INDIA, UNA HISTORIA DE AMOR: EL úLTIMO HALLAZGO DE LA TELENOVELA BRASILEñA
Primero fue El clon, con el extraordinario uso de la ciencia y el Islam en su trama. Ahora, la guionista brasileña Gloria Pérez tiene en pantalla India, una historia de amor. Con una trama que transcurre en una cultura en apariencia tan diferente, consigue de una manera asombrosa hablar e instalar temas y problemas de las grandes ciudades occidentales. Y sin ceder un ápice a los grandes logros de los grandes culebrones tradicionales.
› Por Hugo Salas
Confinada durante los ‘80 a los horarios menos codiciados de la tarde, la telenovela argentina ocupa cómodamente, en las últimas dos décadas, el horario central. El primer paso, tímido, lo dieron los destellos de disparate de Andrea del Boca (Zíngara, a fin de cuentas, compartía público con Cha cha cha), a los que siguieron el costumbrismo polko de Gasoleros y Campeones, la embestida truculento-kitsch-cool de Resistiré, Padre coraje, Montecristo y el reingreso de lo social en Vidas robadas. Entre todos, esbozaron un nuevo registro, en el que la trama romántica cede protagonismo a la venganza, la sed de justicia y demás intrigas (Valientes, Malparida). Incluso, a la cocción de las noticias de la semana que se presenta a modo de índice de realidad (Botineras). Pero, significativamente, se sigue celebrando, siquiera por contraposición, la vida sencilla en familia, el barrio y la noviecita buena.
Una evolución distinta parece haberse dado en Brasil, como podrá advertir quien se entregue a la deslumbrante India, una historia de amor. A primera vista, nada hay aquí apto para estómagos intolerantes al género: triángulo romántico, amor a primera vista impedido por obstáculos externos, villanos manipuladores, cartas que no llegan a destino, embarazos inconvenientes, hijos enfrentados a sus padres, hermanos peleados por el poder de una empresa, música, color, dispendio de producción y vestuario y muchos, muchos personajes. Para colmo de males transcurre parte en la India y no ahorra oportunidad de mostrarnos rituales, costumbres e incluso curiosidades. En suma: regio culebrón.
Quien se quede en ello, sin embargo, pierde de vista aspectos fundamentales. El primero, quizá, la sutileza en la construcción de los personajes. Si bien Ramiro es un empresario inescrupuloso, que no duda en enviar ladrones a robar la computadora de su hermano, y como tal presiona a su hijo para que siga sus pasos, no es un padre desalmado a quien no le importe o no le duela su imposibilidad de comunicarse con su hijo; simplemente, no puede, no sabe, y su desconcierto queda claro en cada escena. Esta complejidad, que rige a todos, va más allá de su construcción y se aplica incluso a las valoraciones de sus actos: ¿en qué medida Bahuan, el joven que ha visto obstaculizado su amor, insiste en él por convicción romántica y no despecho, impulsado por motivaciones que tienen más que ver con su ambición de poder y reconocimiento?
Ocurre que la libretista Gloria Pérez, al igual que hiciera en su trabajo anterior, El clon, realiza aquí un empleo de ese universo “exótico” francamente brillante. En principio, ubicar la novela en una cultura distinta le permite revitalizar algunos de los elementos más tradicionales del género; así, el matrimonio y su impedimento por obstáculos externos (aquí, el sistema de castas) cobra un significado distinto al de la mera oposición de una matriarca malvada. Aún así, lejos de la caricatura y la postal costumbrista, otras historias permiten advertir que esa división no es universalmente aceptada en la India, sino un debate atravesado por discusiones mayores, y por si fuera poco, el constante paralelo con personajes “de este lado del charco” ilumina que rigen aquí otros tabúes y prejuicios tanto o más fuertes que ese sistema a primera vista “primitivo” (generacionales, culturales y de estratificación social). Y no se trata de un relativismo fast food que diluya los conflictos; por el contrario, en la madre de la India que prepara a una hija para entregarla a un marido se cuecen habas, pero en la madre rica y frívola del Brasil que parece carecer de interioridad, también. Enfrentados en el tamiz melodramático, ambos sistemas no se anulan uno al otro: se iluminan (o, mejor dicho, las contradicciones de la India, evidentes a los ojos del espectador occidental, iluminan las que tiende a naturalizar en su propia cultura).
A diferencia del modelo de producción argentino, que ha decidido hacer suyo y llevar al extremo el equipo estadounidense, donde los guionistas tipean a todo vapor encargos generales de un guionista jefe (a veces sin conocer partes decisivas de la trama), Brasil ha preservado el viejo sistema de autor que la pantalla nacional conociera en las épocas de Migré. Con sus potenciales defectos, sólo este modelo habilita la coherencia y ante todo la brillantez de algunas de las líneas de diálogo que se permite Pérez en sus mejores momentos (torturadas, es cierto, por un doblaje al portuñol en ocasiones exasperante), del mismo modo que sólo la escala de megaproducción, con sus decorados enormes y esa iluminación deliciosa, hace viable una puesta de cámara inteligente, dramática y, por qué negarlo, hipnótica, totalmente impensable en los exiguos sets argentinos.
Una última consideración, sin embargo, erige a la telenovela brasileña como un claro paradigma a la hora de pensar la televisión en América latina. Mientras la tira nacional busca en el diario y los noticieros el tema “candente” o “de impacto”, su par brasileña participa de políticas públicas. En efecto, la telenovela ha desempeñado allí un papel decisivo en campañas de información –no sólo opinión– vinculadas con los más diversos temas, desde la salud a la educación (en el caso de India... es clara la intervención sobre las problemáticas de la salud mental y la violencia entre jóvenes). Se dirá, tal vez, que esto supone una perspectiva paternalista o moralizante. Al mirar la producción, sin embargo, parece otra cosa: dado qué línea se baja siempre, es bienvenida la elección deliberada de dar espacio a información que de otro modo no circularía o tendría menor alcance, de no correr a la zaga de los temas que están en el tapete, sino ponerlos allí para que se discutan.
Telefé, lunes a viernes, 15.30 hs. (en realidad, al término de Herencia de amor, circa 15.45 hs.)
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