Dom 21.02.2010
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CINE > TERRY GILLIAM Y LA PELíCULA PóSTUMA DE HEATH LEDGER

A través del espejo

El mundo imaginario del Doctor Parnassus es una película nacida no de una desgracia sino de varias. Pero también del tesón con que el viejo y demencial Terry Gilliam se sobrepuso a la muerte del protagonista en plena filmación. Con la ayuda de Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law, dispuestos a interpretar lo que dejaba inconcluso su amigo Heath Ledger, terminó una de sus oscuras óperas teatrales, pictóricas y lisérgicas en la que nos muestra el mundo no como lo vemos sino como es.

› Por Mariano Kairuz

La primera vez que aparece en El mundo imaginario del Doctor Parnassus, Heath Ledger está muerto. O eso parece: su cuerpo cuelga de un puente en plena noche y plena lluvia con una soga al cuello. Un rato más tarde estará más vivo y animado que el resto de los protagonistas de la película, pero esa primera aparición no deja de ser una manera un tanto macabra de entrar en escena, considerando que éste es el film de Terry Gilliam que el ganador del Oscar póstumo estaba filmando cuando murió en la vida real, en enero de 2008. A partir de ese momento temprano, un aire mortuorio envuelve la película sin escapatoria hasta su final.

Por esta y varias razones, El mundo imaginario del Doctor Parnassus podría ingresar a alguna de esas largas y fascinantes listas de films malditos plagados de contratiempos (tantas veces irreversibles, como lo son los decesos de sus estrellas). Primero, la muerte de Ledger amenazó con dejar trunca para siempre una producción que ya tenía bastantes problemas de financiación, hecha de aportes rejuntados entre distintos productores europeos, probablemente suspicaces del potencial comercial de este estrambótico y enrevesado proyecto del director de Brazil, Pánico y locura en Las Vegas y Tideland. Una vez completado el rodaje, murió de cáncer su productor Bill Vince, tras pasarla muy mal durante buena parte del proceso de producción. Con la película lista para verse en Cannes y para su recorrido internacional, Gilliam fue atropellado por una camioneta, quedando con una vértebra rota y meses de rehabilitación. Para el director todo esto demuestra, sin embargo, que un espíritu vitalista imbatible animó al film: “Tres veces nos quisieron detener, atacando a la trinidad de la película: estrella, productor, director. Pero ellos no pudieron. Sean quienes sean ellos (sic)”. Ledger fue reemplazado por tres amigos: Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell. En pleno duelo, Depp le dijo a Gilliam que ayudaría con lo que hiciera falta, lo que alcanzó para calmar a unos inversores que ya estaban preparando las valijas. El reemplazo de Ledger funciona gracias a las vueltas argumentales de la película, que habilitan el truco: tres rostros distintos para representar tres versiones mentales, imaginarias, del protagonista. La película está dedicada a la memoria de Ledger y Vince, y figura al principio de los créditos finales como “Un film de los amigos de Heath Ledger”. Se sabe que Tom Cruise ofreció su participación, pero fue rechazado. “Por la única razón de que no era amigo de Heath y queríamos mantener esto en familia”, dijo Gilliam.

Realizada por unos relativamente modestos 30 millones de dólares, escrita por su director en colaboración con su viejo amigo Charles McKeown (trabajando juntos por primera vez desde Las aventuras del Barón Munchausen, de veinte años atrás), El mundo imaginario del Doctor Parnassus es otra de esas óperas oscuras, algo teatrales y pictóricas y lisérgicamente deformes que se le da por hacer cada tanto a Gilliam, donde los universos mentales más febriles se entrelazan con la realidad hasta confundirse. Como suele ocurrir además en sus films, que nunca son realistas porque existen en un trance fantástico, sus personajes cruzan cada tanto al otro lado del espejo, al mundo real, y éste se ve más oscuro y sórdido que en cualquier obra de realismo sucio. Las desventuras del viejo Parnassus transcurren en Londres, en la actualidad, aunque sus protagonistas se trasladen con su espectáculo de feria en un carro de tracción a sangre que parece del siglo XIX. Ya en los primeros minutos de la película, cuando un borracho recién salido de un pub se zambulle agresivamente y por la fuerza en el escenario móvil de la troupe (burlándose de sus actores y acosando a la hija adolescente de Parnassus), las calles de la capital inglesa aparecen representadas como un lugar hostil a la imaginación. El viejo Parnassus mismo (un rarísimo, casi irreconocible Christopher Plummer), acaso un monje milenario, tal vez no sea más que un loco callejero tratando de sostener una fantasía imposible. El lado más oscuro de esta fantasía lo representa su hija, Valentina (la ex modelo Lily Cole), quien con su rostro hipnótico, redondo como una galleta marinera, y su un poco perverso encanto de antigua muñeca de porcelana, se convierte en el objeto de deseo de cuanto tipo pasa por la película, y es también la prenda de una vieja apuesta de su padre con el mismísimo Diablo (interpretado por Tom Waits). Valentina no es una nena, como lo delatan su cuerpo y las reacciones que provoca en otros, pero su padre se empeña en tratarla como si lo fuera, para protegerla: es así que, a través de este personaje, Gilliam se vuelve a zambullir en el complicado terreno de la sexualidad infantil, como lo había hecho en su película anterior, la más oscura Tideland (Tierra de pesadillas). Pero la historia termina de recrudecer con la aparición del “ahorcado” Tony (Ledger), que reavivará con su carisma y su instinto comercial el moribundo espectáculo ambulante de Parnassus, para después revelar un pasado, una vida previa oscura y cargada de crueldad hacia los niños. Que ha sido una especialidad de Gilliam, reapareciendo cada tanto en su filmografía desde hace treinta años, desde por lo menos Los aventureros del tiempo, uno de los films infantiles más tenebrosos de los ‘80.

El resto, entre fragmentos narrativos que a veces parecen inconexos, es el imaginario terrible del Doctor Gilliam, con sus escenas oníricas de espesor teatral y textura pictórica (con referentes explícitos en obras del norteamericano Grant Wood) y el tipo de delirios que suele enrarecer sus narraciones hasta asfixiarnos. Aunque en el fondo, lo más importante parece ser aquello que Gilliam define como “la carga autobiográfica” que puso en el personaje de Parnassus: la historia de un hombre que envejece empeñado en contar historias a un mundo al que ya no le interesa escucharlas. Un viejo convencido de que el mundo se detendrá si no se siguen contando cuentos; capaz de desafiar al mismísimo Diablo para probarlo. O, de este lado del espejo, a la muerte (la de su estrella, la de su productor, la suya propia) para seguir contando.

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