MúSICA > ENTREVISTA CON EL CANTAUTOR ESPAñOL QUIQUE GONZáLEZ
Empezó a componer después de que se frustrara su intento de ser parte de los Galácticos y, aunque siguió siendo hincha del Real Madrid, se dedicó de lleno a la música, justo cuando agonizaba La Movida y Quique González disfrutaba de los shows de Joaquín Sabina y Loquillo. Ahora, después de una larga carrera que incluyó varios portazos a distintas discográficas multinacionales, se dio el gusto de pagar de su bolsillo el disco que viene a presentar a Buenos Aires, Daiquiri Blues, grabado en la mítica Nashville.
› Por Martín Pérez
Al ingresar en la habitación, el hombre encargado de ir a buscar a John Lee Hooker para llevarlo al estudio quedó sorprendido. Ahí estaba el legendario guitarrista, parado en medio de su cuarto de hotel, mirando la televisión en calzoncillos, con las medias subidas hasta la mitad de la pierna y media botella de whisky vacía. Pero la sorpresa mayor fue que la televisión estaba sintonizada en una película de Lassie. Algo debió ver el guitarrista en el rostro de quien lo estaba yendo a buscar, porque se defendió rápidamente: “¿Qué pasa? ¡Lassie es una perra jodidamente lista!”.
La anécdota es una de las tantas que circulan por Nashville, que el madrileño Quique González supo cosechar durante la grabación de Daiquiri Blues, su último disco, que saldrá en España el mes próximo. La cuenta con entusiasmo y una sonrisa que se va ensanchando con el correr del relato, hasta terminar en una carcajada. Aclara que la escuchó de boca de los músicos locales con los que grabó, tipos tan buenos en lo suyo –según explica– que no necesitan estar demostrándolo todo el tiempo. Atesora, por ejemplo, el momento en que el auto que los llevaba llegó al estudio, pero nadie se bajó hasta que terminó de sonar “Highlands”, el larguísimo último tema del disco Time Out of Mind, de Bob Dylan. “Se mataban de risa con esa parte de la letra en la que charla con una camarera”, cuenta encantado. El productor de su nuevo disco fue Brad Jones, que ha trabajado con Josh Rouse y Steve Earle. “Un tipo con mucho sentido común para la música, que ha hecho que tenga un sonido sencillo, poco pretencioso y lleno de espacio.”
Una descripción que contrasta con la crudeza y espontaneidad del extraordinario Avería y redención (2007), el disco de separación –como su título permite suponer– que lo precedió. Y que, a su vez, sirvió como eficaz antídoto de Ajuste de cuentas (2006), el paradójicamente cuidado álbum en vivo que lo terminó de consagrar dentro de la escena musical española. Con invitados como Jorge Drexler, Enrique Bunbury y Miguel Ríos, fue el primero –y único, por ahora– en ser editado por aquí. “A mis temas les va como un guante ese estilo”, dice Quique de un álbum acústico cuyo repertorio recorre los mejores temas de más de una década de carrera, que este madrileño comenzó como infiltrado entre la generación de cantautores liderada por Javier Alvarez y Pedro Guerra, y termina junto a los más destacados de una nueva escena rocker que ha sabido sacarles la punta a sus composiciones, a medio camino entre las estrellas y el indie español.
“Nos la hemos currado todo este tiempo, haciendo lo nuestro, sin esperar a engancharnos al cometa del próximo éxito”, dice de una generación que integra junto a Xoel López y los Pereza, entre otros, con los que coincidió hace unos años en Buenos Aires, como parte del proyecto Laboratorio Ñ, que reunió artistas locales y españoles para grabar en los Estudios del Cielito. “No dejamos de recordar esa experiencia cada vez que podemos porque fue importante para todos. Porque siempre los que hacemos canciones nos la pasamos mirándonos el ombligo”, explica González, que desde entonces ha regresado cada vez que pudo. Lo hizo para presentar Ajuste de cuentas, y ahora anticipando la salida de su nuevo disco, cuya salida se irá a acompañar a España después de que termine de despedirse, este viernes, de los escenarios porteños. Y de los colectivos que, según él, van peligrosamente rápido por las calles céntricas, que le recuerdan demasiado a su Madrid natal.
Al hablar de sus experiencias en Nashville, la sonrisa que se le dibuja en el rostro a Quique seguro que es parecida a la que, cuando niño, debía tener al deambular por la juguetería de su padre, en el barrio madrileño de Vallecas. A pesar de los discos de Nacha Pop y Los Secretos heredados de su hermana mayor, y una guitarra acústica que le prestó durante un verano su vecino del séptimo piso, el sueño de toda la infancia del pequeño González Morales –su apellido completo– fue jugar en el Real Madrid. “Hice la prueba dos veces, me gustaba jugar de media punta, pero apenas daba para lateral derecho”, recuerda. “No era malo, pero era flaquito, demasiado pequeño entre los de mi edad.” Aquel sueño se le fue luego de un accidente de moto que le destrozó un pie, gracias al que se salvó del servicio militar. Aquel tiempo inmóvil, explica, fue cuando empezó a tocar. “Cuando estás en tu casa todo el tiempo, sin nada que hacer, se te empieza a volar la cabeza”, explica Quique, que ya escribía sus cosas antes de empezar con la guitarra, y apenas la agarró casi naturalmente comenzó a adaptarlas a la música.
Aquellos primeros palotes coincidieron con el final de la movida madrileña, y Quique se recuerda yendo a ver a Joaquín Sabina, Loquillo y Burning, los artistas más callejeros de la época, pero con un particular gusto por las canciones antes que las reivindicaciones. “Es que eran tiempos de mucho grupo reivindicativo”, precisa alguien que, sin embargo, no se confiesa muy fanático del hedonismo de la movida. “Hizo mucho daño, porque grupos como Tequila fueron denostados por tocar bien, y se ensalzaba justamente lo contrario. Por suerte en la década siguiente vinieron Los Rodríguez a poner las cosas en su sitio.” Por entonces, Quique se recuerda en Londres sin saber muy bien qué hacer con su vida. “Estaba allí trabajando en un laburo de mierda, y escribí dos canciones que creía que valían la pena. Así que me di cuenta de que más me valía volver a Madrid, para trabajar en otro laburo de mierda, pero tocando mi música.” Dos años después estaba detrás de Javier Alvarez, Pedro Guerra e Ismael Serrano, grabando sus temas en un compilatorio dedicado a la siguiente generación de esa movida de cantautores. Pero lo suyo era otra cosa, inspirado por solistas más rockeros, pero no menos autores de bellas canciones, como Enrique Urquijo o Antonio Vega.
El ingrediente que falta para terminar de explicar el estilo de Quique González se llama Carlos Raya, que hoy reparte su tiempo entre M-Clan y Fito y Fittipaldis. Otrora guitarrista de Sangre Azul, el grupo heavy español más famoso detrás de Obús y Barón Rojo, a mediados de los ’90, Raya tomó como alumno a un veinteañero como Quique, recién llegado de Londres. Pero a las dos clases, luego de escuchar sus canciones, pasó a ser el productor del cantante hasta el consagratorio Ajuste de cuentas. No sólo eso: fue su sostén cuando su disco debut, Personal (1998), no colmó las desmedidas expectativas de su discográfica –esperaban vender 400 mil, y sólo vendió 5 mil–, que rápidamente rescindió su contrato. A pesar de lo que se suele decir dentro del mundo del rock (que para el primer disco un artista tiene toda su vida y en cambio para el segundo apenas el tiempo entre ambos y por eso suele ser un paso difícil), es el segundo de Quique, Salitre 48 (2001), grabado a pulmón en el estudio casero de Raya, el que muestra realmente todo su potencial. Aun hoy ese disco contiene muchas de las mejores canciones de su carrera. “Tal vez si me hubiese ido bien con Personal, en ese segundo disco hubiese estado perdido. Pero tuve que volver a demostrar que valía, y me empeñé en hacerlo.”
La misma discográfica que lo había despedido lo volvió a contratar, sólo para volverlo a despedir y contratarlo nuevamente para el tercer disco, Pájaros mojados (2003), un minué que se termina cuando González renuncia a todo, y se lanza a la independencia con una carta pública titulada Peleando a la contra, como el libro de Bukowski. “Hemos llegado a una situación en la que la falta de respeto, la comercialización salvaje y la falta de escrúpulos hacen difícil encontrar algo de verdad en el panorama”, escribió entonces, en una época dominada por programas como Operación Triunfo, durante la que sobrevivió grabando y vendiendo él mismo –a través de su sello Varsovia– dos admirables discos: el acústico Kamikazes enamorados (2003) y el eléctrico La noche americana (2005), cuyo hit “Vidas cruzadas” se repitió en su regreso a una multinacional con el hasta aquí tantas veces mencionado Ajuste de cuentas, un disco al que ahora sí se le puede entender mejor el título. “Si tengo que elegir uno de esos dos, me quedo con Kamikazes enamorados, por lo que significó”, explica hoy González, recorriendo los hitos de su discografía desde la cocina de su céntrico hogar porteño durante este mes. “Fue un ejercicio de libertad: un disco sin bajos ni batería. Los que me decían que era un suicidio comercial se quedaron boquiabiertos, porque era lírico y etéreo, denso y profundo. Siempre será un disco valiente.”
Una de las cosas que más le sorprendió a González de su reciente experiencia en Nashville fue que aquellos músicos a los que terminó admirando, le insistiesen en preguntar todo el tiempo de qué trataban las canciones que iban a tocar. “Me preguntaban mucho por las letras”, explica. “Tal vez fuese algo exótico para ellos, y viesen la grabación como un reto. Pero necesitaban saber el clima del tema, para entonces tocarlo.” Como para su productor Jones los músicos sólo tocan con el corazón la primera vez, el flamante Daiquiri Blues es un álbum muy espontáneo y directo, de primeras o segundas tomas. Un disco que, además, Quique revela que ha pagado de su bolsillo, ya que –¡otra vez!– se ha desligado de su discográfica poco antes de que llegase el momento de viajar. “Me ha salido más barato que mis últimos discos”, dice con una sonrisa, disfrutando del poder del euro. Al tiempo que explica que esta nueva libertad le llegó al negarse a firmar un contrato en el que debía ceder a la discográfica un porcentaje de sus actuaciones en vivo, como parece ser la nueva usanza.
Por eso es que se sonríe en silencio cuando se le pregunta cuánto han cambiado las cosas desde aquella carta abierta, en la que decía, entre otras cosas: “No estoy resentido con la industria, simplemente no me veo dentro en esas condiciones. Esto es lo que pienso y sólo puedo defender mi postura desde la independencia. Así lo siento ahora y debo ser coherente. Si volviera a firmar con una multinacional estaría aceptando una serie de condiciones que en algunos puntos me parecen indignas y en otros directamente esclavistas”. Aquella vez la disputa era por la cláusula que lo obligaba a pagar sus grabaciones con sus royalties. Por eso se quejaba: “¿Alguien pagaría por algo que no va a ser suyo?”. Ahora no tiene una postura tan confrontativa, de hecho no ha habido carta pública. Pero González otra vez está seguro de lo que hace. Y, contra viento y marea, también sabe que –pase lo que pase– va a seguir sacando discos. “Porque soy de una generación que ha crecido con ellos, y los sigo entendiendo como ciclos vitales. Así que seguiré reuniendo cada un año y medio o dos, bajo un mismo título, una serie de canciones, con una tapa y algo que tenga un sentido como un conjunto.”
Pero, ahora que ha vuelto a la independencia y paga religiosamente por sus grabaciones, ¿qué piensa del público que se baja gratis sus discos de Internet? “Bueno, todo el mundo merece cobrar por lo que hace, ¿no es cierto? Porque, si se trata de que algo sea gratis, ¿por qué sólo la música?”, ironiza. Pero agrega: “Sin embargo, creo que es injusto criminalizar a la gente, que lo hace sólo porque le dieron la posibilidad de hacerlo. Después de todo, las discográficas fueron las primeras en piratear a sus propios artistas, cuando relanzaron sus discos en un formato como el compact, que les salía más barato y lo vendían más caro... ¡pero nunca cambiaron los porcentajes de los viejos contratos!”, se indigna González, que se ha ganado siempre la vida a base de tocar en vivo, y sabe que seguirá siendo así. De hecho, por eso insiste tanto en venir a Buenos Aires. Quiere conseguir un público de la misma manera en que lo hizo en España, asegura este fanático de Andrés Calamaro y Charly García, que va a ver en vivo cada vez que puede a Spinetta. Que menciona a unos desconocidos como Vetusta Morla como el grupo español que mejor se merece su actual éxito, y advierte que aquí un cantautor como José Ignacio Lapido sería un héroe. Y que se siente cuidado por Los Tipitos, prácticamente sus anfitriones en este viaje, y se confiesa fascinado por la música de Lisandro Aristimuño. “Noto acá a la gente con ganas de hacer cosas, mientras que en España nos obsesionamos con parecernos a Europa, dándole la espalda a Portugal y a Marruecos, que están más cerca y con los que tenemos más cosas en común”, explica este porteño por adopción, madrileño de nacimiento, y artista independiente, que tiene muy claro por qué el poeta decía –asegura– que se canta lo que se pierde.
Quique González toca el viernes 25
en el Roxy Live Bar, Niceto Vega 5542.
A las 23.30. Entrada: 35 pesos.
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