Lun 21.01.2002
radar

Payuca

POR CARLOS POLIMENI
Un periodista que intentaba ser incisivo al divino botón le preguntó cierta vez a boca de jarro a Atahualpa Yupanqui cómo se las arreglaba para hablar tanto de la Argentina si en realidad vivía casi todo el tiempo en París. Yupanqui se río en silencio como un jugador de ajedrez que ve a su adversario equivocar la jugada, y, mirando el piso, para parecer más humilde, le contestó: “Es que para querer a mi patria no me hace falta andar por ahí con una bandera. La llevo conmigo donde quiera que esté, porque la patria se LLEVA adentro, cerca del corazón”. La reflexión de Yupanqui sirve a la perfección para ilustrar un perfil pocas veces analizado del cine de Leonardo Favio: su carácter estrictamente mendocino. Como se sabe, o debería saberse, la patria (¿chica?) de Favio es Mendoza, aunque no viva en Mendoza.
Mendoza es la siesta que se demora en terminar y el dulce casero. Un oasis en medio del desierto –una cultura de regadío, técnicamente– y una herencia huarpe hecha zanjones. Mendoza es el misterio de sus pintores enormes, el lugar de los torpes silencios impenetrables, el sitio donde a veces la vista se pierde y siguen los viñedos. Pobreza sin miseria, modos de conservadores desconfiados, Mendoza es un sitio donde la Argentina se transforma en Chile, montaña de por medio, un páramo de más silencios que gritos, una tierra de tonadas y gatos. La gente barre y barre, en una lucha siempre perdida contra la tierra, y pasa el lampazo, porque a veces se cree eso de la ciudad más limpia. Mendoza puede ser el interior del interior, cuando sopla el Zonda y el universo de todos los misterios cuando al anochecer alguien menta al Futre. En Mendoza las noches son más largas y generosas que los días. Para un mendocino es difícil confiar en alguien que no tome vino. Mendoza es el paraíso que soñó San Martín, que la gobernó, y el infierno que modeló Moneta, que la compró (al menos por un tiempo).
Basta ver el comienzo de Gatica para percibir una declaración de principios del realizador: he ahí la mirada de un payuca sobre Buenos Aires. La fascinación por Retiro, la velocidad del léxico porteño, las mujeres inalcanzables, las casas antiguas del Sur venidas a menos, las luces del centro, la necesidad de los del interior de ganarse de prepo a la ciudad, tras pagar el derecho de piso, desfilan en el film como si Favio buscase sembrar pistas para una investigación. Sí, está claro que Gatica es también una tesis sobre el peronismo –“Monito las pelotas”–, pero en todo caso la tesis sobre el peronismo de un mendocino formado por los radioteatros de Oscar Ubríaco Falcon que todavía extraña el gusto de los melones de Lavalle, de los duraznos recién cosechados de enero

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