HOMENAJES > ADIóS A PAUL NASCHY, EL LOBISóN ESPAñOL
Aunque Lon Chaney Jr. ostenta el título del licántropo más famoso del cine, quien interpretó al Hombre Lobo en la pantalla mayor cantidad de veces –y con un éxito considerable– fue Paul Naschy, el seudónimo artístico de Jacinto Molina, un actor español que trabajó sin parar entre 1967 y 2004. Héroe de culto, fue director, protagonizó series para la TV japonesa junto a Toshiro Mifune, hizo una de sus mejores películas con el argentino León Klimovsky en los ’70 e interpretó a infinidad de monstruos clásicos al punto de que se lo conoció como Sumo Sacerdote del Terror Español. Murió a fines del mes pasado a los 75 años y Radar lo recuerda.
› Por Alfredo García
En la tradición del cine clásico de terror, se supone que Drácula fue Bela Lugosi y luego Christopher Lee, que Frankenstein fue Boris Karloff y que el Hombre Lobo fue Lon Chaney Jr. Pero en este último caso hay una discrepancia; el Hombre Lobo fue español, ya que Paul Naschy (seudónimo artístico de Jacinto Molina) fue el actor que más veces interpretó en el cine al personaje del lobisón en alrededor de una docena de películas filmadas entre 1967 y 2004.
Pero el hombre lobo de Paul Naschy no se llamaba Larry Talbot como el que Lon Chaney Jr. interpretó en los años ‘40 para los estudios Universal. El hombre lobo español era Waldemar Daninsky, personaje con el que Molina/Naschy empezó a hacerse famoso a partir de 1967 y que continuó personificando por varias décadas en más de diez películas. Pero eso no fue todo, ya que Naschy también interpretó además de a veces también producir, escribir y dirigir a todos los personajes claves del género fantástico, incluyendo a Drácula, la Momia y Frankenstein, además de muchos otros papeles generalmente vinculados con el gore y el terror en una carrera que superó las cien películas, algunas verdaderos éxitos comerciales de la industria europea. Recordado como High Priest of Spanish Horror (El Máximo Sacerdote del Terror Español) por el New York Times, Jacinto Molina murió el pasado 30 de noviembre a los 75 años. La causa de la muerte fue cáncer, explicó su hijo.
Había nacido en Madrid en 1934. De joven empezó a estudiar ingeniería y arquitectura, pero lo dejó todo porque le interesaba la actuación, sobre todo el cine. En la España de la década del 50 se empezaban a filmar superproducciones hollywoodenses, y el joven Molina soñaba con ser un astro internacional, aunque por entonces sólo consiguió trabajo en films tan conocidos como Rey de Reyes (King of Kings), de Nicholas Ray, y en otras de aquellas producciones que utilizaban los estudios de Samuel Bronston como locación principal. Antes de llamarse Paul Naschy, Molina escogió otro nombre artístico, David Molva, que utilizó en el que está considerado su debut como actor en cine, un rol de reparto en el thriller psicológico de 1967 Agonizando en el crimen, de Enrique López Equiluz.
Este film no es muy importante en sí mismo, pero sí esencial para la asociación artística que siguió inmediatamente entre Molina, ya convertido en Paul Naschy, y el director López Equiluz, que confió en él para hacer una película de terror española, movida que era bastante audaz, ya que el género aun estaba lejos de ser aceptado en aquellas latitudes. El film en cuestión fue La marca del Hombre Lobo, y lo dirigió López Equiluz en 1967. Molina no sólo aparecía por primera vez con ese seudónimo que ya no abandonaría jamás de Paul Naschy, sino que personificaba también por primera vez a su creación inmortal, el torturado licántropo Waldemar Daninsky. Fanático de los clásicos del terror de los estudios Universal, Naschy intentó combinar el estilo de las películas de las décadas del 30 y el 40 con el por entonces más moderno horror gótico europeo surgido en la Inglaterra de la Hammer Films, por entonces el estudio comercialmente más redituable de Gran Bretaña, por lo que se ve que la idea de hacer una película de Hombre Lobo en España, valga la ironía, no era del todo lunática.
El guión del film, escrito por el mismo Naschy -que en general intentaba controlar el guión y la producción de las películas en las que actuaba, cosa que no siempre lograba aportaba vampiras para que se enfrentaran al Hombre Lobo, y esta característica se repitió en los films posteriores, en donde el licántropo siempre se encontraba con otras criaturas de leyenda, incluyendo al mismísimo Yeti o a Jack el Destripador, de tal modo que nunca ningún espectador se pudiera quejar de la falta de super acción sobrenatural en una película de Paul Naschy.
Filmada con un presupuesto lo bastante generoso para permitir el formato de 70 mm, sonido estéreo y hasta una versión tridimensional con anteojitos 3D, La marca del Hombre Lobo fue un considerable éxito de taquilla en España –donde hasta originó una revista de historietas–. El film fue ampliamente distribuido en Europa y también en Estados Unidos, lamentablemente en una versión muy mal doblada al inglés que para colmo se titulaba Frankenstein Bloody Terror, error surgido del hecho de que el distribuidor tenía una obligación contractual con ofrecer a sus cadenas de exhibición asociadas un film con el nombre Frankenstein en el título.
La saga licantrópica siguió a lo largo de los años con un nivel no siempre parejo. Por ejemplo Los monstruos del terror, de 1968, era un disparate que confrontaba a Drácula, Frankenstein, marcianos y el Hombre Lobo, y estuvo codirigido por dos argentinos de proyección internacional, Hugo Fregonsese y Tulio Demicheli, aunque por el resultado se nota que ninguno de los dos tenía claro lo que estaba haciendo. En cambio, fue otro argentino el que le dio a una película de Waldemar Daninsky altura de personaje legendario del género. El cineasta en cuestión fue nada menos que el fundador de la Cinemateca Argentina, León Klimovsky, quien con La noche de Walpurgis (1970) consiguió uno de los grandes films sobre hombres lobos, incluyendo un ataque del protagonista en una morgue y otros momentos espeluznantes y muy sangrientos. La película fue también muy exitosa fuera de España, especialmente en Alemania y Japón (Naschy contó años más tarde que su seudónimo surgió del pedido de un distribuidor alemán que apostaba especialmente al éxito de films de terror producidos en Europa).
En 1971 Klimovsky mezcló el mito del licántropo con la creación de Robert Louis Stevenson en la original Dr. Jekyll y el Hombre Lobo, en la que Daninsky, buscando una cura para su mal, abrevaba en las fuentes de Jekyll, sólo para ver alternar sus transformaciones en lobisón en otras en las que se volvía maligno como Mr. Hyde. Siguiendo con las variaciones de Daninsky, en El regreso de Walpurgis (Carlos Aured, 1973) el pobre licántropo se encontraba con la malvada Condesa Sangrienta Elizabeth Bathory, personificada por María Silva, mientras que en La maldición de la bestia (Miguel Iglesias Bonns, 1975), el Hombre Lobo luchaba contra el Yeti buscando una flor del Tíbet que podía curar la licantropía (esta aventura de Daninsky fue muy difundida en el mercado anglosajón bajo el titulo Night of the Howling Beast).
Molina utilizó su verdadero nombre para ubicarse detrás de la cámara en El retorno del Hombre Lobo de 1981, una ambiciosa producción donde Daninsky volvía a encontrarse con la Condesa Sangrienta Elizabeth Bathory, y en la que el actor contaba con un coprotagonista de lujo como Narciso Ibáñez Menta. Lamentablemente la película no tuvo el éxito esperado en España, y tampoco tuvo una gran distribución internacional, por lo que este intento de Naschy/Molina como director marcó el principio del fin de la era de oro del terror español.
Pero antes de despedirse de Daninsky, al menos por un buen tiempo, Molina volvió a apostar como director, pero esta vez más fuerte, viajando a Japón –donde desde sus primeras películas era todo un astro popular– para filmar La bestia y la espada mágica, una superproducción única que mezcla al Hombre Lobo con samurais y las típicas apariciones sobrenaturales propias de la tradición del fantástico nipón.
Pero más allá de que Daninsky reaparecería más veces, llegando incluso a filmar películas en el siglo XXI, Naschy tenía más cosas para ofrecer además de su legendario licántropo. Una de las más originales (sin dejar de ser clásica) películas de vampiros es El gran amor del Conde Drácula (Javier Aguirre, 1972) en la que el no muerto por excelencia, enfrentado al gran amor de su vida al que se refiere el título, decide suicidarse clavándose una estaca con tal de no vampirizar a su enamorada (¡de este ejemplo podrían aprender los debiluchos chupasangres de la saga de Crepúsculo!). Y una de sus mejores películas de terror, El espanto surge de la tumba (Carlos Aured, 1974) lo traía como un noble malvado acusado de hechicero, que volvía del sepulcro en tiempos modernos para vengarse de los descendientes de sus acusadores, un poco a la manera del Domingo Negro de Mario Bava, sólo que con niveles de gore sorprendentes aun para los salvajes años ‘70.
Justamente en esos tiempos sangrientos ya había tenido lugar la opera prima de Molina como director, la muy, muy fuerte Inquisición (1976), más que un film de terror, un drama de época con el énfasis puesto en las tremendas escenas de tortura que el director y actor plasmó pensando en capitalizar los tiempos del destape español. Su audacia como director no tenía límites, como se puede ver en una escena en la que los inquisidores le arrancan los pezones a una pobre mujer acusada de brujería.
En aquellos tiempos del destape, Naschy empezó a tratar de diversificar su carrera alejándose del terror propiamente dicho, con dos films muy populares en 1977, el drama sensacionalista sobre cambio de sexo El transexual, dirigido por José Jara, y tal vez su mejor película no terrorífica, El huerto del francés, que él mismo dirigió en 1977. Esta era una rigurosa recreación de un sórdido episodio extraído de la crónica negra, con la sex-symbol del destape español María José Cantudo exhibiéndose en toda su belleza.
La popularidad de Naschy se puede medir, por ejemplo por las varias producciones que hizo en Japón (además de su ya mencionada La bestia y la espada mágica) incluyendo series de televisión con el mismísimo Toshiro Mifune como La espada samurai, producida por la TV japonesa en 1982. Para esa época su trascendencia era tal que en Aullidos (The Howling) el director Joe Dante bautizó Jack Molina a uno de sus licántropos “en homenaje al Hombre Lobo español”. En los ‘90 le llegaron los homenajes en su tierra, como el que en 1993 le hizo la muy seria Filmoteca de Madrid.
Luego siguió filmando hasta el final, ya sea en comedias, thrillers políticos y por supuesto en algún regreso a los aullidos nocturnos de Waldemar Daninsky. Es que Naschy no podía alejarse mucho del terror, tal vez por que como él mismo lo explicó “siempre me ha gustado el cine fantástico porque tal vez sea el que más se aproxima a la esencia misma del cine, que en realidad, es en sí mismo un fenómeno fantasmagórico”.
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