Dom 17.01.2010
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CINE > UNA RETROSPECTIVA DE HERZOG DOCUMENTALISTA

El mundo es el hogar del amor y de la muerte

Explorador impenitente de las historias escondidas en los sitios más recónditos del mundo, de una facilidad magistral para convertir la ficción en documental y viceversa, apasionado, demencial e infatigable, Werner Herzog es un director capaz de mostrarnos el mundo desde los ojos de un extraterrestre. O mejor: de mostrarnos que somos nosotros nuestros propios marcianos. Un ciclo con más de 20 de sus extraordinarios documentales es una cita ineludible para quienes quieran ver el mundo de una manera lírica y furiosa.

› Por Mariano Kairuz

La retrospectiva vale la pena completa, pero si hay que elegir y descartar, éste es el quinteto ineludible:

Cuatro años atrás, en enero de 2006, mientras daba una entrevista para la BBC en su casa en Los Angeles, Werner Herzog recibió un tiro en el abdomen. En el momento, el cineasta apenas atinó a preguntar “¿qué fue eso?”. Luego siguió adelante como si nada, ante lo cual el periodista, Mark Kermode, manifestó su preocupación. “No fue una bala seria”, dijo el director y a continuación se abrió los pantalones para mostrar, corriendo apenas sus calzoncillos de colores, la pequeña herida recién infligida. La situación es conocida y ha quedado registrada en un video que es el primero que aparece en YouTube al tipear “Werner Herzog”. Un video que acaso deba su popularidad a que parece pintarlo de cuerpo entero, en un solo trazo, como el loco que todos creen que es. “Era una bala de pequeño calibre”, insistió, divertido, en las entrevistas posteriores, cada vez que le preguntaron por el incidente. Cómodamente instalado en Los Angeles desde hace años –otra cuestión que tiene a muchos de sus seguidores rascándose la cabeza– ha dicho que este tipo de sucesos “son parte del folklore de aquí”. Y agregó, en el programa de Henry Rollins (en una entrevista divertida que también puede verse en YouTube): “Es algo de lo que podemos reírnos, y de hecho nos hemos reído mucho. Ya me habían disparado antes. Es muy divertido para un hombre que le disparen con tan poco éxito”.

Pero lo cierto es que si el lugar común es el que indica que Herzog está loco, esta anécdota no viene a confirmarlo sino probablemente a contradecirlo. “Es parte del folklore local”, dice riéndose este cineasta radical que ha erigido una leyenda sobre algunas de sus desmesuras y que sin embargo parece haber encontrado su hogar definitivo ahí nomás del corazón de la industria cinematográfica. Locos están los demás, en todo caso; y no por nada Herzog ha podido seguir filmando y ya lleva más de cincuenta películas y el año pasado estrenó dos, hechas con dinero mayormente norteamericano: Un maldito policía en Nueva Orleáns (de inminente estreno local) y My Son, My Son, What Have Ye Done. Cuando decidió instalarse en Estados Unidos con su esposa siberiana, primero recalaron en San Francisco, pero decidió que no era la ciudad para él. “Es muy hermosa, muy chic, un chiste para turistas”, dijo, y, tras descartar Nueva York (“vive en parte de cultura tomada prestada de Europa y en gran medida consume cultura”, argumentó) se mudó a la ciudad “con más sustancia de los Estados Unidos” (sic). “La mayoría de las tendencias decisivas provienen de Los Angeles: el movimiento de libre expresión (de Berkeley), las computadoras, los sueños colectivos del mundo del cine entero. Varias misiones espaciales de un lugar que queda a 30 minutos de donde yo vivo. Los matemáticos, los magos, los escritores, los compositores: hay una fascinante densidad de cosas que no existe en otro lugar en el mundo. Por supuesto, todas las grandes estupideces de los últimos cincuenta años provienen de allí también. Pero quiero vivir en un lugar donde haya vida auténtica, verdadera. Donde las cosas se hacen, se hierven, se deciden y se efectúan.”

Así habla el hombre que en sus documentales ha puesto el foco sobre personajes o lugares o fragmentos de la vida terrestre con la cercanía o la distancia exactas para hacernos sentir, alternativamente, que él es un visitante de otro mundo, o que sus espectadores estamos visitando otro mundo. Muchos de los documentales de Herzog consiguen convencernos de que la Tierra y sus hombres son los verdaderos extraterrestres que llevamos tanto tiempo esperando conocer; capturando en su cámara los otros planetas que existen en éste. Herzog es el cineasta lunático que sigue filmando sus ficciones como si fueran documentales y sus documentales como si fueran ficciones porque lo guía la convicción de que la verdad no se aloja ni se revela en los hechos, sino que debe ser buscada más allá, en un lugar al que sólo se accede a través de un trance, de una iluminación, del éxtasis. Así lo prueba Caminar sobre hielo y fuego, el imperdible ciclo de veinticuatro documentales –entre cortos, medios y largometrajes– que con auspicio del Goethe Institut inaugura la temporada 2010 de la Sala Lugones el próximo viernes 22 de enero.

En el ojo de la Tierra

Si hoy la fusión entre ficción y documental es una marca del cine (pos)moderno, el ciclo de la Lugones ofrece contundentes pruebas de que, desde principios de los ‘60, Herzog (Munich, 1942) tuvo y tiene sus propias razones para hacer lo uno como si estuviera haciendo lo otro, siempre independiente de lo que están filmando el resto de los cineastas del mundo. Por un lado, dice, tuvo que “inventar” él mismo el cine. Su historia es más o menos conocida: habiéndose criado en medio de la miseria y la destrucción en la posguerra alemana, no supo siquiera de la existencia del cine hasta los 11 años. A los 14, estimulado por una entrada sobre cine en una enciclopedia, decidió que eso era a lo que dedicaría su vida, y eventualmente se robó una cámara de la escuela de cine de Munich (aunque él no lo consideró “robar”, ya que era una necesidad). Y como buena parte de la generación de los europeos criados en la posguerra (y también de parte de los cineastas norteamericanos que fueron a la guerra) y curtidos en los padecimientos de los años de la reconstrucción, supo desde siempre que el cine no tiene por qué salir del cine, ni de la cinefilia, ni del cineclub (ni mucho menos de los estudios académicos, que dice detestar) sino del mundo real. Un mundo que sólo puede conocerse a pie, como atestiguan otras anécdotas conocidas que ha protagonizado.

Convicciones como ésta son las que han dado forma a algunas de sus películas más potentes de su período inicial, como el documental La soufrière (1977), para el cual llegó con un equipo mínimo a la isla de Guadalupe, casi totalmente evacuada por lo que parecía ser el alerta inequívoco, inminentísimo, de una erupción volcánica, para filmar a los tres tipos que se habían resistido a partir y eligieron quedarse a esperar ahí mismo su final. Ya en esa película, en las imágenes del pueblo vacío, conseguía invocar esas imágenes de ciencia ficción (apocalíptica o sideral, según la fiebre de cada uno) que colonizaron los paisajes terrícolas –selvas, desiertos, montañas, profundidades oceánicas– de sus películas. Finalmente, para asombro de todos, el volcán del título no cumplió su amenaza, y tiempo más tarde Herzog pudo decir: “Hubiera sido ridículo haber quedado pulverizado por un volcán junto a dos colegas tratando de filmar una película”.

Hasta el día de hoy –hasta Encounters at the End of the World, que le valió su primera nominación al Oscar el año pasado– Herzog siguió encontrando y filmado esos personajes que parecen escritos por algún delirante: como los extraños ganaderos de Pensilvania que cada año compiten para ver quién habla más rápido, en su corto How much Wood would a Woodchuck chuck (1976); o en sus films sobre predicadores religiosos increíbles, como El sermón de Huie o Fe y moneda (ambos del ‘80) y sigue encontrando escenografías mucho más cerca que James Cameron (Fata Morgana, Lecciones en la oscuridad, La salvaje y azul lejanía). “No hay límites entre documental y ficción –dice–. En los documentales hago una puesta en escena, y ensayo, y repito tomas y hago que las personas digan cosas que yo les marco, como en una ficción.” También ha recorrido el camino inverso, convirtiendo la realización de algunas de sus ficciones en el documental de una experiencia potentemente real que él mismo ha puesto en escena. “Fitzcarraldo es el mejor de mis documentales”, ha dicho, y sí, es el caso más evidente y más citado, porque en él ha filmado la aventura imposible de un demente megalómano –el cruce de un enorme barco desde un río hacia otro a través de un cerro– volviendo a ejecutar su acto demente y megalómano. Convertido en un rodaje legendario, Fitzcarraldo proveyó el centro ardiente de El peso de los sueños, el documental de Les Blank –el mismo que filmó el corto Werner Herzog se come su zapato, en el que Herzog, honrando una apuesta que le hizo a su amigo documentalista Errol Morris, cocina y se come efectivamente su calzado–, así como el reciente libro-diario de filmación Conquista de lo inútil (Entropía, 2008), y de buena parte de las anécdotas sobre la explosiva relación de Herzog con Klaus Kinski, plasmadas en el documental Mi enemigo preferido (1999).

100 por ciento lucha

Para su escuela de cine, la Rogue Film School, inaugurada recientemente, dice que prefiere que sus estudiantes sean “gente que trabajó como patovicas de clubes sexuales, o como guardias de un asilo psiquiátrico, peregrinos dispuestos a pelear por el permiso para filmar en países que no ven con buenos ojos sus proyectos”.

En todo caso, una de las verdaderas claves de su cine, en una vuelta discursiva antiscorsesiana, parece consistir en la contracinefilia. No ver películas. Herzog dice que Hollywood no le gusta ni le deja de gustar, sólo le resulta irrelevante y ve dos o tres películas al año. Pero sí ve televisión: antes veía el show de Anna Nicole Smith, y cuando éste se terminó, empezó a ver (y recomendar fervorosamente) el programa de lucha libre WrestleMania. Lo cuenta cada vez que tiene oportunidad, y lo vuelve a recomendar, bajo la máxima de que “uno tiene que conocer el mundo colectivo en el que vive, no puede ni debe aislarse en sí mismo”. Eso dice, y vuelve a repetir, como un mantra: “Un poeta no debe apartar la mirada”.

CINCO IMPERDIBLES

Fata Morgana (Alemania, 1968-1970)

Ambientada en el Sahara, con el relato en off de pasajes del Popol Vuh (y alguna canción de Leonard Cohen en su última parte), Fata Morgana es la primera de las expediciones extraterrestres de Herzog en la Tierra. Obra de un artista joven que más adelante soñaría con sumir en un estado de hipnosis a su público desde la pantalla, sus imágenes tienen una cualidad hipnótica, y una vez descartada la idea más convencional del alegato ecologista, dan lugar a partir de los lugares más reales y concretos de la naturaleza, a espacios abstractos, mentales, lo que su director ha definido como “el sueño de un paisaje”. Una experiencia que hoy se conecta de manera directa con la de Lecciones en la oscuridad (1991-92), registro de los últimos pozos de petróleo ardientes en el desierto tras la retirada de las tropas iraquíes de Kuwait (se da el sábado). Fata Morgana se proyecta junto con el corto Hércules (1961/2), ópera prima de Herzog.

Viernes 22 a las 14.30, 18 y 21

País del silencio y de la oscuridad(1970-1971)

La figura central es la de Fini Straubinger, una mujer mayor pero de una enorme vitalidad, que se dedica a asistir a personas que están sordas y ciegas, como ella, aunque, a diferencia de ella –que perdió la vista y el oído en un accidente en su infancia–, lo son de nacimiento. En un momento, Fini relata uno de sus recuerdos previos al accidente, el de estar viendo a unos hombres “que vuelan” en una competencia de salto en esquí. Pero no se trata sino de lo que Herzog considera su búsqueda de la verdad extática, “que no está en los hechos”: el recuerdo fue escrito por el propio director, que le pidió a Fini que lo dijera para la cámara. “Es inventado, pero es mi manera de aproximarme a una verdad más profunda dentro de ella, y ella lo entendió.” País del silencio y de la oscuridad se da con el corto Ultimas palabras (1967-1968) acerca de un hombre autoexiliado que, forzado por su familia a volver a la civilización, se rehúsa a volver a hablar.

Martes 26 a las 14.30, 18 y 21

El pequeño Dieter necesita volar (1997)

Una historia real más extraña y potente que cualquier ficción, la historia de Dieter Dengler contiene varias vidas en una. Primero, Dengler ve cómo los bombardeos destruían su ciudad natal durante la Segunda Guerra. Enamorado de la aviación, en los ‘60 se alistó en el ejército de los Estados Unidos en plena campaña en el Sudeste asiático. Derribado y capturado en Laos, consiguió huir por la selva cuando la guerra de Vietnam recién empezaba. Tres décadas más tarde vuelve al escenario de su peligrosa aventura de la mano de Herzog, que graba su apasionante relato. Cuando conoció esta historia, Herzog pensó que era el material perfecto para una ficción. Finalmente la realizó en esa forma en Rescate al amanecer (Rescue Dawn, 2006), con Christian Bale como protagonista, y hoy considera a ambos films como complementarios. Se da con el corto La balada del pequeño soldado (1984), que narra la historia de un ejército de niños-soldados antisandinistas y su entrenamiento en la selva nicaragüense.

Viernes 29 a las 14.30, 18 y 21

La salvaje y azul lejanía(2005)

Brad Dourif, extraordinario actor de larga trayectoria en la clase B y bastante cara de lunático, dice ser un extraterrestre perteneciente a una raza que intentó colonizar la Tierra pero fracasó. Mientras tanto, como la Tierra se ha vuelto inhabitable, un grupo de astronautas surca el espacio en busca de un nuevo hogar para lo que queda de la humanidad. Herzog ha llamado a este film una fábula de ciencia ficción, pero no lo es más que Fata Morgana o Lecciones en la oscuridad: espacio exterior e interior se confunden una vez más en las alucinantes imágenes documentales tomadas de videos de la NASA y expediciones bajo el hielo de la Antártida, que de verdad parecen pertenecer a otro mundo. Por ahí aparece algún astrofísico dando explicaciones muy serias que en realidad no dicen nada, sino que forman parte de esta puesta en escena que es la realidad según Herzog. Una obra maestra que debe verse en pantalla grande.

Miércoles 3 a las 14.30, 18 y 21

Mi enemigo preferido - Klaus Kinski (1999)

Quizá sea uno de sus films más conocidos de su última etapa, pero debía formar parte de la programación porque rescata desde el documental a una figura clave de toda la obra de su director: la del irascible, volátil Klaus Kinski, protagonista de Aguirre, la ira de Dios, Woyzeck, Cobra Verde, Nosferatu, Fitzcarraldo). Un personaje a la altura de su director, el hombre al que Herzog retuvo en otro de sus amazónicos y complicados rodajes amenazándolo con volarle la cabeza a escopetazos para luego suicidarse. Alguna vez en sus adolescencias ocuparon la misma pensión, el tipo ya era un loco peligroso, y cuenta cuando los indios amazónicos le ofrecieron matar a Kinski por él y otras delicias de dos tipos que se amaron y odiaron demasiado. Dos bombas humanas enfrentadas, redefiniendo toda noción de actor fetiche, toda idea de química creativa. “No quiero decir que fuera un buen hombre, no lo era. Era demoníaco, perverso, y al mismo tiempo maravilloso”, dijo el director.

Jueves 4 a las 14.30, 18 y 21

Caminar sobre hielo y fuego: los documentales de Werner Herzog

Del viernes 22 de enero al jueves 4 de febrero, en la sala Leopoldo Lugones, Av. Corrientes 1530

Para consultar el resto de la programación: www.teatrosanmartin.com.ar

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