Domingo, 22 de noviembre de 2009 | Hoy
CINE > LAS PELíCULAS SOBRE LAS PARIENTAS OCULTAS DE JACKIE KENNEDY
Cuando los vecinos las denunciaron en 1971, la Justicia las encontró viviendo de basura, con decenas de gatos y en un estado de aislamiento escalofriante. Madre e hija eran tía y prima de Jackie Kennedy Onassis, bellezas de su época, criadas para ser primeras damas y centro de infinitas fiestas. Pero en algún momento cayeron irrecuperable e incomprensiblemente. Ese mismo año, poco después de evitar el desalojo, los hermanos David y Albert Maysles (que venían de filmar Gimme Shelter con los Stones) las filmaron para un documental tan emotivo como misterioso. Ahora, una biopic con Jessica Lange y Drew Barrymore en HBO y la proyección de aquel extraordinario Grey Gardens en el MOCA rescatan las figuras de Edith y Edie Bouvier Beale.
Por Mariana Enriquez
En 1971, después de quejas de los vecinos, el Departamento de Salud de Suffolk declaró que la propiedad llamada Grey Gardens, donde vivían una mujer adulta y su madre anciana, no era “apropiada para la vida humana o animal” y que sus ocupantes debían ser desalojadas. No se trataba de una casa en un barrio precario, más bien todo lo contrario: Grey Gardens se alzaba (se alza) en East Hampton, norte de Nueva York, el pueblo donde tienen sus casas de fin de semana los ricos más ricos de Estados Unidos. Y no se trataba de cualquier madre e hija: Edith Bouvier Beale y su hija Edie eran la tía y la prima de Jacqueline Onassis, la viuda de JFK. Aristócratas en desgracia, muy excéntricas, probablemente algo inestables piscológicamente, en particular la vivaz cincuentona Edie, vivían tal como contó el jefe de Sanidad y Habitación del Departamento de Salud: “Una habitación del segundo piso contenía heces humanas. Las condiciones eran las más horribles que yo hubiera visto jamás”. Los detalles del abandono florecieron: las paredes y los cuartos estaban cubiertos también de excrementos de gatos y mapaches, los baños no funcionaban, tampoco ningún otro sanitario (la única agua corriente salía de una canilla de la cocina), montones de latas vacías de comida de gato y otra basura indefinida se amontonaban en pilas de metro y medio de alto y cuatro metros y medio de ancho en el living; todo infestado de pulgas, las ventanas con los vidrios rotos, un árbol creciendo dentro de la habitación de Edie. Además, casi la totalidad de los muebles de madera estaban podridos, incluido el alguna vez magnífico gran piano del salón. Los vecinos llamaban a las parientas de Jackie “las brujas” o “las mujeres de los gatos”. Poco después, la revista New Yorker publicó el primer largo (y respetuoso, casi fascinado) perfil de las Bouvier Beale, escrito por Gail Sheehy: “Esta es una historia de riqueza y rebelión de una familia del gótico americano”, decía.
Las mujeres, las aristócratas que vivían como pordioseras, evitaron ser desalojadas luego de que Jackie decidiera ayudarlas, limpiando la casa, restableciendo los servicios faltantes (electricidad, calefacción, agua corriente) y depositándoles un pequeño dinero para que pudieran comprar comida y artículos de primera necesidad. Por esa época, los hermanos David y Albert Maysles estaban armando un documental sobre la infancia de Jackie en East Hampton. Por supuesto, el recuerdo de esos años incluía a la tía Edith y la prima Edie. Cuando conocieron a madre e hija, los Maysles decidieron abandonar a las Bouvier exitosas y concentrarse en las parientas del escándalo. Empezaron a filmarlas en 1971 y cuatro años después estrenaron su documental de real cinema en 1975 con el nombre de la mansión en derrumbe como título: Grey Gardens. La casa fue diseñada en 1897, y sus primeros compradores contrataron a la horticulturista Anna Gilman Hill, que importó magníficas paredes de concreto desde España para cerrar el jardín y plantó flores pálidas, como rosas trepadoras y lavandas, que junto a las dunas, los muros de concreto y el mar lejano realmente le daban un aspecto gris a los jardines. Edith Bouvier –hija de un notable juez– y su esposo, el abogado Phelan Beale, la compraron en 1920. El deterioro comenzó en los años ’40. Cuando los Maysles fueron recibidos, Grey Gardens era una ruina.
La película de los Maysles no explica qué les pasó a estas extrañas mujeres, encerradas durante décadas en su mansión dilapidada. Las deja actuar frente a la cámara. Las deja discutir, hablar una sobre la otra. Edith y Edie a veces dan miedo. Especialmente Edie: tiene ese algo escalofriante que contagia el desequilibrio mental. Tiene 54 años y está pelada por completo: ni siquiera tiene cejas. Se las pinta, y cubre su cuero cabelludo con pañuelos de distintos colores, depende de la ocasión y el resto del atuendo. La ropa que usa Edie Bouvier Beale es alucinante en más de un sentido: suéteres atados a la cintura para hacer de pollera, pulóveres rojos sobre la cabeza para tapar la calvicie, un prendedor mexicano color dorado totalmente hipnótico, capas sobre poleras, poleras negras para tomar sol, mallas de los años ’40 con tacos altos blancos. Siempre lleva las uñas pintadas, a veces usa capelina, muñequeras, medias que nunca se corren debajo del traje de baño. Cada cosa que dice, con su acento extraño –anticuado, europeizado–, su vocalización peculiar, sus susurros psicóticos, es alternativamente asombrosamente liviano o profundo. “Si se cae algo acá no se encuentra más, es un mar de hojas”, dice mientras mira por la ventana con binoculares los árboles y arbustos crecidísimos que convierten a Grey Gardens en un castillo casi inexpugnable. “Es tan difícil mantener la línea entre el pasado y el presente, ¿sabés? Tan difícil”, le dice a uno de los Maysles en el temblequeante porche. “Mis parientes no sabían que estaban lidiando con una mujer terca”, dice sobre sí misma. “Terca. No hay nada peor que eso.” Edie a veces baila para los Maysles: le encanta bailar y las comedias musicales. Da un poco de miedo verla hacer la Marcha Militar de Virginia, pero al mismo tiempo es posible apreciar que después de los 50 su cuerpo sigue conservando una esbeltez envidiable; y cuando muestra sus fotos de juventud, de los años de modelo, de los años en que era la niña de oro de los Hamptons, de cuando iba a hacer un casting con el productor Max Gordon para debutar en Broadway, su belleza es estremecedora, fuerte, contundente, una chica alta de ojos hermosos y cierta tensión en la mandíbula.
Edith, la madre, prefiere cantar. Siempre lo prefirió. Les dice a los Maysles que nada jamás la hizo tan feliz en la vida como cantar. En las conversaciones superpuestas de las dos mujeres se puede adivinar una historia: esta casa arruinada fue casi un salón de baile entre los años ’20 y los ’40 que ayudó a que los invitados a las fiestas olvidaran la guerra y la Depresión bailando y cantando cerca del piano. De los gustos bohemios de Edith se sabe bastante: su esposo terminó abandonándola, ella tuvo un romance con su pianista favorito –un misterioso Gould– y el pico del escándalo llegó cuando en 1942 se presentó a la segunda boda de su padre vestida como una estrella de la ópera y 25 minutos tarde. El padre le redujo el dinero de la herencia, y además le agregó la humillación de que el fondo fuera administrado por los hijos varones: sólo recibía trescientos dólares por mes para ella y su hija. A Edith Bouvier no se le ocurrió trabajar: le hubiera gustado ser cantante, eso sí, pero no pudo. Y con una voz que todavía delata el entrenamiento –demasiado alta y afectada– les canta a los Maysles “Tea for Two” (Youmans-Caesar) que dice “Té para dos y dos para el té/ sólo tú y yo/ en soledad/ nadie cerca que nos vea o nos escuche/ ni amigos ni conocidos ni vacaciones de fin de semana”, casi sin darse cuenta de que está cantando la historia de sus últimos 40 años. Mientras tanto, toma helado constantemente, viste una capelina azul, blanca y roja, le grita a Edie que la acompañe, que se muere, que chequee a los gatos, que no se olvide de darle de comer al mapache (recibe pan lactal), que no quiere estar sola. Suele presentarse ante las cámaras con muy poca ropa, especialmente para una mujer de 77 años. No parece importarle. Hierve choclos junto a la cama. Muestra sus fotos de juventud y el impacto es mayor que con su hija: la joven Edith Bouvier es una de las mujeres más hermosas jamás retratadas.
Cuando Grey Gardens se estrenó, fue un éxito de culto. Y les cambió la vida a las Bouvier Beale. Edith murió un año después del estreno. Edie hizo unas funciones de cabaret en el Reno Sweeney, de Nueva York. Se burlaron bastante de ella, aunque también consiguió seguidores. La seguidilla de shows no duró mucho porque llegó una orden de Jackie O.: o le rescindían el contrato a la prima Edie, o los demandaba.
Edie Bouvier Beale murió en 2002 en Bal Harbour, Florida. Un año antes, Rufus Wainwright había usado su voz para la apertura de la canción “Grey Gardens” de su disco Poses. Fue el inicio de un redescubrimiento –posible también por la muerte de Jackie O.– que se completó con la reedición del documental en la prestigiosa Criterion Collection –que viene con una conversación telefónica entre Al Maysles y Edie donde ella le dice “me tenés que visitar antes de que te peguen un tiro”; después de todo, eso es lo que les pasa a los hombres de su familia–, la restauración completa de la casa por el dueño del Washington Post y su mujer (Edie vendió la mansión a condición de que no se demoliera), una obra de teatro musical para Broadway que se estrenó en 2007 y finalmente Grey Gardens de 2009, la película de HBO que funciona como un tapagujeros para fans y también como un “making off” del documental, protagonizada por Jessica Lange y Drew Barrymore.
Grey Gardens versión 2009 –dirigida por Michael Sucsy– es una película complicada. Es decir: en un sentido lineal es muy sencilla, porque cuenta la historia de las dos Bouvier Beale desde sus años de gloria hasta que los Maysles las encuentran cantando musicales de Broadway entre la basura. Las dos actrices están fabulosas, son muy respetuosas de las mujeres que interpretan, y aunque no es grato ver las recreaciones del documental, hay que reconocer que están muy bien hechas. Falla cuando trata de explicar el misterio del encierro y la soledad: la alopecia nerviosa de Edie, su romance frustrado con un ministro del Interior casado, la vida bohemia de Edith. Falla en un final algo cursi. Pero acierta en la recreación de época, una suerte de paraíso de Fitzgerald destinado a la caída, la infelicidad y la locura. Tiene momentos de gran ternura, como cuando la madre Edith le dice a su hija, que ya adulta y calva quiere ir al estreno del documental: “No deberías hacerlo. Creo que no te das cuenta de cómo te ven los demás. Hija... sos un gusto adquirido”. Grey Gardens 2009 no puede explicar por qué las mujeres se inventaron ese mundo privado sórdido y alucinado: el problema es que lo intenta y algunas cosas deben seguir siendo misteriosas. Lo mejor de Grey Gardens 2009 es la visita de Jackie a sus parientas locas: una escena sutil que termina con Edie siseando en el oído de su prima afortunada: “Yo era la novia de Joe Kennedy. A él lo estaban preparando para presidente. Si no hubiera muerto en la guerra, yo sería la primera dama. Porque yo era la chica de oro”. Y Jackie tiene que reconocerle al menos esto último.
Sin embargo, hay algo en Grey Gardens 2009 que es obvio para los fans: a Edie y su madre les hubiera encantado la película. Y está hecha con verdadero afecto por sus protagonistas originales. El crítico Bill Gribon escribió: “Es un tributo impactante a estas dos mujeres de sociedad caídas en desgracia, un maravilloso trabajo de adoración pura que no se regodea en los detalles sórdidos. Para un proyecto que pudiera haber sido tan problemático e inútil, Grey Gardens de HBO es brillante. Es la innegable validación que las Beale siempre buscaron, y mucho más”.
Grey Gardens, de David y Albert Maysles, se proyecta el viernes 27 a las 20 en el MOCA, Montes de Oca 169, entrada $ 5. Grey Gardens se verá por HBO el lunes 30 a las 22.
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