ENTREVISTAS > AIMEE MANN ANTES DE TOCAR EN BUENOS AIRES
Después de las ilustres visitas de Rickie Lee Jones y Cat Power, la tercera mujer que deleitará en Buenos Aires se prepara para su tardío debut argentino. Hermosa, depresiva, inquieta, pese a su comienzo en una banda pop, Aimee Mann se hizo realmente conocida con la particular banda de sonido de la película Magnolia, de Paul Thomas Anderson. Desde entonces, ha grabado una serie de discos melódicos y literarios, arriesgados y personales, pero sencillos y accesibles, siempre inspirados en su empatía con lo más raro de las personas.
› Por Martín Pérez
Cree que la canción es el rey, las sonrisas obligatorias son el peor de las castigos y su Beatle preferido es Ringo.
Una colección de certezas que describen mejor que ninguna sucesión de hechos biográficos a una cantante y compositora llamada Aimee Mann, que supo empezar con la música formando parte de una banda proto-punk –en la que militaba quien más tarde fundaría el grupo de rock industrial Ministry– pero terminó al frente de su propia banda pop, llamada Til’ Tuesday, donde lucía en primer plano para MTV sus bellos rasgos y su pelo rubio.
Cuando el negocio de la música dejó de resultarle interesante, Aimee terminó metiendo los pies en el del cine, gracias al que –después de hacer un cameo en la legendaria El Gran Lebowski, de los hermanos Coen– terminaría reconvirtiéndose como solista luego de poner sus temas al servicio del apasionado director Paul Thomas Anderson y su película Magnolia. “Aimee es una escritora brillante”, escribió Anderson en el librito que acompañó la banda de sonido, donde confesaba lo esencial que habían sido sus canciones durante el proceso de escritura del guión.
Para poder reencauzar su carrera como solista, eso sí, Mann debió escapar de su contrato discográfico, y decidió publicar sus discos por su cuenta, vendiéndolos a través de su site de Internet. Pionera online e indie, Aimee Mann sigue siendo una autora personal, al tiempo que no se aleja de la tradición de los grandes cantautores norteamericanos.
Pero cuando se le recuerdan todos estos vaivenes de su carrera, apenas si alcanza a responder, al otro lado del teléfono: “Creo que lo he visto todo”. Y remata la frase con un levísimo soplido, que bien podría ser incluso una sonrisa, y un largo silencio, mientras sus ojos seguramente no se separan del camino que la conduce de un show al otro, ya que para ella acaba de empezar una nueva temporada, con una formación nueva. Y bastante extraña. “Somos dos tecladistas y yo”, confirma. Pero inmediatamente siente la necesidad de agregar: “Nos estamos cambiando de instrumentos todo el tiempo. Yo toco guitarra y bajo, y también me pongo al teclado. Es divertido porque hay que poner a punto arreglos que son muy despojados, pero al mismo tiempo interesantes”.
–Aún estamos poniendo a punto la lista de temas, así que estos recitales son algo así como el ensayo de mi show en Argentina.
–Algo así (se ríe). Pero me gusta mucho hacer shows acústicos, porque eso me permite conectarme con el resto de los músicos de manera más musical. Y concentrarme en cantar.
Para intentar describir lo particular de las composiciones de Aimee Mann, el director de Magnolia escribió lo siguiente: “Sus frases son tan simples y directas que uno está convencido de que a) las escuchó antes, b) las dijo antes, e incluso, c) las pensó antes, sólo que jamás se preocupó de escribirlas. Pero la respuesta correcta es: ninguna de las anteriores. Como cualquier gran escritor, Aimee es articulada al escribir. Es la gran articuladora de las cosas más grandes que podemos llegar a pensar: ¿Cómo puede alguien amarme? ¿Por qué demonios alguien querría amarme? Y la vieja favorita: ¿Por qué debería amar a alguien cuando todo lo que significa es tortura?”. Preguntas que retumban en la banda de sonido del film de Anderson, y se repiten en los últimos dos trabajos de estudio de la cantante, tanto en el ciclo del boxeador adicto que cuenta The forgotten arm (2005), producido por Joe Henry, como en los temas aislados de @#%&*! Smilers (2008), un álbum en el que se burla desde el título de la obsesión del mundo laboral –y social– por las sonrisas. “Creo que realmente sé lo que es estar deprimida, por eso se me dan tan bien las canciones tristes”, ha dicho Aimee. “Toda mi vida he luchado contra la depresión, pero es una batalla que creo haber ganado”, afirma la cantante que ha confesado estar fascinada con los freaks a los que nadie parece ser capaz de amar. “Siempre me han fascinado las personalidades excéntricas”, explica. Pero aclara que no tiene nada que ver con la tradición de cantautores –como Tom Waits, por ejemplo– dedicados a escribir sobre personajes que han quedado al costado del camino de la vida.
–Me gusta el arte de escribir canciones, y realmente amo cuando otros artistas hacen una canción que me atrae musicalmente, y la letra encaja perfectamente en ella. Creo que es una forma de arte interesante y que recompensa.
–Es que me gusta sentir que hay un mundo real, un personaje de carne y hueso, o una profundidad emocional en cada canción. Y además, es verdad que me gusta escribir sobre gente excéntrica, pero es toda gente que conozco. Así que no suenan excéntricos para mí. Creo que parte de la razón por la que me gusta escribir de gente que tiene problemas o esta trastornada, es porque es una forma de tratar de entender algunas verdades del mundo. Y también mías.
–Exactamente... Porque la gente y sus problemas siempre son lo que generan drama en la vida. Siempre se trata de una persona loca que gira locamente y fuera de control, y todos los que están alrededor tratan de saber qué hacer. Creo que todo el mundo conoce alguien así. Es lo que te vuelve loco, pero también lo que hace las cosas más interesantes...
Una de las particularidades de la carrera de Aimee Mann son esos momentos bellamente fuera de registro, en los que la cantautora escapa de lo conocido. O va más allá. O se desvanece. Dentro de su devenir musical propiamente dicho, se podría decir que es algo que supo hacer cuando disolvió Til’ Tuesday para probarse las ropas de cantautora y tardar dos discos –y varias discusiones con su discográfica– en ganarse la consideración de colegas como Elvis Costello, por ejemplo. Pero entra dentro de esa característica también su coqueteo con la industria cinematográfica, donde se ganó la fuerza para desoír los consejos –casi órdenes– del sello (de volver a grabar, ya que a su nuevo disco le faltaba un hit), y decidirse a editar por su cuenta el bello Bachelor No 2 (2000), concebido casi al mismo tiempo que la banda de sonido de Magnolia y responsable de la consagración definitiva de Aimee. Pero las verdaderas huidas de Mann son en realidad más particulares, y personales, como cuando decide aprender a boxear... y eso termina gestando la fábula boxística de The forgotten arm. O un fanatismo por las historietas –evidente en la hermosa portada de su disco Lost in Space (2002), a cargo Seth, uno de los grandes valores del nuevo cómic alternativo norteamericano–, que la han llevado a anunciar que va a escribir y dibujar su propia novela gráfica. Según parece, Aimee Mann parece disfrutar al escaparse siempre del lugar que debería ocupar.
“No se trata de eso”, aclara dejando escapar una risa. “Antes que nada, tanto el boxeo como las historietas son cosas en las que estoy interesada. Y son cosas que generalmente vienen de conocer gente y ser influida por ellos. No sé. Alguien que conozco es boxeador, me enseña algunas cosas y eso hace que me interese en el boxeo, y a través del boxeo conozco otra gente que boxea, y así es como ingreso en una nueva comunidad de amigos.” Algo parecido, agrega, sucede con el tema de la novela gráfica. Pero, según adelanta, por el momento ha decidido dejarla de lado. “Tengo muchos amigos que se dedican a eso, y después de verlos hacer su trabajo, me doy cuenta que es algo en lo que se puede llegar a tardar varios años. Es demasiado tiempo, y no soy tan buena en eso como para que tenga demasiado sentido.”
Pero en la vida de Aimee Mann parece siempre haber lugar para un nuevo proyecto inesperado. Y ése es el de los retratos de los peores presidentes norteamericanos. “Tengo un amigo que empezó a trabajar en la Casa Blanca, y cuando lo visité hace un par de meses en su nueva oficina, tenía grandes paredes vacías y sólo un retrato de Obama. Así que, bromeando, me ofrecí a hacerle un retrato Millard Fillmore, una propuesta que se extendió primero a los retratos de los tres peores presidentes norteamericanos. Y como me van saliendo cada vez mejor, creo que terminaré haciendo diez.”
–¿Sabes qué? Ese va a ser mi nuevo proyecto: empezar a pintar sus peores presidentes.
Así como fue casi una pionera al abandonar su discográfica y ponerse a distribuir sus discos a través de Internet en su momento de mayor popularidad, Aimee Mann ha comenzado a mirar con inquietud los cambios que está atravesando la industria musical. “Cuando me fui por las mías a editar Bachelor, me tranquilizaba pensar que siempre iba a haber una manera de ganarse la vida haciendo música... ¡pero parece que tal vez ya no la haya!”, dice con una risa algo desganada. “Porque antes la gente cuando le gustaba un disco solía recomendárselo a sus amigos, y estos iban y lo compraban. Pero, con la tecnología que hay hoy en día, simplemente lo copian. Y eso cada vez más hace que sea imposible hacer música, venderla y poder vivir de eso.”
Decidida a tratar el tema cada vez que se lo mencionan, Mann ha apuntado que no hay mucho que se pueda hacer contra eso. “Es el dilema de una decisión privada y personal, pero que afecta a muchos”, ha dicho. “Como la gente que no va a votar o el calentamiento global. Para los músicos, que el público se baje sus discos es como nuestro calentamiento global. Nuestra estructura se viene abajo, un download tras otro.” Pero, vuelve a subrayar ahora desde el otro lado de la línea telefónica, no hay mucho que ella pueda hacer al respecto. “Por eso trato de no perder mucho tiempo estando enojada con el tema”, explica. O se calma. “Pero esta realidad hace que se me haga más difícil hacer la clase de discos que quiero hacer, con la gente que me gustaría hacerlos. Todos estamos tratando de ver cómo hacemos las cosas. Y todo se transforma más en un hobby que en una manera de ganarse la vida”, dice la artista que, dado que sus últimos discos no han sido editados oficialmente por estos lares, el jueves en el Gran Rex se enfrentará a una platea que se habrá puesto al día con su música mayormente a través de medios, ejem, ilícitos. ¿Por qué no aprovecha para darles algún discurso al respecto? Al otro lado de la línea, Aimee no puede evitar lanzar una carcajada. “No se trata de eso”, concede. “Pero sucede que las cosas cambiaron mucho en muy poco tiempo. La gente piensa en la música, y se relaciona con ella, de otra manera. ¡Incluso yo ya no voy más a las disquerías! Todo lo que escucho lo compro de manera online y en formato mp3.”
–No sé lo que va a pasar, porque las cosas están cambiando realmente muy rápido. Habrá que esperar un par de años, para ver cómo la gente reacciona y se adapta a todos estos cambios. Pero lo que es seguro es que las historias seguirán existiendo... Es lo que no va a cambiar: la gente seguirá buscando maneras de contar historias que hablen de lo que les pasa.
Aimee Mann se presenta este jueves en el Teatro Gran Rex, Av. Corrientes 857. A las 21.30, con Hilda Lizarazu como artista soporte. Entradas a partir de 60 pesos.
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