No es común que una muestra de arte convoque a cientos de miles de personas, pero eso justamente ha logrado Mr. America, la primera retrospectiva de Warhol diseñada en exclusiva para Latinoamérica que puede verse durante una semana más. Y así quienes todavía no la han visitado podrán descubrir una selección de obras que pone de manifiesto los núcleos de frustración, fracaso y psicosis que encerraban a los Estados Unidos cuando se transformó en hegemonía cultural global. Además de otras miradas, porque como todo super éxito, éste permite cantidad de lecturas diferentes y hasta contrapuestas.
› Por Claudio Iglesias
Con un público que ya ha superado las 140 mil visitas, Mr. America, la retrospectiva de Andy Warhol que alberga el Malba hasta el 22 de este mes, se ha convertido en la muestra más popular del verano en Buenos Aires. Un título adquirido por derecho propio, dado que la antología curada por Philip Larratt-Smith ofrece, como todo blockbuster museístico que se precie, no sólo un arsenal considerable de trabajos en distintos soportes y de distintas épocas, sino un guión de lectura muy polívoco, que permite que todos (padres e hijos, expertos y profanos, disconformes y conformistas) se acerquen a la muestra a encontrar su retazo de identificación imaginaria, su Warhol personal. En la muestra, como en la obra de Warhol, hay lugar para todo.
Sin embargo, Mr. America es también la primera retrospectiva de Andy Warhol especialmente concebida para Latinoamérica, y esta determinación, que se verifica desde el título, es más que significativa. América es el nombre prometedor y cargado de ensueño con el que los Estados Unidos salieron a vender su cultura, sus productos y su forma de vida al mundo en los años del Plan Marshall, construyendo una hegemonía cultural global que se basó en la producción de imágenes tanto como en la producción de licuadoras y cigarrillos. En ese sentido, Warhol trabajó con imágenes icónicas como la Estatua de la Libertad (1976) o el retrato de Marlon Brando en la pintura de 1966, que parecen poner a Estados Unidos en una vidriera para que el mundo lo vea (en esa foto, Brando parece de hecho un catálogo de productos para el maverick devenido fanático de las motos). Pero la exposición está concebida de modo tal que nos acercamos a la impronta que tuvo Estados Unidos sobre Warhol no tanto desde el consumo cultural, y más bien desde los núcleos de frustración, fracaso y psicosis que permanecen como el lado oscuro del sueño americano hecho realidad. Elementos que se actualizaron en la vida del mismo Warhol (cuya estampa de adolescente tímido, conflictuado y mofletudo hizo reconocer a uno de sus profesores en la escuela de diseño que “si alguien me hubiera preguntado quién era el que menos tenía posibilidades de triunfar, yo hubiera dicho que Andy Warhol”). Convertida así en una suerte de biografía nacional de exportación, Mr. America incluye pinturas, fotografías y películas: el énfasis está puesto en las intersecciones entre esos tres campos (las serigrafías, las películas de objetos quietos, etc.) y en el modo en que entretejieron un conjunto de conflictos a través de la reiteración y la monotonía.
Uno de los trabajos más emblemáticos del trauma inherente al sueño americano es Suicide (Silver Jumping Man), una pintura de formato medio de 1963 que muestra a un hombre arrojándose al vacío desde un rascacielos. Este trabajo forma una línea con la serie de los accidentes automovilísticos (5 Deaths es de ese mismo año) a partir de la cual es posible medir el impacto del miedo a la muerte que Estados Unidos proyectaba en dos iconos clave de su proyecto económico a lo largo del siglo XX: los rascacielos y los automóviles. Con una maleta provista de herramientas psicoanalíticas, el curador propone que la muerte y la libido son los problemas centrales en la obra de Warhol, y que es posible seguirlos en su biografía (como Norman Bates, Warhol vivió casi toda su vida junto a su madre, a excepción de dos breves períodos; y tenía abundantes trastornos con su imagen que lo llevaron incluso a una rinoplastia poco exitosa) y también en sus obras, cargadas de fetichismo, onirismo y metáforas de la castración (tres cuestiones que podemos encontrar yuxtapuestas en obras centrales como Empire, Sleep o Blow Job). Estos elementos, sostiene Larratt-Smith en el extenso texto introductorio del catálogo, son los mismos que constituyen la argamasa del sueño americano, la fantasía hiperbólica de un mundo libre y justo cuya versión más extravagante pudo ser la presidencia de George W. Bush (“Ahora somos un imperio, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad”, decía Frank Rich), un sueño construido sobre el sistema nervioso de todo un país y en el cual las imágenes y los términos del debate público sobre el rol de los Estados Unidos en el mundo se convierten en un asunto de seguridad nacional.
La erotización de la muerte resulta cabal en obras como los Thirteen Most Wanted Men (1964), retratos frontales de hombres rebeldes erigidos en objeto de deseo de toda la organización de seguridad interior de los Estados Unidos. Warhol sentía una atracción por esta temática (recordar que la silla eléctrica era uno de sus objetos favoritos) que databa de su amor juvenil por Truman Capote, a quien asediaba con cartas y llamados que obligaron a la madre del escritor a intervenir por la paz de su hijo. (La primera exposición individual de Warhol se tituló, de hecho, Fifteen Drawings Based on the Writing of Truman Capote; y el autor de A sangre fría confesaría luego que por un tiempo fue “la Shirley Temple de Warhol”.)
Incluso en las obras más intrínsecamente vinculadas con la fama, el espectáculo y la liviandad se entremezclan los ejes traumáticos que sostienen la cultura popular americana: Jackie, la serie de retratos de la viuda de Kennedy realizada en 1964, comprende simultáneamente la fascinación de Warhol por las mujeres ricas, por la exposición pública y por la cercanía de la muerte, tres vicisitudes que parecen condensarse en esa sonrisa de ojos caídos y acuosos que recorrió los diarios del mundo.
No es casual que una de las series desplegadas del modo más exhaustivo en la muestra sea Flash – November 22, 1963, un conjunto de piezas de aspecto semiinfográfico sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy realizado en 1968. Comparativamente, fue un trabajo poco exitoso, aunque constituye uno de los mayores ciclos de la producción de Warhol hacia finales de los sesenta (junto a las Marilyn y las sopas Campbell). Sin embargo, es una obra que retrospectivamente resulta muy significativa para evaluar la influencia que tuvo el pop en el ala izquierdista de las vanguardias artísticas de la segunda mitad del siglo XX, en la medida en que permitió buscar en los diarios y la cobertura periodística de los sucesos políticos la posibilidad de un enfoque global del rol de los medios en el mundo contemporáneo. Realidad social y medios de comunicación formarían, de hecho, los extremos de una cuerda que tensaron artistas y movimientos tan dispares como Gerhard Richter, en la Alemania sacudida por los hechos de la RAF, León Ferrari y los artistas de Tucumán Arde! en Argentina a fines de los sesenta, o bien el Museo de Solidaridad Salvador Allende en el Chile previo al golpe de Estado de Pinochet, ideado como una estrategia para romper el cerco informativo del diario Mercurio sobre el gobierno de la Unidad Popular.
El fetichismo y la fascinación como mecanismos de construcción de una cultura pública en Estados Unidos son los temas que explora en detalle una de las salas de la muestra que contiene casi exclusivamente fotos y films tardíos, de los ’70 y ’80. Taylor Mead, John y Yoko, Gloria Swanson, Liza Minnelli, Arnold Schwarzenegger y Carolina Herrera son algunos de los temas que exploró Warhol, junto a creaciones propias como Divine y Nico y los numerosos Self-Portrait in Drag, resultado de las experiencias infantiles de Warhol con las fotografías de cabina automat, factorizadas por una consistente compulsión a la repetición. El punto de partida de estas obras son los Screen Tests, retratos fílmicos de mediados de los ’60 que forman parte del proyecto inicial de Warhol de filmar objetos inmóviles, inermes o artificialmente quietos. Todos duran cuatro larguísimos y retentivos minutos en los que el retratado (Bob Dylan, Susan Sonntag o Lou Reed, entre muchos otros) se somete a una especie de versión de cámara del voyeurismo y la exhibición características de la cultura pública que Estados Unidos exportó al mundo junto a muchas otras franquicias.
Thierry de Duve decía que Warhol entendió que “ser una estrella es ser una pantalla en blanco en la que el espectador proyecta sus fantasmas, sus sueños, sus deseos”. Se aplica, entonces, a Warhol lo que él mismo decía de los Estados Unidos: “Todos tienen su propia idea de los Estados Unidos de América; lo que tienen son pedazos de un país imaginario que creen que existe, pero que después no encuentran ahí afuera”.
Mr. America se puede ver hasta el 22 de este mes en el Malba, Figueroa Alcorta 3415.
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