Dom 20.12.2009
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UN ARTISTA ELIGE SU OBRA DE ARTE FAVORITA: SEBASTIáN FRIEDMAN Y MIERDA DE ARTISTA, DE PIERO MANZONI

A la lata, al latero

› Por Sebastian Friedman

Me gusta decir, ya que así lo siento, que la incomodidad es mi motor a la hora de crear; y como no podía ser menos mi obra favorita es incómoda desde su materia. Abraza la obviedad, la toca, se ensucia y sale con más fuerza que cualquier sutileza de esas que nos pide el mundo del arte.

Merda d’ artista de Piero Manzoni me produce un efecto boomerang: me interroga, me cuestiona, me molesta. Por mis charlas con amigos y conocidos, y también por lecturas de distinta índole, he llegado a la conclusión de que esta sacudida de ideas y preceptos frente a Manzoni es algo que nos sucede a muchos.

Conocí la obra en una época en que ansiaba saber un poco de arte. No me acuerdo la fecha, pero sé que por ese entonces creía que si quería entrar en ese mundo debía conocer un poco qué se había hecho para no quedarme a destiempo.

Las causalidades de la vida me hicieron conocer a Valeria González, quien me invitó a participar como oyente en su cátedra de Plástica en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Allí desfilaban frente a mis ojos personajes y obras muy diversas, las cuales me producían también diverso interés, que el maravilloso y a veces frustrante mecanismo de la memoria fijaba y borraba de manera inexplicable. Recuerdo que por momentos intentaba recuperar obras y artistas que en su momento me habían parecido inolvidables, pero de repente ya no estaban ahí.

Finalmente con el tiempo aprendí a confiar en ese mismo mecanismo y a aferrarme a aquello que a fuego permanecía guardado.

Gracias a Marcos López, quien es sin lugar a dudas uno de mis maestros, descubrí el valor de “lo obvio” y la riqueza de la búsqueda desde ese camino que aparenta ser fácil y banal. Lo obvio es para mí lo que la fuerza del día a día, o de la cotidianidad, logra invisibilizar. Poco a poco pude aprender que lo obvio sólo lograba confundirme y hacerme creer en la normalidad como máximo parámetro. Y la realidad que descubro hoy es que lo normal me produce malestar y extrañeza.

De pronto entendí que es a través de esos lugares de donde me surgen los señalamientos más poderosos a la hora de crear.

¿Qué es una obra de arte sino un señalamiento, un alto en lo cotidiano?

Merda d’ artista no tiene fecha de vencimiento y su caducidad se actualiza día a día gracias a la colaboración de todos los que participamos en ese mundillo.

Manzoni ríe a carcajadas mientras señala apuntando con el índice eso que para nuestros mayores era considerado mala educación. Piero, y me permito tutearlo, dice mierda de artista, en criollo, mientras nos pregunta sobre nuestros valores, nuestras pretensiones y nuestra moral; primero como artistas, pero esencialmente como personas.

¿Mierda a valor oro, oro a valor mierda?, pregunta señalando en este caso a curadores, coleccionistas y críticos.

Hay quienes se preguntan aún hoy por el contenido de las latas: ¿será mierda? ¿será su mierda? Como si acaso importara.

Entonces la gran pregunta me salta a la vista: ¿Cuál es el valor de una obra de arte?

Piero Manzoni (Italia, 1933-1963) es considerado uno de los personajes emblemáticos del arte conceptual. Su obra se basó en una constante búsqueda de experimentación, tanto a través de los materiales utilizados como a partir de su juego de ideas.

Pese a su corta vida resultó un personaje fundamental en el arte europeo de la década del ‘60 y ‘70. Sus performances y acciones desafiantes pusieron en vilo a más de un crítico de arte a la vez que restablecieron la pregunta duchampiana de qué es una obra artística. Precisamente este aspecto oscuro y transgresor de su producción fue lo que por momentos lo mantuvo en la penumbra, pero por lo cual hoy es aplaudido.

Piero Manzoni sintió siempre la necesidad de superar al mundo del arte, y sus imposiciones estéticas y morales. Heredero del dadaísmo, desarrolló obras a partir de sus huellas dactilares e incluso utilizando su propio cuerpo transformado en escultura viva. Otras de sus producciones fueron los cuadros realizados sin pintura; las líneas encerradas en cilindros de cartón; y la Mierda de artista, pequeñas latas que supuestamente contenían su excremento, y que eran vendidas por el precio equivalente de su peso en oro.

Irónico y reflexivo, este artista supo congeniar su cuota de escepticismo con el entusiasmo y el arrebato necesario para poner en marcha cualquier proyecto creador.

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