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Domingo, 4 de octubre de 2009

CINE 1 > CASTRO, DE ALEJO MOGUILLANSKY

El laberinto de la soledad

Un hombre tiene que conseguir trabajo. Un hombre no quiere conseguir trabajo. Ganarse la vida es perderla. Sobre esa rueda de hamster que se parece mucho a la vida contemporánea, Alejandro Moguillansky filmó una película rara, capaz de aludir tanto a Corre Lola corre como a Forrest Gump, en la que un hombre se pasa una hora y media corriendo por una ciudad de asfalto caliente y reflejos encandilantes, escapando de multitudes, perseguidores y de sí mismo, en busca de la salida de ese laberinto donde se enredan los hilos del amor y el trabajo.

 Por Juan Pablo Bertazza

Si para Freud los dos pilares de la salud mental eran el sexo (o, bueno, el amor) y el trabajo, Castro —el protagonista de Castro— la tiene más que complicada. Presionado por su(s) mujer(es) para encontrar empleo en la capital, la sola idea de buscarlo lo sumerge en un neurotiquísimo callejón sin salida: por un lado cree que conseguir trabajo arruinará su amor, mientras que el no conseguirlo provocará, efectivamente, que lo abandonen por vago irremediable. Algo que el mismo Castro formula con un nihilismo estremecedor cuando dice que ganarse la vida es lo mismo que desperdiciarla. De cómo cada vez que hablamos de trabajo hablamos de sexo (o, bueno, de amor); de cómo una sociedad sin trabajo es también una sociedad sin amor y de cómo buscarlo (tanto al amor como al trabajo) suele transformarse en una problemática carrera, son algunos de los temas fundamentales que desarrolla, entonces, esta extraña película de Alejo Moguillansky —la segunda luego de La prisionera (2005)—, que comparte los créditos de montaje y producción con Mariano Llinás y que luego de su exitoso paso por el Bafici se estrenará hoy en el Malba.

Samuel, Willie, Rebeca Thompson (nombre digno de David Lynch si los hay) y un personaje llamado Acuña, cuyas muletas no le impiden correr, tienen en común con Castro la misma dificultad para combinar el amor con el trabajo, demasiado pendientes de una misión que es también un trabajo: perseguirlo a Castro a sol y sombra, atraparlo vivo o... trabajando. Primero en la pequeña ciudad donde se inicia la película, después en la gran capital. Por qué lo siguen no importa demasiado. Lo importante es que lo siguen, lo persiguen, lo rodean, lo cercan, lo limitan. A partir de maneras serias y convencionales (como puede ser una persecución en auto) y a partir de vías ridículas y originales (como una persecuta realizada a partir de guiños de paraguas). En realidad toda la banda le va a informando a Samuel (presunto proxeneta y capo de la banda, y único personaje que se mantiene quieto a pesar de ir sufriendo otras transformaciones) sobre el paradero de la persona buscada. Puede haber sospechas acerca de por qué estos personajes corren a Castro —por amor, por venganza, por dinero o todo junto—, pero nunca termina de saberse y lo cierto es que si alguien es perseguido más de dos veces por una multitud sin que lo alcance, quiere decir dos cosas: o que los perseguidores quieren perseguirlo pero no alcanzarlo, o que el perseguido quiere escaparse de sí mismo. Así como en Corre Lola corre la protagonista corría para salvar la vida de su novio y Forrest Gump (por marcar dos ejemplos extremos) hacía lo propio para acrecentar su pobre horizonte de expectativas, Castro parece correr para deshacerse de sí mismo, correr para eliminar cualquier alternativa, correr para quedarse quieto. Y es en esa mezcla de huida y estancamiento, de fluidez y parálisis, donde Castro (la película) encuentra su pulso.

Un ritmo frenético que se evidencia también en la forma en que están estructurados los diálogos, tal vez una de las consecuencias lógicas de ser esta una película actuada íntegramente por gente del teatro off (Edgardo Castro, Julia Martínez Rubio y Alberto Suárez, entre otros). Más allá de su sentido, tan importantes son en esta película las palabras que algunas frases de esos diálogos van dando nombre a los diversos capítulos que estructuran la película, aunque luego el contenido no tenga mucho que ver con lo que adelanta el título. Palabras huecas que impregnan de (sin)sentido toda una vida. Como las palabras de amor, como las fórmulas burocráticas de los trabajos (es imperdible la escena en que Castro es expuesto a una serie de entrevistas laborales tan absurdas como verosímiles), Castro es una película distinta del nuevo nuevo cine argentino que logra tratar con humor los pequeños patetismos cotidianos. Una película que, en definitiva, no tiene problemas en mezclar los tantos entre amor y trabajo.

Castro se puede ver a partir de hoy y hasta el 1º de noviembre inclusive todos los domingos a las 20.30 en el Malba, Figueroa Alcorta 3415. Entrada: $ 13.

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