haberse conservado, el que quedó como primer largo es Las aventuras del príncipe Achmed, que es una fantasía genial, pero no es una caricatura política. Sería fantástico tener El Apóstol: no sólo porque es la primera, sino porque su contenido no se parece a ninguna otra película de animación hecha en ningún otro lado.”
Otra película pionerísima y que a diferencia de El Apóstol sí podrá verse es Afrodita, de Luis Moglia Barth, primer avatar de un erotismo softcore bastante improbable en su época. Una película que “sobrevivió de casualidad, incompleta”, dice Peña. “No existe nada parecido en 1918: una película de argumento cuyo tema principal es el sexo. Había hardcore, pero clandestino, para ver en privado y como actividad ilegal. Pero Afrodita estaba hecha para verse en salas, adaptada de una obra literaria muy influyente y difundida en ese momento de Pierre Louÿs, el autor de La mujer y el pelele, y con lo que sus autores llamaban ‘desnudos artísticos’. Y estaba filmada de una manera desprejuiciada, como lo era la novela, a la que es absolutamente fiel. Eso es algo que se podía hacer acá porque no hubo ningún tipo de censura hasta 1930. Lo que queda claro es que cada vez que uno se sumerge en el tema del cine mudo se encuentra con ejemplos de estos. Lo que existe, por lo tanto, despierta la intriga sobre lo que no existe. Supongo que una razón por la que los historiadores no le han dado mucha importancia es que les cuesta mucho interesarse en algo que no pueden ver, evaluar los valores artísticos de algo que no existe más.”
Como viene haciéndose desde hace unos años en el Malba con los rescates mudos, la experiencia se recrea completa, con la precisión de antropólogos del cine que caracteriza a sus responsables. Con el objetivo de reproducir la manera en que se concebía en su época la exhibición de estas películas, y debido a que las copias tienen procedencias diversas y no siempre se encontraron en estado óptimo, en muchos casos debieron corregirse o restituirse intertítulos dañados o ausentes. También se colorearon algunas imágenes, recomponiendo el virado monocromático que era uno de los recursos expresivos característicos de aquel cine: un azul para una escena nocturna, o el sepiado general, o el rojo para intensificar alguna escena particularmente dramática, como el incendio que se ve en el final de En el infierno del Chaco. Se ajustaron velocidades de proyección. Y cuando faltó alguna escena entera, se intentó suplirla con textos y fotos, en un intento por completar el sentido de los fragmentos irrecuperables. Y, por supuesto, se las musicalizó, ya que el cine mudo era una experiencia colectiva nada silente. La tarea estuvo a cargo de Fernando Kabusacki y Matías Mango, que asumieron un desafío demencial: para La quena de la muerte, por ejemplo, consiguieron la participación de músicos especializados en el yaraví, género que interpreta la quena del título. Las imágenes de aviones y batallas de En el infierno del Chaco les sugirieron una banda de efectos sonoros y ruidos ambientales. En el libro, Kabusacki describe la experiencia: “Tratamos cada película como si fuera una partitura”.
Rescate, entonces. Reconstrucción. Divulgación. “En lo que insistimos es en no usar la palabra restauración”, dice Peña. “Hay reconstrucción digital en algunos casos, pero es imposible restaurar porque se han perdido los originales. Muchas veces se hicieron reducciones a 16mm. y se tiraron los originales en 35mm. Se puede restaurar un original pero no la copia de un original: no hay tecnología posible que te permita sacarle las rayas a una película cuando esas rayas están fotografiadas. Paula tiene una analogía que funciona bien: Podés limpiar un vidrio sucio, no la fotografía de un vidrio sucio. Pero no podemos dejar que ésa sea una excusa para no ocuparnos del cine argentino que se conserva. Lo que hacemos es sólo detener el deterioro, pero es esto o se pierde todo”.
Un dato más nada menor: la caja Mosaico Criollo no está a la venta, sino que se trata de una edición limitada que se reparte de manera gratuita entre diversas instituciones, escuelas de cine, estudiosos del tema. La idea es que, como su objetivo a largo plazo, ya cumplido, es garantizar la preservación de las películas que contiene, éstas estarán disponibles en estas instituciones para copiarlas, y también en Internet para su descarga online gratuita. De manera tal que aquel primer cine, acusado tan a la ligera de “mudo”, puede desplegarse y hablarnos con toda su elocuencia del país que hubo una vez, un siglo atrás.
La presentación de la colección Mosaico criollo será el viernes 21 de agosto a las 21, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. Entrada libre y gratuita.
Varias de las películas que integran el ciclo y la caja podrán verse en el programa Filmoteca —conducido por Peña y Fabio Manes— durante esta semana. Se darán: el lunes El último malón; el martes La mosca y sus peligros y Nobleza gaucha, el miércoles La vuelta al bulín, Mosaico criollo, El adiós del unitario, y Mi alazán tostao; el jueves La quena de la muerte; y el viernes: Hasta después de muerta. De lunes a jueves a la 1 y viernes a las 2.30, por canal 7.
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