PERSONAJES >GEORGE CLOONEY SE ANIMA A SER CANALLA
› Por Mercedes Halfon
¿Quién iba a decir que aquel hombre maduro de sonrisa encantadora, blanca, perfecta, el canoso irresistible de ER Emergencias, ese médico que trajinaba incansable los pasillos de su hospital, tan buen mozo y con tanto arrojo hacia el servicio que luego se convirtió en la reserva progresista de Hollywood, iba a terminar siendo el último y más desdeñable eslabón de la explotación capitalista multinacional? Increíble, pero real. George Clooney estrena esta semana Up in the Air, desafortunadamente traducida aquí como Amor sin escalas, una comedia –digamos romántica– donde encarna al abyecto Bryan Bringhman: un bon vivant que en su vida personal goza de sus exclusivas tarjetas de crédito y asientos de primera clase, y en la profesional dedica más de trescientos días al año y toda su capacidad creativa a despedir gente.
El film es de Jason Reitman, el director de La joven vida de Juno (2007) y de Gracias por fumar (2005), un especialista en comedias incómodas y canallas inolvidables: así como ese chamuyero imbatible que defendía a las tabacaleras, George Clooney es aquí uno de los mejores empleados de una empresa que terceriza el servicio del despido. Por eso el film se inicia con una decena de personas reaccionando ante la noticia de que el lugar donde trabajan va-a-prescindir-de-sus-servicios. Del otro lado de sus caras demacradas y atónitas se encuentra la sonrisa perfecta de Clooney. Un cínico capaz de convencerlos de que lo que acaba de pasarles es algo bueno para ellos, que les están haciendo un favor, que su vida recién comienza.
Y ese ser despreciable es interpretado por el galán bien pensante George Clooney. Alguien a quien se le festeja su cancherismo a toda prueba en films como La gran estafa, porque en definitiva vacía la bóveda de un casino y luego se aplica a causas justas en otras películas que ponen la mira sobre la invasión norteamericana en Oriente Medio (Syriana) o la represión sucedida durante el macartismo (Buenas noches y buena suerte). Hace pocos días anunció que iba a conducir un telemaratón para recaudar fondos y enviarlos a los damnificados del terremoto que asoló Haití, y en poquísimo tiempo lo organizó, donó un millón de dólares, puso fecha para el viernes pasado y lo hizo.
Pero lo mejor de todo es que mientras Esperanza por Haití rebota en las conciencias de los espectadores, uno puede ver a Clooney en Amor sin escalas, donde su malvada (querible, pero malvada) creación no se salva. Su canalla de sonrisa hipnótica no se redime, porque su moral sinuosa no podía sufrir ya ninguna inyección correctiva. Hay algo de coraje en arriesgar su mayor capital en una interpretación sin redención. (¿Qué más valioso tiene Clooney que esa simpatía imbatible? ¿Cuándo antes la había arriesgado como ahora, poniéndola incluso al servicio de un miserable?) Eso, en Hollywood, es algo parecido a la esperanza.
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