Dom 29.12.2002
radar

FOTOGRAFíA

El pudor del pornógrafo

Buenos Aires a comienzos del siglo XX. Un hotel en Retiro. Un circunspecto pasajero entrerriano. Sus habituales viajes a París. Una valija olvidada. Y, casi cien años después, la posibilidad de abrir ese equipaje y asomarse al selecto mundillo de la alta pornografía: los salones para niños bien en los que se proyectaban desnudos, el 3D, las mujeres estilizadas, la obsesión con la lascivia romana y la fascinación por los faunos.

POR LAURA ISOLA
La historia no tiene nombres. Apenas un cuarto de hotel en Retiro, un viajante apasionado y los cosmopolitas comienzos del siglo XX son las pocas explicaciones que se tienen de las sugerentes fotos que hoy están bellamente colgadas en el Museo de la Torre Monumental de los Ingleses, bajo el nombre Erotismo en 1900. Mientras que el responsable de esta muestra es Tomás González Naveyra porque fue quien, al dar con el material, puso a funcionar toda su sabiduría en restauración e hizo que esos opacos y desleídos vidrios positivos se transformaran en las relucientes copias de las señoritas en paños muy menores, hay otro personaje al que se le debe agradecer esta visión non sancta. Y no estamos hablando precisamente de los señores Mante y Goldschmidt, los fotógrafos del puñado de espléndidas mujeres y niñas (sí, hay corrupción de menores y todo), que dejaron que se retraten sus partes en Francia en 1905. El nudo de la historia es el intermediario, el que trajo las fotos de Francia, de quien no sabemos su nombre, pero sí conocemos su "olvido". Cuenta González Naveyra que el abuelo de una amiga era el dueño del mencionado hotel de Retiro, y entre las tantas cosas que dejaban sus adinerados pasajeros, porque era un hotel bastante caro, un día quedó una caja. El contenido, como se dijo, está colgado en el Museo de la Torre. Sin embargo, muchos años debieron pasar para que ese material de consumo preferentemente privado y debidamente secreto pase a ser una pieza de museo. A la muerte del dueño del hotel, una de las reliquias del ítem "cosas olvidadas y perdidas" del rubro hotelería no pudo encontrar mejores manos que las de González Naveyra, que las recuperó en copias papel. "Se supone que era un entrerriano que viajaba permanentemente a Francia. También se puede conjeturar que no lo hacía con la familia, y menos con la mujer, ya que este tipo de fotos era equivalente a una Playboy o una revista de ese tipo, en una sociedad mucho menos abierta", cuenta el restaurador. Según explica el fotógrafo, las placas estereoscópicas de vidrio positivas son para ser proyectadas en una pared y, justamente por ser dobles, dan un efecto 3D: "Imagino que serían de consumo masculino y de poder adquisitivo elevado. Que se proyectaban en salones para niños bien". Las escenas que se rescataron exhiben unos cuerpos muy modernos. Sin bien no carentes de redondeces, las mujeres en cuestión son estilizadas, con cabellos largos y enrulados o típicas melenas garçon sujetadas por tocados romanos. Los pies visten sandalias del mismo origen, como parte de una ambientación bien estereotipada: la lascivia está asociada al mundo de la Roma imperial, corrupta y permisiva. Es notable que, tanto en los exteriores como en los ambientes cerrados, la imaginería reproduce o bien ninfas a punto de ser atacadas por un fauno perverso o baños colectivos que recuerdan a la época de Calígula y sus secuaces. Todas las fotografías simulan una delicada complicidad fisgona: mujeres que se espían unas a otras y reproducen el placer que ofrecerán a sus futuros mirones. De vuelta en Retiro, pero en la sala 2 del Fotoespacio, ya sin la intensidad corporal del placer, las fotos han ganado eso que se llama "el goce estético". Pero, ciertamente, en estos temas nunca se sabe.

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