PLASTICA > VERóNICA GóMEZ Y EL ARTE DE PINTAR MASCOTAS A PEDIDO
Después de años de dibujar y pintar animales de diferentes maneras, Verónica Gómez le dio a su hábito un giro inesperado y sorprendente: el servicio de retratar mascotas a pedido. Pero lejos de la imagen romántica, sus perros, gatos, canarios, conejos y ratones son sutiles reflejos de las almas heridas de sus dueños.
› Por Maria Gainza
–¿Qué cree que le pasa? –pregunta la visita.
–No sé, hay quienes dicen que es mala –contesta la mujer esquivando la mirada.
–¿Pero qué piensa usted? ¿Por qué cree que lo hace?
–Por instinto, claro, o por lo menos eso quiero creer. Nadie caza gatos por pura maldad, ¿no?
La charla continúa. Puede llegar a extenderse durante una hora. La historia familiar se va desenredando y con ella sus luces y sombras. Es el humus con el cual Verónica Gómez tendrá que lidiar para encontrar un diagnóstico en forma de imágenes. Y aunque lo suyo no sea la psicología, ni mucho menos la tomografía computada, algo en su nuevo métier roza el análisis clínico.
Desde hace un tiempo la artista se dedica a retratar animales. No cualquier animal sino específicamente mascotas. Su proceder es sencillo: envía por mail un anuncio ofreciendo sus servicios, espera, siempre aparece algún interesado. Entonces avanza, arregla una entrevista con el cliente, conoce a la criatura. Durante la sesión toma nota sobre sus conductas y hábitos, observa su hábitat, realiza un par de fotografías y se retira. Al cabo de una semana vuelve con un sobre bajo el brazo. En él lleva el retrato público y privado de la vida de Ayax, Toro o Coqueta.
Si el procedimiento es sencillo, el resultado dista de serlo. Los retratos de Gómez son imágenes alejadas del ideal romántico que suele mostrar a los animales retrocediendo hacia una naturaleza de la que han sido escindidos. Gómez huye de aquel mundo en el que no existían jerarquías entre hombre y bestia. Por el contrario, sus animales son parte y testigo de una situación humana y ofrecen una situación única: compañía en soledad. Sufren y disfrutan cargados de emociones psíquicas complejas. El hombre, decía Berger, “es la única especie que reconocerá la mirada del animal como algo familiar y tomará conciencia de sí mismo al devolverla”. Los retratos captan esta intrincada situación de comunicación, obediencia, fidelidad y neurosis que ha ido configurando la historia entre amo y mascota a lo largo de la Historia.
Los retratos de Gómez son los de una naturalista. La artista tiene una habilidad deliciosa para realizar agudas lecturas sobre animales y cargar el paisaje con esa atmósfera. Sus animales son depositarios de los anhelos y de las frustraciones de su dueño. En “Rea y Brita” las perras toman la forma de un Ekeko. Son diosas de la abundancia atiborradas de dones y obsequios pero también el ying yang: entrelazadas por las patitas delanteras como los tallos de las rosas del primer plano, son un alma separada al nacer. En “Joaquín y el otoño”, el siberiano parece transformar la naturaleza a su alrededor con la bondad expansiva que irradian sus ojos, pero lleva la melancolía adherida al cuerpo; en “José”, el conejo proyecta una imagen de austera privacidad pero sufre en silencio su falta de familia; “Tiza” es el perro más simpático del que se tenga memoria, desesperadamente deseando agradar y aquel retrato de “Arnaldo” es todos los animales que han caminado pegados a los talones de su amo pero también todos aquellos que han esperado una palmada que no llegó.
Las mascotas de Gómez, sexualmente inhibidas, limitadas en su ejercicio, alimentadas con pelotitas artificiales, se parecen tanto a sus dueños porque son hijos directos de sus formas de vida en sociedad. Pero Gómez no es de aquellos que aman a su mascota para odiar al hombre. Por el contrario. Con precisión, sutileza y una fértil inteligencia, la artista arroja luz sobre el comportamiento humano a través del estudio de sus animales. En todos, sea gato, canario o ratón, hay un intento profundo y casi científico por entenderlos, a ellos y a sus amos. En sus casos más brillantes, los animales de Verónica Gómez son el pequeño unicornio de El Zoo de Cristal de Tennessee Williams. Animales que representan el alma herida de sus dueños.
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Pero su talento como retratista no es casual. Gómez ha trabajado repetidamente con animales: los Laboratorios Baigorria SA, “una institución apócrifa destinada a la investigación científico poética”, creció primero a puertas cerradas en un cuarto de 3x3 para más tarde mudarse a una galería. Dirigidos por la afamada científica, la Lic. Laura Baigorria, los laboratorios recreaban mediante documentos, cartas, papers científicos, peluches, fotografías y dibujos, oficinas dedicadas al estudio de la vida de las palomas mensajeras o “las causas de la súbita aparición de colonias conejunas”. En estas instalaciones Gómez exhibía su potencial de narradora y dibujante creando historias que se desplegaban en el espacio.
Las historias fantásticas aparecieron también en obras más pequeñas. A veces, como en los bestiarios, Gómez ve al animal como un emblema. Otras, como en las fábulas, les concede la virtud de un paradigma moral. Contando con la anécdota como unidad mínima del relato, en sus “historias breves”, la tortuga carga tozudamente la piel de un oso para adornar su casa y un muy digno chanchito camufla su mal olor con rosas adheridas a su cuerpo. Allí Gómez tiene la gracia y la precisión de una poeta como Marianne Moore describiendo el cuerno occipital de un caracol. También están aquellas obras que parecen tener propiedades mágicas. Pequeños amuletos atrapados en pisapapeles. Encerrados en sus palacios de cristal, alejados de la lluvia ácida, la deforestación y el calentamiento global, los animales padecen preocupaciones de otra índole. Sus deseos son tan neuróticamente humanos que no podemos más que sentir empatía. Está la oveja que engordó para ser nube, el pato llorón o la tortuga que a veces dejaba ver su costado más blando. Todos provocan un pavovliano puchero en el labio pero también un malestar. Vistos en conjunto, los dibujos, objetos e instalaciones, son un tratado sobre el mundo animal, pero también, sobre las alegrías y las angustias que puede tener la vida de hasta el bichito más insólito.
Los animales de la mente de Gómez son indestructibles. Parecen llevar sobre ellos el peso de la Historia, como suele ocurrir en las cosas más simples donde se ve el pulso de un artista. En su “serie negra” Gómez trabaja el pastel para crear imágenes tremendas. Allí, en la potencia de los tigres, la artista captura la esencia del animal a expensas de toda precisión zoológica. El tigre demencial de Gómez, en chispazos de color fulgurante, alerta y tenso, viene de otro mundo. El exotismo, la energía, la gracia y lo sublime han sido centrifugados en una sola imagen. Desde donde quieran que estén, William Blake, Delacroix y Franz Marc deben aplaudir la llegada de este animal que acecha los bosques de la noche encendido en luz.
Para ver más retratos o pedirle uno: www.retratosdemascotas-veronica.blogspot.com
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