Dom 18.04.2010
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CINE > LA CINTA BLANCA, DE MICHAEL HANEKE

Y mañana serán nazis

Se estrena la película que amenazaba con ganarle el Oscar a El secreto de sus ojos: una pieza en blanco y negro del provocador Michael Haneke sobre un pueblo alemán durante la Primera Guerra donde se disciplina a los niños que dos décadas después serán los hombres del Reich.

› Por Javier Alcacer

“Cuando hacés una película, estás manipulando al espectador. Si ponés la cámara acá en lugar de allá, vas a dar una idea diferente; entonces filmar siempre involucra la manipulación. La pregunta es: ¿con qué fin uno manipula al espectador? Yo digo que la manipulación es una forma de violación. La única forma aceptable de violación es cuando se viola al espectador para darle su autonomía, hacerlo consciente de su rol como receptor, como víctima, y así volverlo independiente.” Estas palabras son del realizador Michael Haneke (Munich, 1942), que con este tipo de declaraciones se asegura la vigencia del rótulo de provocateur que ganó con sus películas, famosas por tratar temas incómodos de maneras incómodas y por los escándalos que suelen acompañarlas. La alienación, la incomunicación y la violencia no solamente física sino también discursiva, y su lugar en la sociedad contemporánea, son los ejes de su obra. “Si querés lidiar con los problemas sociales seriamente, no hay manera de evitar la violencia, está muy presente en nuestra sociedad”, declaró. Haneke suele reflexionar sobre estos tópicos a partir de historias crueles: quienes se hayan animado a ver películas como Benny’s Video, Funny Games y La profesora de piano sin duda tienen grabada en la memoria alguna de sus escenas despiadadas. Al horror propio del acto en sí se le suma el desapego de la mirada del director, carente de cualquier tipo de emoción, como si las imágenes fueran responsabilidad de una máquina impiadosa. Quienes lo acusaban de ser una suerte de moralista extorsivo vieron con mejores ojos Cachè: Escondido (2005), filmada en París, en la que la cuota de sadismo era atenuada para dar lugar a una historia disfrazada de thriller que reflexionaba sobre las consecuencias de la masacre de ciudadanos argelinos en 1961. Su nueva película, La cinta blanca, ganadora de la Palma de Oro del último Festival de Cannes, reduce los golpes de shock al mínimo, y aun así es la más ambiciosa y más inquietante de todas ellas.

Ambientada en un pueblo alemán ficticio llamado Eichwald, La cinta blanca gira en torno de una serie de extraños accidentes que ocurren allí entre 1913 y 1914, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Filmada en un blanco y negro inspirado por los trabajos de Sven Nykvist con Ingmar Bergman, el relato está narrado por la voz en off de un personaje que recuerda lo vivido y que en aquellos días era profesor de escuela del pueblo. En los primeros minutos explica que busca reconstruir lo que pasó porque “a lo mejor así podría aclarar algunos de los sucesos que ocurrieron después en este país”. Así, la película alterna entre las miserias de la vida doméstica y las consecuencias de los accidentes, que detonan las tensiones preexistentes: un campesino destruye un campo de coles; el granero se incendia, el hijo del Barón aparece golpeado. Nadie sabe bien qué está pasando, pero el profesor sospecha que algo saben sus alumnos, los hijos del pueblo. Niños que fueron criados con todo el rigor del puritanismo protestante y viven sometidos a estrictas reglas de conducta para tratar con los mayores. Con la excepción de su profesor, no reciben muestra alguna de cariño por parte de los adultos, quienes constantemente les recuerdan cómo deben comportarse ante ellos. Los más afectados por esto son los hijos del pastor, Klara y Martin, castigados por su padre por desobedecerlo en cuestiones triviales, como el horario de regreso al hogar en la noche. En el castigo, el pastor no sólo busca imponer su autoridad sino también que sus hijos abracen la culpa correspondiente por haberlo ofendido y por estar en falta con Dios. “Su madre y yo pasaremos una mala noche por lo que han hecho”, les dice y pasa a anunciarles que serán obligados a llevar una cinta blanca en el brazo como recuerdo de la pureza y la inocencia, virtudes de las cuales deberían ser portadores. En otra secuencia, el pastor le obliga a confesar a Martin que ha incurrido en “actos impuros”. Para que lo reconozca, le cuenta la historia de un niño que hacía lo mismo, empezó a aislarse, a mentirle a sus padres y luego murió. “Yo bendije su cadáver, parecía el de un hombre viejo.” A partir de entonces, a Martin se le atan las manos a la cama todas las noches. Ya no hace falta truculencia; momentos como éste, sin una gota de sangre, son tan impactantes como algunas de sus escenas más escandalosas de su obra.

Aunque la película jamás lo diga, no es difícil suponer qué estarán haciendo los niños del pueblo veinte años después. “Mi objetivo principal era examinar a un grupo de niños a los que se les inculcan valores transformados en absolutos, y cómo los aprehenden. Si fomentamos un principio o un ideal, ya sea político o religioso, al darle un status absolutista se vuelve inhumano, y eso lleva al terrorismo.” Por supuesto, a quienes la superioridad moral donde se ubica Haneke para filmar les moleste, no van a tener problemas en encontrar nuevos argumentos en La cinta blanca para reafirmar su posición. “Creo que se debe a que la mayoría de los programas de televisión y de las películas toman al público por idiotas. Por eso cuando son confrontados con una película que los toma en serio, lo ven como una afrenta”, contestó cuando le preguntaron por ello.

Alguna vez, Leonard Cohen escribió un poema titulado “Todo lo que hay que saber sobre Adolf Eichmann”. En él se examinan algunas de las características físicas de Eichmann, sin encontrar nada fuera de lo habitual. Sus últimos versos dicen: “¿Qué esperaban? / ¿Garras? / ¿Incisivos gigantescos? / ¿Saliva verde? / ¿Locura?”. La película La caída perseguía una finalidad similar: recordar que lo más terrible de Adolf Hitler era que había sido humano. En La cinta blanca, Haneke toma esto y lo lleva más allá todavía: no sólo teoriza acerca del origen de la maldad sino que, a través de la representación de un drama de principios del siglo XX, se pregunta qué males estaremos germinando a principios del siglo XXI.

La cinta blanca se estrena el 22 de abril.

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